HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DE EPIFANÍA 2015

Querido hermano en el episcopado y en la misión pastoral de esta Archidiócesis,
queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:

            1.- No cabe duda de que vivimos tiempos difíciles. La oscuridad provocada por las corrientes sociales, por la cultura dominante, por un falso concepto de libertad y de autoridad, y por un ansia de placer y satisfacción inmediata, extiende sobre las personas un manto de oscuridad mental y de conciencia. Como dice el profeta: “Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos” (Is. 60, 1). El Papa Francisco a dicho repetidas veces que estamos ante una guerra mundial que se libra en distintos lugares al m ismo tiempo. La referencia a esta difícil situación de la sociedad, lejos de obedecer a una consideración subjetiva y pesimista, forma parte de la experiencia y de la sensación de las gentes cada día.
2.- Sin embargo, ante ninguna contrariedad  y, ni siquiera ante el pecado, que es el peor mal porque ofende a Dios y seca la sensibilidad humana para lo verdaderamente noble y justo; ni siquiera ante el pecado, puede el cristiano justificar un posible encerramiento en el pesimismo o en la simple resignación.
La palabra de Dios, después de indicarnos la presencia del mal en el mundo, nos invita hoy al optimismo y a la esperanza. A través del Profeta Isaías, nos dice: “pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti” (Is. 60, 2).  En verdad, el Señor ha hecho maravillas en nosotros, y debemos estar alegres y agradecidos.  Porque el don de la fe nos permite ver más allá de las apariencias y de lo inmediato, de lo terreno y de lo que los hombre somos capaces de hacer estropeando lo que hizo Dios. La sagrada Escritura nos dice que “vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gen. º1, 31).
3.- El don de la fe es el que nos permite entender y atender las palabras con que el profeta Isaías nos urge hoy a ser testigos de la esperanza: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu  luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! “  (Is. 60, 1).
Estas palabras del profeta van dirigidas principalmente al pueblo de Israel, pueblo elegido del Señor y llamado a ser la fuente de la noticia acerca de Dios y de su amor y cercanía a favor de la humanidad. Por tanto, debemos entender que hoy van dirigidas a nosotros. Somos nosotros los que integramos el nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. De esas palabras del profeta debemos concluir que el Señor nos llama  a ser testigos de la luz, de la verdad, de Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6).
4.- Al considerar la manifestación de Dios a los gentiles, que tuvo lugar en la persona de los magos llegados de Oriente; al tener presentes a los alejados, a los no creyentes, a los decepcionados de la Iglesia, a los que han perdido la fe, a los que no confían en que las cosas pueden ir mejor, a los que no creen en nada que vaya más allá de lo tangible y terreno, se ha de reforzar en nuestro ánimo la convicción de que el Señor quiere actuar y que, con toda seguridad, actuará a través nuestro. No olvidemos que nos ha elegido para ser los mensajeros de la salvación; de una salvación concreta que Él desea hacer llegar a través nuestro. Esa salvación ha de transformar el corazón del hombre hasta hacerle gozar de la promesa de Dios. De ella nos habla hoy el salmo interleccional, diciéndonos que Dios “librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres” (Sal, 71…).
5.- Para cumplir bien nuestra misión de mensajeros del Señor, de evangelizadores, es necesario que entendamos la pobreza humana en su amplio sentido,  en todas sus facetas y en todas sus modalidades. De otro modo podríamos sentirnos erróneamente  excusados ante determinados males que podríamos vencer o suavizar. Y, en cambio, podíamos estar viviendo inconscientemente cerca de verdaderos pobres no solo de medios materiales, sino de sentido, de esperanza, de conocimiento de Dios y de lo que es verdaderamente la Vida sobrenatural. Por ella, que hemos recibido de Dios y que no se agota en esta tierra, podemos superar todos los avatares en el curso de nuestra peregrinación terrena.
6.- Considerando la abundancia de pobres a los que debemos acercarnos, la misma palabra de Dios nos advierte que ellos no son enemigos de aquello de que carecen. Por tanto, tampoco de Dios y de la salvación que nos regala. Al contrario, lo desean consciente o inconscientemente, y le dan otros nombres. Por ello debemos tener paciencia y confiar en que un día se darán cuenta y abrazarán la verdad. Por eso el Señor nos advierte a través del profeta, refiriéndose a los magos de oriente: “Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti” (Is. 60, 4). En verdad, habrá un solo rebaño y un solo pastor en el momento que sólo Dios conoce.
Esta festividad se convierte en una  llamada nueva e insistente a tomar conciencia de nuestro deber como evangelizadores; a entender que la necesidad de la luz de Cristo, que nosotros disfrutamos por la fe, constituye una urgente necesidad en muchísimas personas de todas la edades que nos rodean.
No podemos ceder a la tentación de lamentarnos del mal que constatamos en torno; no podemos limitarnos a criticar a los que aparecen como autores de tales desórdenes o carencias y, mientras tanto, quedarnos inactivos y sentirnos justificados arguyendo que los males superan nuestra capacidad para vencerlos. Tengamos presente que Dios nos llama a la acción evangelizadora, y que debemos emprenderla con esfuerzo, con decisión y con esperanza, estando seguros, por la fe, de que Dios dará el incremento a nuestros esfuerzos en la siembra.
7.- Atendamos las palabras de S. Pablo en la segunda lectura: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa de Jesucristo por el Evangelio” (Ef. 3,6).
Pidamos a la Santísima Virgen María, reina de los Apóstoles, que nos ayude a entender y medir la importancia de la evangelización y la urgencia de empeñarnos en ella.

QUE ASÍ SEA

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