HOMILIA TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

12 de Diciembre de 2010


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Queridos hermanos y hermanas todos:

Celebramos hoy el Domingo tercero de Adviento. El anuncio de la venida del Señor alude cada vez más a la proximidad del Señor, y a lo que será la experiencia de quienes le reciban adecuadamente.

1.- Hoy, el profeta Isaías nos anuncia una situación verdaderamente atractiva con la llegada del Mesías; sobre todo, teniendo en cuenta las contrariedades que atravesaba el Pueblo de Israel al que dirige sus profecías inmediatamente. A nosotros, sus profecías nos llegan como lección para saber acoger al Señor y aprovechar su mensaje y su gracia.

Las imágenes que n os brinda el profeta son poéticamente bucólicas en lo que se refiere a la naturaleza, como imagen de la transformación que el Mesías anunciado traerá para todo. Pero, lo más importante del mensaje profético está en estas palabras: “Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios“ (Is. 35, 2).

La importancia de esta afirmación de Isaías está en que nos anuncia algo fundamental en la vida cristiana, que es la experiencia de Dios. Aunque el triunfo del Señor tendrá lugar al final de los tiempos, y será entonces cuando la transformación anunciada llegará a cumplirse plenamente, no debemos olvidar que el Señor obra en cuanto llega a nosotros, si es recibido con espíritu humilde, atento y dispuesto a caminar con él. Por tanto, cuando el Señor inicia su obra en nosotros, siempre con nuestra colaboración, nos enteramos, experimentamos su presencia y gozamos de su consuelo. Sin esta experiencia, sería imposible aceptar el mensaje profético. No sería comprensible que el Señor actuara en favor nuestro sólo al fin de los tiempos. Y resultaría muy difícil creer en su divina Providencia durante nuestra vida mortal, a pesar de sus prometedoras palabras: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt. 7, 7).

2..- Pero el mensaje profético es hoy más consolador todavía. Nos anuncia formas concretas de la acción del Señor en nosotros cuando viene a nuestra alma y es recibido adecuadamente. Nos dice Isaías: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará…” (Is. 35, 5-6). Por tanto, la presencia del Señor, debidamente recibido, obrará en nosotros determinadas transformaciones que nos facilitarán mayores posibilidades de conocer al Señor, de gozar de su presencia activa en orden a la transformación interior que nos abre a la plenitud en esta vida, y a la salvación eterna tras la muerte. Percibir la presencia del Señor se convierte en estímulo para acercarnos más a Él y gozar cada vez más de su intimidad.

3.- Con la obra del Señor en nosotros, se dibuja el futuro verdaderamente bueno, despierta el espíritu a la esperanza, y, como dice también hoy el profeta, “Pena y aflicción se alejarán” (Is. 35, 10). Dicho de otro modo: con la acción de Dios, la vida cobrará sentido en su totalidad y en cada uno de sus momentos; y el sentimiento de tristeza o de pesimismo ante las dificultades y contrariedades que nos imponen las limitaciones y debilidades propias y ajenas, serán superadas. Que sean superadas, no significa que desaparezcan, sino que encontrarán su sentido y podrán ser incorporadas al ejercicio de la personal superación y de la santificación a que somos llamados. Entendido así el mensaje que nos propone hoy la Iglesia con palabras de Isaías, el Adviento deja de ser un tiempo meramente convencional y conmemorativo, y se convierte en la imagen de nuestra vida y en lección para conducirla por el camino recto.

4.- No obstante, aunque el anuncio profético respecto de la obra del Señor en nosotros merece toda credibilidad, a la que nos ayuda la fe, conviene saber que los efectos no son instantáneos. Se van manifestando poco a poco, porque dependen de nuestra colaboración, siempre lenta, deficiente y sometida a los altibajos de nuestras oscilaciones ante Dios y ante nuestra necesaria conversión. Por eso el Apóstol Santiago nos recomienda evitar ansiedades, y nos dice: ”Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor” (Carta de Sant. 5, 7). Y para que esta paciencia no sea confundida con el quietismo y la actitud pasiva por nuestra parte, el Apóstol añade como ejemplo clarificador: “El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía….manteneos firmes” (Sant. 5, 7-8).

La firmeza por nuestra parte requiere confianza en el Señor, acercamiento al Señor en la oración, en la participación sacramental, sobre todo en la Eucaristía y en la Penitencia; requiere formación cristiana cultivada en el contacto con la palabra de Dios, con la doctrina de la Iglesia, que es la explicitación concreta de la palabra de Dios para que sea entendida por todos en cada tiempo y en cada circunstancia. Tendremos que preguntarnos cómo andamos en lo que se refiere a estas prácticas tan necesarias, y tomar postura ya desde ahora.

5.- La concreción de la firmeza que nos pide el Apóstol Santiago en la espera paciente del Señor y de su obra en nosotros, queda claramente ejemplificada en la persona y en la conducta de S. Juan Bautista, precursor del Señor. Es Jesús mismo quien nos dice de Juan que no es una caña sacudida por el viento, sino que sabe prestar atención a la palabra autorizada, que es la palabra de Dios, y pasar por encima de habladurías y propagandas sociales con las que se quiere confundir hasta la misma fe. El Señor sigue diciéndonos de Juan que era hombre no entregado a la molicie, ni ganado por un interés prioritario a favor del bienestar y de la satisfacción material.

Tendremos que aprender esta lección para que nuestra trayectoria en el Adviento nos lleve a vivir una auténtica Navidad en un encuentro personal y transformador con Jesucristo.

Que S. Juan Bautista, nuestro patrono, y la Santísima Virgen María, que anunciaron y recibieron plenamente al Señor, nos alcancen la gracia de vivir atentos el Adviento y poder gozar de la experiencia de Dios en la Navidad, y luego en toda nuestra vida.

QUE ASÍ SEA

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