HOMILÍA DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO

(Domingo 26/27 de Noviembre de 2011)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Hermanas y hermanos todos, religiosas y seglares:

1.- Comenzamos hoy la celebración del tiempo litúrgico de Adviento. En él preparamos cada año la celebración de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios eterno e inmutable. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, y se encarnó en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen María, haciéndose en todo semejante al hombre menos en el pecado. Desde ese momento, escuchando y contemplando a Jesucristo podemos llegar a conocer a Dios mismo. Y, puesto que Dios se hizo hombre en Jesucristo, contemplándole podemos llegar a saber qué es en verdad el hombre, cual es su origen y el fin que le llama, le atrae y le espera.

2.- Conviene recordad que los tiempos litúrgicos deben ser considerados como tiempos de Gracia que el Señor nos ofrece a través de la Iglesia. Como tales, constituyen oportunidades sucesivas para que encaucemos nuestra vida hacia Dios. Que debe ser el objetivo principal de toda persona humana. Así nos lo dice hoy san Pablo en la Segunda Lectura: “Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Nuestro Señor” (1 Cor 1, 9).

Esta llamada, señala, pues, el objetivo, y el trayecto a seguir para alcanzarlo. Por eso, el mismo san Pablo nos dice: “no descansaré hasta que vea impresa en vosotros la imagen de Cristo y Cristo crucificado”. El motivo por el que dice esto S. Pablo está en que sabe, porque Dios mismo se lo ha revelado, que quienes logremos configurarnos con Cristo en su muerte, también resucitaremos con Él. (cf. Rm 6,3-4; Col 2,12).

La llamada que nos transmite san Pablo constituye también una indicación del camino que debemos seguir para alcanzar el que es nuestro objetivo principal. Ese camino es Cristo mismo que nos llama. Él nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). “Nuestra vida es Cristo, y una ganancia el morir” (cf. Flp 1, 21), nos dirá también S. Pablo.

Cristo es la Verdad que ilumina nuestro horizonte y atrae nuestro espíritu hacia la plenitud. Y, para alcanzar todo ello, Cristo se ofrece como camino. Camino ciertamente difícil en ocasiones. Pero Jesucristo se ofrece, al mismo tiempo, como cayado, como apoyo, como descanso que nos fortalece para seguir adelante. Por eso nos ha dicho: “si alguien está agobiado, cansado, que venga a mí, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 30).

No basta con que entendamos que Cristo se ofrece como ayuda para el camino, como ocurre cuando se nos da como el pan del caminante en la Eucaristía. Es necesario que entendamos, también, que Cristo es la ayuda imprescindible para caminar hacia la plenitud y la salvación. Así se manifestó diciéndonos: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5b).

3.- Pues bien: en la etapa de Adviento, como oportunidad para encontrarnos con el Señor, la Palabra de Dios nos pone ante nosotros mismos para que reflexionemos acerca de nuestra realidad profunda. Todos sabemos que somos cristianos, pero que no seguimos del todo a Jesucristo. Sabemos que es nuestro deseo conocerle y seguirle, pero nos damos cuenta a la vez, de que no acabamos de lanzarnos con plena decisión dispuestos a conocerle y seguirle pasando por encima de todo. No en vano, Jesucristo dijo a los Apóstoles que debían perdonar los pecados “setenta veces siete” (cf. Mt 18, 22); esto es: indefinidamente, sin límite. Dios valora como padre amoroso todas las decisiones y promesas que le hacemos con buena voluntad, aunque fallemos luego, con tal de que nos arrepintamos. Al mismo tiempo, sabe Dios que somos débiles, que fallamos no solo en nuestros propósitos, sino también en las promesas que hacemos incluso delante de Él.

Esta aparente contradicción, que nos hace comenzar la Eucaristía pidiendo perdón al Señor cada día, es mirada por Dios con ojos de padre amoroso e infinitamente misericordioso. Por eso nos envía su Espíritu para que seamos capaces de asumir con humildad las propias debilidades y contradicciones. El Espíritu Santo es quien nos lanza hacia la altura de las metas que Él nos propone y que nosotros valoramos y apreciamos en momentos de lucidez interior. Y, además, va sembrando en nuestro corazón la esperanza que nos hace permanecer en el intento.

4.- Hoy, el profeta Isaías nos habla precisamente de esta aparente contradicción interior de constantes propósitos, de infidelidades, de nuevo arrepentimiento, y de lucha que en ella nos llevamos. El profeta comienza poniendo en nuestros labios esta expresión de fe: “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es «nuestro Redentor»” (Is 63, 16), “sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos” (Is 64, 4), “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado” (Is 64, 6).

Sin embargo, conociendo la bondad que Él ha puesto en nosotros como imagen suya que somos, nos hace decir con palabras del profeta: “Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad” (Is 63, 17).

El Señor sabe que, como dice san Pablo, tenemos una fuerza dentro de nosotros que nos lanza hacia lo que no queremos y nos aparta de lo que queremos y valoramos como camino verdadero. (cf. Rm 7, 15ss). Por eso, también con el profeta, nos hace orar diciendo: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derribando los montes con tu presencia!” (Is 63, 19b. 64, 2b). Es verdad que, constatando nuestra reiterada y peligrosa debilidad, gustaríamos que Dios se impusiera con su fuerza y nos hiciera buenos, que nos ganara definitivamente y que nos impidiera serle infieles. Pero no debemos olvidar que nos ha creado libres y para la libertad. Él está dispuesto a ayudarnos, como ya hemos recordado hoy.

Una muestra de que Dios mismo toma la iniciativa viniendo a buscarnos para que intimemos con Él, es que “llegada la plenitud de los tiempo, envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido baja la ley, para rescatar a los que estábamos sometidos a la ley” (Gal 4, 4ss). Esta es la razón y la esencia de la Navidad a la que nos preparamos durante el tiempo de Adviento que hoy comienza.

4..- Siguiendo la orientación de la Santa Madre Iglesia expresada en la oración inicial de la Misa, elevemos nuestra súplica pidiendo al Dios de la misericordia que avive en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras y de los buenos propósitos, llena el alma de confianza en el Señor. Él nos ama infinitamente y no quiere que nos perdamos porque, siendo contrarios a Él cuando pecamos, él ha dado su vida en la Cruz por nosotros.

Que la Santísima Virgen interceda por nosotros ya que es el modelo de la acogida del Señor.

QUE ASÍ SEA.