HOMILÍA EN EL DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:

1.- “Este es el día en que actuó el Señor. Sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal. 117).

La actuación del Señor en este día ha sido definitiva para entender nuestra vida y encontrar sentido a todo, incluso a la muerte. En este día resucitó el Señor, y hoy lo celebramos con verdadero gozo.

El motivo de nuestra alegría al celebrar la resurrección de Jesucristo, es que, habiendo muerto a manos de los hombres (clara imagen del pecado que mata la vida de Cristo en nuestra alma), ha resucitado por su propio poder; esto es, con el poder de Dios porque él es al mismo tiempo Dios y hombre.

2.- La resurrección de Jesucristo clarifica una vez más la divinidad que él compartía con su humanidad, gestada en las purísimas entrañas de la Virgen María. Por tanto la resurrección de Jesucristo es el fundamento de nuestra fe en la redención que Dios nos había prometido ya en el momento del primer pecado. Nadie podía borrar la mancha del pecado cometido contra Dios sino solo el mismo Dios con su perdón, con el sacrificio por excelencia del Cordero que quita el pecado del mundo.

3.- La verdad y la validez de la blasfema Cruz en que murió ajusticiado el Hijo de Dios, y que ha sido cantada como el árbol de la vida y como el altar de la redención, se manifiesta cuando el crucificado rompe todas las armas humanas, y se manifiesta como el Mesías, auténtico liberador de lo que solo Dios podía liberarnos: el pecado y la muerte eterna.

4.- La resurrección cambia radicalmente la suerte y las referencias del hombre a la hora de proyectar y construir su vida. El hombre, por la resurrección pasa, de ser expulsado del Paraíso, a ser templo de Dios y signo de la victoria del amor sobre el odio y sobre la mentira. El hombre, desde que Jesucristo resucitó, puede participar de la vida divina que es la gracia, como Dios participó de la vida humana que es nuestra naturaleza limitada, contingente y expuesta a las tentaciones del diablo a quien Cristo nos enseñó a vencer.

5.- La resurrección cambia la trájica soledad del hombre sin Dios, a cuya imagen había sido creado, y le convierte en un hombre cuya plenitud solo puede alcanzarla siendo y viviendo con Dios y para Dios. Con ello cambia también el sinsentido de la creación después del pecado; porque de quedar abandonada al capricho y a la torpeza de un hombre contrario a su creador, pasa a ser signo de la grandeza de Dios e instrumento de salvación para el hombre redimido.

6.- La resurrección de Jesucristo cambia las motivaciones del hombre para seguir al Señor. Ya no se le busca porque puede beneficiarnos con sus milagros, o consolarnos con sus dulces y sabias palabras, sino porque ha vencido definitivamente al maligno. En su victoria está nuestra posibilidad de vencer la tentación del maligno. La suerte del hombre ha pasado, pues, de la oscuridad de una vida sin meta clara, a la luz de la esperanza en la salvación eterna.

7.- La resurrección del Señor nos muestra con meridiana claridad que, como hemos cantado en el salmo interleccional, “la diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa” (Sal. 117); porque solo el poder de Dios es capaz de la resurrección gloriosa que estamos celebrando. Desde ese momento, podemos afirmar que la resurrección del Señor cambia el sistema de medidas propias del hombre terreno. El hombre renovado y celestial, que nace con la resurrección de Jesucristo, entiende que “la piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho” (Sal. 117). Desde ese momento y por esa razón, el bien y el mal no están señalados por convenios humanos de cualquier tipo, sino por la referencia a Dios nuestro creador y redentor. Y la felicidad del hombre no se fragua ya en las estrategias del egoísmo, el materialismo y el hedonismo, sino que nace de la verdad y del amor, que son el origen de la justicia y de la paz.

8.- Todo lo que venimos diciendo carecería de sentido para el hombre y quedaría en mero espectáculo más o menos agradable, o incluso envidiable, si nosotros no pudiéramos participar de la resurrección de Jesucristo. Pero el Señor ha dejado en su Iglesia, en su cuerpo místico, del que Él es la cabeza, la fuente de nuestra participación interior en su muerte y en su resurrección. Sumergidos en las aguas bautismales que borran nuestro pecado, y emergiendo de ellas como criaturas nuevas, participamos de la muerte y resurrección de Jesucristo. S. Pablo nos lo enseña con toda claridad diciéndonos: “Por el Bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos” (Col. 2, 12).

9.- La resurrección de Cristo hace posible nuestra resurrección. Y, si la resurrección de Cristo nos devuelve la posibilidad de relacionarnos personal e íntimamente con Dios, deberemos tener muy presente la enseñanza de S. Pablo: “Si Cristo ha resucitado, buscad las cosas de arriba, donde está el Señor sentado a la derecha de Dios Padre” (Col. 3, 1).

10.- Nuestra plegaria en este día y en adelante, reconociendo que somos reincidentes en el pecado, pero nunca abandonados del amor de Dios nuestro redentor, debería inspirarse en esta palabras del himno pascual: “Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa”

11.- Que la contemplación de la victoria de Jesucristo por la resurrección, despierte en nosotros la fe inamovible en el amor de Dios que, siendo el ofendido, toma la iniciativa de redimirnos. Jesucristo, para salvarnos de la muerte eterna muere sacrificado en la Cruz por nuestros pecados, y nos abre el horizonte a la esperanza ofreciéndose como compañero de camino según su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). La garantía de sus promesa la tenemos en la Eucaristía, sacramento en el que se nos da como el Pan del caminante y el alimento de todo peregrino.

Que la santísima Virgen María nos ayude a ser fieles a la palabra y a la obra de Jesucristo, y a saberle reconocer al partir el pan, esto es: en el Sacramento de la Eucaristía del que vamos a participar en esta celebración.
QUE ASÍ SEA.

HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL - 2013


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

            Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Queridos miembros de la comunidad neocatecumenal que celebráis en esta noche santa el paso final de vuestro catecumenado,

queridos fieles laicos:

1.- Vivimos unos tiempos en que abundan en los ámbitos sociales tanto las promesas de todo orden como las decepciones a causa de su incumplimiento. Como reacción lógica y espontánea, crece la desconfianza. Este acontecer hace que se dé credibilidad casi solo a lo que se comprueba, a lo que se ve, a lo que se demuestra con argumentos prácticamente irreversibles. Podríamos decir que vivimos en una sociedad en la que se ha quebrado, en buena medida, la garantía de toda relación humana que es la credibilidad de la palabra ajena. Si esto ocurre con lo que pertenece al ámbito de lo terreno, ¿qué no ocurrirá con las verdades y promesas que trascienden el entendimiento humano porque pertenece a la obra de Dios? Lo que necesariamente ocurre en este caso es el enfriamiento de la virtud de la fe. Esa tibieza va causando la pérdida de la aceptación y del asentimiento humano ante la verdad revelada.

