HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN (Sábado de la IIIª semana de Cuaresma)



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos  miembros de la Delegación episcopal para la educación católica,
Queridos profesores de religión:

1.- Estamos  finalizando la Cuaresma. Después de haber oído tantas veces que este es un tiempo de conversión, es muy posible que,  mirándonos a nosotros mismos, encontremos propósitos incumplidos u objetivos inalcanzados. Esta experiencia puede llevarnos a pensar que probablemente estuviéramos equivocados al pretender que nuestra vida tuviera que atenerse a un proyecto de permanente superación,  o a un programa cuya finalidad fuera un crecimiento programado  con metas bien definidas. La tentación, ciertamente diabólica, podría acosarnos una y otra vez, intentando convencernos de que la vida de cada uno está más o menos programada en nuestros genes, y supeditada al mundo y al ambiente en que vivimos cada uno. Tremendo error este, que puede traicionar nuestra propia identidad causando el mayor fracaso vital. Este fracaso consistiría en una pasiva resignación ante el mal reconocido que nos cuesta superar; o ante un bien deseado que  nos parecería lamentablemente ajeno o inalcanzable.
2.- El educador, por principio, es la persona  que entiende su vida como una dura lucha contra toda resignación, en sí mismo y en las personas a su cargo.  Todo educador está comprometido con  el permanente crecimiento propio y de  las personas que le han sido confiadas como hijos, como alumnos, o como feligreses. El educador cristiano sabe, además, que de Dios venimos y a Dios vamos;  que hemos sido creados por Dios a su imagen  y semejanza; y que, por tanto, la nota que nos caracteriza es la entrega esperanzada a un desarrollo sin límites. Desarrollo que tiene la referencia principal y constante en la palabra de Dios que nos llama a ser perfectos porque el Padre celestial es perfecto (cf. Mt. 5, 48).
Nuestro desarrollo ha de tener un escenario muy concreto, que es el mundo en el que nos corresponde vivir. Ayudar a descubrir que la vida entera es el único espacio adecuado para ese desarrollo es tarea fundamental del educador. El educador cristiano debe advertir, además, que ese espacio es un regalo de Dios del que somos administradores. Como tales administradores es deber nuestro procurar el mejor aprovechamiento de la vida en todas sus etapas. Así mirada, la vida se aprecia como una gran aventura. En nuestra andadura a través del tiempo debemos buscar los objetivos que nos corresponde alcanzar de acuerdo con nuestra propia realidad personal, que es singular e irrepetible.
3.- Somos obra de la sabiduría, de la bondad y del amor de Dios. Él es quien señala a cada uno la meta a alcanzar y el estilo del propio caminar hacia esa meta.
Llegados a este punto, no tenemos más remedio que concluir así: La vida, el propio desarrollo y crecimiento, y el estilo de nuestros pasos han de obedecer al plan de Dios, que es el plan de nuestra perfección. A ese plan divino llamamos “vocación divina”. En consecuencia, la educación cristiana consiste en ayudar a que los hijos, los alumnos y los feligreses descubran y atiendan la llamada de Dios, y alcancen a conocer y seguir el camino adecuado para atenderla. 
4.- La educación está vinculada al descubrimiento y seguimiento de la vocación: en el alumno, habrá que estimular, sobre tod9o, su descubrimiento. Pero el educador no deberá prescindir del esfuerzo continuado para el cumplimiento de las propias funciones y deberes entendidos como aspectos o dimensiones de una verdadera vocación divina que ha recibido para ser educador. Procurar la fidelidad a la vocación ha de ser tarea en  que coincidan el educador y el educando; cada uno en el momento, forma y grado que le corresponda.
 Ante este programa de vida, verdaderamente digno y valioso, no podemos situarnos pasivamente, como quien se deja llevar por las circunstancias, o como quien espera que los acontecimientos le vayan llevando. Es necesario asumir la vida y el propio desarrollo como el deber prioritario ante el cual hemos de sentirnos comprometidos por la autoridad del mismo Dios.
5.- Cada Cuaresma es la imagen de nuestra vida. En ella debemos sentirnos llamados a la conversión. Esta consiste en encauzar nuestros pasos orientándolos, más certeramente cada vez, hacia la verdad, hacia el bien, hacia el cumplimiento de la vocación que hemos recibido y, en definitiva, hacia Dios.  Nuestra vida será siempre una peregrinación porque la meta es ambiciosa; es la perfección, la plenitud; y  nuestro caminar va siempre acompañado del cansancio y de la debilidad que nos hacen corregir y retomar constantemente el camino. En esa peregrinación sentimos siempre el peso de la propia responsabilidad invadida muchas veces por nuestras limitaciones. Somos constantemente peregrinos hacia el bien, hacia la verdad, hacia una mayor competencia cristiana, y hacia el dominio de las propias debilidades.
 Toda nuestra vida es una carrera en la que el mayor estímulo debe ser la conciencia de no haber llegado todavía a la meta. Es formidable constatar que siempre podemos alcanzar mayor perfección. No caigamos en la otra posible interpretación de nuestro peregrinaje de por vida, que sería pensar que nuestro esfuerzo es baldío porque no alcanzamos nunca la meta. El Señor nos enseña que nuestra oración, al acudir al autor de nuestra vocación, debe ser como  nos enseña hoy en el Evangelio.  De la oración no salió justificado quien presentaba ante Dios sus virtudes como una obra acabada, sino  quien, clara conciencia de peregrino, clamaba: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador” (Lc. 18…) La palabra de Dios es plenamente consoladora al ofrecernos hoy el comentario de Jesucristo: “Os digo que éste bajó a su casa justificado” (Lc. 18, 14).
6.-. Pidamos al Señor entender el quehacer educativo como una verdadera vocación; y que el ejercicio de esta vocación educativa, sea una ayuda para que cada uno de los alumnos descubra la trayectoria de su vida como una vocación recibida del Señor. Profesor y alumnos deberán descubrir que, para el propio desarrollo vocacional, tenemos la mejor ayuda en el mismo Dios que nos llama. Su gracia no ha de faltarnos.

            QUE ASÍ SEA

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