I.- SALUDOS
Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su
Santidad el Papa Francisco en España,
Excmo. Sr. Arzobispo Presidente de la
Conferencia Episcopal Española
Excmo. Sr. Arzobispo de Toledo, Primado de España
Queridísimos hermanos Obispos de las
Diócesis de esta Provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz
Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos,
Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Ilmo. Sr. Alcalde Presidente del
Excmo. Ayuntamiento de Badajoz y miembros de la Corporación municipal,
Excmo. Sr. Presidente del Parlamento
de la Rioja,
Excmo. Sr. Alcalde Presidente del
Ayuntamiento de Huércanos,
Excma. Sra. Vicepresidenta de la
Asamblea de Extremadura,
Excma Sra. Delegada del Gobierno en
Badajoz,
Excmo. Sr. Comandante militar de la
Plaza de Badajoz,
Excmo. Sr. General Jefe de la Zona de
la Guardia Civil en Extremadura,
Srs. Jefe de la Policía local de
Badajoz, e inspector Jefe de la Policía Nacional
Autoridades civiles y militares
Muy estimados familiares del Excmo. y
Rvdmo. Sr. Arzobispo Coadjutor a quien recibimos con gozo y con esperanza,
Hermanos todos, miembros de la Vida
Consagrada, Seminaristas y fieles laicos:
II.- HOMILÍA
1.- Doy gracias a Dios porque me ha con cedido
la gracia de ser escuchado por su Santidad el Papa Francisco al pedir un
hermano coadjutor. Bienvenido, querido hermano Celso. Ruego, Sr. Nuncio
Apostólico, que haga llegar al Santo Padre mi gratitud y la de esta Iglesia
particular.
Me
felicito y os felicito, queridos fieles diocesanos, porque también el Señor os
ha bendecido enviando, como próximo Pastor de esta Iglesia particular, a un
hombre bueno, a un sacerdote íntegro y bien preparado. Monseñor Celso Morga,
además de su preparación personal, viene enriquecido por una larga experiencia
en la atención a los sacerdotes, como colaborador del Santo Padre en la Curia
romana.. Me consta que llega con verdadera ilusión de conocer la Diócesis, y
con el ánimo puesto en el mejor servicio pastoral a esta Iglesia de
Mérida-Badajoz. Gracias querido hermano Celso, por tu sencillez y
disponibilidad. Que Dios te lo pague.
2.-
Nuestro mayor gozo, como Obispos y Presbíteros, sería poder pronunciar las palabras que hemos oído en la
proclamación del Evangelio: “Yo soy el
buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen” (Jn. 10, 14). Pero
no podemos decir, con toda propiedad, como Jesucristo, que conocemos a todas las ovejas que se nos
han encomendado, y que ellas nos conocen a nosotros. Eso es posible sólo al
buen Pastor, porque es Dios y Hombre verdadero. Pero sí que podemos confesar nuestra
sincera disposición a dar todo lo que está en nuestras manos, en cumplimiento
del ministerio pastoral que se nos ha encomendado. Nuestra inquietud, a pesar
de nuestras limitaciones, ha sido y sigue siendo acercarnos a las personas, y
acercar a cada una la imagen de Jesucristo maestro y redentor.
Como sacerdotes. no
podemos olvidar que somos ministros del
Señor, que obramos sacramentalmente ”in Persona Christi”, y que él nos ha
dicho: “yo doy mi vida por las ovejas”
(Jn. 10, 15). Por ello, también nosotros nos empeñamos en gastar nuestra vida
al servicio del Señor y de su Iglesia, entregándonos plenamente a predicar el
Evangelio con obras y palabras, y a
testimoniar ante el prójimo el amor y la misericordia infinita de Dios. Cualquier
otro interés por nuestra parte, fuere grande o pequeño, nos distanciaría de la
fidelidad que el Señor merece por habernos elegido, ungido y enviado a ser
apóstoles suyos allá donde nos encontremos.
3.-
La Santa Madre Iglesia, hablándonos a través de los últimos Papas, nos ha convocado de un modo especial a la
inmensa y preciosa tarea de la Evangelización. La Palabra de Dios nos ha
recordado en esta celebración tan significativa, que hay otras ovejas que no
son del redil de Jesucristo, buen Pastor. A ellas debemos dedicar nuestra
atención preferente, impulsados y sostenidos por las palabras de Jesucristo: “También a esas las tengo que traer, y
escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn. 10, 16). Los
cristianos tenemos la misión de poner nuestra voz, nuestros gestos, nuestra
misma vida para que no deje de resonar en el mundo la Buena Noticia de la
salvación. Por eso, unidos en la sincera
y sentida comunión eclesial, y movidos por la caridad, los sacerdotes, los
miembros de la Vida Consagrada y los laicos, debemos esforzarnos por mostrar el
verdadero rostro de Jesucristo a quienes no le conocen, a los que tienen una
imagen distorsionada de Jesucristo y de la Iglesia, y a quienes, en su pobreza
material o espiritual, necesitan una razón potente para vivir con esperanza.
4.-
Empeñados en la acción evangelizadora, vamos teniendo la dura experiencia del
desinterés de jóvenes y adultos por el mensaje de Jesucristo. Sufrimos el golpe
de orquestadas tergiversaciones del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia
que constituyen parte de la cultura dominante. Y, día a adía, experimentamos la
dificultad que presenta a nuestra predicación la falta de fe de muchos. Ello supone
un freno para la aceptación del Evangelio. No cabe duda de que todo esto nos
hace sufrir, e intensifica el inevitable cansancio de un esfuerzo mantenido contra corriente. Sin embargo, sería vana
ilusión esperar imaginadas facilidades a la medida de nuestros explicables
deseos .
5.- Nuestra fuerza no
está en encontrar un clima propicio. Recordemos que Jesucristo nos redimió dando su
vida por nosotros en la Cruz como un fracasado. Siendo el Hijo de Dios hecho
hombre, fue acusado de blasfemo y traidor a la ley de Dios. Y, en el colmo de
la paradoja y del sinsentido, experimentó el sentimiento de la más radical
soledad que le hizo exclamar: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46). N o cabe duda de que las adversidades,
los juicios interesados, e incluso las calumnias tan frecuentes en estos
tiempos, han de ser asumidas por nosotros como un signo alentados de que
Jesucristo nos une a Él como ministros suyos y partícipes de su misma suerte.
¡Qué precioso motivo de esperanza para ejercer el ministerio pastoral!
Nuestro ánimo y estímulo
está en la certeza de que es Dios quien, con su sabiduría y con su amor
infinitos, nos ha elegido y enviado, precisamente a nosotros, para evangelizar en
este mundo, en este preciso momento histórico, y en la circunstancias en que
cada uno po0damos encontrarnos. Asumiendo esta verdad, que forma parte de
nuestra identidad apostólica, sería incoherente dejarnos llevar por el
sentimiento de impotencia, o por el desánimo. Sería igualmente incorrecto
abandonarnos a la peligrosa rutina de atender solamente a quien nos llama, o a
quien nos asegura su acogida. Al contrario: la cercanía del buen Pastor Jesucristo
en la intimidad de la oración y en la Eucaristía ha de llevarnos a la
convicción de que es el Espíritu Santo quien
asume la responsabilidad de la conversión de los corazones. Nosotros estamos
llamados a sembrar y a regar. A Dios le corresponde el incremento. A nosotros
corresponde saber ofrecer a Dios el sacrificio de no llegar a constatar, las
más de las veces, el fruto de nuestro trabajo y de nuestra oración. El Señor se
ha reservado el momento oportuno para que aflore el fruto de nuestro trabajo, y
el inmenso favor de ayudarnos en el cumplimiento de nuestra misión.