2.- Lo único que puede romper ese círculo de desconfianza e increencia es la experiencia personal. Lo que no queda a expensas de las discutibles demostraciones, sino que es aceptado intelectual y vivencialmente, por muy misterioso que sea, constituye el contenido de la experiencia. Y eso toca el corazón y gana el espíritu. Por eso, la mejor escuela de la fe cristiana es procurar que jóvenes y adultos hagan la experiencia de acercarse a Jesucristo y lleguen a experimentar personalmente su amor, su gracia, su perdón, su magisterio cálido y convincente, la verdad de su palabra y la fuerza arrolladora de su bondad.

3.- En esta solemne Vigilia Pascual nos encontramos con el hecho histórico de la resurrección de Jesucristo. Este acontecimiento es el final glorioso de un camino lleno de misterio, de sorpresas, de milagros, de promesas divinas que se han cumplido en Jesucristo. Un camino en el que no han faltado crueles adversidades ocasionadas por los enemigos de Jesucristo, del Mesías cuyo estilo rompía las mundanas expectativas que se habían forjado los escribas y fariseos.

4.- Ocurre que, entre los hombre, cualquiera de los hechos y palabras que podamos percibir en las actuaciones ajenas, es manipulable y manipulado de hecho por quienes no quieren aceptar aquello que no les gusta o no les conviene, por muy claro que sea. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación social cuando los adversarios ideológicos, o de cualquier otro orden, refieren actuaciones humanas de quienes no piensan o actúan como ellos. Para esta campaña de menosprecio o descrédito no se escatiman las tergiversaciones más forzadas y la publicidad de las mismas. Parece que todo vale para apartar de la propuesta ajena a los posibles seguidores.

5.- Los enemigos de Jesucristo llegaron a decir que hacía los milagros con el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. A pesar de todo lo bueno que vieron y oyeron observando a Jesucristo, no cesaron en su empeño hasta que lograron su crucifixión. ¿Cómo iban a creer estos hombres en la resurrección de Jesucristo? ¿Cómo iban a creer en la victoria definitiva de Jesucristo sobre el maligno, simplemente con las armas de la verdad, del amor, de la humildad y de la fidelidad al Padre que le había enviado?

6.- Es cierto que las apariciones del Señor resucitado y los diálogos mantenidos con sus discípulos eran prueba más que suficiente de que no estaba muerto. Pero siempre cabía correr la voz de que tales cosas eran invención de sus fanáticos seguidores. Y así se hizo, comenzando por justificar el sepulcro vacío con la mentira de que, cuando los guardias dormían, los discípulos robaron el cuerpo.

Frente a todo esto, San Pablo, que vivió la experiencia de Dios en el camino hacia Damasco y en la soledad del desierto donde se retiró de inmediato, nos dice con una firmeza convincente: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo a quien no ha resucitado…si es que los muertos no resucitan…Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1 Cor. 15, 14-15. 19).

7.- La resurrección de Jesucristo es el núcleo fundamental de nuestra fe en la redención que Dios nos prometió inmediatamente después que Adán y Eva pecaron.

La resurrección de Jesucristo es el motivo de la esperanza que da sentido a nuestra vida en los momentos duros y en las circunstancias agradables.

La resurrección dio sentido a la muerte cruenta de Jesucristo en la cruz.

La resurrección de Jesucristo es el desafío más certero a todos los inmanentismos que encierran el espíritu humano dentro de los muros de lo tangible, de lo sensible, de lo material, de lo terreno y de lo perecedero.

Por todo ello, el Pregón Pascual inicia su canto con expresiones llenas de la seguridad que da la fe, y henchidas de gozo ante la culminación de la obra divina de Jesucristo. E invita al cielo a que celebre tan crucial acontecimiento: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación”. Y a continuación, como hemos escuchado, la invitación al gozo se dirige a la Iglesia que es la primera beneficiaria de la resurrección: “Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo”

8.- Nuestro deber ante este acontecimiento salvífico es, en primer lugar, pedir a Dios la gracia de la fe para vivir con plena convicción este acontecimiento de salvación universal. Y, al mismo tiempo, reconocer que “es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al Eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre canceló el recibo del antiguo pecado” (Pregón Pascual).

9.- Pidamos al Seño, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre suya y madre nuestra, que nos conceda la gracia de esforzarnos cada día en el fortalecimiento y purificación de nuestra fe. Que seamos capaces de proclamar la resurrección de Jesucristo, con pleno convencimiento creyente. Y que nos ayude a vivir en la tierra esperando los bienes del cielo con plena confianza en el Señor que nos los ha prometido y que, con su resurrección los ha hecho accesibles a nosotros, pobres pecadores.
            QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DEL VIERNES SANTO 2013

Mis queridos hermanos Sacerdotes y Diáconos,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,
queridos seminaristas y seglares todos:

1.- En la liturgia del Jueves Santo celebrábamos ayer la enseñanza que, sobre el amor fraterno, daba Jesucristo con sus palabras y con su ejemplo.

Como  la gracia más importante con que el Señor muestra su amor a la humanidad pecadora es la redención, el perdón de los pecados,  Jesucristo nos dio en las últimas Cenas un signo de su amor mediante la purificación corporal: lavó los pies a sus discípulos.

Como el pecado había roto el acceso del hombre a Dios, Jesucristo explicó a sus discípulos el gesto externo del lavatorio de los pies, dándoles a entender que la purificación interior es imprescindible para mantener  la relación con  Dios. Por eso dice a S. Pedro, que se manifestaba reacio a dejarse lavar los pies nada menos que  por su Maestro y Señor:  Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo” (Jn. 13, 8).

2.- Hoy, en la Liturgia que nos congrega, celebramos el gesto  definitivo  en el que Dios nos da a entender hasta donde llega su amor incondicional a los hombres. Nuestra atención y nuestra plegaria se centran en la muerte sacrificial de Jesucristo. En  ella se demuestra fehacientemente la verdad de las palabras de S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16).

