HOMILÍA EN EL DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA (16-11-14)




 Queridos  hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos,
Queridos D. Felipe Albarrán y D. Fernando Domínguez que hoy distinguiremos con  la Medalla de la Archidiócesis:

1.- La oración inicial de la Misa nos ha invitado a pedir a Dios la gracia de “vivir siempre alegres en su servicio”.
 Vivir dedicados al servicio de Dios no equivale a ocupar la vida entera en la oración, en los ejercicios piadosos, en las actividades apostólicas organizadas, etc. Vivir en el servicio de Dios es vivir de acuerdo con la vocación que Dios ha dado a cada uno. Esa vocación señala el camino que debemos seguir en la propia vida para alcanzar el pleno desarrollo de nuestras capacidades. Y esas capacidades son las que Dios nos ha regalado para que atendamos  a la vocación que de Él hemos recibido. Vocación que nos manifiesta la voluntad de Dios sobre cada uno. Por eso, Jesucristo nos enseñó a orar pidiendo al Padre que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo. Con ello, los beneficiados somos nosotros.
2.- Es necesario tener en cuenta que, como Dios nos ha creado y nos ha redimido, sabe más que nosotros mismos lo que nos conduce a la plenitud en la libertad, en la paz interior, en el desarrollo de todos los talentos con los que nos ha enriquecido, y en  la alegría que permanece sobre el inevitable sufrimiento mientras vivamos en este mundo. La alegría, es fruto siempre de la satisfacción interior por haber encontrado el sentido de la vida y de cuanto en ella nos acontece. Y esa alegría se goza plenamente cuando uno sabe que puede conservarla porque no es fruto del azar, sino de la voluntad de Dios que procura siempre nuestro bien.
3.- Vivir en el santo servicio de Dios, en tanto que esto supone vivir de acuerdo con Él, requiere de nosotros procurar la cercanía y el diálogo con Él para que nos oriente. Por tanto, para vivir la alegría del servicio a Dios debemos intimar con Él; debemos darle un lugar preferente en nuestra vida. A todo ello nos conduce el Santo Evangelio. Ese es el motivo por el que el Papa Francisco nos enseña que, por encima de todas las alegrías pasajeras, que pueden propiciarnos legítimamente los acontecimientos favorables y agradables, está la alegría del Evangelio, la alegría  que  nos causa la Buena Noticia de la salvación que  nos ha traído Jesucristo. “La alegría del Evangelio, -dice el Papa-  llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y añade: “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG. 1).
4.- En íntima relación con todo lo que vamos diciendo está el mensaje que nos ofrece hoy el Evangelio que acabamos de escuchar. La alegría, la felicidad, la salvación se alcanza desarrollando los talentos que Dios ha dado a cada uno. Ese es el camino de la propia salvación, y el modo más importante de procurar la salvación  de los demás.
Entre los talentos que Dios nos ha concedido, el más importante es su Gracia, el participar de la redención y ser miembro de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. Para nosotros, la Iglesia es Madre y Maestra; es nuestra familia espiritual que nunca muere; es la fuente en que podemos beber del agua de la gracia que salta hasta la vida eterna, y que la Iglesia nos ofrece en el Bautismo, en la Penitencia, en  los demás sacramentos, y, sobre todo, en la Eucaristía. Por tanto, nuestra atención a la Iglesia debe ir pareja con nuestra colaboración y servicio, que es nuestro deber prestarle en la medida de nuestras posibilidades. Eso es lo que se nos pide hoy al celebrar el Día de la Iglesia Diocesana. Nuestra oración debe ser por nuestra Iglesia particular, por nuestra Diócesis. Nuestro ánimo de servicio debe mirar a la Iglesia diocesana, bien sea en lo que se refiere a las necesidades materiales y apostólicas, bien sea en lo que se refiere a su extensión y presencia en el mundo.
5.- Hoy debemos unirnos en oración para que el Señor conceda a cada uno la gracia de encontrar la forma concreta como Dios quiere que sirvamos a la Iglesia. Esta oración ha de tener presentes a los demás miembros de la comunidad cristiana para que también ellos encuentren su lugar en la Iglesia y descubran la misión que les corresponde al interior de la Iglesia y fuera de ella. Estamos llamados a ser luz del mundo.
6.-  Yo os pido hoy, encarecidamente, que tanto en la oración como en la ayuda material seáis generosos. Sabed que todas vuestras aportaciones de hoy se destinan a ayudar a las parroquias más necesitadas, que son muchas. No olvidemos orar para que la acción evangelizadora, que es el tercer objetivo del Plan Diocesano de Pastoral, alcance a cuantos la necesiten y son nuestro prójimo.
7.- Hoy, como signo de gratitud a quienes han destacado por su servicio incondicional a la Iglesia diocesana, vamos a imponerles la Medalla de la Archidiócesis. Esta es la mayor distinción que concedemos a quienes, de modo continuado e incondicional, desempeñan una labor ejemplar y gratuita al servicio de la Diócesis. Cada uno de los premiados ha dejado una huella notable en tareas tan delicadas y difíciles, como nobles y necesarias. El cuidado de la dignidad de los actos eclesiales y eclesiásticos, y el embellecimiento del culto mediante el exquisito arte del canto realizan, en la práctica, lo que el Papa Benedicto XVI nos invitaba a tener especialmente en cuenta: el Arte de celebrar los misterios del Señor.
Aprovecho este momento para manifestar mi admiración y gratitud a D. Fernando Domínguez, Director del Coro de la Catedral; y a Don Felipe Albarrán, Jefe de protocolo del Arzobispado  y promotor del grupo de seglares adultos que atienden ejemplarmente  en la Catedral los actos de culto catedralicio de especial solemnidad. Para ellos vaya, también, mi gratitud y mi especial Bendición. En ella quiero recoger la merecida gratitud de cuantos sienten justamente como propia esta Iglesia particular de Mérida-Badajoz, objeto de nuestro amor y de nuestro servicio, y casa en la que vivimos con el Señor y con los hermanos que él nos ha dado.
8.- Pidamos a la Santísima Virgen María que nos alcance de Dios la gracia de ser fieles hijos de la Iglesia, obedientes a la vocación del Señor, caritativos con las necesidades de la Iglesia y de los hermanos, e incondicionales colaboradores con quienes Dios ha puesto a nuestro lado para llevar a término la obra de la pastoral y del apostolado. La colaboración eclesial es la mejor manifestación de la comunión que debe presidir nuestra vida como hijos de Dios.
Que el Señor nos mantenga unidos en la comunión y en la colaboración.
El mejor obsequio que podemos hacer hoy a D. Felipe Albarrán y a D. Fernando Domínguez, además de manifestarles nuestro afecto y gratitud, es ofrecerles nuestro apoyo y colaboración según nuestras posibilidades en aquello que constituye la responsabilidad de cada uno.

QUE ASÍ SEA.








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