HOMILÍA EN EL DOMINGO IV DE CUARESMA

30 de marzo de 2014

1. Queridos hermanos sacerdotes que presidís en la caridad las comunidades parroquiales de la Vicaría Sierra Sur – Raya de Portugal. Queridos miembros del Cabildo Catedralicio que os unís a esta concelebración contribuyendo a destacar el signo de la unidad del presbiterio diocesano junto al Obispo.
Queridos fieles cristianos que habéis peregrinado hasta el Templo madre de toda la Diócesis, sede del Pastor de esta Iglesia particular.
Hermanas y hermanos todos, miembros de la vida consagrada y seglares.

2.- Bendito sea el Señor que ha ido ordenando tan diversas circunstancias para que nos reuniéramos hoy en torno a su altar. Aquí venimos para escuchar su Palabra. Ella nos evangeliza para que percibamos la grandeza del amor infinito de Dios; para que experimentemos la colmada paciencia de su misericordia; y para que brille la luz de su gracia en nuestra mente y en nuestra conciencia y podamos gozar de la esperanza que no defrauda porque se funda en Nueva y eterna Alianza sellada con la sangre de Jesucristo nuestro redentor.
Nuestro Señor nos espera hoy aquí para darnos a conocer su plan de salvación, para manifestarnos que desea contar con nosotros en la tarea de comunicar a nuestro prójimo la promesa de la vida eterna y feliz junto a Dios al partir de este mundo; y para pedirnos que nos decidamos a colaborar con Él contribuyendo a la urgente obra de la Evangelización.
El Señor se acerca a nosotros hoy y aquí, personal y realmente, por la consagración del pan y del vino que, convertidos en su Cuerpo y Sangre, constituirán la presencia verdadera de Jesucristo vivo y glorioso, triunfante después de su pasión y muerte con las que venció para siempre el poder del maligno y nos abrió las puertas a la vida.

3.- Bendito sea el Señor que se ha valido ahora del tiempo litúrgico de la Cuaresma y de la llamada eclesial a empeñarnos en la evangelización, para que nos planteemos qué somos en verdad como imagen y semejanza de Dios; qué somos y qué estamos llamados a ser como miembros de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia; y para que vayamos descubriendo cada día más la inmensa riqueza y dignidad de la misión que nos encomienda como apóstoles en este mundo en que vivimos.
Considerando la llamada del Señor a conocer nuestra realidad profunda y la dignidad con que nos enriquecido, debemos preguntarnos: ¿Somos conscientes de que todo lo que somos y tenemos es puro regalo de Dios? ¿Nos sentimos inclinados a dar gracias al Señor que nos ha llamado a compartir la herencia de los santos en la luz? ¿Creemos de verdad que Dios nos ama infinitamente, y que, por tanto, nos ha dado a conocer toda esta grandeza de que hablamos? ¿Hemos caído en la cuenta de que el Señor nos pide que compartamos generosamente con nuestros semejantes la luz de la fe, la alegría de pode ser amados por Dios y de poder amarlo como verdadero Padre?
¿Aceptamos nuestras limitaciones, las contrariedades, las carencias que no podemos resolver por nosotros mismos, e incluso los fracasos en nuestra andadura por la vida como una ocasión para reconocer nuestra pequeñez ante Dios y la necesidad de recurrir a Él constante y confiadamente? ¿Cómo y cuándo nos acercamos a Dios, Padre de las misericordias y Señor de todo consuelo, que nos espera en el silencio y la intimidad de la oración, en el sacramento de la Penitencia que es el tierno abrazo de la misericordia infinita de Dios, y en el Banquete de la Eucaristía donde Jesucristo se nos da como alimento capaz de fortalecer nuestro espíritu para que nos unamos fuertemente a Jesucristo en la obra de la evangelización del mundo?

4.- El Señor nos ha llamado a realizar una acción nada fácil en los ambientes en que nos movemos generalmente. Hablar de Dios resulta difícil si nos dirigimos a jóvenes y adultos que viven al margen del Evangelio. Esto ocurre muchas veces incluso en la propia familia. Ocurre también, quizás, en la misma catequesis de jóvenes. Y ocurre, también, entre los compañeros de trabajo y entre los amigos, incluso en personas que se manifiestan vinculados a la fe cristiana y a la Iglesia. Frente a este panorama resulta muy fácil pensar que la tarea evangelizadora no es obligación nuestra porque presenta dificultades que nos parecen insuperables dada nuestra pequeñez.
Ante esta situación posible, la palabra de Dios nos habla muy claramente diciéndonos: “EL Señor es mi pastor, nada me falta…Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…Me guía por el sendero justo” (Salmo 22). Esta palabra del Señor, que tan oportunamente se hace oír hoy cuando iniciamos los trabajos de la Evangelización, nos ha de hacer pensar auxiliados por la luz de la fe. Creyendo entonces firmemente que el Señor está con nosotros y no falla nunca, debemos elevar al cielo nuestra plegaria diciendo, como nos sugiere el mismo Salmo: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan, Señor, todos los días de mi vida”, Y, convencidos de ello, vayamos con decisión a dar gratis a los hermanos lo que gratis hemos recibido de la Iglesia en la familia y en la parroquia. No olvidemos nunca que nuestra mirada se queda en las apariencias, donde se hacen más notorias las dificultades de las cosas y los defectos de las personas, Para que miremos de otro modo la realidad, la palabra de Dios nos ha dicho hoy en la primera lectura: “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón” (I Sam. 16, 7).
 ¿No se nos ocurre pensar que si el Señor ha puesto en nuestro camino esas personas aparentemente tan opuestas, quizás, al evangelio es porque en el fondo de su corazón necesitan la palabra, el amor, la luz y la ayuda del Señor Jesús? ¿No creemos que, estando el Señor presente en su Iglesia, ha querido valerse de cada uno de nosotros para que lancemos las redes en su nombre por más imposible que supongamos la pesca?