3.- La cruz de Jesucristo, convertida en altar para el sacrificio propiciatorio elevado al Padre como ofrenda de suave olor, es, al mismos tiempo, el patíbulo del pecado y de la muerte. Por eso S. Pablo, contemplando la victoria del amor de Dios manifestado en Jesucristo, exclama: “La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Cor. 15, 55). La piedad popular, expresión de la fe sencilla de los cristianos, canta en un antiquísimo himno a la Cruz: “¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!...Al Dios de los designios de la historia, que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza; al que en Cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria” (Himno Viernes Santo).

4.- El pueblo  creyente elevará hoy una sentida oración por todos sin excepción, entendiendo, como nos ha recordado el Papa Francisco, que todos, creyentes o no, somos hijos de Dios, y todos merecen una sincera oración para que el Señor conceda a cada uno la gracia que necesita. Así daremos testimonio de que hemos aprendido la lección de amor que nos ha dado Jesucristo.

4. 1.- En primer lugar elevaremos nuestra súplica por la Iglesia, por el Papa y por todos los ministros sagrados, para que ejerzan su ministerio con acierto y procuren que los fieles cristianos y quienes se preparan a serlo perseveren siempre en la fe y en el bien obrar.

 4. 2.- Así mismo  oraremos por la unidad de los cristianos, secundando la plegaria de Jesucristo después de la última Cena: ”para que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn. 17, 21). Es oportuno recordar, a la luz de las palabras de Jesucristo, que la unidad de los cristianos es obra de Dios, que nosotros debemos procurar con todas nuestras fuerzas mediante la propia conversión y la docilidad a los planes del Señor.

4. 3.- Oraremos también por los Judíos, que nos han precedido en la fe de Abrahán, de Isaac y de Jacob, pero que todavía no han reconocido en Jesucristo al Mesías redentor. Pediremos a Dios que ayude al pueblo de la primera Alianza para que alcance la plenitud y la redención.

4. 4.- Nuestra oración se elevará también al Cielo para que los no creyentes en Dios y en Jesucristo lleguen a reconocerle como Dios y Padre de todos los hombres, y así gocen de su amor infinito.

4. 5.- Finalmente oraremos por los gobernantes, para que logren la libertad, la justicia, la paz y la prosperidad en todos los pueblos.

4. 5.- La sucesión de nuestras plegarias recordará también a los que sufren, a los atribulados por cualquier motivo, para que sientan en sus adversidades la ayuda de la misericordia divina.

Con estas preces cultivaremos y manifestaremos a Dios que deseamos vivir el amor de Jesucristo a todos los hombres sin  distinción de raza, pueblo, o religión; y que le pedimos la gracia de ser apóstoles de su Evangelio para todos los hombres y allá donde nos encontremos.

5.- El Viernes Santo es el día en que Jesucristo murió cruelmente porque muchos de sus contemporáneos no entendieron el lenguaje de su amor. Por eso, este día debe ser, para todos los cristianos la gran lección de que el amor siempre vence, aunque sean duras la pruebas que haya que superar para vivirlo con autenticidad y constancia.

Nuestra petición al Señor será hoy la gracia de entender el misterio del amor y de la misericordia de Dios, y de ser capaces de incorporarlos en nuestra vida.

6.- La santísima Virgen María, que vivió directamente la muerte de Jesucristo por amor al mundo, y que, con la espada que atravesó su corazón, participó del dolor de la fidelidad al Señor, nos alcance la gracia de entregarnos generosamente al servicio de Dios y de los hermanos.

QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA MISA DEL JUEVES SANTO - 2013

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,
Queridos seminaristas y demás fieles laicos:

1.- Hoy celebra la Iglesia, con toda solemnidad, la manifestación del amor infinito de Dios a los hombres y el mandamiento de amarnos unos a otros como Jesucristo nos ha amado.

La referencia al amor de Dios en la predicación parece a muchos un recurso fácil y ordinario. Sin embargo, es la realidad que explica toda la obra de Dios desde la creación, la redención, el perdón constante, la fundación de la Iglesia y la permanencia real de Jesucristo en el santísimo Sacramento del Altar.

2.- Dios nos ama. Así de sencillo, así de profundo, y así de maravilloso. Si creemos verdaderamente que Dios nos ama, entenderemos enseguida que nos ama infinitamente con un amor que  no disminuye ni siquiera  a causa de nuestros pecados. El amor de Dios es infinito porque “Dios es amor”, como nos dice S. Juan (1 Jn. 4, 16).

Si meditamos en lo que significa el amor que Dios nos tiene, entenderemos que Dios se nos da como el don más preciado que pudiéramos recibir en la tierra  y en el cielo.

3.- El amor mueve al amor. S. Juan de la Cruz dice: donde no hay amor, pon amor y sacarás amor.  El amor debe ser, pues, el fundamento de la relación de los hombres con Dios, y de los cristianos entre sí. Por eso, la gran familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia, tiene como nota esencial la Comunión sincera entre nosotros, movidos por una misma fe, ungidos en un mismo bautismo, orientados por el mismo Evangelio, vivificados por la divina gracia,  y  animados por la misma esperanza en la vida eterna y feliz junto a Dios en los Cielos.

4.- La muestra más llamativa  del amor de Dios a ojos humanos es la escena que nos cuenta hoy el santo Evangelio.  Nos dice S. Juan que Jesucristo, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1). Y, como la expresión visible de ese amor, el Apóstol sigue diciéndonos que Jesucristo “se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn. 13, 4-5).

No podemos pasar por alto el significado de este gesto humilde y amoroso de Jesucristo en momento de tanta importancia y significación como es la última Cena. Jesucristo no se limita a enseñar a sus discípulos, como Maestro que es, cumpliendo así una obra de caridad. No reduce su servicio a los apóstoles invitándoles a la cena de Pascua, con lo cual habría dado muestras de compartir con  ellos la relación fraternal y sinceramente caritativa. Jesucristo les lava los pies; esto es: se humilla postrado ante ellos para manifestarles que desea servirles a toda costa para que no les falte nada. Jesucristo quiere que sus discípulos tengan cuanto necesitan para disfrutar del mayor don del Dios que les ama. Don por excelencia que es la redención y, con ella, la intimidad con él disfrutando la eternidad feliz.

Por eso dice a S. Pedro, que se resistía a que su Señor, el Hijo de Dios, el Maestro, le lavase los pies: “Si no te lavo, no tendrás nada que ver conmigo” (Jn. 13, 8).

