HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA 2014

            Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
            Queridos miembros de la Vida Consagrada,
            Miembros de la Asociación de la Mártir Sta. Eulalia,
            Autoridades….
            Hermanas y hermanos todos:

            1.- Lo primero que la Iglesia nos invita a hacer en esta fiesta y en esta solemne celebración litúrgica, es dar gracias a Dios. El motivo de esa gratitud es algo que está en la mente y en el corazón de todos los emeritenses cristianos. Tenemos el honor de que esta tierra fuese la cuna de Santa Eulalia y el lugar de su más honrosa hazaña: el martirio. Santa Eulalia, en su más tierna juventud, se jugó la vida por lo que creía, por lo que amaba, por Quien merecía todo su amor. Era consciente de que había recibido del Señor todo lo que era y todo lo que tenía.
            Sorprende que una jovencita mostrara el valor de arrostrar el suplicio y la muerte por mantenerse fiel a Jesucristo. Eran tiempos en que muy pocos conocían  al Señor, y se perseguía a los cristianos valiéndose de calumnias y engaños. Se les consideraba enemigos del Cesar. En aquella sociedad, sometida al imperio de la ambición, era una muestra de necedad y de un incomprensible e intolerable desafío a la autoridad totalitaria confesar obediencia y tributar sincero culto a otro que no fuera el emperador.  Lo verdaderamente sorprendente  es que Dios quisiera darnos la maravillosa lección de una incuestionable fidelidad a Jesucristo con el testimonio heroico de una criatura que no superaba los doce o trece años de edad. Por su juventud, podía vivir ajena a las exigencias de la fe cristiana; podía sentirse atraída por los placeres y satisfacciones propias de una sociedad opulenta y consentida. Pero no fue así.
            La fortaleza de Santa Eulalia en la defensa de la fe cristiana supone para nosotros un riquísimo testimonio y un auténtico motivo de esperanza.
            2.- En primer lugar hay que destacar la fuerza y la oportunidad de la gracia de Dios que condujo a la joven Eulalia por el camino de la fidelidad plena hasta dar su vida por Jesucristo. Para llegar a ello despreció las tentadoras propuestas que recibía para claudicar en su confesión cristiana. Esto nos ayuda a pensar en las palabras con que Jesucristo alentó a S. Pablo en las duras pruebas que debía sufrir por predicar a Jesucristo. Le dijo el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor. 12, 9).
            No podemos andar presumiendo de autosuficiencia en ningún aspecto de nuestra vida. El refranero español nos enseña que “más altas torres han caído”.  La experiencia nos demuestra la gran verdad que encierra la sabiduría popular, y, por tanto, la necesidad que todos tenemos de ayuda, especialmente en los momentos importantes de nuestra vida. Unas veces la necesitamos como apoyo para culminar lo que hemos decidido hacer; otras, la necesitamos por estar faltos de orientación para saber a qué atenernos; sobre todo,  cuando nos invade la oscuridad ante las decisiones que tienen gran repercusión en nosotros y en los que nos rodean.
La ayuda principal e imprescindible, sobre todo en lo que concierne a nuestra vida interior, debemos buscarla en Dios. Jesucristo nos lo ha advertido diciéndonos: “Sin mí no podéis hacer nada”  (Jn . 15, 5). Y, para que recurriéramos a Él con toda libertad y confianza, nos dice: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamada y se os abrirá” (Mt. 7, 7).
