HOMILÍA EN EL DOMINGO IIº de CUARESMA (2013) Ciclo C


            Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
            Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada y seglares:

            La palabra de Dios llega hoy a nosotros como un mensaje de esperanza, como una promesa de prosperidad, como un anuncio de la gloria que deseamos.
            En la primera lectura, el Señor nos recuerda la relación que mantuvo con Abraham. Los cristianos le llamamos el padre de todos los creyentes porque su fe en la palabra de Dios fue plena y asumió los riesgos que presentaba a ojos humanos la promesa del Señor.
            Dios se dirigió a Abraham en principio llamándole para que saliera de su tierra y de su parentela y se pusiera en camino hacia donde el Señor le fuera indicando. Todos sabemos lo que significa abandonar la propia tierra. Igualmente sabemos lo que es vivir lejos de nuestros seres queridos. Lo que Dios pidió a Abraham fue todo lo que tenía legítimamente adquirido con su esfuerzo y de acuerdo con su naturaleza y sus leyes. Y Abraham creyó y se puso en camino dispuesto a seguir las orientaciones divinas puesta su confianza plena en el Dios que le hablaba.
Hoy, la palabra de Dios nos presente otra llamada de Dios a Abraham. Suponía para él otra prueba de su fe. Siendo ancianos él y su esposa, Dios le prometió una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, y que poseería una tierra fértil y rica. Y cuando Abraham, con una reacción humana totalmente explicable, le preguntó cómo sabría que iba a poseer esa tierra prometida, el Señor le mandó ofrecer un sacrificio selecto y abundante. Quizá esto nos resulte sorprendente, porque esperamos que a la pregunta de Abraham hubiera seguido la manifestación de unos signos acordes con la promesa. Parece que el Señor, en lugar de responderle, seguía pidiéndole más fe, más obediencia ciega. Sin embargo, la respuesta de Dios es totalmente lógica, aunque misteriosa a simple vista.
La palabra de Dios, las promesas que nos hace y el mensaje de salvación que nos comunica, y que recibimos con respeto y con fe, no tiene más demostración, ni otro argumento para creerlo que amar a Dios. Quien ama a Dios se fía plenamente de él, como ocurre entre quienes se quieren de verdad. Para querer a Dios tenemos que acercarnos debidamente a Él. Y ese acercamiento se da, sobre todo, en los sacramentos. En ellos está y actúa Dios mismo valiéndose de las mediaciones que Él mismo ha elegido: los sacerdotes, la acción litúrgica, la oración personal y comunitaria. Como Abraham obedeció al Señor, pudo ser beneficiario de la Alianza por la que Dios se comprometía diciéndole: “a tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río” (Gn. 15, 18).
Cuando nuestra relación con Dios está fundada en el amor y se cuida en la fe, la promesa y el mandamiento de Dios dejan de ser causa de inquietud y de disgusto y pasan a ser motivo de esperanza y de verdadera alegría interior. Cuando hay fe, la promesa de Dios estimula nuestro crecimiento integral y nuestro deseo de ser santos como n os pide el mandato de Jesucristo: “Sed santos porque mi Padre del cielo es santo” (Mt 5,48). Nosotros, como hijos suyos y partícipes de su naturaleza y de su vida por la gracia que recibimos en el Bautismo, estamos llamados y capa citados para crecer en semejanza de Dios de quien somos imagen por desde que fuimos creados por Dios.
El salmo interleccional, como respuesta al regalo divino de la esperanza que gozamos por al fe puesto que amamos a Dios, nos invita a dirigirnos a Él con una profesión de fe sincera y clara: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”. Y, como es muy posible que nuestra fe flaquee, el salmo, que también es palabra revelada por Dios, nos hace oír una voz de ánimo con estas palabras: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”
La promesa que el Señor hizo a Abraham con las palabras que hemos escuchado, la hizo a Pedro, a Santiago y a Juan llevándoselos consigo a la cumbre de un monte y apareciendo ante ellos transfigurado con todos los elementos con que podían los apóstoles reconocer a la divinidad. Y, como ayuda a esta visión, se oyó de nuevo la voz del Padre diciendo: “Este es mi hijo, el escogido; escuchadle”. La gran satisfacción que sintieron los apóstoles ante la transfiguración de Jesucristo, y que hizo exclamar a Pedro diciendo. ¡qué hermoso es estar aquí! Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés u otra para Elías” es la prueba de que el Señor nos conduce hacia la felicidad. Para eso entregó su vida por la redención de todos.
En el camino cuaresmal, en el que debemos procurar la propia conversión, y la de quienes nos rodean, elevemos nuestra oración a Dios pidiéndole, por intercesión de la santísima Virgen María, ser capaces de todos esfuerzo para el crecimiento en la fe. Que la gracia de Dios abunde en nosotros especialmente en este Año de la Fe, y que la llamada de Jesucristo a la santidad y al esfuerzo para conseguirla encuentr eco en nuestro corazón.

QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN EL DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, 2013


Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y seglares todos:

1.- En el primer domingo de Cuaresma, tiempo de conversión, la Santa Madre Iglesia nos pone ante el origen del pecado que es la tentación diabólica. Nos Advierte también de que, como Jesucristo, sin dejar de ser Dios es también verdadero hombre, sufrió la tentación como todos nosotros. La Iglesia, al comenzar la Cuaresma nos muestra, a la vez, la preciosa lección que nos da Jesucristo para que seamos capaces de conocer bien la malicia de las tentaciones y para saber enfrentarnos con ellas y vencerlas.
2.- Es oportuno que recordemos la historia del pecado en la humanidad. Ello n os muestra las constantes de la tentación y del pecado a lo largo de la historia.
El pecado de Adán y Eva fue, en resumen, el mismo que hoy está caracterizando al hombre que vive embaucado por la cultura laicista. El hombre sometido por la cultura dominante no admite a nadie por encima de él. Y, si se le dice que Dios establece los principios y normas para vivir sobre la tierra y para encontrar sentido a cuanto acontece, el hombre intenta prescindir de él llevado por sus ansias de estar por encima de todos y de todo. Las ambiciones de los hombres y mujeres tienen su horizonte en la plena autonomía, en ser la referencia exclusiva de lo que es bueno y de lo que es malo, en ser el único que pueda decidir sobre sus acciones o establecer los criterios que deben regirlas. El hombre desea actuar como si no hubiera sido creado por Dios.
Esta forma de pensar no es nueva, porque al diablo no le interesa que el hombre tenga en cuenta a Dios. Prefiere que le dé la espalda. Por eso, el diablo tentó a Adán y Eva en su punto flaco, en su debilidad vivida por ellos como si fuera la raíz de su fortaleza. Siempre la mentira o las vanas ilusiones en la raíz de la tentación. El Diablo incitó a Adán y Eva a comer el fruto del árbol prohibido. Les engañó con estas palabras: “Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal” (Gn 3, 5).
La divina revelación se encarga de manifestarnos el gravísimo error de querer suplantar a Dios. Por eso nos dice en el libro del Génesis: “Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron” (Gn 3, 7). La Palabra de Dios nos da a entender la gran mentira con que el Diablo les había arrastrado al pecado. Al dejarse llevar por la tentación, Adán y Eva se avergonzaron de sí mismos. Se dieron cuenta de que estaban desnudos. A partir de ese momento, no se pudieron dar cuenta de que no podían ser la referencia del bien y del mal, sino que, engañados por el diablo, se veían dominados por el mal del que no podían salir airosos por sí mismos. Tuvieron que ocultarse hasta de sí mismos.
3.- Junto a este hecho, que estigmatizó a la humanidad entera porque todos nacemos con el pecado original, la palabra de Dios nos presenta hoy las tentaciones de Jesucristo y nos enseña cómo actuó el Señor ante ellas.
Jesucristo pone siempre a Dios, su palabra y su voluntad por delante y por encima de todo. El relato evangélico es muy claro y aleccionador.
4.- El diablo pide a Jesús que cambie la naturaleza y la finalidad de las cosas que Dios les dio al crearlas. Y tienta a Jesucristo aludiendo al poder propio de su condición de Hijo de Dios. El diablo nos muestra cómo al hombre siempre se le puede tentar provocando su amor propio en el momento oportuno. Sobre todo, si vive entonces un momento de gran necesidad. De hecho, Jesucristo había ayunado cuarenta días y cuarenta noches y, lógicamente sentía el hambre. En esas circunstancias le dijo el diablo: “si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan” (Mt 4, 3). Traducido al lenguaje popular podría transcribirse así: ¿No dices que eres Hijo de Dios? Si eso es verdad, qué sentido tiene que estés pasando hambre. ¿No ha puesto Dios la creación en tus manos? Pues utilízala convirtiendo estas piedras en el alimento que, en justicia, necesitas.
