Homilía de Monseñor Santiago García Aracil en el día del Corpus

"Sin la Eucaristía fácilmente se siente la lejanía de Dios"

* En esta fiesta parece cumplirse aquello de que "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"(Mt. 21, 42). Efectivamente; cuando el Señor Jesús manifestó a las multitudes que le seguían que Él era el pan de vida, que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida (cf. Jn. 6, 55), y que el que no comiera su carne no tendría vida (Jn. 6, 53), todos le dejaron, aunque muchos habían presenciado el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y habían podido deducir que Jesucristo era verdadero Dios. Muchos, incluso, le tomaron por loco. Sin embargo, el pueblo sencillo, penetrado del profundo sentido que el Misterio de la Eucaristía tiene para nuestra vida como fuente de su auténtico sentido y esperanza, comenzó a aclamarlo, a venerarlo, y a pedir que la Iglesia valorara esta devoción y que le concediera un espacio festivo en el calendario eclesial.

* Ante este acontecimiento, es fácil entender que el Espíritu obra en el corazón del pueblo cristiano; y que la Iglesia, impulsada por el Espíritu de Dios, guardara un espacio festivo para conmemorar y honrar en un día destacado la grandeza de este Misterio cristiano. No en vano, el calendario eclesial, tiene como centro el Domingo, y como cumbre de su curso diario y semanal la celebración de la sagrada Eucaristía. Por eso estamos reunidos hoy en este templo catedralicio, centro de la vida litúrgica de la Archidiócesis.

* Por todo ello, la Eucaristía, fuente, centro y culmen de la vida de la Iglesia y de toda la vida cristiana en los bautizados, debe constituirse en especial objeto de reflexión y contemplación. Y cual sea nuestra vinculación personal con este divino sacramento debe ocupar un lugar importante y frecuente como punto de revisión sincera por parte de cada uno.

* Con mucha frecuencia se oyen lamentos ante las dificultades y adversidades con que se encuentra el cristiano hoy para vivir su identidad propia, por fuerza del ambiente y de las corrientes ideológicas que batallan contra ella. La única forma de hacer frente a todo ello con optimismo, sin miedo y con esperanza, hasta llegar a permanecer firmes en la fe y a ser verdaderos apóstoles, es precisamente llenarse de Dios. Y no hay otro modo mejor que participar en la Eucaristía, según nos enseña Jesucristo diciéndonos: "El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él"(Jn. 6, 54). Ésa es la razón por la que los primitivos cristianos se reunían cada Domingo para celebrar la Eucaristía. Y decían: sin el Domingo no podríamos vivir.

* Se habla mucho hoy de lo decrépito que está el cristianismo en muchos lugares. Y se constata el descenso de la práctica dominical. Ambas cosas pueden ir unidas. Pero la recuperación de la vida cristiana, la práctica de un apostolado valiente en medio del mundo, el crecimiento en la respuesta a la llamada vocacional del Señor al sacerdocio y a la vida consagrada, la recuperación de la familia en su verdadera configuración, y la experiencia gozosa de lo que Dios supone en nuestra vida, está dependiendo fundamentalmente de la participación en la Eucaristía, comulgando el Cuerpo del Señor y dejándose orientar por su palabra y por su fuerza.

* Sin la Eucaristía, es muy difícil mantener un hábito de oración; y sin oración, el Señor parecerá cada vez más lejano y extraño, y pronto se terminará programando la vida de espaldas a Dios; esto es, se terminará haciendo de la vida un peregrinaje hacia la penuria cristiana, hacia el relativismo moral, hacia la desesperanza trascendente, y hacia un materialismo ciego y destructivo. Cuando el espíritu adolece de vida sobrenatural, la existencia pierde sentido y la felicidad parece cada vez más lejana y hasta inasequible.

* Sin la Eucaristía, el ejercicio de la caridad para con lo más débiles y necesitados pronto se convierte en una simple estrategia de asistencia social que, en lugar de ayudarnos a ver el rostro de Dios en los pobres, y de presentarles la Iglesia como la madre comprensiva que les ofrece la salvación integral, fácilmente se termina ocultando la propia pertenencia a la Iglesia, ejerciendo una crítica ciega contra ella, y considerando secundario y hasta opcional participar en los Misterio de Dios presentes y activos en la Sagrada Liturgia.

* Sin la Eucaristía, el apóstol termina llevando hacia sí y no hacia Dios a las personas a las que se acerca desde supuestas motivaciones evangelizadoras.

* Sin la Eucaristía fácilmente se siente la lejanía de Dios o se termina instrumentalizando la desconocida paternidad divina como una excusa, o como un recurso para vulgarizar a Dios, sometiéndolo a los esquemas humanos en lugar de crecer hacia él en sentido de trascendencia y en verdadera fidelidad.

No hay comentarios: