HOMILÍA EN LA RECEPCIÓN DE LA RELIQUIA DE SAN JUAN DE ÁVILA

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos
           
1.- Recibimos hoy las reliquias de un evangelizador ejemplar. Pasó por Extremadura dejando huna imborrable huella de santidad y de preocupación por las coherencia cristiana de las personas.

San Juan de Ávila hizo de la acción evangelizadora una obra de primor en las almas de quienes acudían a él. Por eso cuentan entre sus discípulos y consultores, santos de gran talla cuya sabiduría evangélica y cuyo testimonio cristiano ha trascendido hasta nosotros con brillo especial. Es bueno citar algunos de los grandes santos que acudieron a S. Juan de Ávila a pedirle consejo: S. Juan de Dios, S. Francisco de Borja, S. Pedro de Alcántara, S. Ignacio de Loyola, Sta. Teresa de Jesús, S Juan de Ribera, Sto Tomás de Villanueva, y muchos otros.

2.- La presencia de las reliquias de tan augusto santo, es una ocasión providencial para plantearnos dos puntos fundamentales y urgentes en nuestra vida: nuestra conversión personal orientada hacia Dios que nos quiere santos, y nuestra decisión y preparación para llevar a cabo, cada uno en su propio ambiente y con sus recursos propios, la misión evangelizadora que Jesucristo nos ha encomendado al partir de entre nosotros hacia los cielos.

3.- El verdadero y único evangelizador es Jesucristo. Cuando iba a subir a los cielos, una vez concluída su misión redentora, encomendó esta misión a los Apóstoles a quienes había constituido fundamento de la Iglesia. Por eso, la Evangelización es obra de Jesucristo a través de la Iglesia. Y la Iglesia, extendida por toda la tierra, se hace presente a cada persona necesitada de la luz de Dios, mediante la palabra y el testimonio de quienes estamos a su lado en la familia, en el trabajo, en los momentos de ocio, en el ámbito privilegiado de la amistad, etc. Por eso, cada uno de nosotros, según nuestras posibilidades, tenemos la misma responsabilidad que el Señor encomendó a los Apóstoles y que es propia de la Iglesia: Evangelizar. A ello nos convocan, con mucha insistencia los últimos Papas, testigos clarividentes del alejamiento de Dios en que vive buena parte de nuestro mundo.

4.- Para cumplir esta misión, que se hace cada vez más urgente en nuestro mundo, es absolutamente necesario que nuestra primera preocupación sea llenarnos de Dios; hasta el punto de que cada uno podamos acercarnos a la situación que san Pablo presentó de sí mismo diciendo: “Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

Esta condición no es necesariamente previa a toda acción evangelizadora. Predicar el Evangelio con la palabra y con el testimonio es también un medio de santificación que debemos considerar en nuestro camino de acercamiento a Dios.

5.- S. Juan de Ávila es buen maestro para este deber evangelizador porque anduvo en busca de su vocación concreta, en busca de la forma en que Dios quería que viviera como cristiano y como apóstol; y tuvo que dejar alguno de los caminos emprendidos. Y cuando había encontrado el que parecía suyo, el Señor le ofreció, todavía, un modo distinto de santificación y de evangelización: le dio una salud precaria. Pero ello no fue obstáculo para que llegara a muchas almas y muy al fondo de las mismas. Con ello, el Señor nos da a entender que la evangelización no nos exige siempre hacer muchas cosas y concretamente las que habíamos pensado y programado, sino que requiere que hagamos bien lo que Dios nos encomienda en cada momento. Por eso somos responsables de la evangelización en la salud y en la enfermedad, en la actividad y en la oración, en el uso de la palabra acertada y en el silencio que acompaña al prójimo necesitado desde la cercanía que logramos en el corazón de Jesucristo. El requisito fundamental del evangelizador es la entrega plena e incondicional a Dios y la aceptación humilde y sincera de todo lo que el Señor nos pide o nos envía.

6.- La evangelización es hija tanto de la palabra como del silencio, tanto de la sabiduría como de la humilde conciencia de la propia pobreza; tanto de la acción como del sacrificio callado. De esto nos da buena lección la Iglesia al declarar patrona de las misiones a santa Teresita del Niño Jesús, de muy corta vida y, además, recluda por la enfermedad durante la mayor parte de su corta vida.

7.- Demos gracias a Dios porque ha querido poner ante nosotros las reliquias de un santo evangelizador que realizó su misión desde la humildad, desde la oración y desde el fiel cumplimiento de lo que Dios le pidió en cada momento.

Importa mucho decir que S. Juan de Ávila no se limitó a esperar con atención que Dios le manifestara su vocación, sino que la buscó asumiendo, con verdadero celo cristiano, el deber de no desperdiciar un solo momento de su vida al servicio, como Jesucristo, de la redención del mundo. De este modo, “alumbró por todas partes regueros de luz, fuego, caridad, torrentes de consuelo y arrepentimiento, retornos prodigiosos a Dios.” Así nos lo cuenta uno de sus biógrafos. Y es necesario tener en cuenta que no le tocó vivir tiempos fáciles. Herejías, disidentes de la fe cristiana, malas interpretaciones de sus escritos y fe su vida, y humillantes persecuciones que le llevaron a la cárcel durante casi un año, fueron el campo abonado con el dolor en el cual pudo crecer, bien abonada, la flor de la santidad de este sacerdote. Por eso es punto de referencia para nosotros en el camino hacia Dios y en la misión evangelizadora ahora y en este mundo.

8.- Al celebrar la sagrada Eucaristía recibiendo las reliquias de S. Juan de Ávila, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de entender el mensaje que nos transmite este santo apóstol con su palabra y con su ejemplo; y que, con la maternal protección de la Santísima Virgen María nos acompañe en el camino que nos ha trazado la divina providencia.


            QUE ASÍ SEA.

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