HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DE LAS FAMILIAS

Domingo 16 de Noviembre de 2008


Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos matrimonios y demás miembros de las familias aquí reunidas,
queridos miembros de los Institutos de Vida Consagrada,
queridos seminaristas, hermanas y hermanos todos:

1.- Al celebrar con gozo este gran encuentro representativo de las familias de
nuestra Archidiócesis, quiero invitaros a elevar un canto de gratitud a Dios. El motivo de nuestra gratitud lo recuerda el Santo Evangelio que acabamos de escuchar.

Jesucristo, a través de una parábola, expone la dotación de talentos y capacidades con que ha enriquecido a cada uno de nosotros al crearnos y al redimirnos.

Además de los talentos que enriquecen igualmente a todos los miembros de la humanidad, el Señor ha dotado a cada uno en particular con unas cualidades específicas; y ha bendecido con otros dones a los que somos miembros de la Iglesia. Sólo desarrollando el conjunto de los talentos recibidos podemos encontrar la plenitud, la santidad, a que estamos llamados por el mismo Dios que nos ha creado y nos ha redimido.

Recordando, a título de ejemplo, algunos de los dones más importantes que compartimos como miembros del Pueblo Santo de Dios, conviene señalar:

-que Dios nos ha regalado su palabra, iluminando con ella nuestros pasos para que podamos avanzar por el camino de la verdad y del bien. “Yo soy la luz del mundo”, dijo el Señor (Jn. 8, 12);

-que Dios nos ofrece su amor incondicional manifestándose como Padre cuidadoso y providente, siempre atento a nuestras necesidades;

-que Dios ha enviado a su Hijo Unigénito, para llevar a cabo nuestra redención y podamos, así, esperar la salvación definitiva, que es la herencia prometida a los que aman a Dios;

-que Dios comprende y perdona nuestras debilidades y torpezas, ofreciéndonos siempre una oportunidad nueva para encauzar nuestros pasos por el camino de la verdad y del bien;

- y que Dios nos ofrece constantemente horizontes de virtud que atraen la mirada del corazón y estimulan el entusiasmo del espíritu;

Junto con todo esto, y como una muestra admirable de confianza, el Señor, además,

-nos ha elegido como testigos de su amor capacitándonos para amar como Él nos ha amado, y para testimoniar ante los demás el gozo que supone el sentirse amado por Dios.

-el Señor nos ha convocado a ser profetas de la esperanza en un mundo en el que, a pesar de tantos logros positivos como constatamos y disfrutamos en diversos órdenes, abundan la tristeza, el pesimismo y la ansiedad. Muchos buscan la felicidad por caminos equivocados, generalmente vinculados al placer, al poder y al prestigio social. Dios, en cambio, nos ofrece la Verdad como la única fuente de la libertad: “La verdad os hará libres” nos dice Jesús (Jn. 8, 32). Y, con esa libertad nos abre el camino de la auténtica felicidad, profunda y estable. Esta felicidad, interior y profunda, es compatible con el sacrificio que supone la religiosa aceptación de las pruebas, y el necesario dominio de sí mismo frente a la tentación. La Iglesia nos enseña que la felicidad nace, se desarrolla y se goza en el amor, caminando hacia Dios por la senda estrecha de la Cruz.

-el Señor nos ha distinguido a cada uno con una vocación singular que señala nuestro cometido concreto en el transcurso de este peregrinar terreno, que es preparación y trampolín para la eternidad feliz.


2.- A vosotros, queridos matrimonios, el Señor

-os ha escogido, además, para ser transmisores de la vida trayendo al mundo las personas que él ha creado a su imagen y semejanza;

-os ha constituido en iniciadores y primeros responsables del hogar donde el amor hace, de la existencia de cada uno junto a los otros, una verdadera escuela de vida, un constante aprendizaje de servicio, una ocasión permanente de ayuda mutua, una oportunidad continuada para ejercitar la capacidad de sacrificio, y una fuente de serena y mantenida felicidad interior.

3.- A la vista de tantos dones como el Señor nos ha regalado, os lanzo esta pregunta, queridos matrimonios y miembros de las familias cristianas: ¿es justo quedarnos considerando preferentemente las dificultades, las contrariedades y las carencias que acechan al matrimonio entre un hombre y una mujer, y a la familia como santuario de la vida, en este mundo plural, heterogéneo, con claras tendencias y presiones laicistas? ¿Es justo quedarnos en la quejosa enumeración de las dificultades?

Es cierto que abunda un subjetivismo desconcertante y un relativismo enemigo de toda referencia objetiva y permanente y, por tanto, enemigo de Dios. La cultura, que va siendo impuesta por los poderes fácticos, ofrece serias dificultades para que las generaciones jóvenes entiendan, valoren y vivan con buen estilo la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y se dispongan a recibir los hijos que Dios quiera concederles. Pero quedarnos mirando lo negativo y lamentándonos de ello, sería desacertado, paralizante y, por supuesto, injusto e ingrato ante Dios. Con los dones que el Señor nos ha concedido, y con la ayuda que constantemente nos brinda si recurrimos a Él en la oración, en la penitencia y, sobre todo, en la Eucaristía, podemos afrontar todo trance, y desarrollar esa preciosa semilla de la renovación del mundo que es la familia. ¡Sí!, queridas familias, ¡podemos!

Vosotros, los matrimonios y los hijos jóvenes y adultos, debéis ser testigos y pregoneros de la grandeza y hermosura del Matrimonio, fundamento de la familia llamada a ser un verdadero santuario de la Vida.

4.- Inmersos en el mundo, y confiando plenamente en la gracia de Dios, los miembros de las familias cristianas, cada uno según su vocación, estáis llamados a procurar y defender las líneas y contenidos educativos de vuestros hijos para que sean acordes con vuestra fe y con vuestra identidad cristiana para que nadie tergiverse el concepto y el respeto de la dignidad humana y de sus derechos; para que existan, en verdad, la libertad educativa, la legítima participación social, la plena libertad religiosa, y el respeto a los signos y expresiones de la fe.

En lo que concierne directamente a la familia,

- os corresponde la denuncia, bien fundada, siempre respetuosa y con buen
estilo, de las injusticias y errores que limitan los derechos familiares y que aumentan las dificultades para construir un verdadero hogar en paz, en libertad y en auténtico espíritu cristiano.

- Os corresponde, también, ofrecer a la sociedad unas razonadas propuestas de
nuevos caminos para la libre realización del verdadero matrimonio y de la familia, de acuerdo con las creencias y convicciones que se derivan del Evangelio.

Aunque la experiencia os ponga muchas veces ante situaciones duramente adversas e injustas, sabed que el matrimonio y la familia son obra de Dios. Y que, como dijo el sabio Gamaliel, si procede de Dios, los hombres no podrán destruirlo. Que esta convicción de fe, nos estimule a trabajar a favor de lo que Dios quiere construir, defender y difundir a través nuestro.

5.- Es necesario que hagamos frente a cualquier pesimismo, y que desterremos todo posible derrotismo respecto de la forja de auténticos matrimonios cristianos, y respecto de la construcción de familias en cuyos hogares brille y gobierne la luz del Evangelio. Familias nacidas de la vocación divina y de la vivencia del amor de Dios, que es el único guía del verdadero amor humano. Familias en las que prive el respeto incondicional a la vida, de la que son fuente y santuario. Familias que procuren la integración respetuosa de todos sus miembros, la mutua comprensión y la ayuda de unos a otros.

El cansancio, el desánimo, o cualquier forma de retirada en la defensa y en el apostolado a favor del matrimonio cristiano y de la familia fundada en él, darían lugar a gravísimos errores que resultarían perjudiciales para todos, y que manifestarían una considerable falta de fe en el Señor.
Estad orgullosos de que Dios os haya elegido para ser ahora testigos de la verdad y de la belleza del matrimonio y de la familia, y defensores de su identidad y de sus derechos inalienables. Sabed que vuestro silencio y pasividad en este quehacer potenciaría, en los más jóvenes y en los más débiles, la retirada o la tergiversación ante el proyecto del matrimonio y de la familia inspirados en el derecho natural y en el Evangelio.

