HOMILÍA EN LA RECEPCIÓN DE LA RELIQUIA DE S. JUAN BOSCO


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos miembros de la familia salesiana: (Padre Inspector provincial, Superior y Director de la Comunidad y Colegio, Claustro de profesores, Consejo Escolar, Asociación de Padres, alumnos y alumnas), (Autoridades………),

Hermanas y hermanos todos, miembros de la Vida Consagrada y seglares participantes en esta celebración:


1.- Hoy es un  gran día de fiesta para  todos los que han conocido a S. Juan Bosco por la estela que han dejado en la historia y en el alma de sus discípulos, su vida y su gran obra educadora.

2.- La reliquia que hoy recibimos con gozo y veneración es el signo de su presencia entre nosotros. Presencia activa en la obra que él inició y que sigue viva con el paso del tiempo. Y presencia de un signo de su cuerpo que, en los días de su peregrinar sobre la tierra, fue el vehículo de la ofrenda plena y permanente que presentó a Dios llevando a cabo la vocación que había recibido de lo Alto.

Su alma oyó y entendió la llamada del Señor; y su cuerpo fue, hasta la muerte, el instrumento fiel para llevar a cabo la misión recibida. En esa unidad integral y bien coordinada entre su alma y su cuerpo, Don Bosco fue templo vivo del Señor y fiel colaborador del Maestro por excelencia que es Jesucristo. El magisterio de D. Bosco fue un eco fidelísimo del magisterio evangélico de Jesucristo.

3.- Su acción educativa pretendía redimir a los niños y a los jóvenes de la postración espiritual y social en que toda persona queda sumida si no cultiva las potencias de su alma, si no desarrolla las cualidades con que Dios enriquece a cada uno en el momento de la creación. El santo educador, con la presencia de su reliquia entre nosotros hoy, nos recuerda su acertada visión y su generosa entrega en favor de los niños y jóvenes, especialmente necesitados de crecer ordenadamente en el cuerpo y en el alma. A la vez, esta reliquia nos recuerda que S. Juan Bosco goza de la presencia gloriosa de Dios en los cielos; y que intercede constantemente ante el Padre para que siempre haya personas dispuestas a emplear su vida entera al servicio de los hermanos más pequeños, especialmente de los más desfavorecidos.

4.- Podemos decir con acierto, que S. Juan Bosco,  interviene sin interrupción ante el Señor para que perdure la acción educativa integral que él inició; y para que esta sea desarrollada como una auténtica vocación sobrenatural, tan necesaria siempre y tan urgente en nuestros días.

La acción educativa de Don Bosco, como sus discípulos gustáis en nombrarle, fue eminentemente pastoral y, por tanto, íntegramente cualificada como obra de Dios a través de su elegido. En él se cumple claramente la promesa divina que nos llega hoy con palabras del profeta Ezequiel. Refiriéndose  el Señor a las ovejas de Israel, dice: “Yo suscitaré un pastor que las apaciente…Yo, Yahveh, seré su Dios”. (Ez.  34, 23-24).

El maestro cuyas reliquias recibimos y veneramos hoy, fue elegido por Dios para apacentar muchas ovejas con peligro de descarriarse; y para imbuir de ese espíritu caritativo a quienes iban a seguir su labor en muchos pueblos.

S. Juan Bosco apacentó, con verdadero espíritu de caridad sin reservas, a las ovejas que el Señor puso a su alcance. Y las apacentó como lo hizo Jesucristo el Buen Pastor. Así han de hacerlo quienes son continuadores de su obra. También a vosotros, educadores que pretendéis continuar y extender la obra del elegido del Señor, el santo Don Bosco, se refiere el texto sagrado del profeta Ezequiel. Haciendo notar la que debe ser intención fundamental de vuestra acción educativa y pastoral, dice: “Y sabrán que Yo, Yahveh su Dios, estoy con ellos, y que ellos…son mi pueblo” (Ez. 34, 30).

5.- La ciencia y la fe estuvieron siempre juntas en la intención educativa de  Don Bosco; de tal forma que el niño y el joven podían conocer simultáneamente la verdad de lo creado y la existencia y el amor del Creador. De este modo, sus alumnos podían crecer como señores de la creación y como imagen de Dios creador.