Esta tentación la sufre la humanidad desde siempre. Y ha llegado a convertirse en criterio de nuestra cultura secularizada, hedonista, pragmática y materialista, en la que el hombre se pone como centro de todo y como criterio absoluto de discernimiento y de toda razón. Porque el hombree se cree así, va cambiando su relación con lo creado sin respetar la identidad que la creación ha recibido de Dios creador, sino según el provecho propio que le piden los instintos o los intereses no siempre reconocidos. Con ese criterio el cuerpo deja de ser templo del Espíritu Santo e instrumento para el propio desarrollo y santificación, y pasa a ser puro instrumento de placer, en cualquiera de sus aspectos y dimensiones, y criterio para la utilización de todo y de todos y de todo lo que cae bajo su dominio.
La respuesta de Jesucristo al diablo es muy clara: recuerda a la mente retorcida de Satanás, que la referencia original y definitiva de todo es Dios. Y, como el diablo disfraza su tentación incluso con interpretaciones erróneas pero aparentemente válidas de la palabra de Dios, le dice: “Está escrito, no solo de pan vive el hombre” (Mt 4, 4).
5.- La segunda tentación pretende cambiar el sentido y la función del espíritu humano, creado por Dios para conducir al hombre por el camino de la Verdad y del bien. El espíritu, la conciencia, la inteligencia del hombre es don de Dios para crecer en fidelidad a Dios sin doblar la rodilla ante nadie fuera del Señor. Para un verdadero discípulo de Jesucristo es impensable doblar la rodilla ante nadie: ante el dinero, ante el poder, ante la fama, ante el brillo social. Y el diablo se atrevió a pedir a Jesucristo que se arrodillara ante él; a cambio, le concedería todos los reinos del mundo. ¡Cuántos doblan la rodilla ante la mentira y ante la corrupción para satisfacer sus deseos!
Además de tener en cuenta que toda tentación diabólica está construida sobre la mentira, hay que escuchar la respuesta de Jesús: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 8).
6.- Finalmente el diablo le tienta en el punto débil de los hombres fuertes: la temeridad, el riesgo, el atrevimiento confiando en sus propios recursos y en la trampa. Por eso fracasan, pronto o tarde y quedan sumidos en su propia imprudencia. Dice el diablo a Jesús: “si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: encargará a los ángeles que cuiden de ti” (Mt 4, 9-10). La respuesta de Jesús, una vez más, es lección definitiva para la vida humana y sobrenatural: “está mandado, no tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4, 12). No podemos poner a Dios a nuestro servicio. No podemos utilizar la oración para lograr irresponsablemente lo que no hemos podemos alcanzar por no haber dedicado todo nuestro esfuerzo. No podemos convertir la fe y la relación con Dios en una especie de magia religiosa para conseguir nuestro interés a cambio de ritos, como si Dios respaldara la superstición.
7.- La oración con que hemos comenzado la santa Misa ha sido una súplica al Señor para que nos ayude a avanzar en la inteligencia, en el conocimiento del misterio de Cristo, de su enseñanza, de su obra en nosotros y en favor nuestro. Pidámosle que nos ayude siempre a no confundir nuestras equivocadas ocurrencias con la palabra de Dios.
QUE ASÍ SEA 

HOMILÍA EN LA PROFESIÓN SOLEMNE Y PERPÉTUA DE TRES MIEMBROS DEL I, S. HOGAR DE NAZARET


Sábado, 16 de Febrero de 2013

            Queridos miembros del Instituto Secular Hogar de Nazaret,
            Queridas jóvenes que hoy os ofrecéis plenamente al Señor mediante vuestros votos perpetuos,
            Queridos familiares y amigos de estas nuevas consagradas,
            Queridos hermanos y hermanas todos:

            1.- En este día tan importante para vosotras y para el Instituto Secular del que vais a formar parte definitivamente, la palabra de Dios nos dice, a través del Profeta Isaías: “si llamas al sábado tu delicia, y lo consagras a la gloria del Señor…entonces el Señor será tu delicia” (Is. 58, 13). El Sábado, día sagrado para el Pueblo de Israel, es la imagen del Domingo, día sagrado para los cristianos. En él celebramos la resurrección del Señor. Con él comenzamos la semana dedicándola a Dios con todo lo que somos, lo que tenemos, lo que hacemos y lo que buscamos. Por tanto, celebrar el Domingo es el signo permanente de que proclamamos a Dios Señor de nuestra vida. Es el signo de que todo lo que vamos a realizar durante la semana, tendrá su motivación en la voluntad del Señor; y su finalidad será dar gloria de Dios y contribuir a la salvación del mundo.
Como el Domingo ha de celebrarse necesariamente junto al Señor nuestro redentor escuchando su palabra, participando en su banquete eucarístico y gozando en la esperanza de salvación eterna que nos ofrece el recuerdo de su resurrección, el Domingo se convierte, o debe convertirse, en la delicia de los cristianos. Por tanto, quienes celebran el Domingo como el signo de todos los regalos de Dios derivados de la creación y de la redención y lo consagran al Señor, hacen del Domingo su delicia. El Salmo, refiriéndose al Día sagrado, nos invita a cantar: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
2.- Queridas jóvenes que celebráis en este día vuestra consagración perpetua al Señor: puedo y quiero deciros que, a partir de hoy, vuestra vida ha de ser un Domingo permanente; y, con la gracia de Dios, que hace posible en vosotras la consagración, toda vuestra vida puede ser un Domingo y, en definitiva, una delicia, como dice el profeta Isaías.
Si respecto del Día del Señor cantamos proclamando que es “el día en que actuó el Señor”, vosotras, en tanto consagradas –como consagrado es el Domingo- debéis ser un testimonio valiente y entusiasta de que el Señor ha actuado en vosotras; y que, por ello, vuestra consagración es vuestra alegría y vuestro gozo. Pero, como no cabe consagración al Señor sin la decisión de compartir con Él su sacrificio y su voluntad de ser instrumento de salvación, vosotras debéis procurar ser motivo de alegría y de gozo para quienes el Señor ponga a vuestro lado.
3.- Como el bien se destruye si se guarda, y crece si se comunica, vuestro propósito ha de ser emplear vuestra vida en la difusión del bien por excelencia que es la acción salvífica de Dios. Debéis ser, por tanto, apóstoles del amor de Dios, de la redención de Jesucristo, del cuidado constante y paciente que ejerce sobre nosotros con su sabia y amorosa providencia. Debéis ser apóstoles de la alegría que nace en el corazón al experimentar la misericordia de Dios en el Sacramento del perdón. Estáis llamadas a ser profetas de la esperanza que abre el alma hacia horizontes de plenitud, hacia metas que trascienden nuestra vida, nuestro mundo y nuestras ilusiones poniendo la mirada del corazón más allá de lo imaginable y de lo humanamente apetecible. Debéis ser mensajeros de la gracia de Dios y testigos creíbles de la fe. A ello nos invita la Iglesia, a través de la convocatoria del Papa Benedicto XVI, en esta Año Jubilar de la Fe. Año que debe ser tiempo especialísimo para procurar la renovación interior, para purificar nuestra fe, y para proclamarla allá donde nos encontremos.
4.- Ante este programa, que deriva de la conciencia agradecida por los inmensos dones recibidos del Señor, y ante la sospecha fundada de las dificultades y oscuridades con que podemos encontrarnos, es necesario que elevemos nuestra súplica diciendo, con las palabras del salmo interleccional: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu voluntad” (Sal. 85).
5.- La consagración al Señor no es posible fuera de la Iglesia. Y como la Iglesia es el Cuerpo místico de Jesucristo del que él es la Cabeza, la consagración al Señor lleva consigo la consagración a la Iglesia. Esta consagración implica la generosa disponibilidad ante las necesidades eclesiales acordes con vuestro carisma y posibles según vuestras condiciones personales. Por ello estáis llamadas a sembrar y cultivar en las gentes el amor a la Iglesia de Jesucristo, procurando en ella la comunión efectiva y afectiva entre sus miembros, siendo apóstoles y testigos de la unidad y de la colaboración generosa y desinteresada. Puede que alguna vez os digan, como dijeron los fariseos a los discípulos de Jesucristo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” (Lc. 5, 30). Ojalá podáis actuar con ellos en el Nombre del Señor y responder siempre con sus palabras: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc. 5, 32).
6.- No quiero terminar sin manifestar mi gozo personal por el crecimiento de este Instituto, y mi compromiso episcopal a favor de su crecimiento, sobre todo por su esencial vinculación a esta Archidiócesis. Su Fundador, D. Luis Zambrano, de cuya muerte celebramos el trigésimo aniversario, fue sacerdote ejemplar de nuestro Presbiterio. Por él debemos elevar nuestra oración a Dios Padre todopoderoso, para que lo tenga en su seno y para que pronto podamos ver claramente reconocidas sus virtudes.
7.- En este curso estamos concluyendo la atención especial al segundo objetivo del Plan Diocesano de Pastoral que es la formación e integración consciente y activa de los seglares en la Iglesia. Demos gracias a Dios porque estas tres jóvenes, miembros del Instituto secular, son un signo de la bendición del Señor para el fruto abundante de los trabajos diocesanos que estamos concluyendo.
8.- Que la santísima Virgen María. Seglar consagrada plena y ejemplarmente al Señor desde su más tierna juventud, acompañe a estas tres jóvenes que hoy se disponen a recibir la gracia de la elección y de la bendición divina. Que interceda a favor del Instituto Secular Hogar de Nazaret para que no cese de recibir el regalo de nuevas vocaciones. Y que, a todos los que hoy nos hemos reunido en torno al Altar del Señor, nos alcance la gracia de la fidelidad a la vocación recibida.

            QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA, 2013


HOMILÍA EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA, 2013


Queridos hermanos sacerdotes,
Miembros de la Vida Consagrada y seglares todos:

1.- Con esta celebración iniciamos el tiempo de Cuaresma. Los quehaceres propios de los cristianos en los tiempos litúrgicos son un signo de lo que debemos hacer a lo largo de nuestro peregrinar sobre la tierra. La vida del cristiano es un camino; y en cada uno de los pasos que vamos dando deberíamos acercarnos más a Dios.
2.- Acercarse a Dios significa avanzar en su conocimiento, crecer en la admiración de su grandeza, de su magnanimidad y del amor que Dios tiene a cada uno de nosotros. Acercarse a Dios significa progresar en el reconocimiento de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros. Acercarse a Dios significa procurar que Dios vaya realizando en nosotros su plan de salvación gratuita y definitiva. Por eso, acercarse a Dios, requiere que confiemos en su providencia y acudamos a Él ofreciéndole cuanto somos y tenemos, ya que de Él lo hemos recibido, y pidiéndole cuanto necesitamos. Hablando en lenguaje humano podemos decir que Dios está preocupado por nuestra plenitud y salvación más que nosotros mismos. Confiando en él, buscando su cercanía y creyendo que todo lo podemos si es de su agrado, correspondemos a su amor y nos abrirnos a la salvación que Él nos ofrece. Acercarse a Dios es tomar y reafirmar cada día la decisión de ser con Él y para Él, puesto que, como dice san Pablo, “en Él somos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Acercarse a Dios es, pues, en definitiva, entender nuestra existencia y nuestro futuro como un regalo misericordioso de Dios, y corresponderle con gratitud alabándole y proclamando por doquier su existencia, su amor y su presencia junto a nosotros para guiarnos por el buen camino.
3.- En cada tiempo litúrgico, la Iglesia nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Dios contemplándole en uno de sus misterios fundamentales manifestados en Jesucristo. Solo el conocimiento de Dios, tal como n os lo revela Jesucristo, puede movernos a la admiración de su bondad y de su amor. Y solo desde el descubrimiento de su amor puede brotar en nosotros la voluntad de acercarnos cada vez más a Él y de seguirle correspondiendo a su amor con nuestro amor.
4.- En el tiempo de Adviento nos preparábamos para el encuentro Dios, manifestado en Jesucristo recién nacido de la Santísima Virgen María, presentado al mundo en su tierna debilidad, y necesitado del amor y del cuidado de su madre. En ello nos mostraba su misteriosa cercanía a nosotros porque, siendo Dios y, por tanto, infinito, se hizo en todo semejante al hombre menos en el pecado, sometiéndose a los condicionantes de vida propios de la naturaleza humana.
5.- En el tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a prepararnos para el encuentro con el misterio de Dios manifestado en Jesucristo que se entregó libremente a la pasión y a la muerte cruenta en la Cruz para salvarnos de la muerte eterna y conducirnos a la felicidad sin fin junto a Él en los cielos.