5.- Es necesario entender que el ejercicio del amor exige humildad y sacrificio. El amor no es el título con  el que podemos exigir al ser amado aquello que de él nos apetece o creemos necesitar. Por eso, Jesucristo culmina y manifiesta su amor a nosotros dando su vida en la Cruz por nuestra salvación. El amor auténtico siempre es un regalo, siempre es gratuito.

La advertencia de Jesucristo a los Apóstoles después de lavarles los pies nos enseña algo fundamental: el amor es servicio; el servicio requiere humildad y sacrificio; y de ello nadie estamos excusados por ninguna razón, incluidas las posibles diferencias sociales. He aquí las palabras de Jesucristo: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros:  os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn. 13, 14-15).

6.- Es necesario que contemplemos interiormente con calma y atención lo que significa el amor que Dios nos tiene; y que, a la luz de ello, procuremos revisar nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Buen apoyo para ello tenemos en la Eucaristía cuya institución tuvo lugar también en la última Cena. La participación en la Eucaristía como sacramento del amor, no consiste solamente en recibir devotamente el regalo de Dios que se nos da para nuestra personal santificación. La participación en la Eucaristía es también una llamada del Señor, hecha con  autoridad, para que nos entreguemos a Dios y a los hermanos como Él se entregó a nosotros: esto es: plenamente y con  la conciencia de que esa es la voluntad de Dios.

7.- Ha sido un acierto de la santa Madre Iglesia poner en este día la jornada del amor fraterno. Será un acierto por nuestra parte tener un gesto en  favor de los más pobres y necesitados. Os invito a que seáis generosos. El Señor ha hecho y sigue haciendo mucho más por nosotros. Y nos ha dicho que, cuando hiciéramos algo por uno de los hijos suyos necesitados de ayuda material o espiritual, se lo hacemos a Él mismo.

8.- Que el Señor bendiga a todos sus hijos ayudándonos a superar nuestras propias deficiencias materiales y espirituales, y podamos  vivir con dignidad dando Gloria a Dios y viviendo la fraternidad cristiana con el prójimo.

QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL – 2013


1.- SALUDO

Mis queridos hermanos sacerdotes y Diáconos, a quienes me siento unido por vínculos sacramentales y por la misión que el Señor nos ha encomendado.

Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada, que con vuestros carismas  el Espíritu Santo ha enriquecido a la Iglesia.

Queridos hermanos laicos, cuya presencia hoy aquí significa la reunión del Pueblo de Dios junto a sus pastores.

Queridos Seminaristas, a quienes el Señor ha bendecido con indicios de su llamada al sacerdocio ministerial para el servicio de la evangelización y de la santificación de los hombres.

2.- ME DIRIJO ESPECIALMENTE A LOS PRESBÍTEROS
Aunque dirijo a todos los presentes las palabras de esta homilía, quiero advertir a los fieles asistentes que, por el carácter eminentemente sacerdotal de la celebración que nos reúne, me referiré sobre todo a los Presbíteros y a los Diáconos próximos a recibir el sacramento del Orden en el grado de Presbíteros.

3.- MI PRIMER DESEO EN ESTE DÍA

En primer lugar quiero saludaros, queridos hermanos en el Sacerdocio, expresándoos, como Obispo vuestro, el deseo que S. Juan manifiesta a las Iglesias en las primeras líneas del Apocalipsis: “Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra” (Apc. 1, 5). En esta celebración, que nos invita a considerar la dignidad del ministerio para el que el Señor nos ha llamado, elevo mi plegaria de alabanza en nombre de todos nosotros a Quien es el origen, el maestro y el valedor de nuestro sacerdocio ministerial, diciendo, también con palabras del Apóstol Juan: “A aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios su Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Apc. 1, 5-6).

4.- RENOVEMOS LA CONCIENCIA DE NUESTRA IDENTIDAD SACERDOTAL

Queridos hermanos sacerdotes, cuando vamos a renovar las promesas que hicimos con emoción y devoción al recibir el sacramento del Orden sagrado, me parece oportuno renovar la conciencia de nuestra identidad. Hemos recibido la misión de continuar en el tiempo la obra redentora de Jesucristo. Por ello fuimos ungidos y enviados a dar la Buena Noticia a los pobres  y a proclamar el tiempo de gracia del Señor.

5.- EL MUNDO AL QUE HEMOS SIDO ENVIADOS

En las circunstancias culturales y sociales que atravesamos, predominan la frialdad e incluso el alejamiento de la Fe en Jesucristo, y el sufrimiento tanto material como espiritual. La pobreza, la soledad, la decepción y el pesimismo ensombrecen los horizontes de vida y apagan o reducen la luz sin la cual no se puede percibir íntegramente la realidad. Una buena parte de la humanidad, en la que se encuentran muchos bautizados,  vive en el desierto espiritual sin el abrigo de la gracia y sin el sabor del verdadero sentido que tiene el don de la vida. Como decía el Papa Benedicto XVI de feliz memoria, necesitan que nos pongamos en camino para “conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (PF. 2).

Las personas que atraviesan esta situación tienden a inclinar la mirada hacia la tierra y no llegan a atisbar el sentido y la riqueza que aporta a nuestra existencia el Misterio de Dios que  nos trasciende. Con ello ven reducida su capacidad para percibir la Luz sobre toda luz, la promesa de salvación, y la esperanza contra toda desesperanza, sin  las cuales la vida humana se agota en la insatisfacción del presente.

6.- DIFICULTAD EN EL EJERCICIO DE NUESTRO MINISTERIO

En esta tesitura nuestro ministerio, dondequiera que lo ejerzamos, se encuentra con la dificultad que nos presenta una aparente contradicción. El ser humano, que sufre el vacío y el nerviosismo del sinsentido, busca con ansiedad la superación de sus carencias e insatisfacciones. Y, confiando en que lo puede encontrar alrededor de sí mismo, se abalanza sobre cuanto se le ofrece en el ámbito de la inmanencia. No ha de extrañarnos, pues, que los Sacerdotes, llamados a ser hombres de Dios y signo suyo en medio del mundo, no nos sintamos comprendidos, ni aceptados,  a veces, incluso por muchos de los bautizados. Ello, en determinados momentos, puede llevarnos a sospechar que nuestro ministerio haya perdido significación para buena parte del mundo que nos rodea y que,  por tanto, somos insignificantes, extraños o incluso contradictorios en la sociedad a la que hemos sido enviados. 

7.- PERO EL HOMBRE DE HOY NOS NECESITA

Sin embargo, considerando en profundidad la situación del hombre de hoy,  y analizando la raíz de su crisis de pensamiento, de convencimientos fundamentales y de su situación en el mundo, descubrimos una radical necesidad de Dios. Sabemos que fuera de Él es imposible que encuentre el sentido positivo de su identidad esencial, de todo lo que les pasa, y de lo que están llamados a ser.

