HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DE CRISTO REY (23-11-14) Nombramiento de Ministros Extraordinarios de la Comunión



Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes:
            Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada y seglares que os habéis preparado para servir a la Iglesia como Ministros Extraordinarios de la Comunión,
            Queridos hermanos todos, religiosos y seglares:

            1.- Celebramos hoy una fiesta litúrgica de gran importancia para el cultivo de la fe cristiana y para el estímulo personal en  el camino de la vida.
            Toda la vida y todas palabras de Jesucristo gozan de la riqueza salvadora querida por Jesucristo para todos nosotros. Su vida y su palabra, narradas en el Evangelio y transmitidas fielmente por la Iglesia, nos manifiestan la verdad por excelencia; y, con ella, estimulan nuestra esperanza de salvación. Pero, a demás de ello, el hecho de celebrar el triunfo definitivo de Jesucristo, aclamándolo como Rey de la creación y, por tanto, como Rey de cielos y tierra, nos llena de especial gozo y esperanza. La razón de ello es fácil de entender. Porque, si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Y si nosotros vamos a resucitar, porque Cristo ha resucitado, debemos buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre (cf. Col. 3, 1), y donde esperamos estar nosotros por la misericordia divina. Si Cristo ha resucitado, venciendo el mal con  la fuerza de su bondad y de su sacrificio, nuestro corazón se abre a la confianza en que, con  la ayuda de Dios, también nosotros podemos vencer el mal unidos a Jesucristo.
            ¡Qué importante es considerar esto en  los tiempos que corren, castigados por malas noticias que ocasionan momentos de un pesimismo extendido! ¡Qué importante es considerar el triunfo de la resurrección de Jesucristo; sobre todo cuando nos enfrentamos con nuestras propias miserias y pecados, sabiendo que hemos sido llamados y capacitados para ser mensajeros de la vocación divina a la santidad.
Nosotros, movidos por la fe en Jesucristo resucitado, creemos que se puede vencer el mal a fuerza de bien. Al saber que Jesucristo ha resucitado para nuestra salvación, tenemos la seguridad de que la fuerza del bien para luchar contra el mal puede llegarnos pidiéndola a Dios Padre en nombre de Jesucristo su Hijo y Redentor nuestro.
            2.- Es necesario llegar al convencimiento de que el cambio de intenciones, de actitudes y de comportamientos que invaden  todos los ámbitos de la vida personal y social es posible y no depende sólo de nuestras fuerzas. El Señor obra en nosotros y a favor nuestro. Nosotros debemos ser conscientes de ello y poner lo que está de nuestra parte.
Es a nosotros, a quienes dijo el Señor en el Paraíso: creced y multiplicaos y dominad la tierra (cf. Gen. 1, 28). Por tanto es a nosotros a quienes corresponde ordenar hacia el bien cuanto hay bajo el cielo. Para ello, es necesario que estemos atentos a las motivaciones que dirigen nuestras decisiones y acciones. Sólo así podremos seleccionar las buenas y prescindir de las malas. Es necesario que sepamos recurrir al Señor; y que aprovechemos su gracia, cuya fuente está en la Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento por el que llega a nosotros el mismo Señor con toda la fuerza de su redención. Es, también, deber nuestro, procurar que otros valoren el Sacramento de la Eucaristía y participen de él con fe y devoción, confiando en que el Señor, con su gracia, puede cambiar nuestro mal en bien.
            3.- Hoy, en este acto solemne, que es la fiesta de la victoria de Jesucristo como Rey del Universo,  nos hemos reunido en torno al Altar del Señor llevados por el ánimo de participar en esa victoria. Estamos decididos a hacer lo que esté de nuestra parte en cada momento para que no se pierda nada de esa victoria de Jesucristo; para que seamos capaces de obrar al servicio del plan de salvación universal; para empeñar cuanto somos y tenemos procurando que el Señor ocupe el corazón de los hombres y mujeres, jóvenes y adultos, y los haga apóstoles de la verdad, del amor y de la esperanza.
            Ser apóstoles de la verdad requiere amar a la verdad más que a uno mismo. Si llegamos a ello, venceremos la tentación  de justificar nuestros errores y debilidades con argumentos falsos o con excusas incorrectas. Descubrir la Verdad, que es Cristo, no solo ilumina nuestros pasos por esta vida, sino que nos permite descubrir el valor de las personas, creadas a imagen y semejanza de Dios y que, por ello merecen toda atención. Sabemos que la mayor y mejor atención que podemos prestarles consiste en darles a conocer  esa verdad que es don de Dios, y que es capaz de cambiar el odio en amor, el olvido del prójimo en servicio a los demás, y el pesimismo en esperanza.
            4.- En esta celebración  festiva, algunos de nuestros hermanos en el Señor van a recibir el encargo de ayudar, cuando sea necesario, en la administración de la sagrada Comunión, especialmente llevándola a los enfermos e impedidos. Este servicio a los fieles, además de ser una una preciosa obra de la más alta caridad, se convierte, para los ministros extraordinarios de la Comunión, en una llamada para que vuestra vida sea acorde con  el servicio que realizan. Llevar al Señor a los demás nos pide estar cerca de él hasta poder decir, como S. Pablo: “Vivo, pero no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20).
            Queridos hermanos que vais a recibir este envío para un servicio tan digno: sed exquisitos en el trato con  el Señor.  Que, cuando lo llevéis a los enfermos, vuestro camino hacia su domicilio sea un tiempo de oración que excite en vosotros actos de amor a Dios; y que, en vuestra intimidad con el Señor, recéis por la Iglesia, por los sacerdotes, por los familiares de los enfermos, y por cuantos necesitan la gracia de Dios y no han llegado a conocer a Jesucristo nuestro salvador.
            Que la Santísima Virgen María, primera criatura que llevó al Señor cerca de su corazón, y que nos lo dio a conocer, interceda por nosotros y por cuantos han de ser destinatarios de vuestro servicio eucarístico.
           
            QUE ASÍ SEA

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