1.- Queridos jóvenes: al veros aquí reunidos en buen
número y participando en la Misa, se me ocurre preguntaros:
¿Qué hacéis aquí
estropeando un fin de semana siempre deseado para la diversión a lo moderno,
sin límites a la libertad de lo que se os ocurra, sin más ley que el apetito, y
sin más proyecto que repetir y repetir intentando dar un paso más para descubrir
nuevas experiencias, nuevas sensaciones y mayores placeres?
¿Qué hacéis aquí
siguiendo la llamada de unos curas y de un obispo cuando todos ellos, según
dicen muchos, no saben nada de la vida y engañan a la gente con sermones,
prometiendo una felicidad que nadie llega a disfrutar porque dicen que a ella
se llega mediante el sacrificio y el sufrimiento?
¿Qué hacéis aquí,
queridos jóvenes, acudiendo a Dios en medio de un mundo en el que muchísimos
viven como si Dios no existiera?. Los medios de comunicación social nos
manifiestan que muchos profesores, muchos padres y muchos políticos rechazan la
educación cristiana porque piensan que provoca el fanatismo en muchas personas;
y porque creen que enseñan cosas extrañas, contrarias a lo que gusta a todos y
que todos tienen derecho a disfrutar porque son libres. No os asustéis. Oiréis cosas mayores.
2.- Os estoy hablando a
vosotros, pero estoy pensando en quienes, en vuestros ambientes, os harían, y
probablemente os hagan, las mismas preguntas que acabo de lanzaros.
¿Creéis que, si me
encontrara con ellos, me enfadaría, o
les replicaría sacándoles los colores? Nada de eso. Si me encontrara con ellos,
y pudiera hablar con ellos sin prisas, lo que me apetecería es darles un abrazo
y decirles: Perdonad, amigos, porque quizá yo no he hecho todo lo que debía
para que vosotros disfrutarais de la paz interior que da sentir unas ganas
inmensas de vivir, sabiendo que Dios mismo nos ha dado la vida y nos ha dicho:”Yo para eso he venido, para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10), y que, además, ha pagado por
nuestros pecados para librarnos de ellos, porque el pecado entristece el alma,
rompe la ilusión y pega el corazón a la tierra sucia y desapacible.
Casi nunca acertamos a
decir bien lo que tantas personas necesitan oír. Y sabemos que muchos, cuando
las han oído y han hecho caso, han sido personas felices y ejemplares
cristianos.
Por eso, seguiría
diciendo a los jóvenes: Perdonad porque quizá no os he contado con suficiente
claridad que hay una alegría capaz de llenar el alma, y que puede más que todos
los disgustos, fracasos y desilusiones; hay una alegría que brota del fondo de
nosotros cuando nos enteramos de que Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
creador y salvador nuestro, omnipotente y misericordioso nos dice en medio de
nuestros apuros: “Os he hablado de esto,
para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened
valor: yo he vencido al mundo” (Jn.
16, 33).
Posiblemente les diría
también: dejadme que os explique algo maravilloso: ¿sabéis que existe el amor
verdadero, que no depende de lo que nos
guste la persona con que nos encontramos,
ni de que le gustemos a quienes se encuentran con nosotros; un amor que
lo tenemos seguro y que se vuelca en favor nuestro aunque le cueste la vida,
como hizo Jesucristo?.
No sé si podría callarme
ya. Probablemente seguiría diciéndoles
¿Sabéis que ese amor nos hace capaces de amar con toda el alma a quienes
Dios pone en nuestro camino, dando por ellos lo mejor de lo que tenemos, sin
quedarnos en el simple atractivo, o en un afecto pasajero, o en una supuesta y
engañosa entrega, que algunos ingenuamente creen que acontece en una relación
sexual o sensual fuera de lugar?
Terminaría, de momento,
diciéndoles: ¿habéis experimentado la inmensa alegría que se siente al
comprobar que la misericordia de Dios es tan grande que perdona nuestros
pecados, los olvida para siempre, nos abre su corazón y se fía de nosotros a
pesar de todo? Si no lo habéis experimentado, pensad en lo que remuerde vuestra
conciencia antes de que se endurezca demasiado; buscad a un sacerdote, y
verdaderamente arrepentidos, decid como el hijo pródigo: Padre, he pecado
contra el cielo y contra Dios. Pero creo que su amor y su misericordia son más
grandes que nuestros pecados, y confío que me perdonará.
