HOMILÍA EN LA PRESENTACIÓN DEL OBISPO COADJUTOR, D. CELSO MORGA (15-11-14)



 I.- SALUDOS
Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad el Papa Francisco en España,
Excmo. Sr. Arzobispo Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Excmo.  Sr. Arzobispo de Toledo, Primado de España
Queridísimos hermanos Obispos de las Diócesis de esta Provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz
Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos,
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Ilmo. Sr. Alcalde Presidente del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz y miembros de la Corporación municipal,
Excmo. Sr. Presidente del Parlamento de la Rioja,
Excmo. Sr. Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Huércanos,
Excma. Sra. Vicepresidenta de la Asamblea de Extremadura,
Excma Sra. Delegada del Gobierno en Badajoz,
Excmo. Sr. Comandante militar de la Plaza de Badajoz,
Excmo. Sr. General Jefe de la Zona de la Guardia Civil en Extremadura,
Srs. Jefe de la Policía local de Badajoz, e inspector Jefe de la Policía Nacional
Autoridades civiles y militares
Muy estimados familiares del Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo Coadjutor a quien recibimos con gozo y con esperanza,
Hermanos todos, miembros de la Vida Consagrada, Seminaristas y fieles laicos:


II.- HOMILÍA
 1.- Doy gracias a Dios porque me ha con cedido la gracia de ser escuchado por su Santidad el Papa Francisco al pedir un hermano coadjutor. Bienvenido, querido hermano Celso. Ruego, Sr. Nuncio Apostólico, que haga llegar al Santo Padre mi gratitud y la de esta Iglesia particular.
            Me felicito y os felicito, queridos fieles diocesanos, porque también el Señor os ha bendecido enviando, como próximo Pastor de esta Iglesia particular, a un hombre bueno, a un sacerdote íntegro y bien preparado. Monseñor Celso Morga, además de su preparación personal, viene enriquecido por una larga experiencia en la atención a los sacerdotes, como colaborador del Santo Padre en la Curia romana.. Me consta que llega con verdadera ilusión de conocer la Diócesis, y con el ánimo puesto en el mejor servicio pastoral a esta Iglesia de Mérida-Badajoz. Gracias querido hermano Celso, por tu sencillez y disponibilidad. Que Dios te lo pague.
            2.- Nuestro mayor gozo, como Obispos y Presbíteros, sería poder  pronunciar las palabras que hemos oído en la proclamación del Evangelio: “Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen” (Jn. 10, 14). Pero no podemos decir, con toda propiedad, como Jesucristo,  que conocemos a todas las ovejas que se nos han encomendado, y que ellas nos conocen a nosotros. Eso es posible sólo al buen Pastor, porque es Dios y Hombre verdadero. Pero sí que podemos confesar nuestra sincera disposición a dar todo lo que está en nuestras manos, en cumplimiento del ministerio pastoral que se nos ha encomendado. Nuestra inquietud, a pesar de nuestras limitaciones, ha sido y sigue siendo acercarnos a las personas, y acercar a cada una la imagen de Jesucristo maestro y redentor.
Como sacerdotes. no podemos  olvidar que somos ministros del Señor, que obramos sacramentalmente ”in Persona Christi”, y que él nos ha dicho: “yo doy mi vida por las ovejas” (Jn. 10, 15). Por ello, también nosotros nos empeñamos en gastar nuestra vida al servicio del Señor y de su Iglesia, entregándonos plenamente a predicar el Evangelio con  obras y palabras, y a testimoniar ante el prójimo el amor y la misericordia infinita de Dios. Cualquier otro interés por nuestra parte, fuere grande o pequeño, nos distanciaría de la fidelidad que el Señor merece por habernos elegido, ungido y enviado a ser apóstoles suyos allá donde nos encontremos.
            3.- La Santa Madre Iglesia, hablándonos a través de los últimos Papas,  nos ha convocado de un modo especial a la inmensa y preciosa tarea de la Evangelización. La Palabra de Dios nos ha recordado en esta celebración tan significativa, que hay otras ovejas que no son del redil de Jesucristo, buen Pastor. A ellas debemos dedicar nuestra atención preferente, impulsados y sostenidos por las palabras de Jesucristo: “También a esas las tengo que traer,  y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn. 10, 16). Los cristianos tenemos la misión de poner nuestra voz, nuestros gestos, nuestra misma vida para que no deje de resonar en el mundo la Buena Noticia de la salvación.  Por eso, unidos en la sincera y sentida comunión eclesial, y movidos por la caridad, los sacerdotes, los miembros de la Vida Consagrada y los laicos, debemos esforzarnos por mostrar el verdadero rostro de Jesucristo a quienes no le conocen, a los que tienen una imagen distorsionada de Jesucristo y de la Iglesia, y a quienes, en su pobreza material o espiritual, necesitan una razón potente para vivir con esperanza.
            4.- Empeñados en la acción evangelizadora, vamos teniendo la dura experiencia del desinterés de jóvenes y adultos por el mensaje de Jesucristo. Sufrimos el golpe de orquestadas tergiversaciones del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia que constituyen parte de la cultura dominante. Y, día a adía, experimentamos la dificultad que presenta a nuestra predicación la falta de fe de muchos. Ello supone un freno para la aceptación del Evangelio. No cabe duda de que todo esto nos hace sufrir, e intensifica el inevitable cansancio de un esfuerzo mantenido  contra corriente. Sin embargo, sería vana ilusión esperar imaginadas facilidades a la medida de nuestros explicables deseos .
5.- Nuestra fuerza no está en encontrar un clima propicio.  Recordemos que Jesucristo nos redimió dando su vida por nosotros en la Cruz como un fracasado. Siendo el Hijo de Dios hecho hombre, fue acusado de blasfemo y traidor a la ley de Dios. Y, en el colmo de la paradoja y del sinsentido, experimentó el sentimiento de la más radical soledad que le hizo exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  (Mt. 27, 46). N o cabe duda de que las adversidades, los juicios interesados, e incluso las calumnias tan frecuentes en estos tiempos, han de ser asumidas por nosotros como un signo alentados de que Jesucristo nos une a Él como ministros suyos y partícipes de su misma suerte. ¡Qué precioso motivo de esperanza para ejercer el ministerio pastoral!
Nuestro ánimo y estímulo está en la certeza de que es Dios quien, con su sabiduría y con su amor infinitos, nos ha elegido y enviado, precisamente a nosotros, para evangelizar en este mundo, en este preciso momento histórico, y en la circunstancias en que cada uno po0damos encontrarnos. Asumiendo esta verdad, que forma parte de nuestra identidad apostólica, sería incoherente dejarnos llevar por el sentimiento de impotencia, o por el desánimo. Sería igualmente incorrecto abandonarnos a la peligrosa rutina de atender solamente a quien nos llama, o a quien nos asegura su acogida. Al contrario: la cercanía del buen Pastor Jesucristo en la intimidad de la oración y en la Eucaristía ha de llevarnos a la convicción de que es el Espíritu Santo  quien asume la responsabilidad de la conversión de los corazones. Nosotros estamos llamados a sembrar y a regar. A Dios le corresponde el incremento. A nosotros corresponde saber ofrecer a Dios el sacrificio de no llegar a constatar, las más de las veces, el fruto de nuestro trabajo y de nuestra oración. El Señor se ha reservado el momento oportuno para que aflore el fruto de nuestro trabajo, y el inmenso favor de ayudarnos en el cumplimiento de nuestra misión.
Somos enviados como pastores encargados de acercar a todos el testimonio del amor infinito y de la paciente misericordia de Dios a quienes manifiestan interés y a quienes manifiestan rechazo. Saber que Jesucristo quiere eso de nosotros, así de difícil, debe alegrarnos, porque Dios se ha fiado y ha confiado en nosotros. Eso ha de bastarnos. Y si logramos crecer en la fe, nos bastará.
            6.- Queridos hermanos sacerdotes, miembros de la Vida Consagrada y apóstoles laicos: Esta reflexión debe unirnos en la oración de unos por otros para que el Espíritu Santo ponga en nuestra mente y en nuestros labios la verdad y las palabras que debemos ofrecer al mundo. Son muchos los que buscan a Dios con  verdadera  necesidad, aunque aparenten, e incluso exhiban lo contrario.
            7.- En la raíz de los Derechos fundamentales de la persona humana está la dignidad del hombre y de la mujer. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza. Por tanto, deben os convencernos de que es un derecho de las personas que les ofrezcamos gratis lo que gratis hemos recibido. Esto es: la noticia de que Dios nos ama incondicionalmente; de que está empeñado en nuestra salvación hasta el punto de morir por nosotros; y de que nos respeta tanto que no nos impone nada, sino que se da a nosotros. Respeta nuestra libertad, sin dejar de ayudarnos con su gracia
¡Qué pena que haya tantos hombres y mujeres, jóvenes y adultos que vivan sin sentido, sin esperanza, y sin más horizonte que la propia satisfacción inmediata, porque nadie les ha ayudado de verdad a acercarse a Dios, origen y fin de su existencia.
Esforcémonos, pues, inasequibles al desaliento, para que el mensaje del Evangelio llegue a todos los ámbitos de nuestra sociedad, pasando por encima de cualquier intento diabólico en contra.
Procuremos avanzar en  la creatividad pastoral, en  la colaboración sincera entre los pastores, y entre los demás bautizados conscientes de su vocación apostólica.
Abrámonos al diálogo paciente y constante, respetuoso y fiel al Evangelio. Y mantengamos la esperanza en que Dios dará el incremento a nuestra siembra. Tengamos muy presentes las palabras de Jesucristo a S. Pablo: “Te basta mi gracia· La fuerza se realiza en la debilidad” (2 Cor. 12, 9). Ese debe ser el referente que n os mantenga con optimismo en la difícil y hermosa tarea de la evangelización.
            8.- Y no olvidemos que, para llevar a cabo tan noble cometido es necesario vivir intensamente la comunión eclesial. El apostolado que se pretende realizar en solitario y según los propios criterios, sin sentido eclesial y diocesano, está llamado a la esterilidad.
            9.- Querido hermano Celso: los hermanos sacerdotes, con su generosa dedicación pastoral; los miembros de la Vida Consagrada, con el deseo de corresponder a Dios por el don de los carismas recibidos; y los fieles laicos, que han descubierto el valor y la urgencia de la Evangelización; todos ellos, viviendo fuertemente la comunión eclesial, quieren ser profetas ejemplares y testigos valientes de las maravillas de Dios. En tu labor pastoral, querido hermano en el episcopado, no estarás solo. Te lo garantizo. Los extremeños son muy nobles, y saben valorar y agradece r tanto la orientación sensata, como la exigencia razonable. Hoy nos unimos a tu acción de gracias por haber ten ido la suerte de ejercer tu ministerio pastoral en esta Iglesia particular.
Que la santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, Madre de los sacerdotes y de todos los fieles, interceda por nosotros ante el Espíritu Santo para que nos ilumine y nos dé a entender lo que nos corresponde hacer en cada momento, al servicio de cada persona que nos ha encomendado.
            QUE ASÍ SEA.

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