3.- Muchos cristianos, acostumbrados a un cristianismo sociológico, en cuya vivencia predomina la atención a lo externo y a lo socialmente extraordinario, a las tradiciones familiares y sociales más que a lo fundamental, han abandonado la oración, la participación en los sacramentos, la propia formación cristiana. De este modo, pronto o tarde se enfría o se pierde la fe. Lo que llaman conducta cristiana, se reduce a la práctica de lo anecdótico o a lo folclórico. En consecuencia, su vida está muy lejos de la fe que dicen profesar. 
Esta lejanía impide saborear de verdad la vida sobrenatural que Dios nos ha dado. La persona que así viv e, pensando que tiene mayor libertad si desatiende la enseñanza de la Iglesia, lo que logra, en cambio, es reducir su capacidad del disfrute auténtico, que está en la verdad y no en  los intereses personales; que está en el amor y no en la mera satisfacción pasional; que está en la relación con  Dios, que nos ama infinitamente; y no, encerrándonos dentro de los muros del árido paisaje que deseaba convertir en jardín dando cauce a las propias concupiscencias. Entonces, no solo se reducen los horizontes de  vida, sino que, además, se vive lejos de la verdadera alegría.
4.- No juzgamos a quienes viven así. Nuestro deber está en orar por ellos y por nosotros porque también lo necesitamos. Sencillamente debemos manifestar, con claridad y con caridad, lo que es vivir como cristianos; e invitar a que prueben esa experiencia verdaderamente liberadora. A esta misión nos llama el Papa Francisco diciéndonos: “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil  engendrar la alegría” (EG: 7). Así ocurre en muchísimos casos. Parece que el horizonte de los proyectos de vida queda, para muchos, en manos de los meros avances tecnológicos, y de la suerte ante las tentativas movidas por el ansia de tener y de gozar.
No cabe duda de que en este empeño va perdiendo atención el cultivo de la persona en su identidad, en la raíz de su dignidad innegociable y sobrenatural. Parece que privan las obras de los hombres y, va perdiendo consistencia el hombre mismo, que es su autor. En Sta. Eulalia privó clarísimamente la densidad personal y quedaron en segundo término las posibles conquistas de las cosas que le ofrecían los hombres de su tiempo. A ella debemos pedir que interceda ante el Señor y nos alcance la gracia de no perder la referencia y el cultivo de nuestra condición humana y sobrenatural, como imagen de Dios que somos por creación.
5.- Hay una segunda lección sugerida por el testimonio de Sta. Eulalia. Aunque sabemos que sus padres querían evitar que la niña se tuviera que enfrentar con el martirio, tenemos que admitir que el temple cristiano de la santita fue sembrado y cultivado en su familia. Esto nos lleva a pensar en la preciosa y urgente responsabilidad que nos compromete ante la familia. Es la primera escuela de las virtudes sociales y cristianas porque Dios así la hizo desde la creación. Actualmente corre el peligro de  perder su identidad, e incluso presentarse a la sociedad como algo sin identidad propia y que cada uno configura a su gusto, manteniendo el nombre que ya va resultando equívoco.
No es momento para entretenernos en este punto de grandísima trascendencia para la sociedad, para la educación de los niños y jóvenes y para el equilibrio social. Pero sí es una buena ocasión para proponernos una reflexión serena, esperanzada e inspirada en la enseñanza de Jesucristo que la Iglesia nos transmite con plena fidelidad. Decidámonos. Contamos para ello con la ayuda de Sta. Eulalia que intercede por nosotros; y, sobre todo, con la protección maternal de la Santísima Virgen maría, mjer fiel y reina del Adviento que estamos celebrando.