5.- ¿Acaso nos viene a la mente la sospecha de que la evangelización es tarea reservada a los sacerdotes y a los miembros de la vida consagrada? Pues quede claro que los seglares estáis más cerca de la familia, de la escuela, de las instituciones civiles, y de los diversos ámbitos de la sociedad. Habrá que pensar muy seriamente en esto y arbitrar la forma de que los sacerdotes y los miembros de la Vida consagrada ayuden a los seglares en la preparación personal e institucional, para que cada uno evangelice en los ambientes más cercanos. El Evangelio de hoy nos da muestra clara de que cada uno debe transmitir lo que ha experimentado. Cuando los judíos preguntan a los padres del ciego ya curado sobre quién le devolvió la vista, ellos responden: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse” (Jn. 9, 20-21).

6.- En este día cuaresmal, que nos convoca a la conversión interior, no podemos pasar por alto la palabra de Dios que nos habla en el Salmo interleccional invitándonos a decir: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 22, 4). Y el Señor, dándonos su gracia, nos dirá: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tú luz” (Ef 5, 14).
No olvidemos que a nuestro lado hay personas que, aunque no aparenten penas, están soportando el dolor más grande y la pobreza más cruda que consiste en no encontrarle gracia a la vida y lanzarse ávidamente sobra las cosas, como si ellas tuvieran la solución a sus necesidades.

7.- Pidamos que la Santísima Virgen María, primera evangelizadora, primera manifestadora de Jesucristo su Hijo, que nos enseña a dar testimonio del mensaje de Quien es fruto de sus entrañas; y que nos ayude a soportar con dignidad, como hizo ella, el dolor de alguna espada que se clave en nuestra vida al empeñarnos en hacer caso a la llamada del Señor.

QUE ASÍ SEA.            

HOMILÍA EN EL ENCUENTRO CON PROFESORES DE RELIGIÓN

29 de Marzo de 2014.

Queridos Sacerdotes concelebrantes,
Queridos profesores de Religión:

            1.- Celebramos este Encuentro de Profesores de Religión de nuestra Diócesis coincidiendo con las fechas en que estamos  presentando el tercer objetivo del Plan Diocesano de Pastoral. Este objetivo, nos orienta hacia  el apostolado misionero de la Iglesia, hacia la evangelización de  los alejados. Por tanto coincide, providencialmente, con el objetivo preferencial que los últimos Papas han propuesto a la Iglesia en todas las partes del mundo. A ello nos convocaba el Papa Beato Juan  Pablo II en los últimos años de su pontificado, hablándonos de la Nueva Evangelización. En ello insistía el Papa Benedicto XVI al convocar el Año de la Fe. Y el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica “Evangelii Grudium” (el gozo del Evangelio) nos lo propone como tarea primordial y como servicio de caridad en esta sociedad y en esta cultura secularizada, que se desarrollan como si Dios no existiera. Es un verdadero servicio de caridad ofrecer a los hermanos alejados o increyentes la alegría del Evangelio. Jesucristo nos enseña el sentido de cuanto acontece y nos acontece, y nos ayuda a vivirlo como corresponde.
           
2.- Los Profesores de Religión, en vuestra misma dedicación profesional, como educadores cristianos que sois, estáis comprometidos en el desarrollo de una de las dimensiones imprescindibles de la Evangelización, que es el conocimiento doctrinal de Jesucristo y de la Iglesia; esto es: el conocimiento del mensaje del Evangelio.
            En el desarrollo de esta misión educativa escolar que os compete debéis poner todo el interés personal para no caer en la rutina. No puede manifestar la calidad del Evangelio como fuente de libertad y de plenitud quien no sabe conectarlo con  la vida de los alumnos; con esa vida que no se reduce al simple comportamiento personal, sino que abarca todo el conjunto de elementos que integran su entorno cultural y social y sus vivencias personales más profundas según  su edad y condición. No podemos olvidar que los alumnos, en su desarrollo evolutivo se encuentran con sorpresas, con oscuridades y con anhelos insaciables que les hacen sufrir de un modo u otro. Vuestro servicio como Profesores de Religión debe ser ofrecerles el horizonte del Evangelio de modo que, poco a poco vayan encontrando  la luz que les vaya iluminando progresivamente en el camino de su vida. Debéis procurar que los alumnos puedan sentir, de un modo u otro, lo que el Señor nos dice hoy a través del Profeta Oseas: “En su aflicción madrugarán para buscarme y dirán: ¡Ea, volvamos al Señor! (Os. 6, 1).  No olvidemos que todos los niños y jóvenes que acuden a la Clase de Religión, al menos por las catequesis preparatorias de la Primera comunión, han conocido de alguna forma al Señor, aunque quizá insuficientemente.
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3.- Para llevar a cabo esta delicada y compleja tarea, el buen profesor ha de cuidar la debida preparación personal,  tanto remota como próxima, que le permita acercarse a los alumnos en su compleja realidad integral, por una parte. Y, por otra,  el Profesor de Religión ha de poner su  esfuerzo y constancia para  adentrarse cada vez más en  el contenido teológico de la doctrina de la Iglesia. Es únicamente a través de la enseñanza de la Iglesia como podemos llegar a conocer y a comunicar el mensaje evangélico  de Jesucristo.

4.- Pero el conocimiento de Jesucristo que el Profesor de Religión debe alcanzar y comunicar no puede ser solamente teórico. Ha de estar bien afincado en cada uno por la experiencia de Dios, por la experiencia de que, en verdad, Jesucristo, con su Evangelio o Buena noticia de salvación, ilumina, fortalece y llena de esperanza nuestra vida. Esto es lo que hemos pedido en la primera oración de la Misa:  “Te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales y sentir en nosotros el  gozo de su eficacia” (Orac. Col.)

5.- Cuando el cristiano se plantea el ejercicio de una profesión ha de tener presente que, sean cuales sean las circunstancias que le han llevado a dedicarse a ella, el origen de su trabajo está en la llamada de Dios, en la vocación, sea para un  tiempo, o sea para dedicarse permanentemente. Si el profesor de Religión está convencido de ello,  cambiará  radicalmente la visión de su trabajo. No  lo entenderá como un simple recurso para ganarse el sustento. Lo entenderá como un acto de fidelidad y de servicio a Dios. Y entonces comprenderá que su tarea no es algo que pueda realizar él por sí mismo, sino que  requiere la ayuda permanente del Señor. Es entonces cuando se descubre que las clases no se preparan solo metodológica y técnicamente, sino también religiosamente. Esto quiere decir que en la vida del Profesor de Religión ha de contar necesariamente la oración y el culto a Dios en el seno de la comunidad eclesial.

6.- El Santo Evangelio nos habla hoy de la humildad y de la constancia como disposiciones fundamentales para recurrir al Señor en  la oración y en los sacramentos. No podemos orar exigiendo al Señor, po0r méritos propios, que bendiga nuestro trabajo. En todo caso le deberemos pedir con humildad que nos ayude a cumplir debidamente  la tarea que nos ha encomendado, y a saber aprovechar su gracia en todo momento. Dice el Evangelio, que el publicano, “que  no se atrevía ni alzar los ojos al cielo” (Lc. 18, 13) fue el que salió justificado del templo.

7.- Queridos Profesores de Religión: sin ánimo ninguno de adulación, porque os ofendería con ello, debo deciros que vuestra labor es necesaria en el proceso evangelizador que es permanente en la Iglesia, y que ahora debemos acentuar con especial interés y dedicación.
Dad gracias a Dios porque ha confiado en vosotros como verdaderos ministros del Evangelio. Y pedidle, por intercesión de la Santísima Virgen María, que os mantenga  abierta el alma para que la penetre la luz del Señor. Y  que fortalezca vuestro corazón para que os mantengáis cumpliendo fielmente la misión que Dios mismo os ha confiado a través de la Iglesia.


QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN POR LA VIDA

(Domingo 29 de Marzo de 2014)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada,
Queridos matrimonios y demás miembros de las familias cristianas reunidas en esta celebración:
                                                   
            1.- Cada cristiano, al tomar conciencia de que ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, debe ser, en el mundo, un testimonio  de inmensa gratitud a Dios por el don de la vida.  Esta gratitud ha de tener unas  concreciones claras y permanentes:
La primera de ellas debe ser la constante acción de gracias a Dios por haber sido llamados, desde la nada, a vivir y participar de la inteligencia y del amor de Dios. Por ellos podemos conocer a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; podemos gozar de su amorosa  providencia; podemos alcanzar la plenitud en la santidad que nos da acceso a contemplar la gloria de Dios  en eterna felicidad, alabando a nuestro creador y salvador.
 La segunda conclusión nos exige contar a las gentes cuál es el origen y dignidad  de su realidad como personas creadas por Dios; cuál es la felicidad a la que Dios nos llama y para la que nos capacita por encima de todas las limitaciones humanas y de los conflictos personales y sociales; y cuál es la vocación con que el Señor nos ha distinguido llamándonos a ser testigos  del amor que llena el corazón humano por encima de los meros afectos.
La tercera conclusión a que debemos llegar y en la que debemos comprometer nuestra existencia es la proclamación de la belleza de la vida. Esta proclamación, que tiene muchas formas de realización, es testimonio de que la vida es muestra de la grandeza divina y, por tanto, signo del Señorío de Dios. Es al hombre y a la mujer a quienes Dios encomendó la misión de transmitir la vida y de dominar la tierra que puso a nuestro servicio.

2.- Cuando los cristianos celebramos la Jornada Pro-Vida, no podemos quedarnos proclamando la defensa de quienes han sido engendrados, aunque todavía no han nacido, y de quienes agotan sus existencia terrena en la ancianidad muchas veces humanamente dolorosa e improductiva. Nuestra defensa de la vida, ha de empeñarse incansablemente en proclamar y ayudar a ver que donde hay una semilla de vida personal existe un deber indeclinable de respeto a la persona en ciernes. Esta defensa y cuidado ha de tener mayor alcance y mayor profundidad que la simple reivindicación pública del derecho a la vida.
La ley natural, impresa por Dios en el corazón de toda persona, nos  dice que nadie tiene derecho sobre la vida de otra persona. De ahí nace el quinto mandamiento de la Ley de Dios que nos enseña: No matar.  
Para los cristianos, esta convicción brota del convencimiento de que Dios infunde el alma en el primer momento de la concepción dando la dignidad de persona a quien, aparentemente, no es más que una célula en desarrollo inicial.
Para los no creyentes, el deber de respetar y apoyar la vida desde el primer momento de su concepción, se funda en la misma demostración científica de que, desde el primer momento de la concepción están presentes todas las potencialidades propias de la persona humana que se manifestarán progresivamente a lo largo de su desarrollo desde ese momento.
Las palabras del Ángel a la santísima Virgen anunciándole la maternidad divina dan el nombre de hijo a lo que brotaba ya de la concepción misma por obra del Espíritu Santo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 30-31) La concepción que le anuncia el Ángel es la de un hijo, y no la de algo, más o menos vivo, que un día recibirá la condición de persona. En consecuencia, para los cristianos, el aborto es un crimen que la santa Madre Iglesia no puede menos que rechazar. La defensa de la vida, desde el primer instante de su concepción es un deber de todos los que creemos en Dios creador.

3.- Esta defensa de la vida no debe consistir exclusivamente en el establecimiento de unas penas que inevitablemente hay que establecer como signo de la gravedad del crimen y como elemento disuasorio. La defensa de la vida por parte del cristiano ha de llegar a  procurar unas leyes justas que, además de la defensa del no nacido, del anciano y del  enfermo, ha de cuidar la justa atención a la familia, la educación de niños, jóvenes y adultos y la provisión de medios para que todos entiendan el valor de la vida cuyo respeto merece todo esfuerzo personal, social, político y económico. Esto compromete a cada persona , a las instituciones sociales y al Estado. La defensa de la vida no puede valorarse ni establecerse desde perspectivas ideológicas con pretensiones de progreso, ni de proclamaciones subjetivistas de derechos humanos, ni de concesiones razonables desde sentimientos de compasión.
 Ante las dificultades que acompañan a esta compleja y difícil tarea de la defensa de la vida en una sociedad que vive de espaldas a Dios y abocada a la búsqueda de un bienestar material e insaciable, el cristiano ha de mantener sus convicciones, su temple y su esperanza porque el  Señor está con nosotros. Así nos lo manifiesta la Palabra de Dios en el Salmo interleccional que hemos recitado:  “El Señor es mi Pastor, nada  me falta…Me guía por el sendero justo por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: Tu vara y tui cayado me sosiegan” (Salmo 22).

4.- Ante los problemas que comportan la distintas circunstancias en que debemos defender la vida, es imprescindible el ejercicio de la paciencia y de la misericordia. La acogida y la ayuda personal a los afectados, especialísimamente a la madre, en momentos de tanta trascendencia y de tanta oscuridad, exigen poner siempre, en primer lugar el apoyo espiritual y material, el necesario acompañamiento según las circunstancias de cada caso, y la oración por los implicados de una forma u otra.
Jesucristo nos ha dicho:  “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6>). Él es el principio de la vida y la referencia de todas las defensas que deban intentarse correctamente. Quien,  movido por la fe, confiesa y proclama a Jesucristo, fuente y cumbre de toda vida, no puede olvidar que, entre las ayudas necesarias para vencer o superar las tentaciones contra la vida, una, la más importante, es ofrecer el conocimiento de Jesucristo, aunque a simple vista parezca imposible o carente de las condiciones básicas de toda evangelización. Sin embargo, no es justo someter a Jesucristo al juego de probabilidades que cada uno podamos considerar en cada momento. Habrá que poner toda nuestra esperanza en que Jesucristo puede manifestarse del modo más sorprendente si ponemos los medios adecuados o posibles. Sólo así  seremos fieles a la vocación de ministros de Jesucristo que somos desde el Bautismo. Sólo así corresponderemos a la confianza que el Señor ha puesto en nosotros manifestándonos que desea necesitarnos para llevar a cabo su obra en el mundo.

5.- Pidamos a la santísima Virgen María, Madre por excelencia, y que engendró a quien  es el autor y la fuente de toda vida, que nos ayude en los esfuerzos por conseguir el respeto, cuidado y promoción de la vida, y la atención a las personas en todos los momentos de su vida.


            QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN EL DOMINGO III DE CUARESMA

23 de marzo de 2014

1.- Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, Vicario General y episcopales, miembros del Cabildo Catedraliciio y Pastores de las diversas comunidades parroquiales aquí reunidas,
Queridos fieles cristianos que habéis peregrinado hoy al primer Templo de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz,
Hermanas y hermanos todos que os habéis unido a esta solemne celebración:

2.- Bienvenidos seáis todos. Vuestra presencia en la Santa Iglesia Catedral Metropolitana es un signo de nuestra unión sobrenatural, nacida del Bautismo por el que somos hechos hijos de Dios y miembros de la gran familia cristiana que es la Iglesia.
Hoy los cristianos pertenecientes a la Vicaría episcopal de La Serena-Campiña sur inauguráis las reflexiones, los proyectos y las acciones dedicadas a profundizar en la misión que el Señor nos ha encomendado, que es Evangelizar. En esta misión estamos comprometidos todos desde el Bautismo. A ella debemos dedicarnos cada uno según su lugar en la Iglesia y en la sociedad. Unos en la familia, otros en la catequesis, otros como educadores en los Colegios, otros como colaboradores en la acción caritativa y social y en tantas obras eclesiales a través de la parroquia, otros en el seno de las Cofradías y Hermandades, y otros en las responsabilidades públicas que les corresponda en la sociedad.

3.- La tarea que nos corresponde llevar adelante a todos en los distintos ambientes no resulta fácil. El clima de la sociedad abocada a lo material, a la búsqueda del bienestar casi a cualquier precio, así como las insistentes campañas orientadas a los niños y a los jóvenes invitándoles a vivir como si Dios no existiese, ofrecen serios inconvenientes para llevar a cabo la acción evangelizadora que nos proponemos. En cambio, a ella nos urgen, en el nombre del Señor, los Papas, nuestro Sínodo diocesano, y el Plan Pastoral de la Diócesis. Jesucristo nos dejó este mandato antes de ascender a los cielos: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt. 28, 19).

4.- Ante esta situación puede plantearse esta pregunta: Si Jesucristo conoce todas nuestras limitaciones y todas las dificultades con que vamos a encontrarnos ¿cómo puede mandarnos tan difícil tarea? El Señor mismo nos da la respuesta. Él nos ha dicho: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn. 15, 5). Por tanto, lo primero no debe ser acomplejarnos ante las dificultades con que vamos a encontrarnos. Debemos tener en cuenta que Dios no nos pide imposibles. Si creemos que la Evangelización ha de producir frutos rápidos y constatables, nos equivocamos. Además, no podemos pensar que Jesucristo está pendiente de que le pidamos milagros para suplir nuestra dedicación constante a lo que es nuestro deber. Él ha tenido y sigue teniendo infinita paciencia con nosotros. ¿No vamos a tenerla nosotros con nuestros hermanos esperando los frutos de la gracia de Dios que actúa a través de nuestra acción evangelizadora?
La evangelización no es una acción puramente material; algo así como hacer unas advertencias fáciles de cumplir. Evangelizar es dar a conocer a Jesucristo de tal modo que quienes lo descubran entiendan que Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6); que sólo Él nos enseña el sentido y la utilidad de cuanto nos ocurre, sea agradable o desagradable. Él nos ayuda a descubrir que todo puede repercutir en bien nuestro si lo vivimos como corresponde.
Descubrir esto compromete la vida entera; exige cambiar de vida. Y sabemos que cambiar de vida no es nada fácil para nadie. ¿Acaso no nos cuesta a cada uno corregir los propios defectos a pesar de que ya estamos encauzados ya por el camino del Señor? ¿Cómo no va a costarle mucho más a quien tiene que cambiar los criterios, los caminos y los propios comportamientos para vivir de acuerdo con el Evangelio?

