HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (2014)

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles seglares:

            1.- La Fiesta de la Santísima Trinidad supera, junto con la Pascua, todas las demás fiestas que celebra la santa Madre Iglesia. En la fiesta que celebramos la Iglesia nos manifiesta el Misterio del Dios uno y único, cuya esencia desborda con creces la capacidad humana de entender. Dios, siendo uno y único, trino a la vez: El Dios uno y único es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y existe en permanente e íntima relación interpersonal, muy lejos, por tanto, de hieratismo alguno y de cualquier forma de soledad. 

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo en unidad indivisible, y en comunidad indestructible. Su vida no puede imaginarse, por tanto, lejos del amor, que es el vínculo más fuerte y más libre entre las personas. Es el único vínculo que, vivido limpiamente por los humanos, puede superar todo interés incorrecto y todo sentimiento de enemistad o de marginación del prójimo.

2.- En el misterio de la Santísima Trinidad, Dios se nos presenta constantemente activo. Es el Dios vivo y verdadero en el que coinciden el ser y el obrar, como coinciden también la Verdad, el bien y la belleza.

El amor y el bien, unidos en su condición infinita, generan un dinamismo permanente que constituye la riqueza de su ser y de su acción como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, dentro, siempre, de la unidad indestructible del Dios uno, único y verdadero. Y ese dinamismo divino se convierte en fuente de nuestro dinamismo interior por el que somos capaces de amar, de buscar la verdad y de hacer el bien.

Siendo el amor, esencialmente activo, la esencia de Dios Uno y Trino, no solo se manifiesta como el móvil de toda la vida trinitaria, sino que es, también, la causa de que las Tres divinas Personas tomen siempre la iniciativa. Así nos lo manifiesta en la acción creadora y en la constante actividad providente gracias a la cual se mantiene en la existencia toda la realidad creada.

3.- El amor infinito de Dios, cuya existencia y obra son también incontenibles en el espacio y en el tiempo, no sólo obra siempre y desde toda la eternidad, sino que toma también la iniciativa en el obrar cuando se vuelca fuera de sí mismo. Y siempre difunde el bien en cada una de sus acciones. Por eso, la bondad y la belleza de Dios están presentes en toda la creación y, sobre todo en el ser humano. En el libro de la Sabiduría nos dice el Señor: “mis delicias son estar con los hijos d los hombres” (Prov. 8, 13). Y en el libro de los Salmos, refiriéndose al hombre, exclama el alma orante: “Lo hiciste poco inferior a los Ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos” (Sal. 8, 6-7a).

Dios nos ha creado buenos por amor, y nos enriquece en todo momento con sus permanentes dones. La participación en su imagen y semejanza es un regalo, y el mayor de todos ellos, porque establece la línea de nuestro desarrollo y crecimiento como señores de la creación y como llamados a la santidad. Por ello, nos dirá Jesucristo: “Sed santos, porque mi Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Su palabra, mediante la cual se ha comunicado con nosotros, es un regalo también. Y cuando el hombre rompe la relación con Dios a causa del pecado original y de los pecados personales, Dios mismo toma la iniciativa estableciendo los cauces de su amorosa redención. Dios asume misteriosamente, en Jesucristo su Hijo encarnado, el protagonismo martirial; y se convierte en víctima propiciatoria por nuestros pecados.

 4.- El amor es el vínculo más fuerte que nadie puede imaginar. “Dios es amor”, nos dice S. Juan (I Jn. 4, 16) Por tanto, debemos saber que la relación entre las Personas es la mayor expresión de la unidad divina en la Trinidad; y que esa unión se manifiesta en la relación interpersonal inextinguible. Por eso, Jesucristo vivió el momento peor de su Pasión redentora cuando se sintió abandonado del Padre y en la más dura soledad: sólo entre el cielo y la tierra. Con unas brevísimas palabras, nos manifestó Jesucristo el sinsentido que entraña la soledad en quien está hecho para el amor; y lo difícil que es de entender y de asumir. Cuando se siente la soledad parece que se pierde en el vacío la entidad de la propia vida. Por eso, la tragedia de Jesucristo queda plasmada cuando grita desde la cruz expresando su más profundo anonadamiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc. 15, 34).

El Señor de cielos y tierra, creador y redentor nuestro, nos transmite el mensaje del amor como su esencia y, por tanto, como la esencia de quienes fuimos creados a su imagen y semejanza. Con ello nos invita a participar de su naturaleza, que es la Gracia, y a vivir en el amor. La importancia de que vivamos en el amor, por coherencia con la imagen de Dios que somos, nos llega con la categoría y la fuerza de un mandato: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn. 13, 34).

5.- La fiesta de la Santísima Trinidad es, pues, la exaltación del misterio de Dios; es la fiesta del amor porque ese es el vínculo trinitario, el que nos une a Dios nuestro Señor y el que deben os cultivar como el lazo que nos une con los hermanos.

La fiesta de la Santísima Trinidad es una llamada a despertar y cultivar nuestra fe pidiendo al Señor que nos permita gozar de la verdad incomprensible de Dios, como punto de partida para gozar de su amor entrañable y misericordioso.

La Santísima Virgen María, Hija del Padre, Madre del Hijo, y Esposa del Espíritu Santo nos acompañe en esta difícil misión de amar el misterio de Dios, de predicar el amor infinito de Dios sobre sus criaturas, y de ser testigos de la salvación realizada por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.


            QUE ASÍ SEA 

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