QUE ASÍ SEA

He querido dejar para el final de esta homilía la comunicación de algo en lo que  he puesto todo el cariño y empeño, procurando aunar esfuerzos y la colaboración posible. Todo ello ha tenido, gracias a Dios y a la intercesión de Santa Eulalia, un final feliz. Por eso puedo comunicaros con inmenso gozo, que el templo en el que nos encontramos, dedicado a Sta. Eulalia, ha recibido de la Santa Sede el título de Basílica Menor, con todos los privilegios que ello comporta.
La expresión “menor”, aplicada al título de Basílica, no significa una categoría inferior a otras Basílicas ubicadas en diferentes pueblos o ciudades. Sencillamente obedece al hecho de que, en todo el mundo solo hay cuatro Basílicas mayores, llamadas pontificias o papales. Todas ellas están en Roma. Son: las Basílica de S. Pedro en el Vaticano, y de S. Pablo Extramuros, que guardan los restos de los
Apóstoles Pedro y Pablo respectivamente. La Basílica de S. Juan de Letrán que es la Catedral de Roma, y la Basílica de Santa María la Mayor, que es el primer templo erigido en honor de la Santísima Virgen María.
Son dos los privilegios alcanzados a favor de Santa Eulalia: El primero, que haya sido declarada por la Santa Sede, patrona de la juventud de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz.  El Segundo, que este templo, dedicado a Santa Eulalia, haya sido declarada por la Santa Sede, Basílica Menor. Por todo ello, os felicito de corazón.