Desde esa perspectiva, queridos hermanos presbíteros, po0demos descubrir que somos más necesarios, incluso, que en otros tiempos y situaciones. Quienes exteriormente nos rechazan  nos dan a entender en ello, paradógica pero realmente, la urgente necesidad de nuestra presencia y de nuestra acción pastoral en el mundo de hoy. Debemos sentirnos para ellos, profetas de la luz y de la liberación.

8.- LEVANTEMOS EL ÁNIMO Y LA VOZ PARA EVANGELIZAR

Es absolutamente necesario, pues, levantar la voz, con tanto respeto como entusiasmo y constancia, predicando el amor de Dios, acercando las personas a la Luz que es Jesucristo, propiciando la relación sencilla del hombre con el Señor. Sabemos con toda certeza que Dios mismo es quien está interesado por los increyentes y alejados, y que, por suerte para nosotros, es Dios quien toma siempre la iniciativa para propiciar el encuentro con ellos. Recurro con agrado a las palabras del Papa Benedicto XVI en su último mensaje para la Cuaresma: “Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe…El “sí” de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido” (Mensaje para la Cuaresma 2013. 2). Por eso, no podemos cesar en la predicación y en la oración que han de conducir a la experiencia del amor de Dios. La proclamación de la palabra revelada no puede reducirse a la transmisión de unos conceptos, de unos mandatos, o de unas prohibiciones; ni siquiera a recordar los bienes que pueden llegarnos por la práctica de los Sacramentos. Es absolutamente imprescindible que ayudemos a conocer y entender las razones de las que brotan las exigencias interiores de la vida cristiana.

9.- EN EL AÑO DE LA FE

La fe, que no está sometida a la razón, requiere también el apoyo de la razón humana para su cultivo, para su fortalecimiento y para su desarrollo.

La fe brota siempre del conocimiento del amor de Dios cuya noticia, magnitud y estilo se nos manifiesta con toda su fuerza en Jesucristo. Sólo desde el encuentro personal con Él puede fortalecerse la fe. San Juan nos dice: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16). El Papa nos lo ha dicho así: “El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor” (o.c. 1).

En este Año de la Fe nos conviene mucho reflexionar personal y comunitariamente acerca de la íntima relación que existe  entre la fe y el amor. La fe, que se despierta al descubrir a Cristo asumiendo la iniciativa de entregarse en sacrificio cruento para salvarnos exclusivamente por amor, suscita nuestro amor a Dios. Desde la experiencia del amor que Dios nos tiene se descubre la urgencia del amor al prójimo. El amor de Dios es la mejor escuela para amar a Dios y a nuestros hermanos, sin reduccionismos ni simples emotividades. Al prójimo debemos amarlo como Jesucristo nos ha amado (cf. Jn. 15, 12). También sobre ello nos dijo Benedicto XVI: “A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término “caridad” a la solidaridad o  a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, “el servicio de la Palabra”. Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana” (o.c. 3).

10.- EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE NOSOTROS

A La luz de estas reflexiones, y teniendo en cuenta nuestra condición de ministros del Señor, podemos y debemos asumir, como dichas también por nosotros,  las palabras con que terminó Jesucristo la lectura del profeta Isaías: “Hoy se cumple esta Escritura (Lc 4, 21). Por nuestro ministerio, hemos sido ungidos y enviados para dar la Buena Noticia a los pobres y para anunciar el tiempo de gracia del Señor.

Nuestra misión consiste en dar gloria a Dios mediante la Liturgia, las acciones piadosas y el recto comportamiento según el Evangelio.  Dar gloria a Dios exige de nosotros fe y amor. El Señor nos llama a ello ayudándonos a entender que, por participar de su mismo y único sacerdocio, también se cumple ahora en nosotros la Escritura.

A través nuestro ha de llegar la Buena Nueva a los pobres y la esperanza a los defraudados y a los pesimistas, a quienes ven cerradas las puertas humanas a la solución de sus problemas, y a los que no saben por qué y para qué viven si se les niega el disfrute de lo que les apetece.

11.- RENOVEMOS LAS PROMESAS SACERDOTALES

Ahora vamos a renovar las promesas que un día hicimos con firmeza emocionada y con entusiasta generosidad. Pongamos en nuestras palabras la fuerza de la fe y del compromiso firme, confiando plenamente en Quien nos ha elegido y enviado, y Quien inicia y lleva a término toda obra buena.

Que nuestra predicación y nuestros  proyectos pastorales no se debiliten por  la inercia de una débil o rutinaria disponibilidad sacerdotal. Que la presión social no llegue a disminuir el entusiasmo de quien se siente llamado y acompañado por Jesucristo. Tomando ejemplo de los Apóstoles pensemos y, si es necesario, digamos:  “¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él?...Por nuestra parte no podemos menos de contar  lo que hemos visto y oído”(Hch. 4, 19-20).

12.- CON LA PROTECCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Pidamos a la santísima Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, que nos ayude a ser sinceros y veraces ante Dios nuestro Señor; que nos acompañe en los momentos de oscuridad para que no tropecemos ni caigamos en el camino del constante acercamiento a Jesucristo; que nos dirija para conocer cada vez mejor a su Hijo Jesucristo y podamos cumplir con pulcritud lo que él nos diga.

QUE ASÍ SEA 

HOMILÍA EN EL DOMINGO DE RAMOS - 2013

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada y seglares:

1.- Los santos Evangelios nos presentan a Jesucristo en su profunda y misteriosa realidad: es Dios y hombre verdadero. En el curso de su vida entre nosotros, Jesucristo, asumiendo plenamente la condición humana, en todo menos en el pecado, nos enseñó a conocernos y a saber cuál debería ser nuestro estilo de vida, el horizonte hacia el que dirigirnos, y las actitudes y comportamientos personales y sociales, humanos y sobrenaturales. Por eso, en Jesucristo debemos ver al maestro y al ejemplo indefectible para nuestra forma de pensar y de vivir.
El testimonio de fidelidad absoluta a la condición humana y a su realidad divina llega no solo a lo que podríamos llamar actitudes y comportamientos, sino que nos muestra, simultáneamente, las circunstancias y problemas con  los que podemos encontrarnos en la sociedad, y cuál debe ser nuestra reacción ante ellos.

