Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Queridos hermanos y hermanas, miembros de
la Vida Consagrada,
Queridos fieles cristianos seglares todos:
1.-
Hoy celebramos el día de la Iglesia diocesana. Es, por tanto, el Día de la Iglesia
entera y universal. Lo llamamos, en cambio, Día de la Iglesia diocesana o día
de la Diócesis, porque en esta comunidad eclesial, circunscrita en los límites
territoriales que la distinguen de las Diócesis vecinas, “está
verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y
apostólica” (Chr. D. 11). No podemos afirmar que pertenecemos a la
Iglesia de Jesucristo si no asumimos conscientemente nuestra pertenencia a una
Diócesis concreta.
La
relación entre la Iglesia Universal y la Diócesis es tan íntima y necesaria que
todo lo que pedimos por la Iglesia universal redunda en beneficio de la Iglesia
Diocesana; y todo cuanto hacemos personal y diocesanamente en esta Iglesia
particular repercute en beneficio o en perjuicio de la Iglesia universal. Todos
somos miembros del mismo Cuerpo de Cristo que es su Iglesia; y cuanto ocurre en
uno de sus miembros, tanto cuando actúan individualmente como cuando
es el conjunto de la Diócesis quien actúa, repercute de un modo u otro en la
salud del conjunto, en la salud de toda la Iglesia.
2.-
Siendo esto así, al celebrar el Día de la Diócesis debemos dar gracias a Dios
porque nos ha llamado a formar parte de su Cuerpo Místico, en el cual recibimos
el alimento de la salvación que es su Palabra y los Sacramentos, sobre todo la
Eucaristía. Es una verdadera bendición de Dios haber sido llamados a formar
parte de su pueblo santo, de su Reino de verdad, de justicia, de amor y de paz,
que es la Iglesia Una Santa, Católica y Apostólica.
Conociendo
nuestras limitaciones y debilidades, debemos acercarnos, también, al Señor en
este día para pedirle perdón por nuestros pecados e infidelidades, confiando en
su inmensa misericordia que debemos implorar con esperanza y gratitud.
3.-
El día de la Iglesia Diocesana es una llamada a nuestra conversión personal y a
la fraternidad propia de la verdadera Comunidad eclesial que tiene a Cristo
como su fundador, a los Apóstoles como su fundamento, y a los Pastores como
elegidos de Dios para nuestro servicio, a fin de que andemos en una
vida santa y agradable al Señor.
En
este año celebramos el Día de la Iglesia diocesana dentro del marco del Año de
la Fe, que el Papa Benedicto XVI ha convocado como “invitación a una
auténtica y renovada conversión al Señor, único salvador del mundo” (PF.
6).
4.-
Esta invitación a convertirnos, que parece más propia de la Cuaresma, tiene
pleno sentido en el Año de la Fe porque “gracias a la fe, esta vida
nueva (que parte de nuestra conversión y se desarrolla siguiendo
fielmente al Señor), plasma toda la existencia humana en la novedad radical
de la resurrección” (PF. 6). Esto es: sabemos por la fe que,
acercándonos a Jesucristo resucitado en la escucha atenta y religiosa de la
palabra de Dios, en los sacramentos, en la oración y en el servicio caritativo
al prójimo, recibimos la gracia de la vida nueva, la semilla de la vida eterna
y la esperanza de resucitar interiormente. Esta resurrección, que consiste en
librarnos de la muerte del pecado, nos prepara para la resurrección final que
será el inicio de la felicidad eterna; esto es: será la culminación de la
promesa de salvación que nos dio Jesucristo y que Él mismo pidió al Padre para
nosotros orando con estas palabras: “Padre, quiero que donde esté yo,
estén también ellos conmigo” (Jn. 17, 24).
5.-
La palabra de Dios nos habla hoy, precisamente, del camino hacia la
resurrección junto a Dios en los cielos. Y nos da a entender que a esa
resurrección podemos llegar por un camino que tiene su dureza y sus
dificultades capaces de tambalearnos y hasta de hacernos caer. De ello nos
advierten el Profeta Daniel y el Evangelio según S. Marcos que acabamos de
escuchar. Palabras que nos previenen con toda claridad, acerca de las
dificultades y tribulaciones que debemos superar y asumir con generosa entrega
al Señor.
6.-
Para que no nos rindamos ante el conocimiento o ante la sospecha de los males y
pruebas que nos irán llegando durante nuestro peregrinar sobre la tierra, la
Santa Madre Iglesia nos invita, ya desde el comienzo de la Misa que hoy
celebramos, a orar así: “Señor, Dios nuestro, concédenos
vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo
bien, consiste el gozo pleno y verdadero”.
Pidiendo
al Señor la gracia de vivir alegres en su servicio no pedimos que los
sufrimientos no nos afecten de ningún modo, como si estuviéramos inconscientes
o insensibles. Pedimos la ayuda para asumir las inevitables pruebas de esta
vida, al modo como Jesucristo asumió su Pasión y Muerte en cruz. Así, nuestro
corazón se sentirá en paz y lleno de la esperanza que brota en nuestra alma al
sabernos unidos a Jesucristo, fuente de vida y de salvación.
7.-
El Día de la Iglesia diocesana es, también, una Jornada en que debemos
plantearnos cómo nos comportamos con nuestra Madre la Iglesia. Ella necesita de
nuestra ayuda en todos los sentidos. Necesita nuestro apoyo personal y moral;
esto es: necesita que nos dispongamos a colaborar en la acción pastoral y
apostólica, según las posibilidades de cada cual. Unos, orando constantemente
para que se extienda el Reino de Dios; otros asumiendo una responsabilidad
concreta al interior de la Iglesia mediante el servicio en la Catequesis, en la
liturgia, en las estructuras diocesanas o parroquiales de asesoramiento a los
pastores, en el ejercicio cristiano de la propia profesión o trabajo, en la
iluminación cristiana de la vida social y de las estructuras que la configuran
y ordenan, etc.
Como
la Iglesia camina por esta tierra, estando sometida a los condicionantes
materiales de toda persona e institución, deberemos plantearnos, también, cual
es nuestra aportación económica para el oportuno funcionamiento de las
diferentes acciones pastorales y caritativas.
Al
final de esta reflexión quiero deciros que seáis generosos. Siempre recibimos
del Señor a través de la Iglesia mucho más de lo que nosotros podamos
ofrecerle.
No
olvidemos las palabras con que concluye la oración primera de la Misa. En
ellas, la Iglesia nos invita a considerar y creer que en servir al Señor por
todos estos medios, consiste el gozo pleno y verdadero.
8.-
Unámonos hoy, como verdadera comunidad eclesial, pidiendo al Señor que nadie
viva siendo inconsciente de lo que significa ser miembro de la Iglesia, y que
nadie deje de ofrecerle cuanto esté en sus manos espiritual y materialmente.
QUE
ASÍ SEA