Ahora, el Sr. Canciller de la Curia metropolitana, leerá el decreto de la Santa Sede.

HOMILÍA I DOMINGO DE ADVIENTO (30-11-14). Apertura del Año dedicado a la Vida Consagrada



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
            Queridos  miembros de la Vida Consagrada que iniciáis hoy el Año que la Iglesia  dedica a esta Vocación tan valiosa para el enriquecimiento de las comunidades cristianas,
            Queridos fieles cristianos todos:
            “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con todos vosotros” (1 Cor. 1, 3).
           
1.- En esta solemne celebración iniciamos dos acontecimientos que constituyen una llamada del Señor a todos los que creemos en Él: iniciamos, a la vez, el tiempo de Adviento y el Año dedicado a la Vida Consagrada. Y, como un signo de la providencia divina, que vela para que no  falten a su Iglesia pastores según su corazón, hoy admitiré a un joven de nuestra Diócesis a la preparación inmediata para recibir el sacramento del Orden sacerdotal. Enhorabuena, querido Quico. Todo llega.
            El Adviento, como el mismo nombre indica, es tiempo de espera del Señor, y, por tanto, de preparación para el encuentro con Él.
            El Año dedicado a la Vida Consagrada, es tiempo de apertura a esa rica realidad que, con sus variados carismas, constituye un verdadero obsequio de Dios a su Iglesia. De este regalo, que toca de un modo especial a quienes han sido llamados a esta forma de vida cristiana, nos beneficiamos todos los miembros de la Iglesia y muchos que  no pertenecen al pequeño rebaño del Buen Pastor, aunque haya ocasiones en que nos pase desapercibido.  No hay más que contemplar las variadísimas y abundantes acciones orientadas a la evangelización y a la atención humana a los necesitados de cualquier lugar, credo y condición.
Cada uno de los carismas de los Institutos de la Vida  Consagrada constituye una muestra de las diversas atenciones con que el Señor cuida  de su Iglesia y de quienes peregrinamos por esta vida.
            2.-  En la Oración inicial de la Santa Misa, he pedido al Señor la gracia de creer firmemente que el Señor toma siempre la iniciativa y viene a buscarnos. Ese es el mensaje de la Navidad a la que nos preparamos en Adviento. El Señor viene en busca nuestra constantemente. Y se hace presente a  nosotros de muy diversas formas: en su palabra, en los sacramentos, en las personas, y, de un modo especial en los más desposeídos.
            Ante la delicadeza  de Dios, que toma la iniciativa de buscarnos, debemos sentirnos llamados inexcusablemente a salir a su encuentro. Así lo hemos pedido en la oración inicial, diciendo: “aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene.” Pero el deseo cuya viveza suplicamos, no es un mero sentimiento en el que nos complacemos  pretendiendo agradar a Dios. El deseo de salir al encuentro de Jesucristo implica nuestra decisión de  ir “acompañados de las buenas obras” (Orac. Colecta). Para ello necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, porque Él sabe lo que nos conviene en cada momento (cf.--------). Por eso,  el Profeta Isaías nos  invita hoy a pensar y asumir, con verdadera fe, que el Señor es nuestro redentor (cf. Is. 63, 16);  que nadie puede ayudarnos como Él, porque “jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él” (Is- 64, 3).
Esta fe en la grandeza de Dios es algo que puede parecernos lógico y necesario. Ningún cristiano afirmaría  lo contrario. Sin embargo, en la vida cotidiana fácilmente nos distraemos y se enfría esta fe. Ante determinadas pruebas en momentos difíciles, fácilmente podemos olvidarnos de la divina providencia, que todo lo hace o lo permite para nuestro bien. Entonces podemos terminar, paradógicamente, quejándonos ante Dios, antes que dándole gracias porque en todo vela por nuestra salvación.
            Por esa deficiencia de fe tan peligrosa, hoy, al comenzar el Adviento y, en él, nuestro camino hacia el encuentro con Jesucristo, debemos hacer nuestras las palabras del Salmo interleccional, diciendo con humilde fe: “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal. 80, 4). Que tu mano proteja a tu escogido” (Sal. 80, 18). Esta oración debería ser permanente en el Adviento. Sólo así la Navidad será una auténtica fiesta en la que vivamos, a plena conciencia, el amor que Dios nos tiene. En el amor de Dios está la fuerza mayor para seguirle en todo momento.
            3.- Teniendo en cuenta el regalo de Dios que supone la vocación a la Vida Consagrada en el sacerdocio, y en las distintas formas de entrega al Señor enteramente y de por vida, deberíamos dar gracias  constantemente al Señor porque no cesa de llamar a jóvenes y adultos para que se consagren a Él. Hoy, la Palabra de  Dios nos brinda esta oración de gratitud, con palabras de S. Pablo: “en mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús” (1 Cor. 1, 4). Yo hago mía esta plegaria, e invito a los fieles laicos a que la hagan propia también, valorando el don que, cada uno en su
            A  vosotros, queridos hermanos y hermanas, pertenecientes a los distintos Institutos de Vida Consagrada; y a ti, querido Quico, que hoy das un paso muy importante hacia tu consagración sacerdotal, quiero deciros, también con  palabras de S. Pablo: “en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito” (1 Cor. 1, 6-7).
            Este convencimiento profundo, como corresponde al alma creyente en Cristo Jesús y confiada en la acción del Espíritu Santo, ha de apoyaros en los momentos de zozobra personal o institucional. De modo que la fe en Cristo Jesús sea más fuerte que todas las circunstancias adversas con que podáis encontraros.
            4.- Queridos miembros de la Vida consagrada: en este año que dedica la Iglesia a orar por vosotros, intensificad también vuestra oración para  vivir vuestro carisma con toda claridad y fidelidad, y con un profundo sentido eclesial. Amad a la Diócesis en que os ha puesto el Señor. La presencia de los Institutos de Vida Consagrada en distintos países y  diócesis no ha de llevaros nunca a olvidar que sois Iglesia por la pertenencia directa a una Iglesia Particular.
            Por los buenos ejemplos de servicio que dais en distintas parroquias,  y de atención a jóvenes y adultos en las diferentes circunstancias de la vida,  quiero daros las gracias.
Os animo a seguir con empeño el espíritu de vuestros fundadores, sin miedo a sorprender y sin que os frene la incomprensión o los juicios vanos e infundados. Con  ello os asemejáis más a Jesucristo y hacéis más fecundo vuestro apostolado.
            Gracias, de nuevo, queridos miembros de la Vida Consagrada. Os deseo toda bendición del Señor y abundantes vocaciones.
            Que la Santísima Virgen María, que consagró su vida entera al Señor desde su más tierna juventud,  y que ayudó a los Apóstoles para que permanecieran fieles en momentos difíciles, os proteja y acompañe siempre.

            QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DE CRISTO REY (23-11-14) Nombramiento de Ministros Extraordinarios de la Comunión



Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes:
            Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada y seglares que os habéis preparado para servir a la Iglesia como Ministros Extraordinarios de la Comunión,
            Queridos hermanos todos, religiosos y seglares:

            1.- Celebramos hoy una fiesta litúrgica de gran importancia para el cultivo de la fe cristiana y para el estímulo personal en  el camino de la vida.
            Toda la vida y todas palabras de Jesucristo gozan de la riqueza salvadora querida por Jesucristo para todos nosotros. Su vida y su palabra, narradas en el Evangelio y transmitidas fielmente por la Iglesia, nos manifiestan la verdad por excelencia; y, con ella, estimulan nuestra esperanza de salvación. Pero, a demás de ello, el hecho de celebrar el triunfo definitivo de Jesucristo, aclamándolo como Rey de la creación y, por tanto, como Rey de cielos y tierra, nos llena de especial gozo y esperanza. La razón de ello es fácil de entender. Porque, si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Y si nosotros vamos a resucitar, porque Cristo ha resucitado, debemos buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre (cf. Col. 3, 1), y donde esperamos estar nosotros por la misericordia divina. Si Cristo ha resucitado, venciendo el mal con  la fuerza de su bondad y de su sacrificio, nuestro corazón se abre a la confianza en que, con  la ayuda de Dios, también nosotros podemos vencer el mal unidos a Jesucristo.
            ¡Qué importante es considerar esto en  los tiempos que corren, castigados por malas noticias que ocasionan momentos de un pesimismo extendido! ¡Qué importante es considerar el triunfo de la resurrección de Jesucristo; sobre todo cuando nos enfrentamos con nuestras propias miserias y pecados, sabiendo que hemos sido llamados y capacitados para ser mensajeros de la vocación divina a la santidad.
Nosotros, movidos por la fe en Jesucristo resucitado, creemos que se puede vencer el mal a fuerza de bien. Al saber que Jesucristo ha resucitado para nuestra salvación, tenemos la seguridad de que la fuerza del bien para luchar contra el mal puede llegarnos pidiéndola a Dios Padre en nombre de Jesucristo su Hijo y Redentor nuestro.
            2.- Es necesario llegar al convencimiento de que el cambio de intenciones, de actitudes y de comportamientos que invaden  todos los ámbitos de la vida personal y social es posible y no depende sólo de nuestras fuerzas. El Señor obra en nosotros y a favor nuestro. Nosotros debemos ser conscientes de ello y poner lo que está de nuestra parte.
Es a nosotros, a quienes dijo el Señor en el Paraíso: creced y multiplicaos y dominad la tierra (cf. Gen. 1, 28). Por tanto es a nosotros a quienes corresponde ordenar hacia el bien cuanto hay bajo el cielo. Para ello, es necesario que estemos atentos a las motivaciones que dirigen nuestras decisiones y acciones. Sólo así podremos seleccionar las buenas y prescindir de las malas. Es necesario que sepamos recurrir al Señor; y que aprovechemos su gracia, cuya fuente está en la Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento por el que llega a nosotros el mismo Señor con toda la fuerza de su redención. Es, también, deber nuestro, procurar que otros valoren el Sacramento de la Eucaristía y participen de él con fe y devoción, confiando en que el Señor, con su gracia, puede cambiar nuestro mal en bien.
            3.- Hoy, en este acto solemne, que es la fiesta de la victoria de Jesucristo como Rey del Universo,  nos hemos reunido en torno al Altar del Señor llevados por el ánimo de participar en esa victoria. Estamos decididos a hacer lo que esté de nuestra parte en cada momento para que no se pierda nada de esa victoria de Jesucristo; para que seamos capaces de obrar al servicio del plan de salvación universal; para empeñar cuanto somos y tenemos procurando que el Señor ocupe el corazón de los hombres y mujeres, jóvenes y adultos, y los haga apóstoles de la verdad, del amor y de la esperanza.
            Ser apóstoles de la verdad requiere amar a la verdad más que a uno mismo. Si llegamos a ello, venceremos la tentación  de justificar nuestros errores y debilidades con argumentos falsos o con excusas incorrectas. Descubrir la Verdad, que es Cristo, no solo ilumina nuestros pasos por esta vida, sino que nos permite descubrir el valor de las personas, creadas a imagen y semejanza de Dios y que, por ello merecen toda atención. Sabemos que la mayor y mejor atención que podemos prestarles consiste en darles a conocer  esa verdad que es don de Dios, y que es capaz de cambiar el odio en amor, el olvido del prójimo en servicio a los demás, y el pesimismo en esperanza.
            4.- En esta celebración  festiva, algunos de nuestros hermanos en el Señor van a recibir el encargo de ayudar, cuando sea necesario, en la administración de la sagrada Comunión, especialmente llevándola a los enfermos e impedidos. Este servicio a los fieles, además de ser una una preciosa obra de la más alta caridad, se convierte, para los ministros extraordinarios de la Comunión, en una llamada para que vuestra vida sea acorde con  el servicio que realizan. Llevar al Señor a los demás nos pide estar cerca de él hasta poder decir, como S. Pablo: “Vivo, pero no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20).
            Queridos hermanos que vais a recibir este envío para un servicio tan digno: sed exquisitos en el trato con  el Señor.  Que, cuando lo llevéis a los enfermos, vuestro camino hacia su domicilio sea un tiempo de oración que excite en vosotros actos de amor a Dios; y que, en vuestra intimidad con el Señor, recéis por la Iglesia, por los sacerdotes, por los familiares de los enfermos, y por cuantos necesitan la gracia de Dios y no han llegado a conocer a Jesucristo nuestro salvador.
            Que la Santísima Virgen María, primera criatura que llevó al Señor cerca de su corazón, y que nos lo dio a conocer, interceda por nosotros y por cuantos han de ser destinatarios de vuestro servicio eucarístico.
           