6.- Urge especialmente ahora, afirmar que el matrimonio y la familia establecidos por Dios son totalmente posibles y necesarios en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. Más todavía: es inaplazable manifestar con caridad, competencia, y buen estilo, que la sociedad no avanzará hacia su verdadera madurez humanizadora, si sucumbe a la comodidad personal frente al esfuerzo que requieren el matrimonio y la familia.

Todas las personas, sea cual fuere su situación y comportamiento, merecen respeto, amor y buen trato de nuestra parte porque son imagen de Dios. Pero, salvando a las personas, y distinguiéndolas de las ideas y de las conductas incorrectas o desacertadas, no debemos aceptar las influencias de las corrientes ideologizadas que motivan la confusión del auténtico matrimonio, con otras formas consideradas también como matrimonio por la exclusiva fuerza de las leyes humanas. Leyes derivadas de un simple consenso social, y que pretenden adquirir carta de naturaleza mediante ilegítimas intervenciones educativas.

Los cristianos estamos llamados a salvaguardar de todo equívoco y de toda deformación conceptual y práctica, al verdadero matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos por amor y abiertos a la trasmisión de la vida. Este es el matrimonio que, según el derecho natural y la Doctrina de la Iglesia directamente derivada del Evangelio de Jesucristo, constituye el fundamento de la familia querida por Dios desde el principio.

Estoy convencido, además, de que los desequilibrios y los llamativos errores actuales en la estructuración y desarrollo del matrimonio y de la familia producirán, con el tiempo, tal vacío en los espíritus más finos y exigentes, que se iniciará un giro notable y una vuelta al buen sentido.

Con estas palabras no pretendo un juicio de valor sobre nadie, ni oponerme a la libre decisión de cada uno. Pero es mi responsabilidad como Pastor y Arzobispo de esta Iglesia particular –cuya Jornada celebramos hoy- alzar la voz, sin miedo ni agresividad, con respeto y con energía al mismo tiempo, con ánimo de enseñar y con firme esperanza en que triunfará la obra del Señor, y mostrar claramente a los fieles la doctrina de Cristo acerca del Matrimonio y de la familia. Es el Señor quien nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 6, 14); “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28). En su Nombre, pues, debemos lanzar, cada día, las redes del apostolado familiar, sin más pretensión que la gloria de Dios y el bien de los hermanos y de la sociedad en que vivimos.

7.- Sabemos todos que el Matrimonio y la vida familiar no son, sin más, un camino de rosas. Se equivocan quienes acceden al Matrimonio confundiendo el amor, que es la semilla, la raíz y el motivo del matrimonio y de la familia, con arrebatos de felicidad momentánea y superficial, o con atractivos pasajeros. El amor, que el matrimonio cristiano ha de encarnar y vivir, que debe señalar el camino de todo proyecto de los esposos y de la familia; y que debe constituir, al mismo tiempo, el objetivo hacia el que tienda toda ilusión y esfuerzo en el hogar; ese amor tiene su modelo único en Dios nuestro Señor. Y ya sabemos que tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo como propiciación de los pecados de la humanidad (cf. Jn. 3, 16). Por eso Cristo, que es la imagen plena y perfecta del amor de Dios, se entregó libremente por nosotros en la cruz para salvarnos del pecado. Por esa entrega de Cristo a su Iglesia, S. Pablo pondrá como ejemplo del Matrimonio la unión de Cristo con su Iglesia. Porque fue Dios el autor de ese gesto inusitado, insuperable e irrepetible de amor y de entrega, se explican las conocidas palabras de S. Pablo: “el amor es paciente y bondadoso...no es grosero ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal...Todo lo disculpa...todo lo espera, todo lo aguanta” (1 Cor. 13, 4-7).

Nadie puede alcanzar y mantener, pues, el amor imprescindible en la vida del matrimonio y de la familia, sin acercarse a Jesucristo y aprender de Él. Los medios para ese aprendizaje son la escucha de la palabra de Dios, la oración, y la participación en los Sacramentos. Es ahí donde el Señor nos concede el don de su amor y la ayuda necesaria para cultivarlo y mantenerlo en las relaciones personales dentro del Matrimonio y en el seno de la familia.

Es una realidad, que debe preocuparnos y lanzarnos a una seria labor apostólica, la constatación del fracaso de tantos matrimonios realizados sacramentalmente. Esta constatación ha de comprometernos a impulsar una seria formación cristiana, sistemática y adecuada para los jóvenes, de modo que lleguen a entender el sentido de la unión matrimonial, y alcancen la madurez cristiana suficiente como para poner a Dios por testigo y garante de su unión, porque eso es lo que ocurre en el sacramento del matrimonio.

El amor es y debe ser en el seno de la familia fuente de vida, norma de conducta, luz para la comprensión mutua, estímulo para el perdón, puerta siempre abierta a la confianza en la bondad que hay en los otros; y ventana por la que entre en la familia el aire fresco, siempre renovador y saludable, de la esperanza cristiana que nunca defrauda.

8.-. La familia es la primera escuela de las virtudes sociales y cristianas y, por tanto, la escuela del más sano humanismo. De la salud de la familia depende la salud de la sociedad y el verdadero progreso de la humanidad. No en vano Cristo quiso nacer y vivir en una familia. Y aquel hogar de Nazaret ha quedado como el modelo incuestionable para los hogares fundados en la fe de Jesucristo el Señor. Si queremos un mundo nuevo, procuremos renovar las familias.

Pidamos a la Santísima Virgen María, columna de la Sagrada Familia, que nos alcance del Señor la gracia de entender, valorar, cultivar, defender y extender apostólicamente, la dignidad y consiguiente importancia de la familia cristiana.


QUE ASÍ SEA

VIGILIA DE LOS JÓVENES - CONGRESO DE FAMILIA

15 de Noviembre de 2008

Mis queridos jóvenes:

Era necesario que me dirigiera a vosotros dentro del Congreso diocesano de la Familia. Vosotros sois familia. Constituís una parte importantísima y especialmente significativa en vuestros hogares. Sois la alegría o la preocupación principal de vuestros padres. Sois la promesa de los futuros hogares. Es muy importante, pues, que tengáis un espacio de reflexión y de participación activa en estas jornadas eclesiales.

Vivís unos años en que vuestra mente está llena de interrogantes y de proyectos a veces difíciles de comunicar. Toda la vida, en sus más diversos aspectos, bulle simultaneamente en vuestro espíritu. Por ello se producen, con frecuencia, duros choques entre lo que emerge de vuestro interior y lo que os llega de afuera. Así ocurre, también ,algunas veces, en lo que se refiere a la vida familiar. Por una parte la valoráis notablemente y, por otra parte, gustarías crear otro modelo o estilo de familia que la vuestra actual.

Soñáis anhelando lo que no siempre es alcanzable; y sufrís porque os cuesta adaptaros a la realidad que percibís y que no os complace, porque, al menos aparentemente, se os impone por encima de vuestros gustos y criterios. A veces os da la impresión de que se os quiere enseñar a vivir una vida que difiere mucho de la que vosotros consideráis y anheláis como la vida propiamente vuestra.

Tenéis una mente sobremanera creativa. Pero no siempre veis claro y posible lo que se dibuja en vuestra imaginación. Por eso, con frecuencia, no sabéis muy bien lo que os pasa, y no acabáis de poder expresar con claridad lo que queréis. Muchas veces los perfiles de vuestros sueños y deseos se presentan un tanto difuminados, no bien definidos. Sin embargo, no por ello sería acertado ni justo afirmar que vuestra imaginación está radicalmente equivocada. Sin embargo, como nadie somos perfectos, es mi deseo que vuestros sueños no os lleven a la frustración, sino a incentivar vuestras ganas de vivir y vuestro amor a lo que desborda la inmediatez de lo material, y la pequeñez de lo instintivo y de lo egoístamente interesado.

Vuestros sueños y vuestra imaginación no son despreciables. Pero es necesario que los aprovechéis como un buen punto de partida para la reflexión serena, compartida, continuada y abierta siempre a los grandes proyectos de crecimiento personal, de renovación del mundo, en la fidelidad a Dios y en el servicio al prójimo. No excluyáis, en esta actitud de servicio, a quienes caminan a vuestro lado, aunque a veces no os caigan demasiado bien, o se opongan con autoridad a vuestros gustos y criterios. Estad atentos, porque esto puede ocurrir en vuestras relaciones familiares dentro del hogar.

