Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Queridos hermanos miembros del Opus
Dei y simpatizantes,
Queridos hermanos y hermanas todos,
miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:
1.-
Demos gracias a Dios porque ha regalado
a su Iglesia, para ejemplo y estímulo nuestro, a un nuevo Beato: Álvaro del
Portillo, Obispo prelado del Opus Dei. Elevemos nuestra mente al Señor haciendo
nuestras las palabras de la primera
lectura: “Bendecid al Dios del universo,
que ha hecho maravillas en la tierra, que cría al hombre desde el vientre
materno y lo forma a su voluntad” (Ecclo. 50, 24).
2.- La declaración de
santidad en favor de hermanos en la fe que han compartido las complejas
circunstancias de nuestro mundo, caracterizado por cambios tan grandes y
sorprendentes como de notables consecuencias, supone para todos nosotros una
llamada a la reflexión.
Para esa reflexión, la
santa Madre Iglesia, mediante la Palabra de Dios proclamada hoy, y mediante
algunos destacados ejemplos de quien ha sido declarado partícipe de la gloria
de Dios en los cielos, nos ofrece unas pautas de gran provecho.
3.- La vasta ejemplaridad
de los santos debe iluminar preferentemente el camino en el que está
comprometida la propia Iglesia diocesana y nosotros en ella. Por eso quiero
señalar, como destacadas virtudes del Beato Álvaro del Portillo, en primer
lugar, su especial solicitud por la integración responsable y activa de los
laicos en la Iglesia y, desde ella, en
el mundo. Ese ha sido el segundo objetivo del Plan Diocesano de Pastoral. En su seguimiento se cultiva y se manifiesta
la comunión eclesial.
La preocupación por el
laicado llevó al Beato Álvaro a trabajar de modo tan competente en este campo
que mereció ser nombrado presidente de la Comisión para el laicado,
preparatoria del Concilio Vaticano II,
al que el Papa Juan XXIII le llamó luego como consultor.
El Papa Benedicto XVI
motiva la atención al laicado diciéndonos: “Para
los laicos son de gran importancia la competencia profesional, el sentido de la
familia, el sentido cívico y las virtudes sociales”(Ántgelus, 13, XI,
2015). Procurar todo ello desde la luz del Evangelio, es tarea que llenó los
días del Beato Álvaro del Portillo, dejando como huella centros educativos de
distintos objetivos y niveles, tanto en las ciencias humanas como en el saber
teológico.
4.- La sabiduría que debe
adquirir el cristiano como tal desborda el saber científico y teológico; pero,
en los niveles adecuados a cada persona o grupo de fieles, constituye una base
imprescindible. Es cierto que el Señor da a conocer su mensaje de esperanza y
de salvación a la gente sencilla, y aparta de él a los sabios y entendidos.
Pero debemos comprender que la sencillez en la que se fija el Señor, nada tiene
que ver con la ignorancia vencible, sino con la humildad característica de los
pobres en el Espíritu, tal como Jesucristo la predicó. La confianza de los
humildes está en Dios y no en los propios recursos meramente humanos.
5.- Llevado de la
sabiduría de Dios, el hermanos por cuya beatificación estamos dando gracias a
Dios, dedicó sus mayores esfuerzos a la acción evangelizadora poniendo su
atención en diversos países. Esta dedicación manifiesta el claro convencimiento
de que, como dice el Papa Francisco, el cristiano, para ser tal, debe
evangelizar según sus posibilidades y exigencias. Y el Papa señala, como una de las exigencias, el salir a los caminos
para llamar al encuentro con el Señor a quienes andan perdidos como ovejas sin
pastor.
En este mundo nuestro, en
el que destaca tristemente la incomprensión e incluso la persecución de la
Iglesia, se descubre la urgente necesidad de la luz de Dios. Desde la luz
exclusivamente humana, ni se descubre a Dios, ni se acierta en el camino que
conduce a la libertad, a la justicia, a la felicidad y a la paz. Nuestra permanente oración al Señor por la
renovación de nuestro mundo debe inspirarse en las palabras de Jesucristo desde
la cruz cuando se burlaban de él, despreciándole y aplaudiendo su crucifixión: “Padre, perdónales porque n o saben lo que
hacen” (----).
6.- Ni los cristianos, ni
la misma Iglesia peregrina en la tierra, estamos llamados a triunfar al modo
humano. Nuestra misión, como la de Jesucristo, es predicar con el ejemplo y la palabra, orar por quienes han
de vernos o escucharnos, y servir a
Dios, y al prójimo por Dios. Nuestros contratiempos, fracasos, pruebas y
sufrimientos han de constituir el verdadero bagaje evangelizador, porque este
no puede tener otro origen que el amor de Dios. Y Jesucristo nos ha enseñado
que “nadie tiene amor mayor que el que da
la vida por los amigos (por los hermanos)” (------).
Para evangelizar es
necesario mucho amor, Pero no olvidemos que el amor es don de Dios que nos llega
en la intimidad con él. Y esta intimidad exige de nosotros una sensata
valoración de nuestras preferencias y una inteligente distribución de nuestro
tiempo. Ello es el fundamento de la
audacia espiritual de que tanto nos habló el Papa Benedicto XVI, que es tan
necesaria para la evangelización, y que reconocemos en el ejemplo de los
santos.
7.- Estas
consideraciones, estimuladas por el ejemplo del Beato Álvaro del Portillo, nos
ayudan a reconsiderar debidamente el tercer objetivo del Plan Diocesano de
Pastoral. En él se nos invita a la acción misionera de cada comunidad cristiana
y de cada cristiano consciente de su identidad y misión.
8.- Finalmente quiero
aducir en esta exhortación homilética, otra destacada virtud del Beato Álvaro
del Portillo: supo ser el “segundo” manteniendo siempre la fidelidad al
Fundador con quien colaboraba tan estrechamente. Y supo vivir la alegría de la
fidelidad en la misión recibida. La fidelidad no excluye diferencias puntuales
de diverso género y estilo. La fidelidad está basada en la comunión interior y sobrenatural que, en
sus diversas formas, es la virtud fundamental de la Iglesia y de sus miembros
sacerdotes, personas consagradas y laicos. Cuando falta la comunión se hace imposible
la colaboración. Y cuando no hay una fluida colaboración entre quienes sirven a
una misma causa, nace la competitividad que lleva a la desunión y a la neutralización
de la propia tarea. Por eso, para vivir la comunión y la colaboración que ella
posibilita, debemos atender a las palabras de S. Pablo que hemos escuchado
en la segunda lectura: “Como elegidos de Dios, santos y amados,
vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El
Señor os ha perdonado. Haced vosotros lo mismo” (Col. 3, 12-13).
9.- Demos gracias a Dios;
y pidámosle, por intercesión de la Santísima Virgen María, maestra de fidelidad
al Señor y de evangelización, que nos
ayude a aprender del Señor las virtudes que debemos enseñar y testimoniar.
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