Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Queridos
miembros de la Vida Consagrada,
Miembros
de la Asociación de la Mártir Sta. Eulalia,
Autoridades….
Hermanas
y hermanos todos:
1.-
Lo primero que la Iglesia nos invita a hacer en esta fiesta y en esta solemne
celebración litúrgica, es dar gracias a Dios. El motivo de esa gratitud es algo
que está en la mente y en el corazón de todos los emeritenses cristianos.
Tenemos el honor de que esta tierra fuese la cuna de Santa Eulalia y el lugar
de su más honrosa hazaña: el martirio. Santa Eulalia, en su más tierna juventud,
se jugó la vida por lo que creía, por lo que amaba, por Quien merecía todo su
amor. Era consciente de que había recibido del Señor todo lo que era y todo lo
que tenía.
Sorprende
que una jovencita mostrara el valor de arrostrar el suplicio y la muerte por
mantenerse fiel a Jesucristo. Eran tiempos en que muy pocos conocían al Señor, y se perseguía a los cristianos
valiéndose de calumnias y engaños. Se les consideraba enemigos del Cesar. En
aquella sociedad, sometida al imperio de la ambición, era una muestra de
necedad y de un incomprensible e intolerable desafío a la autoridad totalitaria
confesar obediencia y tributar sincero culto a otro que no fuera el
emperador. Lo verdaderamente
sorprendente es que Dios quisiera darnos
la maravillosa lección de una incuestionable fidelidad a Jesucristo con el
testimonio heroico de una criatura que no superaba los doce o trece años de edad.
Por su juventud, podía vivir ajena a las exigencias de la fe cristiana; podía
sentirse atraída por los placeres y satisfacciones propias de una sociedad
opulenta y consentida. Pero no fue así.
La
fortaleza de Santa Eulalia en la defensa de la fe cristiana supone para
nosotros un riquísimo testimonio y un auténtico motivo de esperanza.
2.-
En primer lugar hay que destacar la fuerza y la oportunidad de la gracia
de Dios que condujo a la joven Eulalia por el camino de la fidelidad plena
hasta dar su vida por Jesucristo. Para llegar a ello despreció las tentadoras
propuestas que recibía para claudicar en su confesión cristiana. Esto nos ayuda
a pensar en las palabras con que Jesucristo alentó a S. Pablo en las duras
pruebas que debía sufrir por predicar a Jesucristo. Le dijo el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en
la debilidad” (2 Cor. 12, 9).
No
podemos andar presumiendo de autosuficiencia en ningún aspecto de nuestra vida.
El refranero español nos enseña que “más
altas torres han caído”. La
experiencia nos demuestra la gran verdad que encierra la sabiduría popular, y,
por tanto, la necesidad que todos tenemos de ayuda, especialmente en los
momentos importantes de nuestra vida. Unas veces la necesitamos como apoyo para
culminar lo que hemos decidido hacer; otras, la necesitamos por estar faltos de
orientación para saber a qué atenernos; sobre todo, cuando nos invade la oscuridad ante las
decisiones que tienen gran repercusión en nosotros y en los que nos rodean.
La ayuda principal e
imprescindible, sobre todo en lo que concierne a nuestra vida interior, debemos
buscarla en Dios. Jesucristo nos lo ha advertido diciéndonos: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn . 15, 5). Y, para que recurriéramos a Él
con toda libertad y confianza, nos dice: “Pedid
y recibiréis, buscad y encontraréis, llamada y se os abrirá” (Mt. 7, 7).
3.- Muchos cristianos,
acostumbrados a un cristianismo sociológico, en cuya vivencia predomina la
atención a lo externo y a lo socialmente extraordinario, a las tradiciones
familiares y sociales más que a lo fundamental, han abandonado la oración, la
participación en los sacramentos, la propia formación cristiana. De este modo,
pronto o tarde se enfría o se pierde la fe. Lo que llaman conducta cristiana, se
reduce a la práctica de lo anecdótico o a lo folclórico. En consecuencia, su
vida está muy lejos de la fe que dicen profesar.
Esta lejanía impide
saborear de verdad la vida sobrenatural que Dios nos ha dado. La persona que
así viv e, pensando que tiene mayor libertad si desatiende la enseñanza de la
Iglesia, lo que logra, en cambio, es reducir su capacidad del disfrute
auténtico, que está en la verdad y no en
los intereses personales; que está en el amor y no en la mera
satisfacción pasional; que está en la relación con Dios, que nos ama infinitamente; y no,
encerrándonos dentro de los muros del árido paisaje que deseaba convertir en
jardín dando cauce a las propias concupiscencias. Entonces, no solo se reducen
los horizontes de vida, sino que,
además, se vive lejos de la verdadera alegría.
