HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DE PROFESORES DE RELIGIÓN

HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DE PROFESORES DE RELIGIÓN

(Curso 2014-2015)

            Mis queridos profesores de religión y miembros de la Delegación episcopal para la educación cristiana:

1.- Me agrada encontrarme con vosotros. En primer lugar porque sois miembros de esta porción del Pueblo de Dios que el Señor me ha encomendado pastorear. Y, en segundo lugar, porque sois profesores y, por ello, personas dedicadas a la educación de las nuevas generaciones de hijos de Dios.

2.- La educación, en sí misma, para un cristiano, es un acto de fe y de colaboración con Dios, porque educar significa “educere”, sacar de dentro, o contribuir a que lo que está en el interior de la persona como una potencia, lo que rodea a la esencia de la persona creada por Dios, salga a la luz, produzca sus frutos.

Cuando van aflorando las diversas cualidades y recursos con que Dios ha enriquecido a cada persona, se puede ir descubriendo la propia vocación con la que Dios orienta la dedicación fundamental de la vida de cada uno. Por ello, la educación contribuye a manifestar y valorar la riqueza de la obra creadora de Dios.

3.- Con la educación se cultiva el espíritu y la realidad integral de la persona, de modo que alcance a realizar la obra para la que el Señor le ha llamado. El desarrollo integral de la persona, que es el objetivo fundamental e imprescindible de toda educación verdadera, va propiciando en el alumno, el desarrollo de su personalidad. Así podrá llegar a ser él mismo; podrá ir adquiriendo la plenitud a la que está llamado como persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Con todo ello se va forjando, paso a paso, la personalidad de cada uno.

El desarrollo de la personalidad contribuye a la liberación interior de la persona y, por tanto, le capacita para tomar con acierto las decisiones personales necesarias para afrontar los diferentes retos a lo largo de la vida.

4.- La personalidad, que se desarrolla en el ámbito de la inteligencia y de la voluntad potencia el equilibrio personal en las relaciones del sujeto consigo mismo, con los demás, con la creación y con Dios, que es el origen y el fin de todo ello. La educación integral es la única acción capaz de construir la personalidad. Cualquier educación notablemente parcial provoca una mutilación del conjunto de la persona; con ello se empobrecen tanto la persona como la sociedad en la que vive y actúa. Esto ocurre hoy frecuentemente en nuestros sistemas educativos por el desequilibrio entre la atención a las dimensiones técnicas del saber y el pobrísimo cultivo de la facultad de pensar, que es la base de la humanización y de las referencias éticas que son imprescindibles para vivir en comunidad con el debido respeto al prójimo y al bien común. El pensamiento es la facultad más noble del hombre, y el punto de partida de todo juicio ponderado, y el recurso fundamental para forjar la propia personalidad.

5.- La verdadera personalidad es la que capacita al individuo para ponerse ante sí mismo con decidida voluntad de conocer sincera y limpiamente la propia realidad, y para actuar siendo fiel a su identidad esencial.

La personalidad hace posible mirar la propia vida con ojos atentos, sin prejuicios ni dependencias ideológicas, pasionales o de connivencia social.

La personalidad hace posible contemplar el mundo con la libertad que supone sentirse su constructor, y no el simple efecto, o el fatal resultado de lo que es o manifiesta, en cada momento, el mundo que nos rodea.

La personalidad ayuda a buscar las claves de interpretación de la realidad sin quedarse en la defensa o apropiación de lo que parece convenir a los propios intereses concupiscibles e inconfesados; y sin dejarse llevar por lo que merece más aplauso en los ambientes en que uno vive.

La verdadera personalidad se fragua en el progresivo descubrimiento de la verdad. Es absolutamente necesario apoyarse en ella para la construcción de la propia escala de valores lejos de subjetivismos o de falta de la perspectiva requerida para no agotarse en la inmediatez.

