HOMILIA VIGILIA POR LA VIDA NACIENTE

27 de Noviembre de 2010

Queridos hermanos sacerdotes y miembros de la Vida Consagrada,
Queridos matrimonios y familias aquí reunidas,
hermanas y hermanos todos:

1.- El Papa Benedicto XVI ha tenido la feliz idea de convocar a los fieles de todo el mundo a una solemne Vigilia de oración a favor de la vida, poniendo el acento en la vida naciente. Nosotros, haciéndonos eco de esta convocatoria universal, nos hemos reunido en este sagrado templo con-catedralicio para elevar al Señor alabanzas, acción de gracias y súplicas por la vida. Queremos ser verdaderos apóstoles del Evangelio de la Vida que nos enseñó muy bien el Papa Juan Pablo II.

A esta Vigilia hemos convocado también a todos los fieles de nuestra Archidiócesis, pidiendo que en cada pueblo se celebre un acto vespertino de oración como lo estamos celebrando nosotros aquí.

Para centrarnos en los motivos de nuestra plegaria, elevando al Señor una misma oración, he creído oportuno destacar algunas de las intenciones que deben ocupar nuestra mente y nuestro corazón en estos momentos.

Este acto piadoso con motivo de la preocupación por la vida naciente debería ser, en todos los participantes:

· Un canto a la vida. No olvidemos que la vida es el don primero con que Dios nos abre las puertas a su amor y a su intimidad. Todo lo que podemos recibir de Dios, y todo lo que podemos ofrecerle como correspondencia a su amor infinito, parte del hecho de que gozamos del regalo de la vida.

· Una acción de gracias por lo que la vida supone como pórtico abierto para conocer a Dios, para amarle, para seguirle como la Verdad suprema, y para intimar con Él ahora y luego disfrutar de su gloria por toda la eternidad. La vida es el primero de los recursos que tenemos para lograr la salvación.

· Una ocasión para asumir y renovar un claro compromiso, explícito y firme, en orden a aprovechar la vida que tenemos. Perderla o desaprovecharla equivale a no amarla. Y no amarla es la consecuencia de no valorarla como el don primero y principal que inicia nuestra progresiva divinización. El don de la vida es la primera manifestación de que Dios nos ama.

· El momento de renovar nuestro propósito de defender la vida en todos sus estadios y situaciones; con el convencimiento de que la vida sólo es de Dios. Nosotros no somos dueños de la vida propia ni de la de nadie. Pero sí que somos los responsables de defenderla, cultivarla y orientarla para que cumpla el fin principal querido por Dios que es su autor y dueño absoluto.

La vida, en su estadio inicial, no es una simple agrupación de células instaladas en el organismo humano, sin más importancia y significación. Es muchísimo más: es una realidad misteriosa y magnífica, a la vez, planificada por Dios en su designio eterno para ser la manifestación terrena de la gloria de Dios. Al ser manifestación de Dios, que es amor, no solo expresa el amor de Dios, sino que ha de iniciarse, desarrollarse y cultivarse en el seno del amor. Por eso, el matrimonio, del que el Señor quiere que brote la vida, es el signo de la unión de Cristo con su Iglesia. Unión que es toda fruto del amor infinito y divino que., en todo momento busca el bien del otro.

La vida es, por tanto, la manifestación más clara de que hemos sido creados por Dios para promover la vida y defenderla, directa o indirectamente, y no para procurar la muerte bajo ningún concepto. El Hijo de Dios, con su encarnación y nacimiento de las purísimas entrañas de la Santísima Virgen María, vivió entre nosotros defendiendo la vida mediante la resurrección de algunos muertos, procurando que los pecadores no fueran ajusticiados, y curando a los enfermos cuya vida peligraba.

· Esta Vigilia es, también, una ocasión para pensar y trabajar unidos buscando formas para defender la vida, para promover la vida, para cultivar la vida ya nacida, por todos los medios al alcance de cada persona, de cada comunidad y de cada grupo cristiano.

Para que todo esto quede expresado verídicamente en esta Vigilia y en las acciones que, con la misma intención, puedan celebrarse en otras ocasiones, es necesario que profundicemos:

- En la riqueza de la obra de Dios en nosotros, como organismos capaces de ser instrumentos y templos de la vida que se desee iniciar en cumplimiento de la voluntad de Dios.

- En el sentido del cuerpo, de la sexualidad, de la propia oblación al servicio de la voluntad de Dios, y de las prioridades que la vocación paterna y materna establece, y que ha de organizar la propia vida como criterio indeclinable. Los padres no son simple progenitores, sino imagen de Dios Padre, educadores y primeros catequistas de los hijos.

- En el verdadero sentido de la paternidad y de la maternidad que, como don de Dios, es incompatible con ese pensamiento ya extendido de que los hijos pueden ser buscados por todos los procedimientos naturales y artificiales, porque son un derecho de los padres estén constituidos o no en matrimonio. Quienes, por cualquier motivo, no han sido llamados por el Señor a contribuir directamente en la paternidad o en la maternidad, no son fugitivos de esta responsabilidad en favor de la vida, ni fracasados en el intento. Por el contrario, son un canto vivo, una proclamación elocuente de que la paternidad y la maternidad constituyen una auténtica vocación divina; y que, por tanto, no deben ser adquisiciones artificiales procuradas de espaldas a Dios.

Esta Vigilia debe ser una plegaria al Señor:

· Para que nos ayude a entender todo esto, y a asumir la vocación concreta de cada uno en orden a la defensa y cultivo de la vida, y a la aceptación gozosa y sacrificada de la paternidad y de la maternidad responsables.

· Para que nos ayude a ser educadores cristianos en el seno de la familia, de la escuela, de la catequesis y de la vida de la comunidad eclesial. La educación es necesaria para entender, aceptar, agradecer, cultivar y defender el don de la vida.

· Para que el Señor nos ayude a procurar todo lo que esté a nuestro alcance (con el esfuerzo de todos) para ayudar a quienes, llevando la vida en sus entrañas, se encuentran con la incomprensión, con la adversidad o con la soledad personal, de modo que no desfallezcan sino que se mantengan firmes en su preciosa responsabilidad maternal hasta dar a luz la más digna criatura de Dios que es la persona humana.

Queridos hermanos: de todos es conocida la inmensa variedad de opiniones, de leyes y de conductas presentes en la sociedad en torno al don de la vida. Por todo ello, la sociedad y la familia misma ya no son siempre el espacio pacífico y gozoso donde se recibe el inmenso don de la existencia humana y donde esta encuentra el calor necesario para su desarrollo integral. Sin embargo, lejos de todo sectarismo, desprecio y juicio de intenciones en cada caso, los cristianos estamos llamados a ser apóstoles de la vida y defensores de la civilización del amor que no quiere, de ninguna forma, la muerte de nadie; y mucho menos, de los seres inocentes e indefensos. Debemos trabajar con denuedo para que la cuna de la vida no se convierta en su patíbulo y sepultura.

Esta responsabilidad, que nos compete como cristianos, aunque requiere el esfuerzo y la coordinación de todos, desborda nuestras posibilidades. Es necesario que el Espíritu actúe en las inteligencias y en los corazones, para que, mientras nosotros trabajamos en favor de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, el Señor haga fecundas nuestras acciones.

Concluyamos, pues, nuestra vigilia unidos en la oración, y renovando el propósito de cumplir la voluntad de Dios sobre cada uno en orden proclamar el Evangelio de la vida.

QUE ASÍ SEA

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