4.- No juzgamos a quienes
viven así. Nuestro deber está en orar por ellos y por nosotros porque también
lo necesitamos. Sencillamente debemos manifestar, con claridad y con caridad,
lo que es vivir como cristianos; e invitar a que prueben esa experiencia
verdaderamente liberadora. A esta misión nos llama el Papa Francisco
diciéndonos: “la sociedad tecnológica ha
logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría” (EG: 7). Así ocurre
en muchísimos casos. Parece que el horizonte de los proyectos de vida queda,
para muchos, en manos de los meros avances tecnológicos, y de la suerte ante
las tentativas movidas por el ansia de tener y de gozar.
No cabe duda de que en
este empeño va perdiendo atención el cultivo de la persona en su identidad, en
la raíz de su dignidad innegociable y sobrenatural. Parece que privan las obras
de los hombres y, va perdiendo consistencia el hombre mismo, que es su autor.
En Sta. Eulalia privó clarísimamente la densidad personal y quedaron en segundo
término las posibles conquistas de las cosas que le ofrecían los hombres de su
tiempo. A ella debemos pedir que interceda ante el Señor y nos alcance la
gracia de no perder la referencia y el cultivo de nuestra condición humana y
sobrenatural, como imagen de Dios que somos por creación.
5.-
Hay una segunda lección sugerida por el testimonio de Sta. Eulalia. Aunque sabemos que sus
padres querían evitar que la niña se tuviera que enfrentar con el martirio,
tenemos que admitir que el temple cristiano de la santita fue sembrado y
cultivado en su familia. Esto nos lleva a pensar en la preciosa y urgente
responsabilidad que nos compromete ante la familia. Es la primera escuela de
las virtudes sociales y cristianas porque Dios así la hizo desde la creación.
Actualmente corre el peligro de perder
su identidad, e incluso presentarse a la sociedad como algo sin identidad
propia y que cada uno configura a su gusto, manteniendo el nombre que ya va
resultando equívoco.
No es momento para entretenernos
en este punto de grandísima trascendencia para la sociedad, para la educación
de los niños y jóvenes y para el equilibrio social. Pero sí es una buena
ocasión para proponernos una reflexión serena, esperanzada e inspirada en la
enseñanza de Jesucristo que la Iglesia nos transmite con plena fidelidad.
Decidámonos. Contamos para ello con la ayuda de Sta. Eulalia que intercede por
nosotros; y, sobre todo, con la protección maternal de la Santísima Virgen
maría, mjer fiel y reina del Adviento que estamos celebrando.
QUE ASÍ SEA
He querido dejar para el
final de esta homilía la comunicación de algo en lo que he puesto todo el cariño y empeño, procurando
aunar esfuerzos y la colaboración posible. Todo ello ha tenido, gracias a Dios
y a la intercesión de Santa Eulalia, un final feliz. Por eso puedo comunicaros
con inmenso gozo, que el templo en el que nos encontramos, dedicado a Sta.
Eulalia, ha recibido de la Santa Sede el título de Basílica Menor, con todos
los privilegios que ello comporta.
La expresión “menor”,
aplicada al título de Basílica, no significa una categoría inferior a otras
Basílicas ubicadas en diferentes pueblos o ciudades. Sencillamente obedece al
hecho de que, en todo el mundo solo hay cuatro Basílicas mayores, llamadas
pontificias o papales. Todas ellas están en Roma. Son: las Basílica de S. Pedro
en el Vaticano, y de S. Pablo Extramuros, que guardan los restos de los
Apóstoles Pedro y Pablo respectivamente. La Basílica de S. Juan de Letrán que es la Catedral de Roma, y la Basílica de Santa María la Mayor, que es el primer templo erigido en honor de la Santísima Virgen María.
Apóstoles Pedro y Pablo respectivamente. La Basílica de S. Juan de Letrán que es la Catedral de Roma, y la Basílica de Santa María la Mayor, que es el primer templo erigido en honor de la Santísima Virgen María.
Son dos los privilegios
alcanzados a favor de Santa Eulalia: El primero, que haya sido declarada por la
Santa Sede, patrona de la juventud de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz. El Segundo, que este templo, dedicado a Santa
Eulalia, haya sido declarada por la Santa Sede, Basílica Menor. Por todo ello,
os felicito de corazón.
Ahora, el Sr. Canciller
de la Curia metropolitana, leerá el decreto de la Santa Sede.