5.- Debemos pensar que, para cumplir esa acción de acercar las personas a Jesucristo, sean niños, jóvenes o adultos, hijos esposos o amigos, nosotros debemos estar muy cerca de Jesucristo; debemos estar con Él, hablar con Él, vivir de él. Jesucristo nos ha dicho: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn. 6, 56). Esto quiere decir que es necesario que oremos, que escuchemos atentamente su Palabra, que participemos en la Eucaristía, que comulguemos debidamente preparados, que encomendemos al Señor las personas a quienes deseamos evangelizar. Cuando hagamos esto, la paz interior prevalecerá sobre todos los otros temores, miedos o complejos. Entonces la esperanza dominará sobre todo pesimismo, y sonarán a los oídos del alma esas consoladoras palabras de Jesucristo que no debemos olvidar nunca: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
 Jesucristo se queda con nosotros en la Eucaristía, Él, tomando un pan, nos dijo en la última cena con sus discípulos: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” (Lc 22, 14).
Al reuniros en este momento con los sacerdotes que os ofrecen la Palabra de Dios y los Sacramentos presidiendo en la caridad vuestras comunidades parroquiales; al estar en esta asamblea litúrgica también los miembros de la Vida Consagrada; y al presidir la Eucaristía vuestro Obispo, estamos haciendo presente a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Jesucristo, que es su Cabeza, está con nosotros, se une a nosotros si nosotros nos decidimos a hacer lo que El nos ha pedido.

6.- Sí, en verdad, esta reunión hace presente a la Iglesia de Jesucristo, no tenemos más remedio que entender, como dirigidas a nosotros, esas maravillosas palabras del Señor: “Yo soy la luz del mundo. Quien me sigue no anda en tinieblas” (Jn 8, 12).
¡Qué bellas y reconfortantes estas palabras de Jesucristo! ¡Qué oportuno escucharlas en estos momentos de nuestra historia, cuando el mundo anda perdido en tantas oscuridades políticas, económicas y educativas! ¡Qué gratificante para nosotros puesto que muchas veces no acabamos de ver claro y ni de entender lo que ocurre a nuestro alrededor, en nuestro propio pueblo, e incluso en nuestras familias!

7.- Quiero deciros una cosa que no debemos olvidar nunca: nosotros, habiendo recibido el don de la fe, y habiendo nacido y crecido con el calor maternal de la Iglesia, que se hace tan cercana a cada uno en la Parroquia, hemos podido escuchar la Palabra de Dios; hemos podido experimentar la misericordia de Dios en el sacramento de la Penitencia; hemos podido reponer nuestras fuerzas ante la prueba, participando en la Eucaristía y comulgando el Cuerpo del Señor hecho alimento de vida y pan del caminante. Con ello hemos podido experimentar la cercanía de Dios que nos ama, que ha dado su vida en Cristo por nosotros, y que nos busca, nos acoge, nos acompaña, nos consuela y nos corrige, valiéndose de los ministros de la Iglesia, de los hombres y mujeres de bien que se cruzan en nuestro camino.
En cambio, hay muchos hombres y mujeres que no han conocido al Señor, que han recibido una imagen falsa de Jesucristo y de la Iglesia, y que no han tenido cerca alguien que les manifestara la verdad de Dios que es la fuente de nuestra libertad y de la alegría verdadera. Considerando todo esto ¿vamos a permanecer inactivos y despreocupados de los que no creen, o que no viven cristianamente, y que están cerca de nosotros. ¿No os parece esto sería un comportamiento egoísta? ¿Hemos pensado lo triste y difícil que es vivir, atravesar duras pruebas, verse perdido en este mundo hostil, y no descubrir la luz de la esperanza que viene de Jesucristo?
Si fuéramos capaces de pensar y entender esto; y si fuéramos capaces de recordar la inmensa gracia que ha supuesto para nosotros en los momentos difíciles contar con la fe, con la seguridad de que Jesucristo camina a nuestro lado, y que no deja de enviarnos mensajeros que nos transmiten sus palabras de ánimo, que nos conceden su perdón, que nos ofrecen sus orientaciones, y que n os recuerdan su promesa de salvación; si fuéramos capaces de pensar y entender esto, difícilmente nos resistiríamos a lanzarnos al mundo con el propósito de evangelizar. Y hablaríamos de Jesucristo con la decisión que presidió la vida de san Pablo después de su conversión, y que expresaba diciendo: “No descansaré hasta que vea impreso en vosotros la imagen de Cristo, y Cristo crucificado”. Esta palabras significan: no descansaré hasta que os vea gozar de la alegría del evangelio que nace al saber que Dios mismo ha enviado a su Hijo Jesucristo para que nos redima del pecado y de la muerte y nos llene el corazón de alegría y de esperanza.

8.- Estamos convocados y urgidos a empeñarnos en la apasionante y urgente obra de la evangelización. El Señor cuenta con nosotros. Lancémonos con decisión movidos por la fe y manteniendo la esperanza, como nos dice hoy la palabra de Dios: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom. 5, 5). Hoy en la primera lectura nos ha dicho el Señor, como a Moisés: “Vete, que allí estaré ante ti” (Ex 17, 5-6). Allí donde el Señor nos envía, nos acompaña, nos sale al encuentro y nos prepara la mesa que ha de reconfortarnos. No podemos quejarnos y, menos, desconfiar de que el Señor nos haya llamado para evangelizar a los alejados de la fe.

