HOMILÍA EN LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI – 2014

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos fieles cristianos, miembros de la V ida Consagrada y laicos:

1.- La fe nos capacita para creer en los Misterios del Señor y para ordenar nuestra vida según lo que Dios nos manifiesta en ellos. Esta capacitación para conectar nuestra pequeñez con lo más elevado del cielo y con la misma esencia de Dios nuestro Señor (con la Santísima Trinidad, por ejemplo), es un Don del Espíritu Santo. Por más inteligente que sea el hombre, y por más decidido que esté a seguir el camino de la verdad y de la trascendencia jamás podrá vislumbrar por sí mismo lo que el Señor nos revela en Jesucristo su Hijo y redentor nuestro. Hoy nos encontramos con uno de los misterios más entrañables para quienes buscan el sentido de su vida y de todo lo que en ella acontece. Celebramos la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, Dios y hombre verdadero y realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Aún gozando de la fe que Dios nos concedió como semilla en el Bautismo, y que ha podido ir creciendo en nosotros por la acción, también misteriosa, del Espíritu Santo; y aún gozando de una fe grande y firme, resulta sorprendente y nada fácil de admitir, a plena conciencia, que el mismo Dios se haga presente entre nosotros bajo las especies de pan y vino. Y, más todavía, que se nos dé en alimento espiritual, y que nuestra intimidad con el Señor dependa de la fe con que lo comamos y bebamos.

Es, pues, totalmente comprensible que, quienes seguían a Jesucristo y habían comido de la multiplicación de los panes y los peces, le abandonaran cuando les dijo: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6, 35). “el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn. 6, 48. 51).

2…- La educación cristiana que hemos recibido puede hacernos pensar que es muy grave la falta de fe en la palabra de Jesucristo; sobre todo cuando hablaba y obraba milagros que respaldaban su credibilidad. Sin embargo, si analizamos bien los comportamientos nuestros ante la Sagrada Eucaristía, aunque no constituyan una negación de la presencia eucarística de Jesucristo, descubrimos una tibieza importante en el alcance de nuestra fe.

Ocurre, por una parte, que el hecho de poder comulgar es la cosa más sencilla del mundo. Podemos hacerlo con toda la frecuencia deseada por cada uno. Esto hace que quede muy reducido el impacto psicológico propio de lo extraordinario. Ante el peligro de que llegue a reducirse la conciencia de lo que vamos a hacer y de Quien es el que vamos a recibir, debemos preparar debidamente el encuentro eucarístico. Para ello es muy oportuno meditar previamente en el Misterio del Pan de Vida. Para no reducir a la mediocridad de lo ordinario el maravilloso acto de adorar al Señor en la Eucaristía y de recibirle en la Comunión, debemos pararnos a contemplar la grandeza del Misterio y del Don que se nos ofrece en el Sacramento de la Eucaristía. Este sacramento nos ofrece a Jesucristo como alimento para nuestro peregrinar sobre la tierra, y nos ayuda a orientar nuestros pasos hacia la gloria eterna en el cielo.

Es, pues, necesario renovar la conciencia de que vamos a recibir a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; autor de la vida y de la salvación. Es necesario que intentemos calibrar el amor que Dios nos manifiesta en la Eucaristía queriendo dársenos como el alimento del peregrino, viniendo humildemente a nosotros bajo las especies de Pan y de Vino, verdadera y realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Si no meditamos frecuentemente en este admirable Misterio de la Eucaristía, corremos el peligro de situar en la rutina, más o menos piadosa, el acto más importante de que somos capaces en esta vida; y de convertir la misteriosa y transformadora cercanía de Jesucristo, en una práctica meramente ritual. En ese caso, la fuente de nuestra vida cristiana, que es la Eucaristía, podría convertirse, paradójicamente en causa de alejamiento del Señor.

La recepción de la Eucaristía es tan gran privilegio y tan inmenso don, que nos exige una digna preparación y la lejanía de toda rutina o indisposición interior. Así nos lo enseña S. Pablo: “Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación” (1 Cor. 11, 26-29).

La fiesta del Cuerpo sacramentado de Jesucristo es una gracia del Señor que nos invita a considerar el amor de Dios que se entrega voluntariamente a la muerte de Ruz para redimirnos del pecado. Es una amorosa advertencia para que estemos empeñados en corresponder a la delicadeza del Señor que desea permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos. Es una preciosa ocasión para fortalecer nuestra fe y nuestra decisión de profundizar en los Misterios del Señor; en ello está nuestra más alta dedicación, y la prenda de nuestra salvación.

Pidamos a la Santísima Virgen María que nos ayude a invocar la ayuda del Señor para mantener viva nuestra fe y ser apóstoles de la Eucaristía.


            QUE ASÍ SEA

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