            QUE ASÍ SEA

HOMILÍA EN EL DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA (16-11-14)




 Queridos  hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos,
Queridos D. Felipe Albarrán y D. Fernando Domínguez que hoy distinguiremos con  la Medalla de la Archidiócesis:

1.- La oración inicial de la Misa nos ha invitado a pedir a Dios la gracia de “vivir siempre alegres en su servicio”.
 Vivir dedicados al servicio de Dios no equivale a ocupar la vida entera en la oración, en los ejercicios piadosos, en las actividades apostólicas organizadas, etc. Vivir en el servicio de Dios es vivir de acuerdo con la vocación que Dios ha dado a cada uno. Esa vocación señala el camino que debemos seguir en la propia vida para alcanzar el pleno desarrollo de nuestras capacidades. Y esas capacidades son las que Dios nos ha regalado para que atendamos  a la vocación que de Él hemos recibido. Vocación que nos manifiesta la voluntad de Dios sobre cada uno. Por eso, Jesucristo nos enseñó a orar pidiendo al Padre que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo. Con ello, los beneficiados somos nosotros.
2.- Es necesario tener en cuenta que, como Dios nos ha creado y nos ha redimido, sabe más que nosotros mismos lo que nos conduce a la plenitud en la libertad, en la paz interior, en el desarrollo de todos los talentos con los que nos ha enriquecido, y en  la alegría que permanece sobre el inevitable sufrimiento mientras vivamos en este mundo. La alegría, es fruto siempre de la satisfacción interior por haber encontrado el sentido de la vida y de cuanto en ella nos acontece. Y esa alegría se goza plenamente cuando uno sabe que puede conservarla porque no es fruto del azar, sino de la voluntad de Dios que procura siempre nuestro bien.
3.- Vivir en el santo servicio de Dios, en tanto que esto supone vivir de acuerdo con Él, requiere de nosotros procurar la cercanía y el diálogo con Él para que nos oriente. Por tanto, para vivir la alegría del servicio a Dios debemos intimar con Él; debemos darle un lugar preferente en nuestra vida. A todo ello nos conduce el Santo Evangelio. Ese es el motivo por el que el Papa Francisco nos enseña que, por encima de todas las alegrías pasajeras, que pueden propiciarnos legítimamente los acontecimientos favorables y agradables, está la alegría del Evangelio, la alegría  que  nos causa la Buena Noticia de la salvación que  nos ha traído Jesucristo. “La alegría del Evangelio, -dice el Papa-  llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y añade: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG. 1).
4.- En íntima relación con todo lo que vamos diciendo está el mensaje que nos ofrece hoy el Evangelio que acabamos de escuchar. La alegría, la felicidad, la salvación se alcanza desarrollando los talentos que Dios ha dado a cada uno. Ese es el camino de la propia salvación, y el modo más importante de procurar la salvación  de los demás.
Entre los talentos que Dios nos ha concedido, el más importante es su Gracia, el participar de la redención y ser miembro de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. Para nosotros, la Iglesia es Madre y Maestra; es nuestra familia espiritual que nunca muere; es la fuente en que podemos beber del agua de la gracia que salta hasta la vida eterna, y que la Iglesia nos ofrece en el Bautismo, en la Penitencia, en  los demás sacramentos, y, sobre todo, en la Eucaristía. Por tanto, nuestra atención a la Iglesia debe ir pareja con nuestra colaboración y servicio, que es nuestro deber prestarle en la medida de nuestras posibilidades. Eso es lo que se nos pide hoy al celebrar el Día de la Iglesia Diocesana. Nuestra oración debe ser por nuestra Iglesia particular, por nuestra Diócesis. Nuestro ánimo de servicio debe mirar a la Iglesia diocesana, bien sea en lo que se refiere a las necesidades materiales y apostólicas, bien sea en lo que se refiere a su extensión y presencia en el mundo.
5.- Hoy debemos unirnos en oración para que el Señor conceda a cada uno la gracia de encontrar la forma concreta como Dios quiere que sirvamos a la Iglesia. Esta oración ha de tener presentes a los demás miembros de la comunidad cristiana para que también ellos encuentren su lugar en la Iglesia y descubran la misión que les corresponde al interior de la Iglesia y fuera de ella. Estamos llamados a ser luz del mundo.
6.-  Yo os pido hoy, encarecidamente, que tanto en la oración como en la ayuda material seáis generosos. Sabed que todas vuestras aportaciones de hoy se destinan a ayudar a las parroquias más necesitadas, que son muchas. No olvidemos orar para que la acción evangelizadora, que es el tercer objetivo del Plan Diocesano de Pastoral, alcance a cuantos la necesiten y son nuestro prójimo.
7.- Hoy, como signo de gratitud a quienes han destacado por su servicio incondicional a la Iglesia diocesana, vamos a imponerles la Medalla de la Archidiócesis. Esta es la mayor distinción que concedemos a quienes, de modo continuado e incondicional, desempeñan una labor ejemplar y gratuita al servicio de la Diócesis. Cada uno de los premiados ha dejado una huella notable en tareas tan delicadas y difíciles, como nobles y necesarias. El cuidado de la dignidad de los actos eclesiales y eclesiásticos, y el embellecimiento del culto mediante el exquisito arte del canto realizan, en la práctica, lo que el Papa Benedicto XVI nos invitaba a tener especialmente en cuenta: el Arte de celebrar los misterios del Señor.
Aprovecho este momento para manifestar mi admiración y gratitud a D. Fernando Domínguez, Director del Coro de la Catedral; y a Don Felipe Albarrán, Jefe de protocolo del Arzobispado  y promotor del grupo de seglares adultos que atienden ejemplarmente  en la Catedral los actos de culto catedralicio de especial solemnidad. Para ellos vaya, también, mi gratitud y mi especial Bendición. En ella quiero recoger la merecida gratitud de cuantos sienten justamente como propia esta Iglesia particular de Mérida-Badajoz, objeto de nuestro amor y de nuestro servicio, y casa en la que vivimos con el Señor y con los hermanos que él nos ha dado.
8.- Pidamos a la Santísima Virgen María que nos alcance de Dios la gracia de ser fieles hijos de la Iglesia, obedientes a la vocación del Señor, caritativos con las necesidades de la Iglesia y de los hermanos, e incondicionales colaboradores con quienes Dios ha puesto a nuestro lado para llevar a término la obra de la pastoral y del apostolado. La colaboración eclesial es la mejor manifestación de la comunión que debe presidir nuestra vida como hijos de Dios.
Que el Señor nos mantenga unidos en la comunión y en la colaboración.
El mejor obsequio que podemos hacer hoy a D. Felipe Albarrán y a D. Fernando Domínguez, además de manifestarles nuestro afecto y gratitud, es ofrecerles nuestro apoyo y colaboración según nuestras posibilidades en aquello que constituye la responsabilidad de cada uno.

QUE ASÍ SEA.