MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA BEATIFICACIÓN DE ÁLVARO DEL PORTILLO, OBISPO y PRELADO DEL OPUS DEI (28-10-2014)



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos hermanos miembros del Opus Dei y simpatizantes,
Queridos hermanos y hermanas todos, miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:

            1.-  Demos gracias a Dios porque ha regalado a su Iglesia, para ejemplo y estímulo nuestro, a un nuevo Beato: Álvaro del Portillo, Obispo prelado del Opus Dei. Elevemos nuestra mente al Señor haciendo nuestras las palabras  de la primera lectura: “Bendecid al Dios del universo, que ha hecho maravillas en la tierra, que cría al hombre desde el vientre materno y lo forma a su voluntad” (Ecclo. 50, 24).
2.- La declaración de santidad en favor de hermanos en la fe que han compartido las complejas circunstancias de nuestro mundo, caracterizado por cambios tan grandes y sorprendentes como de notables consecuencias, supone para todos nosotros una llamada a la reflexión.
Para esa reflexión, la santa Madre Iglesia, mediante la Palabra de Dios proclamada hoy, y mediante algunos destacados ejemplos de quien ha sido declarado partícipe de la gloria de Dios en los cielos, nos ofrece unas pautas de gran provecho.
3.- La vasta ejemplaridad de los santos debe iluminar preferentemente el camino en el que está comprometida la propia Iglesia diocesana y nosotros en ella. Por eso quiero señalar, como destacadas virtudes del Beato Álvaro del Portillo, en primer lugar, su especial solicitud por la integración responsable y activa de los laicos en  la Iglesia y, desde ella, en el mundo. Ese ha sido el segundo objetivo del Plan Diocesano de Pastoral.  En su seguimiento se cultiva y se manifiesta la comunión eclesial.
La preocupación por el laicado llevó al Beato Álvaro a trabajar de modo tan competente en este campo que mereció ser nombrado presidente de la Comisión para el laicado, preparatoria  del Concilio Vaticano II, al que el Papa Juan XXIII le llamó luego como consultor.
El Papa Benedicto XVI motiva la atención al laicado diciéndonos: “Para los laicos son de gran importancia la competencia profesional, el sentido de la familia, el sentido cívico y las virtudes sociales”(Ántgelus, 13, XI, 2015). Procurar todo ello desde la luz del Evangelio, es tarea que llenó los días del Beato Álvaro del Portillo, dejando como huella centros educativos de distintos objetivos y niveles, tanto en las ciencias humanas como en el saber teológico.
4.- La sabiduría que debe adquirir el cristiano como tal desborda el saber científico y teológico; pero, en los niveles adecuados a cada persona o grupo de fieles, constituye una base imprescindible. Es cierto que el Señor da a conocer su mensaje de esperanza y de salvación a la gente sencilla, y aparta de él a los sabios y entendidos. Pero debemos comprender que la sencillez en la que se fija el Señor, nada tiene que ver con la ignorancia vencible, sino con la humildad característica de los pobres en el Espíritu, tal como Jesucristo la predicó. La confianza de los humildes está en Dios y no en los propios recursos meramente humanos.
5.- Llevado de la sabiduría de Dios, el hermanos por cuya beatificación estamos dando gracias a Dios, dedicó sus mayores esfuerzos a la acción evangelizadora poniendo su atención en diversos países. Esta dedicación manifiesta el claro convencimiento de que, como dice el Papa Francisco, el cristiano, para ser tal, debe evangelizar según sus posibilidades y exigencias. Y el Papa señala, como  una de las exigencias, el salir a los caminos para llamar al encuentro con el Señor a quienes andan perdidos como ovejas sin pastor.
En este mundo nuestro, en el que destaca tristemente la incomprensión e incluso la persecución de la Iglesia, se descubre la urgente necesidad de la luz de Dios. Desde la luz exclusivamente humana, ni se descubre a Dios, ni se acierta en el camino que conduce a la libertad, a la justicia, a la felicidad y a la paz.  Nuestra permanente oración al Señor por la renovación de nuestro mundo debe inspirarse en las palabras de Jesucristo desde la cruz cuando se burlaban de él, despreciándole y aplaudiendo su crucifixión: “Padre, perdónales porque n o saben lo que hacen” (----).
6.- Ni los cristianos, ni la misma Iglesia peregrina en la tierra, estamos llamados a triunfar al modo humano. Nuestra misión, como la de Jesucristo, es predicar con  el ejemplo y la palabra, orar por quienes han de vernos o escucharnos, y  servir a Dios, y al prójimo por Dios. Nuestros contratiempos, fracasos, pruebas y sufrimientos han de constituir el verdadero bagaje evangelizador, porque este no puede tener otro origen que el amor de Dios. Y Jesucristo nos ha enseñado que “nadie tiene amor mayor que el que da la vida por los amigos (por los hermanos) (------).
Para evangelizar es necesario mucho amor, Pero no olvidemos que el amor es don de Dios que nos llega en la intimidad con él. Y esta intimidad exige de nosotros una sensata valoración de nuestras preferencias y una inteligente distribución de nuestro tiempo. Ello  es el fundamento de la audacia espiritual de que tanto nos habló el Papa Benedicto XVI, que es tan necesaria para la evangelización, y que reconocemos en el ejemplo de los santos.
7.- Estas consideraciones, estimuladas por el ejemplo del Beato Álvaro del Portillo, nos ayudan a reconsiderar debidamente el tercer objetivo del Plan Diocesano de Pastoral. En él se nos invita a la acción misionera de cada comunidad cristiana y de cada cristiano consciente de su identidad y misión.
8.- Finalmente quiero aducir en esta exhortación homilética, otra destacada virtud del Beato Álvaro del Portillo: supo ser el “segundo” manteniendo siempre la fidelidad al Fundador con quien colaboraba tan estrechamente. Y supo vivir la alegría de la fidelidad en la misión recibida. La fidelidad no excluye diferencias puntuales de diverso género y estilo. La fidelidad está basada en  la comunión interior y sobrenatural que, en sus diversas formas, es la virtud fundamental de la Iglesia y de sus miembros sacerdotes, personas consagradas y laicos. Cuando falta la comunión se hace imposible la colaboración. Y cuando no hay una fluida colaboración entre quienes sirven a una misma causa, nace la competitividad que lleva a la desunión y a la neutralización de la propia tarea. Por eso, para vivir la comunión y la colaboración que ella posibilita, debemos atender a las palabras de S. Pablo que hemos escuchado en  la segunda lectura: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado. Haced vosotros lo mismo” (Col. 3, 12-13).
9.- Demos gracias a Dios; y pidámosle, por intercesión de la Santísima Virgen María, maestra de fidelidad al Señor y de evangelización,  que nos ayude a aprender del Señor las virtudes que debemos enseñar y testimoniar.

QUE ASÍ SEA

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