HOMILÍA EN LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS 2014

Queridos hermanos sacerdotes, y demás fieles que participáis en esta acción litúrgica:

Estamos celebrando los primeros momentos de la fiesta de Pentecostés. Esta es una ocasión providencial que nos brinda el Señor para escuchar la Palabra de Dios y meditar en la riqueza de su con tenido hoy, prestando especial atención sobre todo a lo que nos dice acerca del Espíritu Santo.

1.- Es frecuente que a muchos cristianos les pase desapercibida la fiesta de Pentecostés y, sobre todo, que no lleguen a gustar el profundo significado salvífico que la venida del Espíritu Santo tiene para cada uno de nosotros. Es comprensible. Para conocer a Jesucristo gozamos de su encarnación. Por ella nos hablaba en lenguaje humano, y éste ha llegado hasta nosotros en el Evangelio acompañado del testimonio de sus acciones. Sin embargo, debería preocuparnos esta lejanía del Espíritu Santo porque él es el protagonista de nuestra santificación. O dicho de otro modo: el Espíritu Santo es quien hace posible que nosotros creamos firmemente que “Jesús es el Señor”. Creer esto firmemente, de tal modo que se constituya en eje de nuestra vida espiritual, corporal y social; y creerlo en medio de la oscuridad de este mundo, que tantas veces nos oculta la riqueza del Misterio de Dios y sus beneficios para todos los que creemos en Él, resulta difícil.

2.- Si el Espíritu Santo actúa en nosotros, es posible que vivamos la fe como aceptación de la Verdad que es y que nos manifiesta Jesucristo. Si el Espíritu Santo habita en nosotros, será posible que nos adhiramos a él con sinceridad y con la alegría. Y será posible, entonces, que las promesas de amor y misericordia que nos hizo Jesucristo, lleguen a ser experiencia viva en nuestro corazón hasta el punto de conducir nuestras actitudes, palabras y obras en la paz interior, en el gozo profundo y en la esperanza de salvación.

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar afirma que el mismo Espíritu Santo que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, vivificará también nuestros cuerpos mortales para que gocemos eternamente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por toda la eternidad.

3.- El Espíritu Santo inicia en nosotros la vida de fe, de esperanza y de caridad ya en el Bautismo, al mismo tiempo que recibimos el perdón de los pecados y somos hechos hijos adoptivos de Dios y miembros de su gran familia que es la Iglesia.

El Espíritu Santo es quien hace posible que seamos testigos valientes del Evangelio. Esto es: que podamos llevar a cabo la obra de la Evangelización a la que estamos siendo convocados por la Iglesia con toda insistencia. Así lo prometió el Señor: recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos…hasta el confín de la tierra” (Hch. 1, 8). Por tanto, la celebración de la fiesta de Pentecostés, que iniciamos con el canto de estas Vísperas, nos introduce en un tiempo de gracia importantísimo para la vida cristiana y para el cumplimiento de la tarea eclesial que tenemos encomendada: la tarea de evangelizar.

4.- El don del Espíritu Santo prometido no llega a nosotros por la sola promesa de Jesucristo, aunque sin ella jamás podríamos recibirlo. La venida del Espíritu Santo está supeditada, por voluntad divina, a que la pidamos y la preparemos en la oración como la prepararon María y los Apóstoles después de la Ascensión de Jesucristo. Por eso nos reunimos en oración diciendo: “Ven espíritu divino, dulce huésped del alma, reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo tu mérito: salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. (cf. Himno de las Vísperas).

Pidamos a la Santísima Virgen María, que acompañó en la oración a los Apóstoles en la espera del Espíritu Santo, que nos acompaña siempre en la oración para que el Espíritu Santo nos mande su luz desde el cielo, nos conceda el descanso de nuestro esfuerzo de conversión personal y de evangelización, y sea el gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. (cf. Himno cit).


 QUE ASÍ SEA

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