Este crecimiento integral y armónico es fuente de la paz interior a la que acompaña la alegría que permanece por encima de tristezas, dolores y contrariedades. Por eso, la acción educativa salesiana, como toda acción educativa eclesial, ha de llegar a los alumnos como un eco de las palabras de S. Pablo a los Filipenses, que hemos escuchado en la segunda lectura:”Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito,  estad alegres…El Señor está cerca…en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp. 4, 4-7).

S. Juan Bosco supo realizar esta preciosa labor educativa, que abre el corazón de los niños y de los jóvenes al conocimiento de Dios y a la alegría sana y profunda. Para ello supo hacerse niño con los niños y joven con los jóvenes. Supo meterse en el alma de sus alumnos para ayudarles a crecer en su propia identidad, que es la singularidad con la que Dios había creado a cada uno. En esto consiste la auténtica promoción de la persona según el plan de Dios.

6.- En este día de fiesta, en que la familia salesiana goza de una especial cercanía de su fundador y maestro, debemos unirnos todos abriendo el alma a la  enseñanza del santo educador y disponiéndonos a recibir la enseñanza del Buen Pastor Jesucristo. De este modo, el valioso testimonio de Don Bosco nos ayudará a crecer en el conocimiento de Jesucristo y en la fidelidad a la vocación y a la misión con que nos distingue a cada uno.

Pidámoslo al Señor, por intercesión de S. Juan Bosco, de quien hoy nos sentimos tan  cercanos, y a quien invocamos como intercesor ante el Señor especialmente a favor de la familia salesiana y de todos los educadores cristianos.


QUE ASÍ SEA 

ANIVERSARIO CONSAGRACIÓN DE LA CATEDRAL DE BADAJOZ


Queridos miembros del Cabildo Catedralicio y demás hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:


Al comenzar esta solemne celebración me he dirigido al Señor en una oración que pretendía recoger las intenciones propias de una celebración como la que nos reúne en este día. Como sabéis, conmemoramos hoy el aniversario de la Dedicación o consagración de esta catedral que hoy nos acoge dentro de sus muros tan valorados y queridos por todos nosotros. La catedral es el primer templo de la Archidiócesis; es el lugar donde se celebra el culto sagrado presidido por el Obispo que es el Pastor de toda la grey diocesana. Es el lugar por excelencia del encuentro de Dios con los fieles cristianos de esta Iglesia particular. Por ello, en la oración inicial de la Misa he suplicado a Dios Padre, por medio de Jesucristo nuestro Señor, que esta celebración nos ayude a procurar, por todos los medios a nuestro alcance, dos cosas: primera, que en este lugar se ofrezca siempre un servicio digno.

No se trata de que el Obispo y los sacerdotes que están al cuidado de  la Catedral ofrezcan un servicio digno y atento a los fieles que lo piden. Esto debe constituir el comportamiento habitual de todos ellos, puesto que actuamos como verdaderos pastores. La oración pedía  al Señor otra ayuda. Suplicaba la  gracia de poder ofrecer siempre a Dios, aquí, con toda dignidad, el culto sagrado, como Dios merece, de acuerdo con las capacidades y recursos que nos ha concedido. La intención última y principal en todos los actos de culto, debe ser, por parte de todos, que Dios reciba la alabanza, el honor y la gloria que merece por ser  nuestro creador y redentor.

Esta petición, lejos de quedarse en una súplica deseosa de que Dios actúe y nos conceda sin más lo que le pedimos, es, al mismo tiempo, una oración que nos compromete a cada uno personal e indeclinablemente. Nos compromete a procurar nuestra propia conversión y el esfuerzo por realizar del mejor modo posible lo que realizamos aquí. Nos compromete a poner nuestros cinco sentidos en lo que hacemos, poniendo en ello toda nuestra devoción y nuestra confianza en que Dios acoge benignamente las acciones con las que pretendemos darle culto. Ello requiere, al mismo tiempo, que activemos y purifiquemos nuestra fe, para que no se convierta en una secreta creencia de que Dios está a nuestro servicio. Al contrario: la purificación de nuestra fe ha de llevarnos al convencimiento de que somos nosotros quienes estamos y debemos permanecer siempre  incondicionalmente al servicio de Dios. A él debemos nuestra existencia, todos los recursos de que disponemos para crecer material y espiritualmente, la luz para encontrar el sentido a nuestra vida, y la fuerza para vencer las dificultades que nos llegan por nuestras limitaciones y por las tentaciones del diablo.

