(En la fiesta de Pentecostés 2014)
Queridos
hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos
miembros de los Movimientos apostólicos y de las Asociaciones seglares:
1.-
Celebramos esta Jornada en un marco verdaderamente motivador; sobre todo para
el apostolado seglar. Por una parte, el Papa insiste mucho en la necesidad de
que los laicos se integren activamente en la vida de la Iglesia y que procuremos
entre todos una colaboración armónica entre sacerdotes y seglares. En verdad nos
necesitamos mutuamente. La Palabra de Dios nos recuerda hoy que el Espíritu
Santo es quien hace la unidad en la Iglesia como un conjunto armónico en la
pluralidad: “Hay diversidad de de
carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo
Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en
todos” (1 Cor. 12, 4-6).
2.- La urgente necesidad
de que los laicos se incorporen al apostolado no obedece solamente al hecho de
que son escasas las vocaciones sacerdotales y religiosas, precisamente en el
momento presente de especial ignorancia social de Dios. El seglar en la Iglesia
no es el suplente del sacerdote. El seglar cristiano tiene en su misma esencia
la misión de evangelizar; y, por tanto, ha de ejercerla por fidelidad al Señor
que le ha dotado y le ha enviado para ejercerla. Por otra parte, el Señor, a
través de S. Pablo, nos invita a no echar en saco roto la gracia que hemos
recibido (2 Cor. 6, 1). Y no cabe duda de que la fe y el conocimiento de
Jesucristo, que con ella podemos recibir y cultivar, es una verdadera gracia de
Dios.
Ejercer el apostolado es,
pues, un deber de justicia, porque el conocimiento de Jesucristo es,
indudablemente, un bien para todos. Por ello se convierte en una deuda de los
cristianos con quienes no conocen a Jesucristo.
El apostolado es,
también, un deber de caridad porque quienes necesitan la luz del Evangelio son
hermanos nuestros e hijos del mismo Padre-Dios. La primera y más importante
obra de caridad es, como nos han dicho los Papas, dar a conocer el rostro de
Jesucristo, que es la encarnación del amor de Dios, el autor de nuestra
redención, y la fuente de toda esperanza. De todo ello están muy necesitadas
las gentes de nuestra sociedad.
3.- Nadie podemos
quedarnos tranquilos si los bautizados no van integrándose activamente en la
Iglesia. De tal modo que, aunque sobraran agentes de pastoral para los
quehaceres parroquiales, deberíamos considerar que somos luz del mundo y sal de
la tierra (Mt. 5, 13-16), y debemos procurar que esa luz brille en todos los
estamentos sociales en donde se juega el respeto a los derechos fundamentales
de las personas y de las instituciones, y donde flaquea la responsabilidad y la
colaboración para lograr la justicia y la paz en todos los lugares del mundo.
Para todo ello es imprescindible la incorporación activa de los seglares a las
diversas formas de acción evangelizadora mediante el testimonio y la palabra.
4.- Después de eta
consideración, los sacerdotes y los seglares tendremos que plantearnos, en el
seno de las comunidades eclesiales, qué realidades necesitan más urgentemente
la evangelización en sus respectivos ambientes familiares, de trabajo, de ocio
o de amistad. Y allí deberá enviarles la comunidad parroquial o diocesana;
porque así como la responsable última de la evangelización es la Iglesia, así
también, debemos entender que, en las áreas más próximas a cada comunidad
cristiana, es ésta la responsable de la evangelización del mundo en que está inserta.
Esto nos compromete muy seriamente en la responsabilidad de procurar una
formación sólida, tanto en los sacerdotes como en los seglares y en los
miembros de la Vida consagrada para ejercer dignamente esta responsabilidad. Y
en este quehacer nos queda mucho trabajo pendiente.
Los campos a evangelizar
son abundantes y diversos. Sin embargo, no podemos confundir la entrega en
favor de la acción evangelizadora con un activismo de buena voluntad. La
Evangelización nos pide mucho, pero no muchas cosas. Nos pide mucho en calidad
en lugar de muchas cosas carentes del sustrato, de la base, de los métodos y
del lenguaje adecuado para transmitir la experiencia de Dios.
La Palabra de Dios ha de
llegar a todos, como en Pentecostés llegó a tanta gente por la predicación de
Pedro. Para que esto sea posible, no basta con que haya muchos evangelizadores;
es necesario que cada persona reciba el mensaje en su propio idioma, en su
propio estilo de entender y de expresarse. Este principio, que es lógico y de
muy positivas consecuencias, nos hace pensar en la necesidad de unir a la
acción de los sacerdotes, de los padres, de los educadores, etc.., el
apostolado de los niños con los niños; el de los jóvenes con sus compañeros; el
de las familias con las familias; el de los hombres y mujeres de la cultura y
de la ciencia con sus compañeros de búsqueda, de estudio o de docencia; el de
los políticos con quienes comparten su responsabilidad por el bien común; el de
los patronos con los patronos, el de los obreros con los obreros, etc. Y esto
no porque sea imprescindible un apostolado especializado sino porque se tenga
en cuenta la realidad propia de cada uno.
