HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA 2014

            Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
            Queridos miembros de la Vida Consagrada,
            Miembros de la Asociación de la Mártir Sta. Eulalia,
            Autoridades….
            Hermanas y hermanos todos:

            1.- Lo primero que la Iglesia nos invita a hacer en esta fiesta y en esta solemne celebración litúrgica, es dar gracias a Dios. El motivo de esa gratitud es algo que está en la mente y en el corazón de todos los emeritenses cristianos. Tenemos el honor de que esta tierra fuese la cuna de Santa Eulalia y el lugar de su más honrosa hazaña: el martirio. Santa Eulalia, en su más tierna juventud, se jugó la vida por lo que creía, por lo que amaba, por Quien merecía todo su amor. Era consciente de que había recibido del Señor todo lo que era y todo lo que tenía.
            Sorprende que una jovencita mostrara el valor de arrostrar el suplicio y la muerte por mantenerse fiel a Jesucristo. Eran tiempos en que muy pocos conocían  al Señor, y se perseguía a los cristianos valiéndose de calumnias y engaños. Se les consideraba enemigos del Cesar. En aquella sociedad, sometida al imperio de la ambición, era una muestra de necedad y de un incomprensible e intolerable desafío a la autoridad totalitaria confesar obediencia y tributar sincero culto a otro que no fuera el emperador.  Lo verdaderamente sorprendente  es que Dios quisiera darnos la maravillosa lección de una incuestionable fidelidad a Jesucristo con el testimonio heroico de una criatura que no superaba los doce o trece años de edad. Por su juventud, podía vivir ajena a las exigencias de la fe cristiana; podía sentirse atraída por los placeres y satisfacciones propias de una sociedad opulenta y consentida. Pero no fue así.
            La fortaleza de Santa Eulalia en la defensa de la fe cristiana supone para nosotros un riquísimo testimonio y un auténtico motivo de esperanza.
            2.- En primer lugar hay que destacar la fuerza y la oportunidad de la gracia de Dios que condujo a la joven Eulalia por el camino de la fidelidad plena hasta dar su vida por Jesucristo. Para llegar a ello despreció las tentadoras propuestas que recibía para claudicar en su confesión cristiana. Esto nos ayuda a pensar en las palabras con que Jesucristo alentó a S. Pablo en las duras pruebas que debía sufrir por predicar a Jesucristo. Le dijo el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor. 12, 9).
            No podemos andar presumiendo de autosuficiencia en ningún aspecto de nuestra vida. El refranero español nos enseña que “más altas torres han caído”.  La experiencia nos demuestra la gran verdad que encierra la sabiduría popular, y, por tanto, la necesidad que todos tenemos de ayuda, especialmente en los momentos importantes de nuestra vida. Unas veces la necesitamos como apoyo para culminar lo que hemos decidido hacer; otras, la necesitamos por estar faltos de orientación para saber a qué atenernos; sobre todo,  cuando nos invade la oscuridad ante las decisiones que tienen gran repercusión en nosotros y en los que nos rodean.
La ayuda principal e imprescindible, sobre todo en lo que concierne a nuestra vida interior, debemos buscarla en Dios. Jesucristo nos lo ha advertido diciéndonos: “Sin mí no podéis hacer nada”  (Jn . 15, 5). Y, para que recurriéramos a Él con toda libertad y confianza, nos dice: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamada y se os abrirá” (Mt. 7, 7).
3.- Muchos cristianos, acostumbrados a un cristianismo sociológico, en cuya vivencia predomina la atención a lo externo y a lo socialmente extraordinario, a las tradiciones familiares y sociales más que a lo fundamental, han abandonado la oración, la participación en los sacramentos, la propia formación cristiana. De este modo, pronto o tarde se enfría o se pierde la fe. Lo que llaman conducta cristiana, se reduce a la práctica de lo anecdótico o a lo folclórico. En consecuencia, su vida está muy lejos de la fe que dicen profesar. 
Esta lejanía impide saborear de verdad la vida sobrenatural que Dios nos ha dado. La persona que así viv e, pensando que tiene mayor libertad si desatiende la enseñanza de la Iglesia, lo que logra, en cambio, es reducir su capacidad del disfrute auténtico, que está en la verdad y no en  los intereses personales; que está en el amor y no en la mera satisfacción pasional; que está en la relación con  Dios, que nos ama infinitamente; y no, encerrándonos dentro de los muros del árido paisaje que deseaba convertir en jardín dando cauce a las propias concupiscencias. Entonces, no solo se reducen los horizontes de  vida, sino que, además, se vive lejos de la verdadera alegría.
4.- No juzgamos a quienes viven así. Nuestro deber está en orar por ellos y por nosotros porque también lo necesitamos. Sencillamente debemos manifestar, con claridad y con caridad, lo que es vivir como cristianos; e invitar a que prueben esa experiencia verdaderamente liberadora. A esta misión nos llama el Papa Francisco diciéndonos: “la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil  engendrar la alegría” (EG: 7). Así ocurre en muchísimos casos. Parece que el horizonte de los proyectos de vida queda, para muchos, en manos de los meros avances tecnológicos, y de la suerte ante las tentativas movidas por el ansia de tener y de gozar.
No cabe duda de que en este empeño va perdiendo atención el cultivo de la persona en su identidad, en la raíz de su dignidad innegociable y sobrenatural. Parece que privan las obras de los hombres y, va perdiendo consistencia el hombre mismo, que es su autor. En Sta. Eulalia privó clarísimamente la densidad personal y quedaron en segundo término las posibles conquistas de las cosas que le ofrecían los hombres de su tiempo. A ella debemos pedir que interceda ante el Señor y nos alcance la gracia de no perder la referencia y el cultivo de nuestra condición humana y sobrenatural, como imagen de Dios que somos por creación.
5.- Hay una segunda lección sugerida por el testimonio de Sta. Eulalia. Aunque sabemos que sus padres querían evitar que la niña se tuviera que enfrentar con el martirio, tenemos que admitir que el temple cristiano de la santita fue sembrado y cultivado en su familia. Esto nos lleva a pensar en la preciosa y urgente responsabilidad que nos compromete ante la familia. Es la primera escuela de las virtudes sociales y cristianas porque Dios así la hizo desde la creación. Actualmente corre el peligro de  perder su identidad, e incluso presentarse a la sociedad como algo sin identidad propia y que cada uno configura a su gusto, manteniendo el nombre que ya va resultando equívoco.
No es momento para entretenernos en este punto de grandísima trascendencia para la sociedad, para la educación de los niños y jóvenes y para el equilibrio social. Pero sí es una buena ocasión para proponernos una reflexión serena, esperanzada e inspirada en la enseñanza de Jesucristo que la Iglesia nos transmite con plena fidelidad. Decidámonos. Contamos para ello con la ayuda de Sta. Eulalia que intercede por nosotros; y, sobre todo, con la protección maternal de la Santísima Virgen maría, mjer fiel y reina del Adviento que estamos celebrando.