9.- El encuentro con Jesucristo cambia la vida, como la cambió a la Samaritana. Pidamos a la Santísima Virgen María, que fue la primera en dar a conocer a Jesús, que nos ayude a ser buenos apóstoles y a manifestar con ilusión la alegría del Evangelio a quienes no conocer al Señor.


QUE ASÍ SEA.    

HOMILÍA EN EL DOMINGO II DE CUARESMA

16 de marzo de 2014

1.- Queridos hermanos sacerdotes miembros del Cabildo Catedralicio y pastores de las comunidades cristianas de la Vicaría de Mérida y Tierra de Barros,
Queridos fieles cristianos miembros de la Vida Consagrada y laicos que os unís a esta solemne celebración:
2. Bienvenidos a vuestra Catedral, centro de la vida litúrgica de nuestra Archidiócesis, cátedra del Obispo que el Señor ha puesto para vuestro cuidado espiritual, ayudado por los presbíteros. Ellos son los primeros e imprescindibles colaboradores del pastor diocesano; ellos son los que hacen presente a Jesucristo cada día entre vosotros construyendo y conduciendo en la caridad vuestras comunidades parroquiales; ellos son los ministros de la gracia redentora del Señor Jesús, y quienes os la hacen llegar por el Bautismo, por el Sacramento de la Penitencia y sobre todo por la Eucaristía. Ellos son quienes os acompañan en la enfermedad y en el paso a la vida eterna mediante la Santa Unción y el Viático.
Los presbíteros obran entre vosotros como signo de la unidad de la Iglesia, y como la muestra oportuna del cuidado del Señor que os orienta con su palabra y os estimula con su testimonio.
Hoy nos hemos reunido en el Templo madre de la Archidiócesis para dar comienzo a las actividades orientadas a la nueva evangelización. A ella fuimos llamados por el Beato Juan Pablo II, urgidos por el Papa Benedicto XVI, y seriamente lanzados por el Papa Francisco, sucesor de Pedro ahora en la Iglesia católica y apostólica.
3. La tarea de la evangelización, que ahora se nos encomienda de un modo especial como continuadores activos de la permanente acción de la Iglesia desde sus orígenes, nos implica del todo a cada uno. Esta implicación lleva consigo una exigencias que debemos considerar especialmente en la Cuaresma que es tiempo de conversión y, por tanto, una oportunidad para renovar nuestro proyecto de vida y de acción apostólica.
Nadie podemos transmitir lo que no conocemos. Pero tampoco podemos comunicar lo que no hemos experimentado de un modo u otro. Ese es el motivo por el que Jesucristo nos hizo saber la urgencia de nuestra conversión; y, para ella, la necesidad imperiosa de estar unidos a Él. Nos dijo: “Sin mí no podéis hacer nada” Jn 15, 5b).
4. Lo primero que nos pide el Señor para estar unidos a Él, es confiar en él, hacer caso de su palabra siempre veraz, puesto que Él es la Verdad suprema. El libro del Génesis nos da hoy una preciosa lección en la primera lectura. Dios pide a Abraham, a quien elige para ser cabeza de su pueblo santo, que salga de su tierra y de la casa de su padre y que se ponga en camino hacia la tierra que, en su momento le mostraría. A nadie le extraña que, para dejarlo todo y ponerse a caminar sin saber todavía donde le conduciría el Señor, hacía falta confiar mucho en Dios. Había que tener una confianza plena, capaz de superar todo obstáculo, todas las dudas y oscuridades, y todas las tentaciones de desconfianza.
¿No ocurre esto mismo cuando el Señor Jesucristo nos llama a través de los Papas para que realicemos la difícil tarea de la evangelización? ¿Tenemos claro cómo debemos actuar? ¿Acaso sabemos en qué van a terminar todos nuestros esfuerzos? ¿Creemos, de verdad, que las gentes van a volver su rostro hacia Jesucristo, dando la espalda a esta cultura del placer, del abandono a lo material, de la búsqueda de bienestar a cualquier precio, de la desbocada ansiedad por alcanzar la felicidad que cada uno busca según la entiende y a costa de lo que sea? ¿ Tenemos la seguridad de que los esfuerzos apostólicos van a concluir felizmente logrando, aunque sea a nuestro alrededor, un cambio de la cultura de la muerte y del ventajismo egoísta abriendo la mente a la cultura de la vida y de la caridad?
5. Aceptar la misión evangelizadora supone darlo todo a cambio de ninguna seguridad de éxito, pero confiando, por la fe, en que Dios actúa a través nuestro, y que es Él quien salvará a su pueblo.
La tarea de la Evangelización exige de nosotros fortaleza en la fe; y, para alcanzarla, nos exige una clara decisión a convertirnos de tantas mediocridades y tibiezas que enturbian esta vida nuestra que consideramos cristiana. Es necesario que n os convenzamos de que vivimos al amparo del Señor. Menos mal que Él nos ama infinitamente más que podemos amarnos a nosotros mismos, y tiene una grandísima paciencia para esperar que aprovechemos toda la ayuda que nos brinda constantemente.
No olvidemos la enseñanza que nos ofrece hoy la Palabra del Señor a través de san Pablo en la segunda lectura. Nos llama o, quizás mejor dicho, nos manda a tomar parte en los duros trabajos del evangelio (cf. 2Tim 1, 8), y nos advierte que, para tomar parte en la tarea evangelizadora, es necesaria la fuerza de Dios (cf. Id). El Señor no deja de situarnos en donde corresponde. Evangelizar es abrir el corazón de las gentes a la confianza en Dios. Esto no puede ser obra de técnicas o de estrategias humanas. Todas ellas pueden valer como vehículo de la gracia de Dios. Pero lo fundamental es dejar que Dios actúe a través nuestro, entregándonos con todo rigor y generosidad a la acción apostólica.
6. La seguridad de que Dios actuará a través nuestro, nos la manifiesta el Salmo interleccional diciéndonos hoy: “los ojos del Señor están puestos en sus fieles… para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre” (Sal 32, 18-19). Es el Señor quien nos va a acompañar, quien va a ayudarnos, quien sostendrá nuestro ánimo en los momentos de duda, de cansancio o de decepción. Momentos que pueden llegarnos al constatar que las gentes no se entusiasman con el evangelio, o que nuestra misma vida no es apoyo válido o suficiente para predicar el mensaje de Jesucristo con el testimonio y con la palabra. A pesar de todo no podemos renunciar a nuestro deber apostólico, ni retardar, ni reducir su cumplimiento a causa de nuestros miedos al fracaso, ni por dudar de nuestra eficacia apostólica, ni por sentir nuestra pobreza personal.
7. La garantía de la autoridad con que la Iglesia nos llama, está en el respaldo que Dios mismo da a Jesucristo, fundador del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia universal. El Señor Jesús nos ha dicho: “quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y estas palabras quedan garantizadas en su verdad, por la voz de Dios que se hace oír en la transfiguración. Revestido Jesucristo del brillo mesiánico, se oye la voz del cielo que dice: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Mt 17, 5).
Jesucristo, con el respaldo que le da la voz de Dios Padre en el momento de su Bautismo a manos de Juan, y en el hecho de la Transfiguración que hoy hemos recordado la transfiguración, nos ha dicho: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándoles en el nombre del Padre, y el Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20).
De nosotros depende buscar las formas concretas, las acciones oportunas y las ayudas necesarias para realizar concretamente en las respectivas comunidades cristianas y en los ambientes propios las acciones que puedan llevar la luz del Evangelio a los hermanos alejados o increyentes.
Desde este momento hago una llamada muy seria y muy esperanzada a todos los miembros de nuestras Parroquias y de todas las asociaciones cristianas para que se pongan a la obra con fe y con decisión. Sin ellas no es posible la esperanza. Y sin esperanza resulta imposible emprender la evangelización.
El Señor está con nosotros. Así que nadie puede hacernos temblar. Nosotros, como S. Pedro, a pesar del fracaso que puede llegarnos alguna vez, debemos reemprender nuestra tarea diciendo: “En tu nombre, Señor, lanzaré las redes” (Lc. 5,2).
8.- Queridos hermanos: abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios. Sólo de este modo podremos alcanzar la luz y la fuerza de la fe. Oremos confiadamente al Señor para que nos ayude en los momentos de debilidad.
Pidámosle, por intercesión de la Santísima Virgen, la primera y más firme creyente, que nos conceda la gracia de descubrir cada día más y mejor la alegría del evangelio. Y que esta experiencia gozosa, nos impulse a dar gratis lo que gratis hemos recibido.