2.- Hoy, Domingo de Ramos, el santo Evangelio nos presenta distintas facetas de Jesucristo. Una de ellas es la relación de autoridad y confianza que tenía, simultáneamente, con la gente que le seguía. Envió a dos discípulos para que le trajeran un  borrico que estaba atado y que nadie había montado todavía. Y les advierte que, si alguien les llama la atención, le digan simplemente: “el Señor lo necesita”.

Jesucristo se manifestaba ante sus contemporáneos y conocidos con toda sencillez, con todo amor, con toda humildad y en actitud de servicio. Pero, junto a todo ello, mantenía y ejercía su identidad como el enviado del Padre, como el Señor de cielos y tierra, como el que tenía palabras de vida eterna, como el que tenía poder sobre la vida, sobre los diablos y sobre la naturaleza. Mantener la unidad en todo este conjunto de aspectos no era nada fácil. Más bien se constituía en motivo de sorpresa, de extrañeza e incluso de sospecha respecto de qué sería en verdad ese nazareno.

3.- Me parece importante destacar el hecho de que Jesucristo no oculta su condición divina, aunque no todos la percibían. No todos sabían entender el fondo de sus palabras y de sus acciones ordinarias y milagrosas. Para unos era más que un profeta, y para otros obraba con el poder de Belcebú. Por unos era aplaudido, y por otros era maliciosamente vigilado. Ante esta realidad claramente manifestada en el Evangelio podemos preguntarnos:¿No es esa la realidad con que nos encontramos, también muchas veces, en nuestra vida real? ¿No es ese conjunto de reacciones contradictorias ante nuestras palabras y comportamientos lo que nos produce zozobra, disgusto e incluso oscuridad a la hora de orientarnos en las acciones que trascienden más allá de nosotros y cuyas interpretaciones no podemos prefver ni dominar? Este problema se presenta a los matrimonios en su relación mutua, a los padres respecto de los hijos, a los gobernantes ante los ciudadanos, a los sacerdotes ante sus feligreses y extraños, etc.

4.- En el Domingo de Ramos, que hoy estamos celebrando, las multitudes aclamaron a Jesucristo, le glorificaron con sus alabanzas y, tratándole como Rey, ponían sus mantos en el suelo por donde iba a pasar, para que le sirvieran de alfombra en su camino hacia Jerusalén.

Jesucristo, manifestó que era justo y necesario que las gentes le reconocieran y le aclamaran como el Mesías, como el enviado de Dios para salvar al Pueblo de Israel. Por eso, cuando los que le seguían cargados de envidia le quisieron corregir haciéndole responsable de semejantes honores que ellos no querían admitir porque les molestaban, Jesús les hizo callar diciéndoles:  “Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 40).

5.- Cuando se nos ocurre pensar que le aclamaban los que habían visto sus milagros y escuchado sus atrayentes enseñanzas, nos viene a la mente que fueron las multitudes quienes pidieron luego su muerte gritando: “Crucifícale”. No es improbable que entre quienes pedían su muerte hubiera gentes que habían comido en la multiplicación de los panes y los peces; que le habían visto resucitar muertos o curar lisiados. Lo que ocurre es que las multitudes tienen grave peligro de convertirse en masas fácilmente dominables y manipulables. De ello tenemos experiencia en los inesperados cambios que experimentan personas concretas cuando el ambiente les arrastra, en los movimientos populares tan manipulados muchas veces, y en los cambios generalizados de conducta según mandan las influencias sociales bien pensadas y ejercidas por quienes buscan sus intereses más que el servicio a la verdad, a la justicia y a la paz.

6.- Con todo lo que nos enseña hoy el santo Evangelio, bien podemos hacer un sincero examen de conciencia procurando analizar nuestros comportamientos, las actitudes que los motivan y las razones que nos llevan a adoptar esas actitudes y a mantener esas intenciones. No perdamos de vista que la criatura humana es voluble: tan capaz de hacer el bien, como de torcer inesperadamente su comportamiento hacia formas lejanas a la verdad, a la justicia, al amor  y a la paz, aunque sea esto lo que constantemente esté pidiendo y hasta exigiendo a los otros en sus manifestaciones sociales.

El santo Evangelio de hoy nos ayuda a revisarnos interiormente con sinceridad, con humildad y con valentía, buscando el camino recto, la verdadera fuente de la ayuda que necesitamos (que no está en el apoyo social), y lo que debemos y podemos hacer para que otros no caigan en el error que nosotros podemos haber superado.

Para alcanzar esto, es muy importante que aprendamos a vencer el miedo al “qué dirán”; que fundamentemos nuestros criterios en el mensaje de Jesucristo; y que seamos apóstoles de la verdadera libertad. La verdadera libertad nada tiene que ver con que nos dejen tranquilos y con que no se metan con nosotros. La verdadera libertad está en saber elegir siempre el bien, orientados por la verdad y ayudados por el ejemplo y por la gracia de Jesucristo.

7.-Al iniciar la gran semana de los cristianos, la Semana santa, asomándonos al misterio de la redención, que es obra de la verdad y del amor, y que nos conduce a la salvación, hagamos un esfuerzo por analizar y reorientar los móviles de nuestra forma de pensar y de actuar como cristianos en relación con Dios, con  el prójimo, con  la sociedad, con  la Iglesia, con la familia, etc.                        

QUE ASÍ SEA

HOMILÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR EL NUEVO PONTÍFICE FRANCISCO


- V Domingo de Cuaresma -
Santa Iglesia Catedral, 17 de marzo, 2013
           
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes.
Dignísimas autoridades autonómicas y locales, civiles y militares,
Miembros de la vida consagrada y seglares todos:

1.- El carácter permanente de la obra de Dios, por maravillosa que esta sea, puede acostumbrarnos a los dones que recibimos y a considerarlos como algo ordinario, e incluso como un derecho propio. Así ocurre con el inmenso don de la vida, de la familia, de la naturaleza, de la posibilidad de dirigirnos al mismo Dios en la oración, de tenerle tan cerca de nosotros como le tenemos en la Eucaristía o de formar parte de la Iglesia en la que Jesucristo sigue actuando a través de la historia. No siempre tratamos todas estas realidades con el respeto y el cuidado que merecen por su origen. Reflexionando sobre esto con fe y humildad deberíamos preguntarnos: ¿Qué caso hacemos de los dones de Dios? ¿Cómo los utilizamos? ¿Cómo los agradecemos?