¿Habéis caído en la cuenta de que los más cercanos a vosotros son los que
integran vuestra familia? Sin embargo, muchos jóvenes corren el peligro de convertir su familia en un espacio de recursos bien asegurados en beneficio propio.

Os llena el alma saber que os quieren. Y, si descubrís a quien os ama con gratuita generosidad, os sentís atraídos por esa persona, y hasta le seguís en gustos, formas de conducta y objetivos de vida. Yo debo recordaros, ahora, precisamente en este congreso sobre la familia y en este acto religioso, que el que más os quiere, es Dios. Él ha hecho posible, en los hombres y mujeres, y en vosotros jóvenes, el amor que embarga vuestra vida. Él ha hecho posible en la familia el amor que os tienen los padres y los hermanos. Corresponded a Dios. Seguid el camino que el Señor os indica para vuestro bien. Amad a vuestros padres dando a ese amor el color de la comprensión, de la ayuda y del respeto cada día. Ellos viven para vosotros; pero vosotros no tenéis derecho a utilizar su vida como si fuera un derecho al servicio de vuestras arbitrariedades.

El amor es el móvil principal de las persona, porque Dios es Amor, y nos ha creado a su imagen y semejanza. Sed, pues, agradecidos con los que os aman. Con ello no perdéis vuestra libertad, sino que la desarrolláis por el camino de la justa correspondencia (amor con amor se paga), y sin tener que abandonar el proyecto personal y propio que deseáis desarrollar durante vuestros años jóvenes vida.

No consintáis que el amor sea suplantado por el egoísmo, ni recortado por la pereza, ni confundido con los simples afectos, ni deformado por la presión del instinto ciego y pasajero.
Amad la vida que habéis recibido de Dios; y amad a Dios que os ha dado la vida. Amad la naturaleza en que vivís y, mostraos agradecidos a Dios que la ha puesto en vuestras manos; procurad que vuestro entorno sea un espacio digno para que en él vivan también a gusto los demás.

Amad a vuestros padres con el amor cada vez más genuino, limpio y maduro. Dios los ha elegido para transmitiros la vida; procurad, pues, que llegue a ellos ese estímulo de vida que vosotros podéis darles con vuestro cariño y con el desarrollo responsable de los talentos con que el Señor os ha enriquecido.

En vosotros, la ilusión y las ilusiones ocupan, con frecuencia, la escena entera de vuestra vida, y atraen toda vuestra capacidad de entusiasmo, llevándoos incluso a pensar que conseguir lo que os atrae y entusiasma va a ser tan rápido y fácil como atractivamente se os presenta en la imaginación y en la ilusión; y no es así. De hecho, ese entusiasmo animado por la imaginación se estrella, a veces, contra la dura piedra de las exigencias ineludibles que lleva consigo nuestro peregrinar sobre la tierra; sobre todo, si ese peregrinar apunta a la plenitud evangélica y tiene como directriz fundamental la vocación recibida de Dios. Por tanto, por más que todo ello os moleste, es necesario que incorporéis los valores fundamentales de esa realidad aparentemente hostil. Esa realidad ha de ser el crisol de vuestras ilusiones en unos casos, y el apoyo ineludible para llevarlas a feliz término en otras, aunque lleve nombres antipáticos, como son: esfuerzo, obediencia, paciencia, constancia, fe, voluntad sincera de conversión personal, humilde arrepentimiento de las faltas y defectos, acercamiento a Dios, oración, formación cristiana, etc.