QUE ASÍ SEA.    

HOMILÍA EN EL DOMINGO I DE CUARESMA

                                                9 de marzo de 2014
Peregrinación de la Vicaría primera a la Catedral


1. Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes miembros del Cabildo catedralicio y pastores de las comunidades parroquiales aquí reunidas.
Queridos fieles cristianos religiosos y laicos que llegáis desde las Parroquias de la Ciudad de Badajoz y de los pueblos cercanos. Bienvenidos todos. Os recibo con grandísimo gozo en este lugar sagrado, nuestra Catedral, que es signo de nuestra identidad cristiana como miembros de la Iglesia Diocesana. Por peer4tenecer a ella, pertenecemos a la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

2.- Con vuestra peregrinación para participar en la sagrada Eucaristía, presidida por el Obispo y concelebrada por los presbíteros, expresáis con un bello signo, la decisión de iniciar, con la ayuda de Dios, los pasos orientados al inmenso y apasionante ministerio de la Evangelización. Y expresáis, a la vez, vuestro deseo de vivir y crecer en la comunión eclesial; sin ella no es posible vivir como cristianos ni evangelizar a los hermanos en el seno de la familia y en los distintos ambientes en los que nos movemos ordinariamente.

3.- No podemos evangelizar si no nos dejamos conducir por el Espíritu Santo. Él nos concede el precioso don de la fe que deseamos comunicar. Él obra en nosotros la gracia de la comunión eclesial, que es la unidad en lo esencial, y la buena disposición para colaborar en la tarea pastoral y apostólica junto al obispo.
El obispo ha sido constituido cabeza y pastor de la comunidad diocesana para presidirla en la caridad. Por ello, con la colaboración de los Presbíteros, es el responsable de fomentar y defender entre los bautizados la unión que brota de la fe, que se cultiva con la participación en los sacramentos, y que debe configurar nuestras relaciones personales con los que nos rodean. Sin vivir y cultivar esta misión es imposible o infructuosa la tarea evangelizadora a la que estamos llamados desde el bautismo.
En estos momentos se hace especialmente fuerte esa llamada a evangelizar por la insistencia del Papa Francisco, fiel continuador de la convocatoria que nos hizo el Concilio Vaticano II. Junto a ello, nuestro Plan Diocesano de Pastoral nos urge a tomar especialmente en serio el deber de anunciar el Evangelio con valentía, constancia y esperanza. Y nosotros somos conscientes de que son verdad las palabras de Jesucristo: “Sin mí no podéis hacer nada” (----). Por ello venimos a la casa de la gran familia del Señor a encontrarnos con Jesucristo, nuestro hermano y redentor, y a pedirle que nos acompañe en la tarea que nos encomienda.

4.- Al comenzar la Cuaresma, la Santa Madre Iglesia nos convoca a la conversión interior, a procurar la fidelidad personal y comunitaria a la Palabra y a la acción salvífica de nuestro Señor. Ese es el camino de la conversión para todos y cada uno, que pasa por el dominio de sí mismo. Sólo así daremos lugar en nosotros a la primacía de Dios: origen, camino y fin de nuestra existencia. Unida a esa llamada recibimos con urgencia la convocatoria de la Iglesia a ofrecer a nuestro prójimo más allegado la luz de la fe, el mensaje de salvación, el Evangelio de Jesucristo. En él se nos manifiesta la razón de nuestra existencia y el sentido del vivir cotidiano con sus gozos y tristezas, con sus contrariedades y satisfacciones, con sus oscuridades e ilusiones.
Entender y asumir el deber de la Evangelización como integrante de nuestra conversión cuaresmal supone orientar nuestra preocupación y nuestra acción apostólica al servicio de los que sufren la mayor de las pobrezas, que es la ausencia de Dios. Estar convencidos de ello nos llevará a procurar el mayor beneficio a nuestros hermanos: gozar de la luz y del consuelo de Dios que es amor y que nos ha amado hasta el extremo de dar su vida para que nosotros vivamos.

5.- Hoy la Palabra de Dios nos ofrece las pautas o las condiciones que hacen posible nuestra conversión personal, tan difícil en muchos aspectos. En nuestro mundo, por la influencia de la cultura dominante, cuesta dar a Dios la primacía en los proye4ctos, personales y familiares, en los objetivos profesionales, en las relaciones sociales, y en el respeto a los derechos fundamentales de nuestro prójimo. Cesta vivir mirando y escuchando a Dios de quien venimos, gracias a Quien existimos, y por cuya providencia podemos vivir en la auténtica libertad interior. Quien entiende bien esta gran verdad, podrá entender el error de pretender una vida humana, individual y social, como si Dios no existiera, o como si Dios ocupara nada más que el lugar de un simple ayudante para cubrir las impotencias humanas.

6.- Los requisitos fundamentales de la acción evangelizadora, a la que estamos llamados y urgidos, y las pautas de nuestra propia conversión, van íntimamente unidos.
En primer lugar debemos afirmar nuestra fe, y ser valientes para comunicar la firme convicción personal de que Dios es el creador nuestro y de todo. Él modeló al hombre y a la mujer y les dio el aliento de la vida. Por eso sólo Él es el dueño, y nadie más tiene autoridad moral para privar a nadie de la vida, cualquiera que sea su momento, sus condiciones presentes o su futuro humanamente previsible. Dios nos concedió todo lo que necesitamos para vivir material y espiritualmente, encargándonos de su desarrollo y justa participación. Dios nos ha regalado toda la riqueza de la tierra, toda la luz de su Palabra y el testimonio de su amor infinito manifestado en Jesucristo. Él nos ha enseñado que la verdadera vida se logra y se mantiene permaneciendo fieles a las orientaciones que Él nos da: desde siempre a través de los profetas, y hoy a través de la Iglesia, fiel transmisora de su Palabra y de su gracia.
En segundo lugar, la conversión y la evangelización nos invitan a aceptar que nuestra salvación está en Dios. Después de nuestro pecado, la vida feliz del Paraíso, se convirtió en fuente de vergüenza, de dolor y de búsqueda ansiosa e insaciable de la felicidad perdida. Felicidad, que nadie podemos alcanzar por nosotros mismos, ni siquiera uniéndonos en el empeño. Esa felicidad, que comienza a ser posible con la redención, es obra de Jesucristo, verdadero Dios hecho hombre; es regalo de Dios que constantemente debemos agradecer; es un objetivo a conseguir interiormente, procurando acercarnos a Dios a quien damos la espalda con nuestros pecados.
En tercer lugar, tanto nuestra conversión como la acción evangelizadora nos piden estar muy atentos, por una parte, a la fuerza embaucadora que tiene esa mentira diabólica que es la tentación; y, por otra parte, a nuestras torpezas y debilidades que nos hacen especialmente sensibles e influenciables ante el aparente atractivo del mal y del pecado. El abandono ante la tentación merma nuestra sensibilidad pare percibir y gustar los dones divinos. Por ello quedamos en la humillante situación de los males que nosotros mismos nos causamos con el pecado. Así nos lo manifiesta el evangelio de hoy al narrarnos las tentaciones que sufrió el mismo Jesucristo como hombre, que también era.

7.- El diablo tentó al Señor invitándole a que utilizara el poder sobrenatural que tenía como Dios, para saciar sus apetitos, legítimos en el fondo, puesto que sentía un hambre razonable. Con su respuesta al tentador, Jesucristo nos enseña la pauta de la conversión: “No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”(Mt. 4, 4). Es decir: hay que dar a Dios la primacía en las decisiones personales. No todo lo que parece legítimo, ni todo lo que está permitido por las leyes humanas es bueno.
Con su respuesta al diablo, el Señor nos da, también, la pauta de la tarea evangelizadora; porque nos recuerda que por querer suplantar a Dios, n os llegaron todos los males. Y que, por tanto, el camino de la vida es el Evangelio: el testimonio y la enseñanza de Jesucristo. Él nos ama infinitamente y n os busca sin cesar para que volvamos a la verdad. Dejándonos conducir por ella, alcanzaremos la paz y la felicidad interior, y avanzaremos por el camino del amor y de la esperanza.
En este momento, procurando nuestra conversión y preparándonos para la acción evangelizadora, debemos repetirnos interiormente las palabras de Jesucristo con las que rechazó al Diablo: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 10)

8. Pongamos nuestra mirada constantemente en Jesucristo. Él es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn, 14, 6) que nos lleva a vivir con sentido y con esperanza. Él es la luz que podemos ofrecer a quienes no conocen el rostro de la verdad, la fuerza del amor, y el gozo de la esperanza.
Que la Santísima Virgen María, que guardaba en su corazón la Palabra de Dios, nos ayude a guardarla y a convertirla en guía de nuestra existencia, y en el mejor servicio de caridad para nuestros hermanos.


 QUE ASÍ SEA.