HOMILÍA EN LA APERTURA DE LOS CENTROS EDUCATIVOS DIOCESANOS

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, miembros de los distintos Centros educativos de la Archidiócesis, representación de alumnos, hermanos todos:

1.- En este día y en esta celebración ponemos en manos de Dios toda la actividad del curso académico que comenzamos. En esa Misión tan digna estamos incluidos e implicados todos nosotros: profesores, alumnos, responsables de las distintas áreas que integran cada una de las instituciones educativas de nuestra Iglesia particular, y las personas que velan por el orden material y por los servicios que hacen posible la realización de la tarea que hoy iniciamos oficialmente. A todos quiero hacer llegar mi saludo cordial y mi gratitud bien merecida por vosotros.

2.- La palabra de Dios nos orienta para que descubramos nuestra realidad y la de cuanto nos ha regalado para que podamos realizar, con buen estilo y competencia, nuestra sublime labor. Hoy la Palabra de Dios nos invita, providencialmente, a dar gracias a Dios por haber sido llamados a esta misión educativa, y a que la comencemos con verdadera ilusión.

Dios, que no hace oídos sordos a la plegaria de sus hijos, la escucha inserta en la voz de la Iglesia que se eleva al cielo en cada acción litúrgica. Por eso nos invita a decir, con palabras del Salmo interleccional: “Doy gracias a Dios de todo corazón en compañía de los rectos, en la asamblea” (Sal. 110).

3.- ¿A quién excluimos de este himno de gratitud a Dios? Sencillamente a quienes no están de parte de Dios, sino que viven o enseñan a vivir de espaldas a Él. Situación que no se da entre nosotros, pero con la que nos encontramos en el ejercicio de nuestra vocación. Son muchas las influencias adversas debidas a comportamientos ajenos, a la cultura dominante y a lo que se considera políticamente correcto y que se difunde con una autoridad no siempre legítima que trasciende por los distintos medios de comunicación social.

Todos los educadores y colaboradores sois conscientes de que formáis parte de una comunidad educativa confesionalmente católica. Por tanto, cada uno desde su responsabilidad, tenéis como fundamento y finalidad de vuestro trabajo, el empeño en que brille cada día más ante los alumnos, la luz de Dios en este mundo de oscuridades, dudas y dificultades. Todos queremos que esa luz rompa las tinieblas existentes. Pero queremos, también, que esa luz ayude a descubrir la riqueza de elementos positivos y esperanzadores que pueblan la realidad humana y social, y la belleza y armonía de la naturaleza creada por Dios.

4.- Esta consideración debe ser previa y concomitante en toda acción educativa. No es justo permitir una impresión meramente negativa de este mundo, o de las capacidades humanas, a la vista de los acontecimientos negativos y desafortunados de gran repercusión mediática. Debemos tener muy claro, y saber explicar a los alumnos, que lo negativo se debe a la torpeza humana. Dios ha puesto la tierra en nuestras manos con el precepto de crecer en ella y con ella. Y no es posible el crecimiento sin recursos auténticamente positivos. Esos recursos cuentan en nuestro haber. De ellos debemos dar gracias a Dios. Y a Dios debemos pedir que nos ayude a descubrirlos, a cultivarlos y a darlos a conocer.

En esta línea, el salmo interleccional nos invita a considerar con empeño la grandeza de la obra de Dios gracias a la cual podemos construir nuestra propia grandeza. A ella estamos llamados, según nos advierte el Señor diciéndonos: “Sed perfectos porque vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48). Debemos tener en cuenta que Dios no pide imposibles. Al contrario: se pone de nuestra parte y, advirtiéndonos que sin Él no podemos hacer nada (Jn. 15,5), nos dice: “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá” (Mt. 7,7). Y añade: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

5.- Queridos educadores: es necesario que, para llevar a cabo la dignísima tarea que nos compete, lleguemos al convencimiento de que nuestro trabajo ha de realizarse en equipo. Pero no en los necesarios equipos técnicos, sectoriales o institucionales, sino en verdadero equipo con Jesucristo. Es entonces cuando, ante las indiscutibles dificultades y contrariedades que lleva consigo, en muchos momentos, la educación, podremos llegar a compartir la experiencia de S. Pablo descubriendo la verdad de estas palabras: “Todo lo puedo con Aquel que me conforta” (Flp. 4, 13).

6.- Ojalá lográramos que brotara espontáneamente en nuestro corazón y en el nuestros alumnos, esa expresión de fe y de gratitud a Dios de que también nos habla el Salmo interleccional: ”Esplendor y belleza son su obra, su generosidad dura por siempre; ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente” (Sal. 110). Ojalá que este acto de fe se debiera, no sólo a que los educadores descubriéramos todo lo positivo que Dios ha puesto en nosotros, en el trabajo conjunto, y en el mundo en que vivimos, sino que fuera, también, una exclamación gozosa al constatar que ese mismo descubrimiento lo han ido haciendo, también, nuestros alumnos.

7.- Cultivemos nuestra fe y nuestra cercanía al Señor porque Dios se lo merece, y porque sin él nada podemos. Pero procuremos crecer en la condición de cristianos por la cual El Señor n os ha abierto la puerta de la esperanza, incluso en los momentos más difíciles. Y trabajemos para que esta puerta se abra, también, a cuantos esperan de nosotros el beneficio de la educación integral, capaz de construir la propia vida y de ayudar a la renovación de nuestra sociedad.

Que el Señor nos ayude a ello. Y, de momento, démosle gracias porque nos ayuda a creer en Él y a confiar en su gracia, aceptando con gozo nuestra vocación como educadores.


QUE ASÍ SEA

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