3.- Ya veis, queridos
jóvenes, cuántas cosas les diría. Y, si tuviera ocasión de encontrarme de nuevo
con ellos, les diría muchas más. Bueno:
antes de hablar con ellos hablaría con
el Señor diciéndole: Señor, me das la ocasión de contar a estos jóvenes lo que
Tú hiciste que me contaran a mí en su momento, y que me ayudó a vivir feliz y a
entregarme a tí para lo que tú quieras. Ayúdame para que no canse a estos
jóvenes, y para que les ayude a que
descubran lo que es necesario para vivir sin ser arrastrados por las corrientes
de moda, por los apetitos, los bajos instintos y por el engaño de quienes se
atreven a proponerles la felicidad lejos de ti.
4.- Todo esto que acabo
de deciros es muy verdad. Estoy seguro de que si muchos jóvenes lo supieran,
vivirían con auténtica alegría y contagiarían a otros jóvenes su ilusión y su
esperanza, sus ganas de vivir y la confianza en
las palabras de Jesucristo: “Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo
sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga es ligera” (Mat. 11, 28).
Todo esto, además, lo
hemos pedido al Señor muy brevemente al comenzar esta Misa. Yo, en nombre de
todos vosotros, le he dicho a Dios: “Que
tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor, ya que sin tu
ayuda no podemos complacerte”. ¿Sabéis cómo complacemos a Dios? Él mismo
nos lo ha dicho: “¡Alegraos conmigo!, he
encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que n o necesitan convertirse” (Lc. 15, 6-7). Y para que
veamos que es verdad, Jesucristo, en la parábola del hijo pródigo nos dice que
el Padre (refiriéndose a Dios), esperaba siempre la vuelta del hijo rebelde que
se había gastado la herencia y la vida con una vida caprichosa, esclavizada por
los instintos, lejos de la verdad, del auténtico amor y olvidándose del amor de
Dios. Y, cuando llegó el hijo, mandó preparar tal fiesta que le dio envidia al
hermanos que había permanecido en casa fiel a su padre.
5.- Queridos jóvenes:
estoy convencido de que si vuestros compañeros se acercaran al Señor, le
abrieran su corazón y, humildemente, le pidieran perdón, gozarían de la alegría
que da sentirse querido infinitamente por el Señor, y acompañado por él a
través de la vida entera. Es el Señor quien nos ha dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.
28, 20).
6.- Ahora me queda una
cosa my importante que deciros. Cuánto me alegraría si me hicierais caso. La
verdad es que nuestro Señor Jesucristo se alegraría todavía más. Os lo digo.
Mirad, queridos jóvenes:
si vosotros estáis hoy aquí, si vosotros habéis descubierto a Dios en
Jesucristo, si vosotros habéis podido experimentar el amor que Dios os tiene,
si habéis podido ordenar vuestra vida por el camino recto, y si habéis podido
gozar de la misericordia infinita de Dios levantándoos después de cualquier
caída, es porque alguien, o algunos, han orado por vosotros y se han acercado a
vosotros. Y, con el peligro de que les
dierais la espalda, os han hablado de
Jesús, os han enseñado el Evangelio, os han acompañado cuando lo necesitabais y
os han buscado cuando os despistabais o quizás huíais. Pues el Señor nos ha dicho: “Gratis habéis recibido, dad gratis”
(Mt. 10, 8).
Hacer esto es
evangelizar. A ello nos llama el Señor a través de su Iglesia. Procurad que
vuestros compañeros y compañeras no vivan sin experimentar la alegría de
sentirse amados por Dios, y perdonados siempre por su infinita misericordia.
7.- Que la Santísima
Virgen María, madre de Jesucristo y madre nuestra, que sufrió viendo morir a su
Hijo por nosotros en la cruz, nos ayude a recurrir a él procurando cumplir su
santa voluntad.
QUE ASÍ SEA