Aceptar esa realidad es imprescindible para que vuestros proyectos de vida no sean vanos e inconsistentes. Porque si fueran así, constituirían la mayor causa de vuestras decepciones, de vuestros pesimismos, de vuestros fracasos, y del abandono o de la retirada ante el apasionante atractivo de los grandes horizontes de vida. No aceptar las exigencias que os hablo, puede llevar fácilmente a sufrir la contradicción que supone, por ejemplo, estar soñando con un amor que os arrebata, y tener, al mismo tiempo, verdadero miedo o graves prejuicios contra el matrimonio estable. No aceptar esas exigencias de que os hablo, limita la capacidad de crecimiento y de grandeza con que el Señor os quiere bendecir cuando os llama a entregaros a Él por la vocación al sacerdocio o a la Vida Consagrada. ¡Qué fácil y qué lamentable es dejarse llevar por simples impresiones, por sentimientos engañosos, y por presiones ambientales adversas a lo sagrado y, sobre todo, a la entrega plena al Señor! ¡Cuántos dan la espalda a Dios, agarrados a la pequeñez de lo que apetece, o paralizados por el miedo a lo que cuesta!

Hoy tenemos la ocasión de considerar el gesto elegante, generoso y valiente de quienes, en cualquier edad y también en la vuestra, dieron su vida entera al Señor hasta el martirio. Al fin y al cabo nuestra vida es de Dios porque de Él la recibimos.

Por otra parte, el ambiente de progresiva libertad, y las abundantes propuestas que os llegan desde el ambiente, con atractivo o sin él, pero con la presión de que lo normal, de que lo bueno es lo que “se hace”, lo que “todos hacen”, puede llevaros a desatender la verdad y a rechazar hasta la misma vocación sin tener la menor conciencia de estar equivocando vuestro camino y desorientando vuestra vida. Esta situación es más peligrosa porque ni siquiera os puede remorder la conciencia. Más todavía: arrastrados por esa corriente ambiental podéis llegar a sorprenderos cuando descubrís comportamientos profundamente religiosos, y la alegría de darse al Señor en cuerpo y alma. Sin embargo, cuando uno da la espalda a Dios, sufre la experiencia de estar siempre insatisfecho, de no encontrarle a la vida y a la juventud tan deseada todo el jugo que imaginaba y esperaba. Lo único que os queda entonces es seguir con lo que “se hace”, con lo que se presenta como “normal”, esperando que la satisfacción soñada y deseado podrá llegar alargando esas experiencias, o buscando otras más fuertes y atrevidas de lo mismo. De ahí que muchos jóvenes se priven del dulce bocado del bien, de la verdad y de la vocación divina, y sigan esclavizados bajo las realidades que les impiden volar tan alto como sus ilusiones.

Queridos jóvenes: no nos engañemos. Es lógico que deseéis un estilo de vida, una libertad y una forma de moveros por la vida, acordes con vuestros sueños. Pero admitid, sin entreteneros hasta llegar tarde, que todos necesitamos la ayuda y la orientación de otros; que Dios ha venido al mundo para eso, hasta el punto de afirmar: “sin mí no podéis hacer nada” (---). Admitid, queridos jóvenes, que Jesucristo, después de redimirnos y darnos su palabra, su ejemplo y su vida hasta la muerte en cruz por amor a nosotros, ha fundado la Iglesia. A través de ella, podemos oír su voz día a día; podemos tenerle cerca en la Sagrada Eucaristía; podemos alcanzar el perdón siempre que lo necesitamos; podemos pedir lo que en cada ocasión pueda hacernos falta para vivir la vida a tope, para acertar en las decisiones importantes, para perder el miedo y los prejuicios, y para conseguir que a los bellos sueños de una sana juventud se una la esperanza que no defrauda porque está fundada en la promesa de Dios nuestro Señor. Nuestro corazón está hecho para algo más grande que todo cuanto podamos encontrar en la tierra, en los proyectos humanos juveniles o adultos. Y este corazón, tan sensible y exigente, no descansará hasta que se encuentre con la verdad, con el bien y con la libertad que Dios nos ofrece, y para la que nos ha dado un guía excepcional que es Jesucristo. Él ha dicho de sí mismo: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no anda en tinieblas”.