La purificación y fortalecimiento de la fe es tarea a la que nos ha invitado el papa Benedicto XVI al convocar el Año de la fe que comenzará en los próximos días. A él debemos prestar especial atención. La vida cristiana se fundamenta en la fe, que es don de Dios, pero que debe ser cultivada por nosotros mediante la oración, mediante la participación en los sacramentos y mediante el esfuerzo personal en el examen  de nuestras actitudes y comportamientos.

La segunda  petición que he formulado en vuestro nombre, imploraba del Señor la gracia de que, como consecuencia del culto sagrado dignamente ofrecido al Señor en este Templo,  obtengamos los frutos de una plena redención.

Nuestra preocupación fundamental, como ya he dicho hace un  momento, debe ser siempre, dar gloria a Dios amándole y sirviéndole generosamente con sincero corazón. Pero sabemos por experiencia que nuestras obras son torpes muchas veces; y que, como nos cuenta S. Pablo, también nosotros hacemos muchas veces lo que sabemos que no deberíamos hacer, o que dejamos de hacer aquello que es nuestro deber. Por tanto, la petición que hemos hecho al Señor en este día, unidos como una comunidad orante, debe incluir la decisión de poner cuanto está de nuestra parte para aprovechar toda la gracia que Dios nos concede misericordiosamente en cada momento de nuestra vida. Sólo así avanzaremos en el camino de nuestra fidelidad al Señor y podremos alcanzar  los frutos de una plena redención. Esto es: solamente de este modo podremos aprovechar plenamente, con frutos de buenas obras, la gracia de la redención que es el mayor obsequio recibido de la infinita misericordia divina.

La fiesta de hoy nos convoca, pues, a una profunda reflexión acerca de la situación de nuestra fe, acerca de las motivaciones que condicionan nuestra vida, acerca del lugar que damos a Dios en nuestra existencia, en nuestros proyectos y en las pequeñas y grandes tareas que llenan la existencia terrena.

Pidamos al Señor la gracia de ser capaces de realizar todo esto, aprovechando los dones que él nos hace al celebrar con dignidad el culto sagrado para el que nos reunimos en este lugar sagrado, dedicado al Señor.

QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA SOLEDAD


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Junta directiva y miembros de la Cofradía de  nuestra patrona, la Virgen de la Soledad,
Queridos  fieles cristianos, miembros de la Vida Consagrada y  seglares:


1.- La Palabra de Dios nos habla hoy de la santísima Virgen María presentándonosla como un signo de la magnanimidad divina, como el ejemplo de la virtud característica de Jesucristo nuestro Maestro y salvador, y como un regalo de Dios a la humanidad.

2.- Todos coincidimos en la experiencia de que nos cuesta creer aquello que no vemos, o aquello que trasciende nuestra capacidad de comprensión. Por ello, espontáneamente sentimos la necesidad de un signo que nos permita entender que lo que Dios nos anuncia y enseña es cierto aunque no lo veamos o no lo entendamos con la simple luz de la razón. Dios, como ayuda a nuestras lógicas limitaciones, muchas veces agrandadas por las debilidades humanas, nos dice: “El Señor, por su cuenta, os dará una señal” (Is. 7, 14).

En la escena que nos describe la primera lectura de esta Misa, se trataba de dar a conocer a la humanidad que el amor de Dios era infinitamente más grande que el pecado de los hombres; y que, por tanto, ante la incapacidad humana de resolver la situación en que había quedado el hombre pecador, Dios mismo había tomado la iniciativa para procurar nuestra salvación. Esto no es fácil de entender. En la lógica humana, es el ofensor quien debe tomar la iniciativa para resolver las consecuencias de la ofensa. Sin embargo, en el caso de la salvación del hombre, fue el ofendido quien asumió la responsabilidad del ofensor. Dios inició y llevó a cabo la obra de nuestra redención, aunque éramos nosotros quienes le habíamos ofendido por el pecado.