Somos enviados como
pastores encargados de acercar a todos el testimonio del amor infinito y de la paciente
misericordia de Dios a quienes manifiestan interés y a quienes manifiestan
rechazo. Saber que Jesucristo quiere eso de nosotros, así de difícil, debe
alegrarnos, porque Dios se ha fiado y ha confiado en nosotros. Eso ha de
bastarnos. Y si logramos crecer en la fe, nos bastará.
6.-
Queridos hermanos sacerdotes, miembros de la Vida Consagrada y apóstoles
laicos: Esta reflexión debe unirnos en la oración de unos por otros para que el
Espíritu Santo ponga en nuestra mente y en nuestros labios la verdad y las
palabras que debemos ofrecer al mundo. Son muchos los que buscan a Dios
con verdadera necesidad, aunque aparenten, e incluso
exhiban lo contrario.
7.-
En la raíz de los Derechos fundamentales de la persona humana está la dignidad
del hombre y de la mujer. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza. Por tanto,
deben os convencernos de que es un derecho de las personas que les ofrezcamos gratis
lo que gratis hemos recibido. Esto es: la noticia de que Dios nos ama
incondicionalmente; de que está empeñado en nuestra salvación hasta el punto de
morir por nosotros; y de que nos respeta tanto que no nos impone nada, sino que
se da a nosotros. Respeta nuestra libertad, sin dejar de ayudarnos con su
gracia
¡Qué pena que haya tantos
hombres y mujeres, jóvenes y adultos que vivan sin sentido, sin esperanza, y
sin más horizonte que la propia satisfacción inmediata, porque nadie les ha
ayudado de verdad a acercarse a Dios, origen y fin de su existencia.
Esforcémonos, pues,
inasequibles al desaliento, para que el mensaje del Evangelio llegue a todos
los ámbitos de nuestra sociedad, pasando por encima de cualquier intento
diabólico en contra.
Procuremos avanzar
en la creatividad pastoral, en la colaboración sincera entre los pastores, y
entre los demás bautizados conscientes de su vocación apostólica.
Abrámonos al diálogo
paciente y constante, respetuoso y fiel al Evangelio. Y mantengamos la esperanza
en que Dios dará el incremento a nuestra siembra. Tengamos muy presentes las
palabras de Jesucristo a S. Pablo: “Te
basta mi gracia· La fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor. 12, 9). Ese
debe ser el referente que n os mantenga con optimismo en la difícil y hermosa
tarea de la evangelización.
8.-
Y no olvidemos que, para llevar a cabo tan noble cometido es necesario vivir
intensamente la comunión eclesial. El apostolado que se pretende realizar en
solitario y según los propios criterios, sin sentido eclesial y diocesano, está
llamado a la esterilidad.
9.-
Querido hermano Celso: los hermanos sacerdotes, con su generosa dedicación
pastoral; los miembros de la Vida Consagrada, con el deseo de corresponder a
Dios por el don de los carismas recibidos; y los fieles laicos, que han
descubierto el valor y la urgencia de la Evangelización; todos ellos, viviendo
fuertemente la comunión eclesial, quieren ser profetas ejemplares y testigos
valientes de las maravillas de Dios. En tu labor pastoral, querido hermano en
el episcopado, no estarás solo. Te lo garantizo. Los extremeños son muy nobles,
y saben valorar y agradece r tanto la orientación sensata, como la exigencia
razonable. Hoy nos unimos a tu acción de gracias por haber ten ido la suerte de
ejercer tu ministerio pastoral en esta Iglesia particular.
Que la santísima Virgen
María, Madre de Jesucristo, Madre de los sacerdotes y de todos los fieles,
interceda por nosotros ante el Espíritu Santo para que nos ilumine y nos dé a
entender lo que nos corresponde hacer en cada momento, al servicio de cada
persona que nos ha encomendado.
QUE
ASÍ SEA.
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