Prepararnos para el encuentro con Cristo que sufre y que muere, por nosotros, supone que vayamos entendiendo en qué consiste el amor de Dios redentor. Este amor queda expresado en la Sagrada Escritura con estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3, 16).
6.- El amor de Dios es un verdadero misterio de bondad. Con su manifestación nos enseña que es voluntad complaciente de Dios dar su vida para salvar a sus criaturas del mal del pecado; mal que hemos contraído precisamente por ir contra él, por oponernos a sus planes de amor. La magnitud de ese amor de Dios al hombre no se puede entender desde categorías humanas. Así nos lo explica la divina revelación diciendo: “Por un hombre justo, quizá alguien diera su vida. Para que conozcáis el amor que Dios os tiene, sabed que Él ha dado su vida por vosotros, pecadores”.
7.- La Cuaresma que hoy comienza, debe ser un tiempo especialmente dedicado a meditar en el amor de Dios que entrega su vida en Jesucristo, precisamente para que nosotros vivamos. El que es todo verdad, bondad, amor, sabiduría y perfección se entrega a la pasión y a la muerte cruel y vergonzante para que sus traidores, que somos todos los pecadores, podamos participar de la gracia y de la felicidad que son propias de Dios: del Dios ofendido.
¡Tremenda paradoja y profundo misterio el del amor de Dios!
8.- Es tan grande este misterio que resulta más fácil acostumbrarse a él, a base de oírlo repetidas veces, que caer en la cuenta de su significado y procurar vivirlo con espíritu de humildad, de adoración y de amor, y procurar corresponder a Dios con nuestro amor y con una vida coherente con la fe que profesamos.
Por eso en el tiempo de Cuaresma debemos dedicar un tiempo especial a nuestra formación cristiana y a la reflexión sobre la palabra de Dios para penetrar un poco más en el significado conmovedor del misterio de nuestra redención.
Junto a todo ello, y como lógica consecuencia, debemos sentirnos comprometidos libre y decididamente a corresponder al Señor aprovechando la gracia que Él nos ofrece durante la Cuaresma. Por tanto, la Cuaresma ha de ser tiempo de reflexión, de examen de conciencia, de conversión y de reconciliación.
El tiempo de Cuaresma ha de ser vivido como un tiempo de gracia para volvernos a Dios en un mundo que pretende vivir como si Dios no existiera.
9.- Por eso, la santa Madre Iglesia nos advierte con esta celebración que no somos nada sin Dios, porque nuestra vida pierde sentido si no es vivida según su voluntad; que nuestros recursos de crecimiento y desarrollo son nulos sin Él; y que, por tanto, sin Él somos ceniza y en ceniza terminaríamos irremediablemente. Ese es el mensaje de la liturgia en este acto penitencial con el que, comienza la Cuaresma y se nos dice:: “Convertíos y creed en el Evangelio”. “Hombre, acuérdate de que eres polvo y en polvo te has de convertir”.
10.- Lejos de todo pesimismo por considerar nuestra miseria si vivimos sin Dios, la Cuaresma debe llevarnos al optimismo y a la esperanza sabiendo que a quien pone lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia. Del miedo a la miseria de vivir sin Dios, debemos pasar a la alegría de saber y experimentar que con él y en él todo lo podemos.
Pidamos a la Santísima Virgen María, que nos alcance de su Hijo la gracia de conocerle, adorarle, quererle, seguirle y acercarnos cada vez más a Él en esta Cuaresma.
QUE ASÍ SEA