HOMILIA CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

19 de Diciembre de 2010


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Queridos hermanas y hermanos seglares:

Nadie puede vivir en paz, con optimismo y con un proyecto que estimule sus esfuerzos para vencer las inevitables dificultades y adversidades, si no sabe por qué vive y para qué vive. Todos necesitamos una razón suficiente para caminar por esta vida con ilusión y esperanza, dando el ritmo adecuado a nuestros pasos y poniendo el empeño necesario en lo que hacemos y debemos hacer.

Son muchas las personas y la ideologías que se nos ofrecen en todos los tiempos con la intención de presentar objetivos y razones que nos permita vivir en libertad y sacar partido de nuestros días sobre la tierra. Sabemos, también, cuánta insuficiencia y cuántos engaños había y hay tras de esas propuestas personales e ideológicas. No se nos ocultan los interrogantes fundamentales que permanecen allá en el fondo, a pesar de todo, y que afloran especialmente en momentos de dificultad, de fracaso, de grave enfermedad y de cruda e inesperada soledad.

Ante esta situación, comprobable incluso experimentalmente por casi todos, no cesan de surgir nuevas promesas de felicidad y nuevas doctrinas para encauzar nuestros pasos. Dios ha tomado parte en la respuesta a nuestra más importante pregunta, y nos ha ofrecido, ya desde los orígenes, un camino: su mensaje de plenitud y su promesa de salvación. Pero la humanidad, saturada de promesas y doctrinas que no alcanzan a cubrir las más profundas necesidades del hombre, siente que está siendo el juguete de fuerzas y poderes que no llega a dominar.

A pesar de todo, aún viviendo este difícil trance, las personas sentimos una fuerza que arrastra y satisface, al mismo tiempo, y que permite vivir con ilusión. Esto ocurre cuando uno se sabe querido, amado. El amor desinteresado gana a la persona y le da optimismo para vivir.

Sin embargo, la experiencia de sentirse amado, ha ido acompañada muchas veces por la decepción que causa el abandono inesperado e ingrato. Como conclusión de esa triste experiencia no cabe más que desconfiar también del amor, o esperar un amor infinito, indefectible y permanente. Este amor solo puede ser el amor de Dios.

No obstante, la pregunta sigue en alto con estas palabras: ¿Cómo sé yo que Dios me ama incondicionalmente? ¿Cómo sé yo que ese amor es capaz de acogerme después de mis infidelidades ante Dios y ante el prójimo ? La reacción brota espontáneamente reclamando una señal fiable. La frase es bien conocida: “Danos una señal y creeremos”. La palabra de Dios nos responde hoy con estas palabras: ”Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal .Mirad: la Virgen está en cinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa: Dios-con-nosotros)” (Is. 7, 14).

El Señor por su cuenta nos da una señal, porque es el Señor quien tomó la iniciativa de salvarnos después del pecado original. Allí mismo anunció la redención por obra de su Hijo amado, nacido de mujer, y enviado para aplastar la cabeza del maligno.

El Señor nos trae la salvación. Pero una vez más la santa Madre Iglesia, esposa fiel del Hijo encarnada, nos advierte de nuestra responsabilidad en la recepción del Señor y en el aprovechamiento de su gracia salvadora. Nos lo dice con toda claridad en el salmo interleccional, donde leemos: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón. Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia erl Dios de salvación” (Sal. 23).

Queridos hermanos, ese es el sentido y la finalidad del Adviento a cuyo término estamos llegando al celebrar hoy el cuarto Domingo de este tiempo Litúrgico.

Nuestro deber es hacer un acto de fe en la divinidad de Jesucristo y en su acción salvadora, que directamente contemplamos en la Semana Santa, y que sacramentalmente celebramos cada día en la Santa Misa. Aquí se hace presente a los ojos de la fe, la gran verdad que da sentido a nuestra vida: Dios nos ama infinitamente. Ha tomado la iniciativa para salvarnos, aunque el pecado lo habíamos cometido nosotros. Ha dado su vida por cada uno de nosotros. Y, además, no satisfecho todavía, nos busca para ofrecernos gratuitamente el camino y la gracia de la salvación.

Verdaderamente, en el Señor está el sentido de nuestra vida y la respuesta a las preguntas fundamentales que nos permiten vivir con ilusión y con esperanza.

Preparemos la Navidad procurando preparar al Señor nuestra alma para que habite en nosotros e ilumine los pasos que han de llevarnos a la vida por el camino de la verdad y del amor.

Vivamos con devoción este momento de la Santa Misa en la que el Señor actualiza para nosotros el único sacrificio redentor, y nos invita a participar de su Cuerpo y de su sangre como sacramento de salvación.

Y démosle gracias a Dios porque nos ama, nos salva, nos ayuda a v alorar la salvación, y nos busca para que estemos atentos a las indicaciones evangélicas que nos permiten recorrer el camino sin error.

La Santísima Virgen María, Madre del Hijo de Dios hecho hombre, y ejemplo de cómo se ha de recibir al Señor, nos ayude a recibir al Niño Dios en la Navidad, y a serle fiel durante toda nuestra vida.

QUE ASÍ SEA

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