HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA TERESA DE JESÚS

15- 10- 2014  APERTURA DEL AÑO JUBILAR TERESIANO

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Padres  y Madres Carmelitas descalzos,
Miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos todos:

Celebramos con gozo en este día la fiesta litúrgica de Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, gran reformadora  del Carmelo, destacada mística y mujer fuerte de grandísima capacidad creativa.

Con esta solemne Liturgia en el 500 aniversario del nacimiento de Teresa de Cepeda, inauguramos un tiempo de gracia, un Año Jubilar, una especial oportunidad de renovación interior y de bendiciones divinas.

Nos  reunimos en torno al altar del Señor para dar gracias a Dios por haber hecho este precioso regalo de santidad a su Iglesia, y por la distinción  que supone haber elegido para ello a una mujer española con gran inteligencia, con probada virtud y con espíritu de corte universal; una mujer con alma tan grande como sencilla; fundadora que supo dejar como norma de vida su propia experiencia mística; una monja que supo compaginar la actividad más eficiente, con la elevación contemplativa. La fuerte experiencia de Dios le llevaba por los caminos para ofrecer medios de santificación a quien quisiera seguirle, para procurar que se extendieran los ejemplos de oración, de ascesis, de buen humor y de humildad basada en la verdad. No en vano fue conocida como la monja andariega y fundadora, verdadera amiga de Jesucristo, ejemplo de espíritu evangelizador y mujer fuerte capaz de enfrentarse a la adversidad con privilegiada inteligencia, con gracejo femenino y con esperanza sobrenatural jamás carente del realismo. Así pudo acercarse a sus contemporáneos dando una muestra de que la santificación es tarea que ha de realizarse en la tierra por los caminos que Dios vaya señalando a cada uno.

La celebración del Año Jubilar Teresiano, es una clara llamada a que pongamos nuestra atención, de un modo especial, en el Evangelio, procurando hacerlo vida en nosotros con la ayuda de Santa Teresa de Jesús. Ella supo buscar y enseñar luego la base de la oración, del encuentro confiado con el Señor. Desde esa experiencia decía a sus monjas, como lección que todos debemos aprender: “No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratá con él como con padre, y como con hermano, y como con Señor, y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle (Cam. de Perfec. C. XXVIII).

Este contentamiento de Dios, que Santa Teresa logró hasta el punto de ser declarada santa y doctora  de la Iglesia, tiene un  camino fundamental que ella nos describe así: “La verdadera unión se puede muy bien alcanzar con el favor  de Nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios” (Las Moradass, V, c. III).

Por este camino, firmemente aprendido en la Palabra y en el ejemplo de Jesucristo, Teresa de Cepeda llegó a ser Santa Teresa de Jesús. La palabra de Dios nos dice hoy con toda claridad: “El que teme al Señor obrará así: observando la ley alcanzará sabiduría. Ella le saldrá el encuentro como una madre (…) lo alimentará con pan de sensatez y le dará a beber agua de prudencia” (Eclo. 15, 1 ss).

Entendiendo bien que Dios obra en nosotros gratuitamente todos los bienes, Santa Teresa hizo norma de su vida lo que nos invita a decir hoy el Salmo interleccional: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré (…) Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades” (Sal.  88).

Esta es la misión de todo cristiano consciente, que ha de ser, por ello y al mismo tiempo, un inexcusable y entusiasta apóstol. El verdadero apóstol aprende del Señor y llega a serlo por la experiencia que se fragua en la intimidad con el Señor llegando a quererle de verdad. Así nos lo enseña Santa Teresa de Jesús. “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí? (Poesías). Debió aprenderlo de las palabras de Jesucristo que hoy han sido proclamadas en el Evangelio: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor” (Mt. 11, 25).

La gran lección que nos transmite Santa Teresa de Jesús a quienes vivimos en el ajetreo, las prisas y la actividad de un mundo un  tanto atolondrado y extrovertido, y que muchas veces excusamos en ello la falta de silencio, de oración de reflexión y de contemplación es, precisamente, haber alcanzado altísimos niveles de encuentro e intimidad con el Señor, sin dejar de correr caminos, de luchar por doquier en favor de la causa que el Señor le había encomendado.

Hagamos el propósito de pensar con sinceridad si tenemos o no el propósito firme de seguir a Jesucristo caminando por el mundo en el que Dios nos pide vivir. Y que nuestra oración suplique fervientemente los dones de la serenidad y del dominio personal para asumir sinceramente el deber de la relación con el Señor en la escucha de su palabra y en la oración, como hacía Santa Teresa.

Por la ve sabemos que, si lo pedimos con fe y esperanza, lo alcanzaremos. Es condición imprescindible para ser apóstoles en el mundo de hoy  que lleven el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo.


QUE ASÍ SEA

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