La verdadera personalidad no se construye, por tanto, obedeciendo a las corrientes sociales del momento, ni sintonizando exclusivamente con los ideales que tienen la primacía en los ambientes más próximos, o en los objetivos a procurar por el deseo instintivo del poder, del placer, y del tener. ¿No vemos que los comportamientos y las carencias a que me refiero están en la base de tantas carencias, injusticias, corrupciones, violencias, inaceptables diferencias sociales, etc.?

         La verdadera personalidad ha de ser, pues, fruto de un recorrido educativo que ayude a forjar la personalidad del alumno. En ese recorrido es imprescindible que el educador respete al máximo la libertad y los ritmos propios de la idiosincrasia del alumno. La educación capaz de alcanzar esto lleva consigo el compromiso, por parte del educador, de caminar junto con el educando, manteniendo el difícil juego de no llevarle tras de sí, y de señalarle, al mismo tiempo, respetuosamente, el camino adecuado. La disposición y la entrega del educador para cumplir con estos requisitos, nos advierte muy claramente que la tarea del educador no puede ser una simple ocupación laboral a cambio de un merecido salario. Ha de ser, esencialmente, una auténtica vocación.

            6.- La educación así entendida procura la verdadera promoción del alumno en el camino de la auténtica libertad, y en la capacidad de superar los obstáculos, las contrariedades, los desánimos, las falsas ilusiones y las peligrosas influencias.

         La búsqueda de la verdad, que posibilita la construcción de la verdadera personalidad, requiere levantar la cabeza hacia lo alto. La verdad es tan grande y bella que no puede encerrarse en la tierra. La verdad es la razón misma de toda existencia. La verdad es Dios mismo, creador y salvador del hombre y de la mujer, del mundo animado y del inanimado.

            7.- A ese Dios, que hace posible nuestra vida, que nos capacita para construir la propia personalidad sin dejaciones y sin serviles dependencias, es el Dios que vosotros debéis presentar con toda limpieza y competencia en el curso de vuestra relación académica y personal con los alumnos.

        Los educadores cristianos debemos romper con la idea de que al profesor corresponde presentar unos saberes sin más pretensión que la simple enseñanza. Este error está en la mente y en la práctica de muchos profesores, y así lo enseñan determinadas corrientes pedagógicas que excluyen cualquier posible condicionamiento del alumno. No perciben que, de este modo, se le condiciona mucho más porque se le deja en la incapacidad de tomar una decisión acertada, y abocado a los arrastres del ambiente o de un relativismo subjetivista.

Hay que procurar que sea educativa la ciencia que se presenta. Toda ciencia tiene relación con la vida. Y el educador ha de procurar que el alumno sea capaz de vivir con toda rectitud aprovechando los saberes que se le ofrecen. Sin embargo, muchos creen que eso es adoctrinar tendenciosamente. Me sorprende esta prevención cuando los que así piensan aplauden la imposición de asignaturas y la orientación de la enseñanza para que sea acorde con las propias ideologías.

            8.- Queridos profesores de religión: considerando el cometido que nos concierne como educadores cristianos, es fácil sentir impotencia para afrontar la situación educativa tal como la hemos planteado. No hay que tener miedo. No cedáis al desánimo. La palabra de Dios sale al paso diciéndonos hoy a través de S. Pablo, que vivió una experiencia muy semejante: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles” (2 Tim. 4, 17).

No hay que ser pesimistas sino realistas. Sin embargo puede ocurrir que, en alguna ocasión, creáis encontraros en la situación a que se refiere hoy Jesucristo en el santo Evangelio: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos” (Mt. 10, 16). No temáis. Es el mismo Jesucristo quien nos anima diciéndonos: “No temáis; yo he vencido al mundo”· (Jn 16,33). Y pensad, como ha dicho el salmo interleccional: “Cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente” (Sal. 144).

            9.- Pidamos al Señor la gracia de entender nuestro trabajo como una verdadera vocación, y pidámosle la gracia de confiar en él y de asumir con esperanza la delicada y preciosa misión que se nos encomendado.


QUE ASÍ SEA

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