HOMILÍA I DOMINGO DE ADVIENTO (30-11-14). Apertura del Año dedicado a la Vida Consagrada



Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
            Queridos  miembros de la Vida Consagrada que iniciáis hoy el Año que la Iglesia  dedica a esta Vocación tan valiosa para el enriquecimiento de las comunidades cristianas,
            Queridos fieles cristianos todos:
            “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con todos vosotros” (1 Cor. 1, 3).
           
1.- En esta solemne celebración iniciamos dos acontecimientos que constituyen una llamada del Señor a todos los que creemos en Él: iniciamos, a la vez, el tiempo de Adviento y el Año dedicado a la Vida Consagrada. Y, como un signo de la providencia divina, que vela para que no  falten a su Iglesia pastores según su corazón, hoy admitiré a un joven de nuestra Diócesis a la preparación inmediata para recibir el sacramento del Orden sacerdotal. Enhorabuena, querido Quico. Todo llega.
            El Adviento, como el mismo nombre indica, es tiempo de espera del Señor, y, por tanto, de preparación para el encuentro con Él.
            El Año dedicado a la Vida Consagrada, es tiempo de apertura a esa rica realidad que, con sus variados carismas, constituye un verdadero obsequio de Dios a su Iglesia. De este regalo, que toca de un modo especial a quienes han sido llamados a esta forma de vida cristiana, nos beneficiamos todos los miembros de la Iglesia y muchos que  no pertenecen al pequeño rebaño del Buen Pastor, aunque haya ocasiones en que nos pase desapercibido.  No hay más que contemplar las variadísimas y abundantes acciones orientadas a la evangelización y a la atención humana a los necesitados de cualquier lugar, credo y condición.
Cada uno de los carismas de los Institutos de la Vida  Consagrada constituye una muestra de las diversas atenciones con que el Señor cuida  de su Iglesia y de quienes peregrinamos por esta vida.
            2.-  En la Oración inicial de la Santa Misa, he pedido al Señor la gracia de creer firmemente que el Señor toma siempre la iniciativa y viene a buscarnos. Ese es el mensaje de la Navidad a la que nos preparamos en Adviento. El Señor viene en busca nuestra constantemente. Y se hace presente a  nosotros de muy diversas formas: en su palabra, en los sacramentos, en las personas, y, de un modo especial en los más desposeídos.
            Ante la delicadeza  de Dios, que toma la iniciativa de buscarnos, debemos sentirnos llamados inexcusablemente a salir a su encuentro. Así lo hemos pedido en la oración inicial, diciendo: “aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene.” Pero el deseo cuya viveza suplicamos, no es un mero sentimiento en el que nos complacemos  pretendiendo agradar a Dios. El deseo de salir al encuentro de Jesucristo implica nuestra decisión de  ir “acompañados de las buenas obras” (Orac. Colecta). Para ello necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, porque Él sabe lo que nos conviene en cada momento (cf.--------). Por eso,  el Profeta Isaías nos  invita hoy a pensar y asumir, con verdadera fe, que el Señor es nuestro redentor (cf. Is. 63, 16);  que nadie puede ayudarnos como Él, porque “jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él” (Is- 64, 3).
Esta fe en la grandeza de Dios es algo que puede parecernos lógico y necesario. Ningún cristiano afirmaría  lo contrario. Sin embargo, en la vida cotidiana fácilmente nos distraemos y se enfría esta fe. Ante determinadas pruebas en momentos difíciles, fácilmente podemos olvidarnos de la divina providencia, que todo lo hace o lo permite para nuestro bien. Entonces podemos terminar, paradógicamente, quejándonos ante Dios, antes que dándole gracias porque en todo vela por nuestra salvación.
            Por esa deficiencia de fe tan peligrosa, hoy, al comenzar el Adviento y, en él, nuestro camino hacia el encuentro con Jesucristo, debemos hacer nuestras las palabras del Salmo interleccional, diciendo con humilde fe: “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal. 80, 4). Que tu mano proteja a tu escogido” (Sal. 80, 18). Esta oración debería ser permanente en el Adviento. Sólo así la Navidad será una auténtica fiesta en la que vivamos, a plena conciencia, el amor que Dios nos tiene. En el amor de Dios está la fuerza mayor para seguirle en todo momento.
            3.- Teniendo en cuenta el regalo de Dios que supone la vocación a la Vida Consagrada en el sacerdocio, y en las distintas formas de entrega al Señor enteramente y de por vida, deberíamos dar gracias  constantemente al Señor porque no cesa de llamar a jóvenes y adultos para que se consagren a Él. Hoy, la Palabra de  Dios nos brinda esta oración de gratitud, con palabras de S. Pablo: “en mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús” (1 Cor. 1, 4). Yo hago mía esta plegaria, e invito a los fieles laicos a que la hagan propia también, valorando el don que, cada uno en su
            A  vosotros, queridos hermanos y hermanas, pertenecientes a los distintos Institutos de Vida Consagrada; y a ti, querido Quico, que hoy das un paso muy importante hacia tu consagración sacerdotal, quiero deciros, también con  palabras de S. Pablo: “en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito” (1 Cor. 1, 6-7).
            Este convencimiento profundo, como corresponde al alma creyente en Cristo Jesús y confiada en la acción del Espíritu Santo, ha de apoyaros en los momentos de zozobra personal o institucional. De modo que la fe en Cristo Jesús sea más fuerte que todas las circunstancias adversas con que podáis encontraros.
            4.- Queridos miembros de la Vida consagrada: en este año que dedica la Iglesia a orar por vosotros, intensificad también vuestra oración para  vivir vuestro carisma con toda claridad y fidelidad, y con un profundo sentido eclesial. Amad a la Diócesis en que os ha puesto el Señor. La presencia de los Institutos de Vida Consagrada en distintos países y  diócesis no ha de llevaros nunca a olvidar que sois Iglesia por la pertenencia directa a una Iglesia Particular.
            Por los buenos ejemplos de servicio que dais en distintas parroquias,  y de atención a jóvenes y adultos en las diferentes circunstancias de la vida,  quiero daros las gracias.
Os animo a seguir con empeño el espíritu de vuestros fundadores, sin miedo a sorprender y sin que os frene la incomprensión o los juicios vanos e infundados. Con  ello os asemejáis más a Jesucristo y hacéis más fecundo vuestro apostolado.
            Gracias, de nuevo, queridos miembros de la Vida Consagrada. Os deseo toda bendición del Señor y abundantes vocaciones.
            Que la Santísima Virgen María, que consagró su vida entera al Señor desde su más tierna juventud,  y que ayudó a los Apóstoles para que permanecieran fieles en momentos difíciles, os proteja y acompañe siempre.

            QUE ASÍ SEA

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