Mis queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Queridos
miembros de la Vida Consagrada y fieles seglares:
1.-
La Fiesta de la Santísima Trinidad supera, junto con la Pascua, todas las demás
fiestas que celebra la santa Madre Iglesia. En la fiesta que celebramos la
Iglesia nos manifiesta el Misterio del Dios uno y único, cuya esencia desborda
con creces la capacidad humana de entender. Dios, siendo uno y único, trino a
la vez: El Dios uno y único es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y existe en permanente
e íntima relación interpersonal, muy lejos, por tanto, de hieratismo alguno y
de cualquier forma de soledad.
Dios es Padre, Hijo y
Espíritu Santo en unidad indivisible, y en comunidad indestructible. Su vida no
puede imaginarse, por tanto, lejos del amor, que es el vínculo más fuerte y más
libre entre las personas. Es el único vínculo que, vivido limpiamente por los
humanos, puede superar todo interés incorrecto y todo sentimiento de enemistad
o de marginación del prójimo.
2.- En el misterio de la
Santísima Trinidad, Dios se nos presenta constantemente activo. Es el Dios vivo
y verdadero en el que coinciden el ser y el obrar, como coinciden también la
Verdad, el bien y la belleza.
El amor y el bien, unidos en su condición
infinita, generan un dinamismo permanente que constituye la riqueza de su ser y
de su acción como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, dentro, siempre, de la
unidad indestructible del Dios uno, único y verdadero. Y ese dinamismo divino
se convierte en fuente de nuestro dinamismo interior por el que somos capaces
de amar, de buscar la verdad y de hacer el bien.
Siendo el amor,
esencialmente activo, la esencia de Dios Uno y Trino, no solo se manifiesta como
el móvil de toda la vida trinitaria, sino que es, también, la causa de que las
Tres divinas Personas tomen siempre la iniciativa. Así nos lo manifiesta en la
acción creadora y en la constante actividad providente gracias a la cual se
mantiene en la existencia toda la realidad creada.
3.- El amor infinito de
Dios, cuya existencia y obra son también incontenibles en el espacio y en el
tiempo, no sólo obra siempre y desde toda la eternidad, sino que toma también la
iniciativa en el obrar cuando se vuelca fuera de sí mismo. Y siempre difunde el
bien en cada una de sus acciones. Por eso, la bondad y la belleza de Dios están
presentes en toda la creación y, sobre todo en el ser humano. En el libro de la
Sabiduría nos dice el Señor: “mis
delicias son estar con los hijos d los hombres” (Prov. 8, 13). Y en el libro de los Salmos,
refiriéndose al hombre, exclama el alma orante: “Lo hiciste poco inferior a los Ángeles, lo coronaste de gloria y
dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos” (Sal. 8, 6-7a).
Dios nos ha creado buenos
por amor, y nos enriquece en todo momento con sus permanentes dones. La
participación en su imagen y semejanza es un regalo, y el mayor de todos ellos,
porque establece la línea de nuestro desarrollo y crecimiento como señores de
la creación y como llamados a la santidad. Por ello, nos dirá Jesucristo: “Sed santos, porque mi Padre celestial es
santo” (Mt 5,48). Su palabra, mediante la cual se ha
comunicado con nosotros, es un regalo también. Y cuando el hombre rompe la
relación con Dios a causa del pecado original y de los pecados personales, Dios
mismo toma la iniciativa estableciendo los cauces de su amorosa redención. Dios
asume misteriosamente, en Jesucristo su Hijo encarnado, el protagonismo
martirial; y se convierte en víctima propiciatoria por nuestros pecados.
4.- El amor es el vínculo más fuerte que nadie
puede imaginar. “Dios es amor”, nos
dice S. Juan (I Jn. 4, 16) Por tanto, debemos saber que la relación entre las Personas
es la mayor expresión de la unidad divina en la Trinidad; y que esa unión se
manifiesta en la relación interpersonal inextinguible. Por eso, Jesucristo
vivió el momento peor de su Pasión redentora cuando se sintió abandonado del
Padre y en la más dura soledad: sólo entre el cielo y la tierra. Con unas
brevísimas palabras, nos manifestó Jesucristo el sinsentido que entraña la
soledad en quien está hecho para el amor; y lo difícil que es de entender y de
asumir. Cuando se siente la soledad parece que se pierde en el vacío la entidad
de la propia vida. Por eso, la tragedia de Jesucristo queda plasmada cuando
grita desde la cruz expresando su más profundo anonadamiento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mc. 15, 34).
El Señor de cielos y
tierra, creador y redentor nuestro, nos transmite el mensaje del amor como su
esencia y, por tanto, como la esencia de quienes fuimos creados a su imagen y
semejanza. Con ello nos invita a participar de su naturaleza, que es la Gracia,
y a vivir en el amor. La importancia de que vivamos en el amor, por coherencia
con la imagen de Dios que somos, nos llega con la categoría y la fuerza de un
mandato: “Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros”
(Jn. 13, 34).
5.- La fiesta de la
Santísima Trinidad es, pues, la exaltación del misterio de Dios; es la fiesta
del amor porque ese es el vínculo trinitario, el que nos une a Dios nuestro
Señor y el que deben os cultivar como el lazo que nos une con los hermanos.
La fiesta de la Santísima
Trinidad es una llamada a despertar y cultivar nuestra fe pidiendo al Señor que
nos permita gozar de la verdad incomprensible de Dios, como punto de partida
para gozar de su amor entrañable y misericordioso.
La Santísima Virgen
María, Hija del Padre, Madre del Hijo, y Esposa del Espíritu Santo nos acompañe
en esta difícil misión de amar el misterio de Dios, de predicar el amor
infinito de Dios sobre sus criaturas, y de ser testigos de la salvación
realizada por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.
QUE ASÍ SEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario