Mis queridos
hermanos sacerdotes concelebrantes,
Seminaristas
y miembros de la Vida Consagrada,
Sr. Alcalde,
miembros de la Corporación municipal y demás autoridades civiles y militares,
Queridos fieles
laicos:
1. La fiesta
que nos reúne hoy invita a tener presente en nuestra celebración sagrada a todo
el pueblo de Badajoz. Es la fiesta de nuestra ciudad, y así la entienden y la
disfrutan todos, aunque de forma distinta. Muchos gozarán considerando las raíces
cristianas de la fiesta mayor de la Ciudad. Otros vivirán la fiesta al margen
del sentido que la animó desde su origen. Y otros se comportarán como
contrarios a la dimensión religiosa y cristiana de esta fiesta popular. La
fiesta de la ciudad nos brinda una preciosa ocasión para que todos demos
muestras de respeto y buenos modos en medio de la pluralidad de ideas y con
educados comportamientos.
2. desde la
fraternidad cristiana que nos une a todos por encima de todas las posibles
diferencias sentimos, especialmente hoy, la responsabilidad de tener presentes,
ante el Señor, a todos los conciudadanos. Debemos pedir para cada uno, por
intercesión de nuestro santo patrono san Juan, la gracia de tomas conciencia de
los que somos como personas y como ciudadanos; de los que son, como personas y
ciudadanos, quienes viven solamente la parte profana de la celebración festiva,
y pedir que Dios ayude a asumir su inexcusable responsabilidad a quienes
necesitan una gracia especial para no terminar la fiesta siendo víctimas de la
falta de conciencia, del instinto, o de la superficialidad, que suelen
convertir la fiesta en lamento y la alegría en disgusto. Nuestros errores y
torpezas repercuten lamentablemente en la vida de los demás, especialmente de
los más cercanos y de los más débiles. Pero no olvidemos que nuestra buena
compostura y buen sentido también repercuten positivamente elevando el nivel de
convivencia y de manifestaciones sociales propias de la cultura que nos honra.
Mirar preferentemente lo malo es una forma de desfigurar y menospreciar
cualquiera de las realidades existentes.
3. Pedir para
unos y otros la gracia de saber que lo que somos y dónde estamos, es un deber
de fraternidad que nada tiene que ver con voluntad alguna de proselitismo
religioso. Sencillamente es la consecuencia de nuestra responsabilidad ante el
Señor y ante los hermanos, siguiendo el consejo de san Pablo “Dad gratis los que gratis habéis recibido”
(Mt 10, 8).
Nadie tiene
derecho a imponer nada a nadie. Ni siquiera lo que considera la mayor de las
riquezas, como es el caso de la fe para los cristianos. Pero todos tenemos la
obligación moral de ofrecer a los demás, con toda atención y respeto, de
palabra y con los hechos, aquello de lo que gozamos como un bien fundamental.
Todos tenemos la obligación moral de brindar a los demás, con tanta ilusión
como delicado respeto, aquello que sabemos que nos permite descubrir y cultivar
nuestra dignidad original e irrenunciable; aquello que nos ayuda a vivir
creciendo en la verdad, la libertad, y la paz interior y social. Esa es la
razón por la que, en este día festivo, acudimos a san Juan Bautista, nuestro
principal valedor en el cielo. Él, que dio la vida por manifestar la verdad
como un servicio crucial en un ambiente externamente adverso, intercederá ante
el Señor para que seamos capaces de amar la verdad más que a nosotros mismos y
a los intereses del propio grupo.
4. Los textos
bíblicos de esta celebración litúrgica nos han invitado a repetir, como
respuesta a la Palabra de Dios, esta plegaria: “Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente” (Sal 138,
14). Esta es una oración de gratitud que eleva el alma creyente al dirigirse a
Dios considerándolo como su creador y Señor. La fe cristiana nos enseña que
Dios nos ha creado y que, desde el primer momento, nos ha dotado con las
potencialidades necesarias para el desarrollo pleno de nuestra condición
humana, por la que somos imagen y semejanza de Dios.
Al mismo
tiempo, esta plegaria es un reconocimiento humilde y gozoso de que el Señor nos
ha elegido a cada uno para algo concreto que cada uno debe esforzarse en
descubrir. Vocación que, por la fe, reconoce orientada a la gloria de Dios y al
bien de la humanidad en nuestro propio ámbito social. Esa es la misión que cada
uno debemos realizar con esmero y desvelo. En su cumplimiento está nuestra
plena realización como personas, tanto en la dimensión individual como en la
social, que integran inseparablemente nuestra identidad.
5. El
cumplimiento cristiano de la misión recibida no es compatible con protagonismos
excluyentes y exclusivistas; no admite individualismos, puesto que, en última
instancia, nadie trabajamos solos. Nadie somos autosuficientes. La condición
relacional, participativa y solidaria está en la raíz y en la esencia de
nuestra condición humana; por tanto, es una exigencia lógica tenerla en cuenta
en nuestro trabajo y en nuestro desarrollo personal, eclesial y social. Debe
llevarnos, pues, a pensar en “quien” y en “quienes” están en la raíz y en el
curso de nuestras actuaciones, para ser agradecidos y coherentes con la
identidad de quien nos capacita y nos respalda. De ello nos da buena lección
san Juan Bautista advirtiendo: “Yo no soy
el Mesías” (Jn 1, 20). “Yo no soy
quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarla las
sandalias” (Hch 13, 25).
La
edificación de la sociedad, como la de la Iglesia, son por naturaleza, y han de
ser por convicción, fruto de la participación corresponsable que permita
integrar la riqueza de cada persona y de cada grupo o institución, siempre que
cada uno actúe con buena disposición y con rectitud de intención. Actuar así no
es tarea fácil, aunque se pueda formular con sencillez, y aunque este principio
sea utilizado por casi todos, incluyendo los que no lo tienen en cuenta a la hora
de la verdad. Por eso, los cristianos sentimos la necesidad de recurrir a Quien
es la fuente de toda luz, a quien es la expresión y el origen de la verdad.
Necesitamos alcanzar de Dios la entereza necesaria para amar a la verdad más
que a sí mismos, y para sacrificar lo propio que no es esencial en beneficio de
lo bueno que aportan los demás. Nunca debemos permitirnos confundir la rectitud
de los comportamientos con la falaz envoltura de las bellas palabras y de las
falsas promesas.
6. En este
día, en que la honra de san Juan Bautista nos ha llevado a tener en cuenta su
grandeza, forjada en la austeridad y en la humildad, elevemos la mente al
cielo. Pidamos a nuestro santo Patrono luz para descubrir la línea del bien
obrar; fe para saber aceptar la ejemplaridad de Jesucristo y de los santos; y
entereza para servir siempre a la verdad como la mejor ofrenda al Señor, como
nuestra mayor contribución al bien social, y como el testimonio de lo que es
fundamental en medio de tanta hojarasca de la palabras vanas.
QUE ASÍ SEA