HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE EPIFANÍA

Mis queridos hermanos Sacerdotes concelebrantes y Diácono asistente,


Queridos miembros de la Vida Consagrada y laicos que voluntariamente servís al Altar,

Hermanas y hermanos todos:

1. La Santa Madre Iglesia, desde la predicación de los Apóstoles, ha ido desentrañando el contenido de las obras y palabras de Jesucristo nuestro Señor. Cumple con ello la misión de ser la continuadora, en la historia, de la obra de Jesucristo. Hoy nos habla del profundo sentido salvífico de la escena protagonizada por los Reyes Magos; y lo hace apoyándose en el evangelista san Mateo y en el Apóstol san Pablo.

El Señor Jesús recibió en Belén a los Magos de Oriente. Así había sido anunciado por Isaías. El Profeta lo expresó diciendo: “Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor” (Is 60, 4). Con ello Isaías estaba manifestando el hecho de que la noticia de la divinidad del Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, llegaría a las gentes de toda raza, edad y condición social. El mismo Jesucristo nos dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn, 10, 10). Por eso manda a sus discípulos: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18-19). Y san Pablo nos lo recuerda diciendo: “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 4).

En el día de la Epifanía, o de los Reyes, la adoración de los Magos ante el Niño Dios en el Portal de Belén, es un signo de que Jesucristo se ha manifestado y quiere seguir manifestándose a todos los pueblos y razas como el Hijo de Dios hecho hombre. Y, como la Sagrada Escritura nos dice a través de San Pablo, “cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial.” (Gal 4, 4); esto es, para que fuéramos redimidos.

La manifestación universal de Jesucristo es, también pues, la expresión de su voluntad de salvación universal. Así lo expresará Él mismo a lo largo de su vida: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt 20, 28). Por ello, en un momento tan crucial como fue la institución de la Eucaristía en la última Cena, Jesucristo, ofreciendo el Cáliz a sus discípulos, dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre. Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. (cf. Lc. 22, 20).

2.- Esa es la razón por la que la Santa Madre Iglesia ha asumido como un deber primordial el anuncio del Evangelio en el mundo entero. Y ha considerado el Sacrificio y Sacramento de la Eucaristía “como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica”(PO. 5). Por ello, todos los cristianos conscientes sentimos, ya desde la infancia, un amor especial hacia las misiones; y todos entendemos que la Eucaristía es crucial en la vida del cristiano. Jesucristo nos lo ha enseñado con sorprendente claridad: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, n o tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6, 53-54)

3.- Que el Evangelio llegue a todo el mundo significa algo que nos compromete a todos los que hemos conocido al Señor. Sobre todo si hemos encontrado en Jesucristo el sentido de nuestra vida y la fuerza para recorrerla con optimismo y con esperanza.

Que el Evangelio llegue a todos, significa que debemos estar preocupados porque llegue a cuantos no lo conocen; e incluso, a quienes por ese motivo, lo combaten abiertamente.

Esas personas que necesitan vitalmente el Evangelio constituyen hoy entre nosotros, un buen núcleo de familiares, de amigos, de compañeros de trabajo y de ocio, etc. Muchos de ellos, nunca oyeron hablar debidamente de Jesús. Otros llegaron a conocerle superficialmente, y los vientos del ambiente adverso a la trascendencia y a la presencia de Dios en el mundo, lo fueron cubriendo con la tibieza, la frialdad y la distancia. Todos ellos manifiestan claramente la urgente necesidad de que atendamos a la convocatoria que lanzó el Papa Juan Pablo II, y que asumió Benedicto XVI desde el comienzo de su Pontificado. Me refiero a la llamada “Nueva evangelización”.

No podemos ignorar que la tarea de anunciar a Jesucristo, de darlo a conocer, y de comunicar a los más posibles la promesa de salvación que Él nos trae, es deber de todos. Cada uno debe evangelizar a su modo y según sus circunstancias y posibilidades. Esta misión corresponde a la familia que es la cuna de la vida y de la educación de los hijos. Corresponde a los Catequistas, a los Sacerdotes, y a los Obispos. Pero corresponde también a cada cristiano. Todos estamos llamados a ser apóstoles con la palabra y con el testimonio allí donde nos encontremos. El Concilio Vaticano II nos enseña que “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado” (AA. 2).

4.- Sin embargo, esta responsabilidad queda un tanto oscura en muchos miembros de la Iglesia. Por eso es tan importante que tengamos en cuenta el significado profundo de la fiesta de Epifanía, y asumamos la responsabilidad que nos manifiesta. Si, como Iglesia, somos continuadores de la obra de Jesucristo; y si, como discípulos suyos, debemos escuchar y cumplir su mandato, todos deberemos preguntarnos: ¿qué debo hacer en concreto para que Jesucristo sea conocido como corresponde por todos los que le ignoran? ¿De entre los que ignoran a Jesucristo, quienes están más cerca de mí y más vinculados a mi vida familiar, profesional o de amistad? ¿Qué ocasiones son más propicias para que vaya presentándoles, con delicadeza y claridad, el mensaje evangélico?

5.- Así vivida la fiesta de la Epifanía, no cabe duda de que será para nosotros un día de gracia, una ocasión de crecimiento cristiano en la fidelidad al Señor. Será, para nosotros, un día de salvación, una verdadera fiesta que prolongará nuestro gozo a lo largo de cada jornada apostólica.

La Iglesia necesita hoy verdaderos testigos de Jesucristo, y se encuentra muchas veces con miembros débiles que, en lugar de mirar al Maestro, se miran a sí mismos, reclamando para ellos la atención que solo merece el Salvador, el Mesías, el Señor.

Debemos esforzarnos por ser la estrella que conduce junto al Señor de cielos y tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad. Debemos aprender a ser como Juan Bautista. Nuestra misión es ayudar a preparar los caminos del Señor para que pueda encontrarse y manifestarse a todos.

6.- Que la fiesta de la Epifanía sea, también para nosotros, una ocasión para descubrir mejor al Señor, para contemplar su rostro con mayor claridad, para descubrir con mayor nitidez los signos que nos conducen hasta Él, como hiciera la estrella de Belén. Esto es lo que debemos pedir hoy especialmente a Jesús al encontrarnos con él en la Eucaristía y al acercarnos a recibirle como alimento para nuestro caminar hacia la plenitud.

QUE ASÍ SEA.

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