HOMILIA PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada,
Hermanas y hermanos todos:

1.- Comenzamos hoy el tiempo de preparación a la Navidad. La Iglesia lo denomina tiempo de adviento. Es el tiempo del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre entre nosotros.

La santa Madre Iglesia pone hoy ante nuestra consideración ese final glorioso en el que brillarán definitivamente la luz y la vida que Jesús quiere ofrecernos. Para ello se anonadó haciéndose en todo semejante al hombre menos en el pecado.

2.- La primera lectura nos dice que, al final de los tiempos, todo será de acuerdo con el amor y la voluntad salvífica de Dios. Triunfará el amor sobre todo egoísmo y, por eso, triunfará la misericordia sobre el pecado. Pero nos advierte, al mismo tiempo, que esa transformación del mundo, en la que debemos comprometernos porque para eso nos ha creado el Señor, no es tarea que podamos llevar a cabo por nosotros mismos. La complejidad y las dificultades que entraña acertar en el camino y ser constantes el su seguimiento, requiere la ayuda de Dios. Por eso, el profeta advierte que el Señor nos instruirá en sus caminos y, con ello, marcharemos por sus sendas.

Esta enseñanza nos brinda unas conclusiones que han de regir nuestro comportamiento como cristianos responsables.

En primer lugar, todos deberemos estar atentos a la instrucción del Señor. Eso es
lo que nos corresponde de modo insustituible e indeclinable. Escuchar y meditar la palabra de Dios y procurar una formación cristiana acorde con las exigencias de nuestra vocación cristiana ha de ser nuestra preocupación constante y nuestra dedicación serena y continuada a lo largo de nuestra vida.

En segundo lugar, es necesario que tomemos conciencia de que la instrucción del
Señor llega a los hombres a través de otros hombres. Es la Iglesia, ante todo la que n os instruye en el temor del Señor y la que n os enseña la senda de la vida y de la salvación. Pero la Iglesia realiza también su cometido a través de las personas que el Señor ha puesto cerca de nosotros para nuestra orientación. Esto nos hace pensar en la atención que prestamos a la Iglesia y a sus pastores y apóstoles; y, al mismo tiempo, deberemos examinarnos acerca del ánimo apostólico de cada uno de nosotros. También el Señor nos ha llamado como mediación para darle a conocer y para advertir acerca de los caminos del bien en la familia, en la escuela, y en los ámbitos sociales en que podamos encontrarnos con el prójimo.

La instrucción del Señor ha de llevarnos a sembrar en los hermanos la paz mesiánica que lleva consigo la civilización del amor, el reino de la justicia y el constante ejercicio del perdón y del servicio al prójimo Por tanto deberemos analizar si nuestra predicación y nuestro testimonio llevan a forjar arados de las lanzas, de las espadas podaderas. Tendremos que preguntarnos: ¿somos verdaderamente sembradores de paz?

No se puede sembrar la paz sin sembrar la verdad en el amor, o el amor en la verdad. Y corren tiempos en que se desecha la Verdad para dar prioridad a lo que cada uno cree que es su verdad.

3.- A la vista de todo lo dicho, urge caer en la cuenta de que “ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer” (Rm 13, 11). Por tanto, está más cerca, también, la responsabilidad que debemos asumir cada uno. No olvidemos que todos hemos sido hechos apóstoles por el Bautismo.

No podemos seguir en el sueño, esperando que todo nos lo den hecho. La situación social en que pudiéramos pensar así, no solo estaba equivocada, sino que ya pasó. En cualquier caso es actitud del niño que ya nos corresponde como adultos.

Pero para trabajar, al despertar del sueño en que pudimos abandonarnos a responsabilidades ajenas, hay que pertrecharse con las armas de la luz, como nos dice hoy el Apóstol Pablo. Y las armas de la luz son: la Palabra de Dios (formación); los Sacramentos (participación en el misterio); la Oración (espiritualidad – contacto con Dios); y las obras de caridad como disposición para servir al prójimo generosamente.

4.- Todo esto debemos hacerlo sin nerviosismos, pero sin demora, “porque no sabemos el tiempo que nos dará el Señor”.

No tenemos derecho a confundir la esperanza con la inactividad y con una demora injustificable en el apostolado.

Hoy necesitamos nuevas formas de apostolado porque son tiempos nuevos, mentalidades nuevas, nuevas adversidades y nuevos recursos.

Esos planteamientos han de hacerse, no solo en la parroquia, sino también en la familia, en la escuela y en la calle.

Pidamos al Señor que viene a nosotros, luz, generosidad, valentía y constancia para seguir su palabra y servirle en la propia conversión y en el apostolado.

QUE ASÍ SEA

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