Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
queridos
hermanos y hermanas, miembros de la Vida Consagrada,
queridos
fieles laicos que participáis en esta celebración festiva:
1. Parece una
contradicción pero no lo es. Me refiero a este hecho por todos conocido: cuando
más escasean las vocaciones a la Vida Consagrada en el Sacerdocio, en la Vida
contemplativa y en las distintas formas de la Vida activa, más, necesarias son.
Sin embargo, me atrevo a
decir que la crisis vocacional es una gracia de Dios para quienes nos
planteamos la propia vida al servicio exclusivo de la Iglesia, y del mundo
desde la Iglesia.
2. Considero que es una
gracia porque podemos estar seguros de que, especialmente los consagrados y de
formas distintas los cristianos en general, tenemos una parte inexcusable en
este importante problema. No cabe duda
de que Dios quiere valerse de nosotros para hacer llegar al corazón de los
niños y de los jóvenes la llamada para
que se decidan a entregarse al Señor con alma, vida y corazón. Esta convicción
debe llevarnos a un examen personal e institucional, sin agobios pero sin
ampararse en lo mal que está el mundo, para averiguar qué otra cosa o que más,
o de qué otra forma debemos vivir y ejercer el ministerio inherente a nuestra
vocación específica. Podemos estar seguros de que esta reflexión, provocada por
la conciencia de nuestra propia responsabilidad en el ámbito vocacional,
llevará consigo frutos de conversión personal, de creatividad educativa y de
renovación pastoral. El final será nuestro crecimiento en el “ser” y en el
“hacer”, coherentes con nuestra identidad cristiana y con la misión que se nos
ha encomendado. El Papa Francisco al dirigirse a los Consagrados en el Año
dedicado a ellos dice que esta mirada a la propia identidad y a la historia de
la propia institución “es una manera de
tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la
creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo
fueron superadas. Se podrían descubrir incoherencia fruto de la debilidad
humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma”
(Carta apostólica, I.1) Demos, pues, gracias a Dios, al tiempo que le pedimos
ayuda para estar vigilantes y percibir y realizar lo que Dios nos pide.
3. Por otra parte, la
escasez de vocaciones, que constituye indudablemente una seria preocupación en
todos los miembros de la Vida Consagrada, y que está ocasionando la reducción
de obras institucionales, o la relativa atención a muchas de ellas; esa
preocupante escasez de vocaciones es, también, una gracia de Dios. De hecho
provoca el humilde reconocimiento de que nuestros proyectos, por santos que
sean, no pueden ser considerados como nuestra obra; siempre serán la obra de
Dios en la que colaboramos, entre otras cosas, asumiendo la pobreza de nuestra
aportación personal e institucional. Muchas veces tenemos que experimentar
nuestra pobreza para entender que la fuerza de Dios se manifiesta en la
debilidad humana. A este respecto, nos dice también el Papa: “Este Año de la Vida Consagrada es también
una ocasión para confesar con humildad, y a la vez con gran confianza en el
Dios amor, la propia fragilidad, y para vivirlo como una experiencia del amor
misericordioso de Dios”. (ibídem).
4. Sumidos en estas
reflexiones, debemos tener en cuenta el mensaje que nos hace llegar San Pablo
en la segunda lectura. Nos dice que “el
célibe se preocupa de los asuntos del Señor buscando contentar al Señor”
(1Cor 7, 32), y que debe tener el corazón disponible para el trato con el Señor
sin preocupaciones ajenas. La condición propia de la Vida Consagrada,
comprometida en las tres virtudes de la castidad, la pobreza y la obediencia,
nos ayuda especialmente para llevar a nuestra vida lo que hemos pedido en la oración inicial de la Misa. Hemos pedido
la gracia de amar a Dios con todo el corazón. Y lo hemos pedido siendo
conscientes de que sólo amando a Dios podemos amar de verdad al prójimo. Y ya
sabemos que nada tiene sentido en la vida consagrada si no está presidido por
el cumplimiento del mandamiento nuevo: que nos amemos los unos a los otros como
el Señor nos ha amado.
5. Cuando el Niño Jesús
fue presentado en el Templo, y cuando el
anciano Simeón lo tomó en brazos, dijo de Él a María y a José que sería como un
signo de contradicción. Aquí se manifiesta bien claramente lo que veníamos
diciendo: los planes de Dios, que siempre son planes de salvación, tienen su
cumplimiento, muchas veces, en lo que parece ser exactamente lo contrario. El
Salvador del mundo iba a ser motivo para que muchos en Israel caigan y se
levanten. Así ha de ser nuestra vida puesto que, como el Niño Jesús, hemos sido
consagrados por el Señor y para el Señor en orden a la salvación del mundo.
6. Demos gracias a Dios porque, llamándonos a la Vida
Consagrada, nos ha hecho participar de su misión y de su identidad como enviado
del Padre. Y, conscientes de nuestra identidad y misión , empeñémonos en la
obra de la Evangelización como el mejor servicio que podemos ofrecer a los
hermanos. Es la primera y más grande obra de caridad que podemos ofrecer a los
hermanos.
7. Pidamos a la Santísima
Virgen María, que asumió la espada de dolor anunciada por Simeón, que nos ayude
a vivir con la entereza de quien se sabe acompañado por la gracia de Dios en
todo el camino que Él nos ha trazado.
QUE
ASÍ SEA
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