No se trata, pues, de que abandonéis vuestros proyectos e ilusiones juveniles. No se trata de que, sin más, amoldéis vuestra forma de actuar a la de los mayores; ni siquiera durante el tiempo en que estáis sujetos a su autoridad paterna, escolar o social. Se trata de que, antes de lanzaros a lo que se os ocurre, a lo que os atrae, a lo que os ilusiona, a lo que todos acuden, etc. os preguntéis si acaso todo ello corresponde al estilo de vida que verdaderamente llena, satisface y ayuda a vuestro desarrollo integral. En el fondo, esa es la vida que deseáis aun sin saberlo. Es necesario, pues, que analicéis si lo que os atrae, lo que os gustaría, lo que ocupa vuestra ilusión y cuya distancia os hace sufrir, es acorde o no con el proyecto de Dios para vosotros; si todo ello goza de la garantía de la verdad y del bien que deben presidir todo acto humano, adulto o juvenil, para que no sea motivo de frustraciones, de fracasos, de innecesarios desánimos, de insatisfacciones que dejan el alma vacía y triste.

El Señor sale a vuestro encuentro y al encuentro de todos, muchas veces. Hoy es una de esas ocasiones.

En esos momentos, cuando vosotros y nosotros nos encontramos decididamente empeñados en acertar a elegir y a llevar a cabo lo mejor para nuestra vida y para la renovación del mundo en todos los ámbitos, es muy importante que nos pongamos delante del Señor y le preguntemos acerca de nosotros, de nuestra vida, de nuestro futuro, de nuestros disgustos, de nuestros sueños, de nuestros fracasos y de nuestras ilusiones y esperanzas. El Señor se encarnó para enseñarnos a ser hombres y mujeres, para enseñarnos a ser jóvenes y adultos, para enseñarnos a saborear las ilusiones y para aprender a asumir el sacrificio que impone la realidad de la vida y la práctica del bien.

Si en estas circunstancias nos ponemos humilde y confiadamente delante de Dios; si le presentamos nuestra vida en ebullición; si le contamos nuestras cuitas y decepciones; si le manifestamos nuestras ganas de vivir; si le decimos en verdad que deseamos encauzar la vida por el camino que nos ha señalado con su vocación específica sobre cada uno, llegará a nosotros, con fuerza y claridad, esa expresión de consuelo y cercanía de Dios: “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os ayudaré, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”.

Hacedme caso. Es absolutamente imposible que si Dios nos ha creado, si nos ha hecho hijos suyos por el Bautismo, si nos busca constantemente por diversos medios y caminos, si sale a nuestro encuentro de forma insospechada y sorprendente, aunque a veces no nos demos cuenta, no podemos quedarnos en la duda de si Dios se interesa o no por nuestra vida, por vuestra vida joven, o que para seguirle tenemos que dejar el estilo propio de la juventud de nuestro tiempo. Es imposible que no resulten compatibles el ser joven y el ser cristiano a la vez. Yo os digo más: debemos entender, por el contrario, que es imposible ser auténticamente jóvenes, sin recurrir al Señor, sin hacer de su llamada el centro de nuestra vida.

Aceptar, buscar y recibir estos apoyos y ayudas que nos llegan a través de otros en la Iglesia y en la familia principalmente, no significa de ninguna manera que debamos estar dependiendo siempre de otros, como si no tuviéramos que desarrollar nuestra libertad, nuestra capacidad de decisión y nuestra personalidad. Lo que quiere decir es que entendemos que Dios nos ha creado sociables y nos ha hecho hermanos, siendo él nuestro Padre. No podemos, puyes, prescindir de la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia y también la familia, descrita por el Concilio como un a modo de Iglesia doméstica.

S. Pablo, cuyo año jubilar estamos celebrando, nos da muestras hoy de lo que ocurre a los que siguen al Señor. Dice por propia experiencia: “Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos halagan. Se nos considera impostores aunque decimos la verdad; quieren ignorarnos, ... nos tiene por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo” (2 Cor. 4, 8-10).

Esa es la experiencia que probablemente compartís también vosotros en medio de la oscuridad del mundo. Pero no os rindáis. El Señor también nos ha dicho: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”. Ahí tenéis el testimonio de los mártires cuyo testimonio vamos a escuchar. “Dichoso el que con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Sal. 118, 1-2). Así de dichosos son los que entregaron su vida cruentamente antes que rechazar al Señor. Esos son los mártires.

QUE VOSOTROS ALCANCÉIS, TAMBIÉN, ESA DICHA.