5.- La preparación de los
testigos en cada uno de estos ámbitos requiere personas debidamente preparadas,
muy ganados por el Señor. Esta preparación, que no se reduce a los
conocimientos doctrinales o metodológicos, sino que requiere una verdadera
experiencia de Dios. Para ello es imprescindible que la procuremos orando en
favor de nosotros mismos y de los hermanos que comparten la misma
responsabilidad. Nadie tenemos derecho a quedarnos esperando que nos den lo
necesario; y mucho menos, criticando aburguesadamente las posibles carencias de
lo que se pone a nuestra disposición.
En la acción apostólica
y, por tanto, evangelizadora, es necesaria una entrega verdaderamente martirial
que ha de fraguarse en la intimidad con Dios y en un verdadero empeño por
seguir a Jesucristo, sin excusas y sin proyectar sobre los otros la
responsabilidad de las propias deficiencias.
6.- Esta llamada de
atención sobre algo que todos ya sabíamos, nos compromete a nuevos
planteamientos que, lejos de todo sectarismo interno a la Iglesia, nos estimule
a asumir, con auténtico espíritu de colaboración, los nuevos retos de la
Evangelización. Solo así podremos afrontar la necesidad de nuevos
evangelizadores, de nuevos recursos y de nuevas colaboraciones.
Nadie y ningún movimiento
o asociación apostólica tiene todo lo mejor para el ejercicio de la
evangelización. Nadie, por tanto, es suficiente ni siquiera en su propio medio.
Nadie tiene derecho a cerrar el paso en su campo apostólico a otros grupos, o a
otros estilos de espiritualidad o de apostolado. Eso sería una forma de
dictadura espiritual inadmisible en la Iglesia, porque supondría que alguien o
algunos se consideran a sí mismos, o juzgan lo propio, como la única voz que
pueda pronunciarse en nombre del Evangelio. Eso ya ocurrió cuando algunos
discípulos de Jesucristo fueron a decirle al Maestro: hemos visto a unos que
predicaban en tu nombre y no son de los nuestros. Y pedían a Jesucristo que se
lo prohibiera. No hace falta añadir aquí la respuesta del Señor. Comprenderéis
que, con esta mentalidad o con esta forma de actuar no es posible el
ecumenismo, ni el diálogo constructivo, ni siquiera hacer comunidad; solo se
logra construir guetos estériles que se agotan con la complacencia en sí
mismos. Quienes así obran pecan de orgullo y no entienden que hay, o puede
haber, destellos de la Verdad en todos aquellos que, por un camino u otro,
buscan a Dios con sincero corazón.
7.- Si el Señor no
permitió que se arrancara la cizaña que el diablo había sembrado junto a las
buenas espigas, y advirtió que, con ello, se podía perjudicar al trigo que
todavía estaba creciendo, ¿qué diría si hablara ante estos sectarismos
apostólicos a que me estoy refiriendo, y que no son extraños entre nosotros?
Sin embargo, desde una
voluntad constructiva, no debe escandalizarnos este hecho. Obedece a un
instinto de protagonismo que, de una forma u otra, puede hacerse presente en
personas y en asociaciones o movimientos existentes. Debemos admitir que no
ocurre siempre como fruto de mala voluntad. También puede ser consecuencia de
la ignorancia. Este error, que puede constituirse en una forma de intransigencia
impresentable, que desacredita totalmente a quien lo practica, hace totalmente
estéril el apostolado que desea realizar. Por eso requiere de nosotros
comprensión, indulgencia y valentía para procurar afrontar fraternal y
caritativamente su reforma.
8.- Es necesario que, escuchando
la Palabra de Dios, nos convirtamos a un verdadero espíritu de diálogo y de
corresponsabilidad armónica y fraternal, porque para eso nos ha llamado el
Señor, y para eso nos ha enviado su Espíritu. Como nos dice hoy S. Pablo, “en cada uno se manifiesta el Espíritu para
el bien común” (1 Cor. 12, 7).
Pidamos a la Santísima
Virgen María que nos ayude a permanecer juntos y unidos en la oración; que nos
ilumine para entender bien lo que significa la comunión eclesial; que nos conceda
la virtud de la humildad para sentirnos necesitados de los otros, aunque no
indiscriminadamente sino a la luz de la verdad; y que todos puedan decir, como se
decía de los primeros cristianos: “mirad como se aman”.
QUE ASÍ SEA
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