Para que creyéramos esto, que a simple vista resulta extraño, el Señor nos dio una señal. Y esa señal es la Virgen María. Ella es el signo que nos anuncia la salvación divina por obra de la misericordia infinita de quien es nuestro Padre y creador. Así nos lo ha manifestado la palabra del Señor: “La virgen está en cinta y da a luz un hijo; y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros” ( Is. 7, 14).

La santísima Virgen María es el signo de la decisión de Dios; la expresión del
amor infinito que Dios nos tiene. Por eso, cuando nos asaltan  la duda y la debilidad, es ella quien está a nuestro lado, es ella quien da fuerza a  nuestro espíritu para resistir la tentación de la desconfianza o del desánimo. María es, por ello, “la causa de nuestra alegría”, como le aclamamos en las Letanías del santo Rosario.

3.- Pero, nuestra instintiva desconfianza hacia lo que se nos dice o se nos promete, nos hace necesitar, todavía más, una garantía. Y esa garantía tiene su expresión máxima en la virtud por excelencia de la persona que ha sido elegida como signo de la magnanimidad de Dios, como expresión de su misericordia infinita. Esa virtud, que garantiza la validez de la persona elegida por Dios como signo de su misericordia infinita, es la obediencia. Esa es la virtud del Hijo de Dios, enviado por el Padre para hacerse en todo semejante al hombre menos en el pecado. Del pecado es de lo que venía a redimirnos. Esa virtud es la obediencia. Una obediencia que acepta la primacía de Dios por encima de todo y de todos; incluso por encima de la propia vida.

La palabra de Dios nos manifiesta esta virtud en Jesucristo   que, llegado el momento decisivo de la redención, veía sobre sí el cruel tormento de su Pasión y Muerte en la Cruz. Dice el texto sagrado que “Cristo…presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”. Pero como junto a la súplica confiada estaba la firme voluntad de ser fiel al Padre, “aprendió sufriendo a obedecer” (Hbr. 5, 7-9).

La santísima Virgen María es ejemplo insuperable de la virtud de la obediencia, que es la que parece más difícil entre nosotros. Ella, ante la oscuridad y lo desbordante que le parecía cuanto le dijo el Ángel, y ante las dificultades humanas que preveía en ello porque iba a aparecer en cinta sin estar casada, dijo: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38).

4.- Y, sobre todo esto, la Santísima Virgen María, es el regalo más preciado de Jesucristo que nos la da como Madre en el preciso momento en que culmina la obra por la que se encarnó en sus purísimas entrañas. Clavado en la Cruz, cuando había culminado su obediencia al Padre, queriendo manifestar el amor infinito que le había llevado a entregarse por nosotros, nos dio el amor de María como Madre. Y, en la persona de Juan, que había permanecido con ella junto a la cruz de  Jesucristo, dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19, 27).

5.-  El pueblo cristiano, admirado de la virtud de María, y convencido de que goza en el cielo de la cercanía de Jesucristo su Hijo, la aclama constantemente confiando en su maternal solicitud; y le dice en sencilla plegaria: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.Y considerando su gloria celestial junto al Hijo de Dios a quien llevó en sus entrañas, le sigue suplicando: “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre” (Salve).

Esa es la confianza del pueblo sencillo que siente a María como Madre; y que, contemplando su ejemplo al soportar todas las difíciles pruebas y sufrimientos que tuvo que afrontar, invoca su nombre bendito poniendo sus ojos en la imagen de la Soledad, de la mujer fuerte que sufre con entereza las pruebas que el Señor permite, como él mismo tuvo que sufrirlas por obediencia al Padre.

5.- Al celebrar hoy la fiesta de tan excelsa Madre y Patrona, pidamos a Dios, por su intercesión, la gracia de cultivar y fortalecer nuestra fe; que nos conceda el don de la obediencia, y que nos ayude a entender los signos de su amor in finito.

QUE ASÍ SEA