HOMILÍA EN LA ASAMBLEA DE CÁRITAS DIOCESANA -2015-



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
responsables y miembros de Cáritas diocesana:

            La palabra de Dios, escuchada y acogida con verdadera fe, penetra hasta el fondo del alma y nos descubre las motivaciones últimas de nuestras acciones. Nos lleva a discernir los verdaderos deseos e intenciones de nuestro corazón.  Esa es una auténtica obra de caridad, de parte de Dios, para con nosotros. Lo que más necesitamos es no engañarnos a nosotros mismos, y no sucumbir ante la tentación de buscar excusas fáciles o motivaciones que no alcanzan el nivel que merece la respuesta al Señor.
            Sin embargo,  el descubrimiento  y la humilde aceptación de nuestras miserias debería ser acogida siempre como una inmensa gracia de Dios. Por ese descubrimiento podemos disponernos a romper con los males que  nos apartan de la verdad, de la justicia, del amor y de la fidelidad  que debemos a Dios. Y esto nos ofrece plenas garantías porque es Dios mismos quien nos habla a través de su palabra. En consecuencia, nos advierte acerca de lo que está viendo en nosotros y nos lo da a conocer para nuestra conversión.
            Preciosa acción de Dios con nosotros a través de su palabra. Por eso, escuchar la palabra de Dios atenta y devotamente, además de constituir la debida correspondencia al amor con  que Dios nos enseña, nos corrige y nos acompaña en el camino de la virtud, es también el modo más acertado de ir descubriendo la voluntad de Dios para cada uno de  nosotros. La palabra de Dios, a través de la carta a los Hebreos, nos da a entender hoy que Dios no solo nos ayuda a descubrir nuestras infidelidades, errores y falsedades, sino que, además, “ha sido probado en todo exactamente como, nosotros, menos en el pecado” (Hbr. 4, ….). Por tanto,  “acerquémonos con  seguridad al trono de la gracia para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Hbr. 4…).
            Aunque esto nos parezca sabido, constatamos en nuestro tiempo y entre los cristianos una clara tendencia a ir acomodando el Evangelio a la propia visión de las cosas. Esto no surge espontáneamente sin más precedentes. Antes de argüir a favor nuestro frente a determinadas exigencias del Evangelio ha ido produciéndose una sucesión de faltas reconocidas, que no han sido llevadas al sacramento de la Penitencia. Saturados por el peso de la propia conciencia e influidos por las corrientes de permisividad y de relativismo moral, el espíritu se ve de algún modo forzado a buscar la tranquilidad arguyendo con supuestas razones en apoyo de criterios y comportamientos no acordes con  el Evangelio de Jesucristo y con la enseñanza de la Iglesia. Llegados a este punto es muy necesario  analizar cómo está nuestra fe. Quizá se haya debilitado oscureciendo el verdadero rostro de Jesucristo nuestros Maestro y redentor. Por eso deberemos escuchar con especial atención la llamada que  hoy hemos escuchado: “mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios” (Hbr. 4…).
            Sólo desde una fe profunda, bien arraigada y acorde con la enseñanza de Jesucristo podemos llegar a la práctica de la verdadera caridad cristiana. No olvidemos que la caridad es nuestra respuesta al amor que Dios nos tiene. Por tanto, no vivimos la caridad si nos alejamos de Jesucristo. El amor a Dios va unido al amor al prójimo. Por eso Dios no se conforma con  que le amemos a Él; nos exige el amor al prójimo.  Ha hecho del amor al prójimo la consecuencia del amor a Él. Por eso S. Juan nos dice que no podemos decir en verdad que amamos a Dios a quien no vemos, si no amamos al prójimo a quien vemos. (cf.---).
            Cuando la acción caritativa con  el prójimo no va precedida o acompañado por el amor a Dios, deformamos la caridad cristiana acercándola más a la moneda de cambio para alcanzar la gratitud del beneficiado, el aplauso social, el velo que cubra otras mayores deficiencias personales,, etc.  También puede ocurrir que  no haya más motivo para ejercer la caridad con el prójimo que la fuerza de un mero sentimiento de compasión.
            Frente a todo esto, es bueno recordar, mirando a Jesucristo, que la verdadera caridad, rompiendo con la búsqueda de cualquier compensación llega a arriesgar lo propio hasta poner en juego la propia vida. Si amamos al Padre, no podemos olvidar a los hijos que, por lo demás, son nuestros hermanos.  Por tanto, el ejercicio de la caridad va inseparablemente unido a la propia identidad como cristiano. Por eso la caridad es universal y no puede olvidar ninguna de las dimensiones del hombre: la corporal y la espiritual, la humana y la sobrenatural.
            Al celebrar el encuentro anual de las organizaciones caritativas de nuestra Diócesis, demos gracias a Dios que nos ha permitido conocer su voluntad que es pura y eternamente estable (cf. Sal. 18).
            Que este conocimiento sea objetivo permanente de nuestra vida en cualquiera de las acciones a las que dediquemos la atención.

            QUE ASÍ SEA

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