HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA (2014)

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Seminaristas y miembros de la Vida Consagrada,

Sr. Alcalde, miembros de la Corporación municipal y demás autoridades civiles y militares,
Queridos fieles laicos:

1. La fiesta que nos reúne hoy invita a tener presente en nuestra celebración sagrada a todo el pueblo de Badajoz. Es la fiesta de nuestra ciudad, y así la entienden y la disfrutan todos, aunque de forma distinta. Muchos gozarán considerando las raíces cristianas de la fiesta mayor de la Ciudad. Otros vivirán la fiesta al margen del sentido que la animó desde su origen. Y otros se comportarán como contrarios a la dimensión religiosa y cristiana de esta fiesta popular. La fiesta de la ciudad nos brinda una preciosa ocasión para que todos demos muestras de respeto y buenos modos en medio de la pluralidad de ideas y con educados comportamientos.

2. desde la fraternidad cristiana que nos une a todos por encima de todas las posibles diferencias sentimos, especialmente hoy, la responsabilidad de tener presentes, ante el Señor, a todos los conciudadanos. Debemos pedir para cada uno, por intercesión de nuestro santo patrono san Juan, la gracia de tomas conciencia de los que somos como personas y como ciudadanos; de los que son, como personas y ciudadanos, quienes viven solamente la parte profana de la celebración festiva, y pedir que Dios ayude a asumir su inexcusable responsabilidad a quienes necesitan una gracia especial para no terminar la fiesta siendo víctimas de la falta de conciencia, del instinto, o de la superficialidad, que suelen convertir la fiesta en lamento y la alegría en disgusto. Nuestros errores y torpezas repercuten lamentablemente en la vida de los demás, especialmente de los más cercanos y de los más débiles. Pero no olvidemos que nuestra buena compostura y buen sentido también repercuten positivamente elevando el nivel de convivencia y de manifestaciones sociales propias de la cultura que nos honra. Mirar preferentemente lo malo es una forma de desfigurar y menospreciar cualquiera de las realidades existentes.

3. Pedir para unos y otros la gracia de saber que lo que somos y dónde estamos, es un deber de fraternidad que nada tiene que ver con voluntad alguna de proselitismo religioso. Sencillamente es la consecuencia de nuestra responsabilidad ante el Señor y ante los hermanos, siguiendo el consejo de san Pablo “Dad gratis los que gratis habéis recibido” (Mt 10, 8).

Nadie tiene derecho a imponer nada a nadie. Ni siquiera lo que considera la mayor de las riquezas, como es el caso de la fe para los cristianos. Pero todos tenemos la obligación moral de ofrecer a los demás, con toda atención y respeto, de palabra y con los hechos, aquello de lo que gozamos como un bien fundamental. Todos tenemos la obligación moral de brindar a los demás, con tanta ilusión como delicado respeto, aquello que sabemos que nos permite descubrir y cultivar nuestra dignidad original e irrenunciable; aquello que nos ayuda a vivir creciendo en la verdad, la libertad, y la paz interior y social. Esa es la razón por la que, en este día festivo, acudimos a san Juan Bautista, nuestro principal valedor en el cielo. Él, que dio la vida por manifestar la verdad como un servicio crucial en un ambiente externamente adverso, intercederá ante el Señor para que seamos capaces de amar la verdad más que a nosotros mismos y a los intereses del propio grupo.

4. Los textos bíblicos de esta celebración litúrgica nos han invitado a repetir, como respuesta a la Palabra de Dios, esta plegaria: “Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente” (Sal 138, 14). Esta es una oración de gratitud que eleva el alma creyente al dirigirse a Dios considerándolo como su creador y Señor. La fe cristiana nos enseña que Dios nos ha creado y que, desde el primer momento, nos ha dotado con las potencialidades necesarias para el desarrollo pleno de nuestra condición humana, por la que somos imagen y semejanza de Dios.

Al mismo tiempo, esta plegaria es un reconocimiento humilde y gozoso de que el Señor nos ha elegido a cada uno para algo concreto que cada uno debe esforzarse en descubrir. Vocación que, por la fe, reconoce orientada a la gloria de Dios y al bien de la humanidad en nuestro propio ámbito social. Esa es la misión que cada uno debemos realizar con esmero y desvelo. En su cumplimiento está nuestra plena realización como personas, tanto en la dimensión individual como en la social, que integran inseparablemente nuestra identidad.

5. El cumplimiento cristiano de la misión recibida no es compatible con protagonismos excluyentes y exclusivistas; no admite individualismos, puesto que, en última instancia, nadie trabajamos solos. Nadie somos autosuficientes. La condición relacional, participativa y solidaria está en la raíz y en la esencia de nuestra condición humana; por tanto, es una exigencia lógica tenerla en cuenta en nuestro trabajo y en nuestro desarrollo personal, eclesial y social. Debe llevarnos, pues, a pensar en “quien” y en “quienes” están en la raíz y en el curso de nuestras actuaciones, para ser agradecidos y coherentes con la identidad de quien nos capacita y nos respalda. De ello nos da buena lección san Juan Bautista advirtiendo: “Yo no soy el Mesías” (Jn 1, 20). “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarla las sandalias” (Hch 13, 25).

La edificación de la sociedad, como la de la Iglesia, son por naturaleza, y han de ser por convicción, fruto de la participación corresponsable que permita integrar la riqueza de cada persona y de cada grupo o institución, siempre que cada uno actúe con buena disposición y con rectitud de intención. Actuar así no es tarea fácil, aunque se pueda formular con sencillez, y aunque este principio sea utilizado por casi todos, incluyendo los que no lo tienen en cuenta a la hora de la verdad. Por eso, los cristianos sentimos la necesidad de recurrir a Quien es la fuente de toda luz, a quien es la expresión y el origen de la verdad. Necesitamos alcanzar de Dios la entereza necesaria para amar a la verdad más que a sí mismos, y para sacrificar lo propio que no es esencial en beneficio de lo bueno que aportan los demás. Nunca debemos permitirnos confundir la rectitud de los comportamientos con la falaz envoltura de las bellas palabras y de las falsas promesas.

6. En este día, en que la honra de san Juan Bautista nos ha llevado a tener en cuenta su grandeza, forjada en la austeridad y en la humildad, elevemos la mente al cielo. Pidamos a nuestro santo Patrono luz para descubrir la línea del bien obrar; fe para saber aceptar la ejemplaridad de Jesucristo y de los santos; y entereza para servir siempre a la verdad como la mejor ofrenda al Señor, como nuestra mayor contribución al bien social, y como el testimonio de lo que es fundamental en medio de tanta hojarasca de la palabras vanas.


            QUE ASÍ SEA

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