2.- Cada uno de los dones recibidos de Dios debe ser entendido no solo como un gesto de predilección divina, sino también como una llamada a plantearnos qué es lo que Dios quiere de nosotros. Cada regalo de Dios, si logramos entenderlo como tal, es un estímulo para avanzar en el camino de nuestra realización personal y comunitaria o social.

Como todo lo hemos recibido de Dios, nuestra vida debería ser un constante himno de alabanza y de gratitud a Dios que lo obra todo en todos.

3.- En estos días hemos recibido un don cuyo carácter extraordinario le concede un especial relieve en la sociedad: un nuevo Papa ha tomado el timón de la Iglesia. En sus primeras palabras se ha presentado al pueblo de Dios con la humildad de los sencillos de corazón. Se ha dirigido a toda la Iglesia y ha comenzado pidiéndonos ayuda como un hombre necesitado de nuestra oración. Esa petición me recordaba a Jesús que comenzó el diálogo con la samaritana pidiéndole de beber. Al mismo tiempo, el Papa nos ha asegurado su disposición de entregarse sin reservas al ejercicio del ministerio que el Señor le ha encomendado al frente de su Iglesia.

Demos gracias a Dios de corazón. Atendamos la llamada que el Señor nos dirige con el regalo de un nuevo Papa, y dispongámonos a seguir sus orientaciones para trabajar por la unidad de la Iglesia y por la evangelización de los pueblos.

4.-Atendiendo la llamada de Dios que va unida al don del Sumo Pontífice, cabeza visible de la Iglesia, es necesario que nos replanteemos nuestro lugar en la Iglesia y, desde ella, nuestra misión en el mundo.

La presencia y la palabra del Papa nos convocan a una revisión del modo cómo entendemos y vivimos nuestro ser cristiano. Todos estamos llamados desde el Bautismo a ser miembros vivos y activos de la Iglesia como corresponde a un cuerpo orgánicamente armónico que debe ser la comunidad Eclesial. En consecuencia, es deber nuestro el crecimiento en la virtud, y la sincera colaboración en el seno de la Iglesia particular que es la Diócesis, al tiempo que vivimos la fraternidad y la corresponsabilidad cristiana en la pequeña comunidad eclesial que es la Parroquia

5.- Urge también que nos comprometamos en la evangelización de quienes buscan al Señor cerca de nosotros, y en la iluminación cristiana del orden temporal. Desde la propia familia, hasta las estructuras e instituciones sociales de cualquier orden, todo ha de ser entendido por los cristianos como el ámbito en que debemos desarrollar nuestra propia misión puesto que somos discípulos de Jesucristo. Él ha dicho de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo. Quien me sigue, no anda en tiniebla sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8, 12). Y luego, dijo a sus discípulos, a quienes consideraba íntimamente unidos a Él: “Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres para que viendo vuestras buenas obras den gloria al Padre que está en el cielo”(Mt. 5, 14-15). La predicación del mensaje de Jesucristo no significa avasallamiento espiritual ninguno, sino el cumplimiento que brota de la conciencia de nuestra fraternidad universal y del deber de dar gratis lo que gratis hemos recibido como regalo de sentido y de esperanza.

6.- Todo esto no puede llevarse a cabo si no estamos cerca de Jesucristo y si no actuamos con la humildad de quien se siente instrumento en manos de Dios. San Pedro nos ha dicho en la segunda lectura: “Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes” (1Pe 5, 5). Nosotros no somos los que salvamos al mundo. Es Dios quien lo salva. Nosotros somos instrumentos en sus manos. Por tanto, debemos ser dóciles, humildes y testigos de la misericordia de Dios a la que acudimos constantemente a causa de nuestros pecados. De ello nos ha dado ejemplo ya el Papa Francisco I.

Pero esta condición de instrumentos de la acción de Dios, cada uno en su ambiente, no es posible si no amamos a Dios con todo el corazón; cosa nada fácil a causa de nuestras concupiscencias e influencias externas. Por eso, Jesucristo, antes de entregar a Pedro la primacía en la Iglesia, le pregunta tres veces a cerca de su amor. Y Pedro, sorprendido por tanta insistencia, responde:“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).

El Papa Francisco I ha dado muestras de ser un hombre de Dios. Por ello, será un buen Pastor de la Iglesia en tiempos difíciles, como los que le tocó vivir a San Pedro, el primer Papa.

7.- Demos gracias a Dios que nos ha amado primero y nos capacita constantemente para que vivamos el amor que da sentido a nuestra vida y nos lanza al apostolado.

Demos gracias a Dios que ha bendecido a su Iglesia, una vez más, con un Papa que, como Pastor bueno, irá delante de nosotros en la vivencia de la Fe, en el cultivo de la humildad, y en el acercamiento a Dios, fuente de todo lo que somos, de todo lo que tenemos y de todo lo que estamos llamados a ser.

8.- El Papa ha comenzado el primer día de su ministerio poniéndose en manos de la Santísima Virgen María. Pidámosle también nosotros que interceda ante su Hijo Jesucristo para que nunca falten las fuerzas y el acierto a quien Él ha puesto al frente de su pueblo santo.

            QUE ASÍ SEA 

HOMILÍA EN EL MONASTERIO DE YUSTE


Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y seglares todos:

1.- Estamos recorriendo el curso cuaresmal. La llamada del Señor a la conversión suena constantemente en nuestros oídos y en nuestra alma. Es una llamada amorosa, paciente y solidaria. El Señor, al mismo tiempo, se ha comprometido con nosotros para ayudarnos a lograr la necesaria conversión. De una forma u otra ha ido dándonos a entender los principios y estímulos que deben regirla y animarla.
2.- El primero es el conocimiento y aceptación de que Dios es el Señor de todo y de todos. Su señorío no es arbitrario y subyugador, sino esencialmente liberador, porque Dios nos ama infinitamente; hasta el punto de tomar la iniciativa en Jesucristo para redimirnos a costa del dolor de la pasión y de su propia vida. No podemos quedarnos impasibles ante tanto amor y tanta magnanimidad.
3.- El segundo principio que debe orientar nuestra conversión es tan sencillo y asumido en su formulación, como ladeado en la práctica, a causa de nuestra frecuente tibieza espiritual. Se trata de entender y asumir que nosotros no debemos suplantar a Dios, porque la situación personal y social a la que se llega con ello sería la causa de nuestra vergüenza y perdición personales, y arrastraría consigo a la sociedad hacia los mismos peligrosos derroteros. De ello estamos teniendo amplia y lamentable experiencia en los ámbitos de la juventud, de la educación, de la familia y de muchas instituciones y estructuras sociales. Y la verdad es que, siendo tanto lo que se juega en todo ello, es urgente la reflexión y el diálogo que frene el desorden motivado por el deseado disfrute de una supuesta libertad que, como se comprueba, no es tal, sino que merma la libertad de los más débiles. Esta situación encarcela el espíritu e impide otear los indicios del mundo realmente mejor que todos deseamos. Sin embargo, no sería honesto ni inteligente olvidar todo lo bueno que el hombre ha ido logrando a través de la historia. Pero, en este punto, es necesario advertir, desde la fe en Jesucristo, que el problema tiene sus raíces en el olvido de Dios, en pretender vivir como si Dios no existiera.
4.- El tercero de los principios de la conversión suena paradoja. Hablando en lenguaje humano podemos decir que Dios está más preocupado por nuestro bien que nosotros mismos. Su amor mira la identidad y dignidad que él mismo nos ha dado por creación; somos imagen y semejanza suya. El Señor nos advierte que eso no se debe estropear. En cambio, el amor con que nos amamos a nosotros mismos y que nos lleva a procurar lo que instintivamente estimamos como lo mejor, no está motivado por la defensa y cultivo de lo que somos en verdad, sino por lo que nos creemos y queremos ser desde nuestra limitada visión. Empeñados en ello, muchas veces se nos olvida que somos tentados y fácilmente vencidos por abundantes concupiscencias que erróneamente confundimos con el camino de la libertad y de la felicidad. La prueba es que las criticamos muy severamente al descubrirlas en los otros. De ello nos dan cuenta incluso los medios de comunicación social.
5.- El cuarto principio podríamos cifrarlo en el convencimiento creyente de que el Señor teme por nuestros desvíos. Sabe que son capaces de convertir el gozo de la vida en una lucha de vidriosas competitividades y en un camino de ansiedades siempre insatisfechas. Todo ello convierte la vida terrena en un valle de dolor que ensombrece o neutraliza la felicidad posible, y que lleva al sinsentido por el que no se valora otra cosa que el presente inmediato y lo sensiblemente experimentable. Todo ello, por principio, encierra al hombre en el círculo vicioso del error y del fracaso. También esto lo estamos experimentando en los acontecimientos provocados o consentidos por la cultura del disfrute según el propio arbitrio que ha dado la espalda a Dios.
6.- Frente a todo esto, Jesucristo, expresión plena del amor de Dios, viene a compartir nuestra condición y nuestra historia en todo menos en el pecado. Y, desde dentro de nuestra realidad vital, nos enseña, con obras y palabras, con su mensaje y con su testimonio, que el triste final del hijo pródigo, a pesar de todas las apariencias y de los juicios ajenos, tiene solución. Todo está en asumir humildemente la propia responsabilidad y tomar la decisión valiente de volver a la casa del Padre. Además, Jesucristo nos ofrece la ayuda para que no venza ni la soberbia, ni la vergüenza, ni la tozudez que tanto se mezcla en nuestras reflexiones y decisiones.
7.- Jesucristo nos invita a cambiar los puntos de referencia para ordenar nuestras actitudes y comportamientos; nos advierte que podemos acudir a Él todos los que sintamos el agobio y el cansancio de la oscuridad y de las adversidades, porque está dispuesto a acogernos. Y su acogida no es de juicio sino de amor; y, por si acaso nos movemos en la indecisión por el apego a los apetitos, nos dice: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19). O dicho con otras palabras: estoy dispuesto a perdonaros setenta veces siete (cf. Mt 18, 22), porque no quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf. Mt 5, 23).
8.- San Pablo nos muestra hoy, de un modo claro, la suerte de quien se deja ganar por el amor de Dios y procura vencer las tensiones internas y externas que le abocaban a una triste inmanencia y al sinsentido de una ansiedad sin esperanza. Por eso nos dice el “El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasad,(para él), lo nuevo ha comenzado” Apóstol: (2 Cor 5, 17). Es muy importante decir en voz alta que cuanto nos enseña el Evangelio y la Iglesia pretende ofrecernos en el nombre del Señor, es del todo verdad. Y que la mayor muestra de su veracidad está en la experiencia de quienes lo han logrado. El mismo S. Pablo, claro perseguidor de Jesucristo, al acercarse a Él y gozar de su amor y de su redención, exclama: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 38).
9.- El monasterio de Yuste en el que nos encontramos, fundado para la contemplación y el seguimiento de Cristo a partir de su mensaje de amor que gana integralmente a la persona, es buena muestra de todo lo dicho. Por eso damos gracias a Dios al recibir a la comunidad integrada por los Hermanos de la Orden de S. Pablo Eremita. Pedimos para ellos el tesón en el acercamiento íntimo a Jesucristo, la gracia de la fidelidad, y la irradiación apostólica de su testimonio cristiano en nuestra bendita tierra de Extremadura.
Deseamos que cuanto el Emperador, y tantos otros antes y después, encontraron en el silencio de este claustro y en el ritmo de la oración y el trabajo de quienes lo habitaron en el transcurso del tiempo, sea claro estímulo para que otros beban de la fuente de la meditación y de la oración. Pedimos al Señor que la comunidad monástica que hoy recibimos contribuya a la renovación de este mundo que, con tener tantas cosas buenas porque es obra de Dios, no acaba de gustarnos a causa de las equivocadas manipulaciones humanas.
10.- En este Domingo cuarto de Cuaresma, insistiendo en la necesidad de la conversión para nuestro bien, y con unas entrañas contagiadas del amor de Dios a los hombres, San Pablo nos dice con palabras tan serias como llenas de ternura: “en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2Cor 6, 2).Tenemos el camino preparado y el campo arado, porque “al que no había pecado (Cristo), Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios” (2Cor 5, 21).
Es verdaderamente consolador saber que el Señor nos espera. Más todavía: que el Señor nos busca. El Apocalipsis pone en labios de Jesucristo estas conmovedoras palabras: “estoy a la puerta y llamo” (Ap 3, 20).
Ante esta actitud admirable de Dios con nosotros el hombre consciente y agradecido exclama con las palabras de S. Pedro: “Señor ¿dónde iremos si tú tienes palabras de Vida eterna?”(Jn 6, 68).
Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de tener el corazón abierto para saber acoger la luz de Cristo y el proyecto de vida que nos ofrece con la redención.
Agradezcamos a la Santísima Virgen María su cuidado maternal que nos mantiene cerca del Señor y abiertos a la salvación.
QUE ASÍ SEA