HOM ILÍA EN EL DOMINGO IV DE CUARESMA - 2015



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida consagrada y fieles laicos:

La palabra de Dios nos descubre hoy una actitud que puede anidar en nuestra alma causando graves consecuencias. Podemos entenderlo recurriendo a la experiencia humana en el seno de la familia. Cuántas  veces hemos oído a los padres decir a los hijos: “no quieres escuchar porque no te conviene”. Este es un hecho cierto no solo en la vida de los niños y adolescentes, sino entre los mayores. En determinados momentos, hay reflexiones que no interesa incorporar a nuestra vida porque se oponen a proyectos personales nacidos de intereses, de gustos, de ilusiones o de empeños, que obedecen a motivos de conveniencia personal, a los que no se está dispuesto a renunciar. Entonces priva la concupiscencia sobre la razón y el egocentrismo sobre la apertura serena a la verdad.
La circunstancia que acabo de exponer se presenta hoy en el santo Evangelio aludiendo al rechazo de la luz que nos ofrece el Señor para encauzar debidamente nuestra vida. Y Jesucristo manifiesta que la actitud de  no querer escuchar es causa de nuestra condenación; es causa de errores importantes en nuestra vida. Son palabras de Jesucristo a Nicodemo: “Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras” (Jn 3…). 
            Esta reacción ante la luz puede parecer imposible o, al menos exagerada, porque suena a cerrazón irracional. Sin embargo, se da con frecuencia. Pensemos en quienes no quieren escuchar el Evangelio, en quienes desprecian por principio la palabra de Dios. Allá en el fondo son muchísimos los que saben que la Iglesia, a pesar de las debilidades humanas de quienes la integramos,  predica y defiende la verdad para el bien de las personas. Pero, al tener en cuenta que su palabra pone también un reparo a determinadas conductas instintivamente apetecibles, escudan su huida del Evangelio con el manido argumento de que la Iglesia no está al día. Como si estar al día consistiera en prescindir de toda referencia moral. Los que así obran saben que no alcanzan la felicidad andando por los caminos de la permisividad o de la mundanidad como única norma de vida.
            Jesucristo ha venido al mundo, ha predicado, ha sufrido, ha muerto y ha resucitado para darnos a entender cuál es el camino de la vida y de la felicidad. Y nos ha enseñado con ello que, dadas las tendencias marcadas por diversas concupiscencias, es necesario estar dispuestos al sacrificio, a la renuncia, a la oblación, para lograr lo que no es alcanzable sin el necesario dominio de sí mismo, según  la enseñanza del Evangelio.
            Esta es una razón más para empeñarnos en la evangelización. Predicando a Jesucristo se presta un servicio crucial para la reconducción de la vida humana y para el saneamiento de la sociedad. Es necesario, además, no perder de vista que la presencia y acción de Jesucristo en la historia, es obra del amor de Dios a las criaturas que él mismo ha creado y cuya felicidad eterna le ha costado su propia vida.  Así nos lo enseña hoy el Evangelio diciendo: “Tanto amó Dios al mundo , que entregó a su Hijo  único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, …).
La valoración de la palabra de Dios, pronunciada por los profetas en el Antiguo Testamento, y `presentada al pueblo de Dios como luz para el camino,  queda gráficamente expresada en el salmo interleccional: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti” (Sal. 136).
Al considerar esta enseñanza evangélica en el tiempo de Cuaresma camino de la celebración de la pascua redentora, pidamos al Señor luz, valentía y ayuda para aceptar la enseñanza de Jesucristo y procurar incorporarla a nuestra vida.

            QUE ASÍ SEA

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