QUE ASÍ SEA

He querido dejar para el final de esta homilía la comunicación de algo en lo que  he puesto todo el cariño y empeño, procurando aunar esfuerzos y la colaboración posible. Todo ello ha tenido, gracias a Dios y a la intercesión de Santa Eulalia, un final feliz. Por eso puedo comunicaros con inmenso gozo, que el templo en el que nos encontramos, dedicado a Sta. Eulalia, ha recibido de la Santa Sede el título de Basílica Menor, con todos los privilegios que ello comporta.
La expresión “menor”, aplicada al título de Basílica, no significa una categoría inferior a otras Basílicas ubicadas en diferentes pueblos o ciudades. Sencillamente obedece al hecho de que, en todo el mundo solo hay cuatro Basílicas mayores, llamadas pontificias o papales. Todas ellas están en Roma. Son: las Basílica de S. Pedro en el Vaticano, y de S. Pablo Extramuros, que guardan los restos de los
Apóstoles Pedro y Pablo respectivamente. La Basílica de S. Juan de Letrán que es la Catedral de Roma, y la Basílica de Santa María la Mayor, que es el primer templo erigido en honor de la Santísima Virgen María.
Son dos los privilegios alcanzados a favor de Santa Eulalia: El primero, que haya sido declarada por la Santa Sede, patrona de la juventud de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz.  El Segundo, que este templo, dedicado a Santa Eulalia, haya sido declarada por la Santa Sede, Basílica Menor. Por todo ello, os felicito de corazón.

Ahora, el Sr. Canciller de la Curia metropolitana, leerá el decreto de la Santa Sede.

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