Mis
queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:
1. Comenzamos la Cuaresma
con la conciencia clara de si el Señor se acercó a nosotros en la Navidad,
nosotros debemos acercarnos a Él. Pero el Señor, para acercarse a nosotros tuvo
que anonadarse, tomando la condición de hombre con todas las limitaciones de la
naturaleza humana. Nosotros, en cambio, para acercarnos a Dios, tenemos que
irnos desprendiendo de las adherencias pecaminosas de nuestra naturaleza. Por
eso, la Cuaresma es tiempo de conversión, de reforma, de reorientación, de
elevación.
No obstante, aun teniendo
claro que ganamos con el esfuerzo de seguir a Jesucristo por el camino de la humildad,
de la obediencia al Padre y de la entrega por el bien de los demás, nosotros
experimentamos la fuerte sujeción del espíritu a los aparentes bienes de la
tierra. Desprendernos de ello es ardua tarea en la que debemos ocuparnos con
decisión, porque las ataduras, derivadas del pecado original, son fuertes y
constantes.
2. Cuando nos decidimos a
mirar las cosas de arriba, como Dios quiere, sentimos el duro peso de nuestra
condición terrena, de nuestras concupiscencias y de nuestra falta de visión
sobrenatural; al menos con frecuencia.
En esta situación
necesitamos gozar de un fuerte y constante convencimiento de que la verdad de
nuestra vida no está en lo que sentimos día a día, sino en lo que Señor nos
invita a valorar y a seguir. Pero esta enseñanza del Señor, por fuerza del
diablo, se nos pasa desapercibida algunas veces, o se nos presenta oscura y
llena de dudas. Brota con frecuencia la pregunta: ¿Es verdad que el Señor me
pide esto o lo otro? ¿No se opone a lo que nos dice la propia inteligencia que
Él mismo nos ha dado?
En esa situación es
necesario fortalecer la fe en la bondad de cuanto el Señor nos pide. Para ello,
el Salmo interleccional nos invita a repetir, como un acto de fe que necesita
reafirmarse: “Tus sendas, Señor, son
misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza” (Sal 24).
Guardar la alianza del
Señor equivale a empeñarnos en conocer el sentido profundo de cuanto el Señor
nos indica y nos pide. Solo así podremos valorar la fuerza de razón que tiene
el Señor para orientar nuestra vida con autoridad y con paciencia nacidas de su
amor infinito.
Y conocer el significado
y el sentido profundo de la palabra del Señor exige de nosotros un constante
esfuerzo por aprender, por crecer en la formación cristiana. Requiere de
nosotros, cuanto menos, el mismo interés que ponemos en enterarnos de lo que
afecta a nuestra vida terrena. Salud, alimentación, forma de acertar en las
relaciones sociales, etc.
Por eso, la cuaresma debe
ser, para nosotros, un tiempo en que nos preocupemos de reordenar nuestra vida,
midiendo bien la atención que prestamos a lo que es fundamental y a lo que es
accesorio o secundario. Claro está que ello implica el convencimiento básico de
que lo más importante es lo que se refiere a nuestro espíritu. En él, y no en
lo exclusivamente corporal, está la imagen y semejanza de dios que somos por
creación. Y es en la semejanza a Dios en lo que estamos llamados a crecer día a
día para no perder ni deteriorar nuestra identidad fundamental.
3. La cuaresma, así
entendida, es un ejercicio especialmente intenso para alcanzar la vida.
Alcanzar la vida no consiste solamente en procurar el disfrute de la vida
eterna en el cielo.
Alcanzar la vida es una
búsqueda o un empeño que nos compromete en la ordenación de nuestros días aquí
en la tierra de modo que sean camino verdadero para lograr nuestro desarrollo
integral como criaturas que Dios ha puesto en el mundo para su transformación.
Difícilmente alcanzará la vida eterna quien no se haya esforzado por lograr el
pleno desarrollo de cuanto Dios nos regaló para el camino desde la tierra hasta
el cielo.
Este cometido no es tarea
tan difícil que resulte inalcanzable para quienes no contamos con grandes
cualidades, no con vocación de heroísmo. Este cometido es algo imprescindible
que Dios pone al alcance de todos. Así nos lo da a entender el salmo
interleccional diciéndonos: “El Señor es bueno y enseña el camino a los
pecadores” (Sal 24). Lo ha demostrado encarnándose, viviendo entre nosotros y
dejándonos bien claro que Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).
4. Seguir esa enseñanza,
recorrer ese camino y procurar esa vida interior que se convierte en Vida
eterna y feliz junto a Dios, exige humildad; exige aceptar que Dios sabe más
que nosotros lo que nos conviene. Esto que estoy diciendo puede parecer una
verdad de sentido común y aceptada por todos. Pero no es cierto. Con frecuencia
nos aferramos a lo que tenemos más cerca, pensando que en ello está nuestra
seguridad y nuestra salvación. El Señor nos advierte de este frecuente y
peligroso error diciendo al Diablo que le tentaba como a nosotros: “No de sólo
pan vive el hombre” (Mt 4, 4). Es absolutamente necesario aprender de Dios lo
que necesitamos en verdad y en primer lugar. Y eso nos llega por su Palabra.
Palabra que no se reduce a un sonido o a una grafía para expresar un concepto.
La Palabra de Dios tiene fuerza creadora y transformadora.
5. La Palabra es la expresión del poder de
Dios, de la sabiduría de Dios, del amor de Dios. Aceptar la Palabra de Dios es
aceptar plenamente a Jesucristo. Y aceptar plenamente a Jesucristo es decidirse
a darle primacía en todo lo que integra nuestra vida. Ese debe ser el propósito
fundamental de nuestra conversión cuaresmal.
Pidamos al Señor la luz y
la fuerza necesarias para entender y seguir la Palabra de Dios en todo lo que
concierne a nuestra vida en la tierra, de forma que sea verdadero camino hacia
el cielo.
QUE ASÍ SEA
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