HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DE LAS FAMILIAS

Domingo 16 de Noviembre de 2008


Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos matrimonios y demás miembros de las familias aquí reunidas,
queridos miembros de los Institutos de Vida Consagrada,
queridos seminaristas, hermanas y hermanos todos:

1.- Al celebrar con gozo este gran encuentro representativo de las familias de
nuestra Archidiócesis, quiero invitaros a elevar un canto de gratitud a Dios. El motivo de nuestra gratitud lo recuerda el Santo Evangelio que acabamos de escuchar.

Jesucristo, a través de una parábola, expone la dotación de talentos y capacidades con que ha enriquecido a cada uno de nosotros al crearnos y al redimirnos.

Además de los talentos que enriquecen igualmente a todos los miembros de la humanidad, el Señor ha dotado a cada uno en particular con unas cualidades específicas; y ha bendecido con otros dones a los que somos miembros de la Iglesia. Sólo desarrollando el conjunto de los talentos recibidos podemos encontrar la plenitud, la santidad, a que estamos llamados por el mismo Dios que nos ha creado y nos ha redimido.

Recordando, a título de ejemplo, algunos de los dones más importantes que compartimos como miembros del Pueblo Santo de Dios, conviene señalar:

-que Dios nos ha regalado su palabra, iluminando con ella nuestros pasos para que podamos avanzar por el camino de la verdad y del bien. “Yo soy la luz del mundo”, dijo el Señor (Jn. 8, 12);

-que Dios nos ofrece su amor incondicional manifestándose como Padre cuidadoso y providente, siempre atento a nuestras necesidades;

-que Dios ha enviado a su Hijo Unigénito, para llevar a cabo nuestra redención y podamos, así, esperar la salvación definitiva, que es la herencia prometida a los que aman a Dios;

-que Dios comprende y perdona nuestras debilidades y torpezas, ofreciéndonos siempre una oportunidad nueva para encauzar nuestros pasos por el camino de la verdad y del bien;

- y que Dios nos ofrece constantemente horizontes de virtud que atraen la mirada del corazón y estimulan el entusiasmo del espíritu;

Junto con todo esto, y como una muestra admirable de confianza, el Señor, además,

-nos ha elegido como testigos de su amor capacitándonos para amar como Él nos ha amado, y para testimoniar ante los demás el gozo que supone el sentirse amado por Dios.

-el Señor nos ha convocado a ser profetas de la esperanza en un mundo en el que, a pesar de tantos logros positivos como constatamos y disfrutamos en diversos órdenes, abundan la tristeza, el pesimismo y la ansiedad. Muchos buscan la felicidad por caminos equivocados, generalmente vinculados al placer, al poder y al prestigio social. Dios, en cambio, nos ofrece la Verdad como la única fuente de la libertad: “La verdad os hará libres” nos dice Jesús (Jn. 8, 32). Y, con esa libertad nos abre el camino de la auténtica felicidad, profunda y estable. Esta felicidad, interior y profunda, es compatible con el sacrificio que supone la religiosa aceptación de las pruebas, y el necesario dominio de sí mismo frente a la tentación. La Iglesia nos enseña que la felicidad nace, se desarrolla y se goza en el amor, caminando hacia Dios por la senda estrecha de la Cruz.

-el Señor nos ha distinguido a cada uno con una vocación singular que señala nuestro cometido concreto en el transcurso de este peregrinar terreno, que es preparación y trampolín para la eternidad feliz.


2.- A vosotros, queridos matrimonios, el Señor

-os ha escogido, además, para ser transmisores de la vida trayendo al mundo las personas que él ha creado a su imagen y semejanza;

-os ha constituido en iniciadores y primeros responsables del hogar donde el amor hace, de la existencia de cada uno junto a los otros, una verdadera escuela de vida, un constante aprendizaje de servicio, una ocasión permanente de ayuda mutua, una oportunidad continuada para ejercitar la capacidad de sacrificio, y una fuente de serena y mantenida felicidad interior.

3.- A la vista de tantos dones como el Señor nos ha regalado, os lanzo esta pregunta, queridos matrimonios y miembros de las familias cristianas: ¿es justo quedarnos considerando preferentemente las dificultades, las contrariedades y las carencias que acechan al matrimonio entre un hombre y una mujer, y a la familia como santuario de la vida, en este mundo plural, heterogéneo, con claras tendencias y presiones laicistas? ¿Es justo quedarnos en la quejosa enumeración de las dificultades?

Es cierto que abunda un subjetivismo desconcertante y un relativismo enemigo de toda referencia objetiva y permanente y, por tanto, enemigo de Dios. La cultura, que va siendo impuesta por los poderes fácticos, ofrece serias dificultades para que las generaciones jóvenes entiendan, valoren y vivan con buen estilo la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y se dispongan a recibir los hijos que Dios quiera concederles. Pero quedarnos mirando lo negativo y lamentándonos de ello, sería desacertado, paralizante y, por supuesto, injusto e ingrato ante Dios. Con los dones que el Señor nos ha concedido, y con la ayuda que constantemente nos brinda si recurrimos a Él en la oración, en la penitencia y, sobre todo, en la Eucaristía, podemos afrontar todo trance, y desarrollar esa preciosa semilla de la renovación del mundo que es la familia. ¡Sí!, queridas familias, ¡podemos!

Vosotros, los matrimonios y los hijos jóvenes y adultos, debéis ser testigos y pregoneros de la grandeza y hermosura del Matrimonio, fundamento de la familia llamada a ser un verdadero santuario de la Vida.

4.- Inmersos en el mundo, y confiando plenamente en la gracia de Dios, los miembros de las familias cristianas, cada uno según su vocación, estáis llamados a procurar y defender las líneas y contenidos educativos de vuestros hijos para que sean acordes con vuestra fe y con vuestra identidad cristiana para que nadie tergiverse el concepto y el respeto de la dignidad humana y de sus derechos; para que existan, en verdad, la libertad educativa, la legítima participación social, la plena libertad religiosa, y el respeto a los signos y expresiones de la fe.

En lo que concierne directamente a la familia,

- os corresponde la denuncia, bien fundada, siempre respetuosa y con buen
estilo, de las injusticias y errores que limitan los derechos familiares y que aumentan las dificultades para construir un verdadero hogar en paz, en libertad y en auténtico espíritu cristiano.

- Os corresponde, también, ofrecer a la sociedad unas razonadas propuestas de
nuevos caminos para la libre realización del verdadero matrimonio y de la familia, de acuerdo con las creencias y convicciones que se derivan del Evangelio.

Aunque la experiencia os ponga muchas veces ante situaciones duramente adversas e injustas, sabed que el matrimonio y la familia son obra de Dios. Y que, como dijo el sabio Gamaliel, si procede de Dios, los hombres no podrán destruirlo. Que esta convicción de fe, nos estimule a trabajar a favor de lo que Dios quiere construir, defender y difundir a través nuestro.

5.- Es necesario que hagamos frente a cualquier pesimismo, y que desterremos todo posible derrotismo respecto de la forja de auténticos matrimonios cristianos, y respecto de la construcción de familias en cuyos hogares brille y gobierne la luz del Evangelio. Familias nacidas de la vocación divina y de la vivencia del amor de Dios, que es el único guía del verdadero amor humano. Familias en las que prive el respeto incondicional a la vida, de la que son fuente y santuario. Familias que procuren la integración respetuosa de todos sus miembros, la mutua comprensión y la ayuda de unos a otros.

El cansancio, el desánimo, o cualquier forma de retirada en la defensa y en el apostolado a favor del matrimonio cristiano y de la familia fundada en él, darían lugar a gravísimos errores que resultarían perjudiciales para todos, y que manifestarían una considerable falta de fe en el Señor.
Estad orgullosos de que Dios os haya elegido para ser ahora testigos de la verdad y de la belleza del matrimonio y de la familia, y defensores de su identidad y de sus derechos inalienables. Sabed que vuestro silencio y pasividad en este quehacer potenciaría, en los más jóvenes y en los más débiles, la retirada o la tergiversación ante el proyecto del matrimonio y de la familia inspirados en el derecho natural y en el Evangelio.

6.- Urge especialmente ahora, afirmar que el matrimonio y la familia establecidos por Dios son totalmente posibles y necesarios en nuestro tiempo y en nuestra sociedad. Más todavía: es inaplazable manifestar con caridad, competencia, y buen estilo, que la sociedad no avanzará hacia su verdadera madurez humanizadora, si sucumbe a la comodidad personal frente al esfuerzo que requieren el matrimonio y la familia.

Todas las personas, sea cual fuere su situación y comportamiento, merecen respeto, amor y buen trato de nuestra parte porque son imagen de Dios. Pero, salvando a las personas, y distinguiéndolas de las ideas y de las conductas incorrectas o desacertadas, no debemos aceptar las influencias de las corrientes ideologizadas que motivan la confusión del auténtico matrimonio, con otras formas consideradas también como matrimonio por la exclusiva fuerza de las leyes humanas. Leyes derivadas de un simple consenso social, y que pretenden adquirir carta de naturaleza mediante ilegítimas intervenciones educativas.

Los cristianos estamos llamados a salvaguardar de todo equívoco y de toda deformación conceptual y práctica, al verdadero matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos por amor y abiertos a la trasmisión de la vida. Este es el matrimonio que, según el derecho natural y la Doctrina de la Iglesia directamente derivada del Evangelio de Jesucristo, constituye el fundamento de la familia querida por Dios desde el principio.

Estoy convencido, además, de que los desequilibrios y los llamativos errores actuales en la estructuración y desarrollo del matrimonio y de la familia producirán, con el tiempo, tal vacío en los espíritus más finos y exigentes, que se iniciará un giro notable y una vuelta al buen sentido.

Con estas palabras no pretendo un juicio de valor sobre nadie, ni oponerme a la libre decisión de cada uno. Pero es mi responsabilidad como Pastor y Arzobispo de esta Iglesia particular –cuya Jornada celebramos hoy- alzar la voz, sin miedo ni agresividad, con respeto y con energía al mismo tiempo, con ánimo de enseñar y con firme esperanza en que triunfará la obra del Señor, y mostrar claramente a los fieles la doctrina de Cristo acerca del Matrimonio y de la familia. Es el Señor quien nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 6, 14); “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28). En su Nombre, pues, debemos lanzar, cada día, las redes del apostolado familiar, sin más pretensión que la gloria de Dios y el bien de los hermanos y de la sociedad en que vivimos.

7.- Sabemos todos que el Matrimonio y la vida familiar no son, sin más, un camino de rosas. Se equivocan quienes acceden al Matrimonio confundiendo el amor, que es la semilla, la raíz y el motivo del matrimonio y de la familia, con arrebatos de felicidad momentánea y superficial, o con atractivos pasajeros. El amor, que el matrimonio cristiano ha de encarnar y vivir, que debe señalar el camino de todo proyecto de los esposos y de la familia; y que debe constituir, al mismo tiempo, el objetivo hacia el que tienda toda ilusión y esfuerzo en el hogar; ese amor tiene su modelo único en Dios nuestro Señor. Y ya sabemos que tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo como propiciación de los pecados de la humanidad (cf. Jn. 3, 16). Por eso Cristo, que es la imagen plena y perfecta del amor de Dios, se entregó libremente por nosotros en la cruz para salvarnos del pecado. Por esa entrega de Cristo a su Iglesia, S. Pablo pondrá como ejemplo del Matrimonio la unión de Cristo con su Iglesia. Porque fue Dios el autor de ese gesto inusitado, insuperable e irrepetible de amor y de entrega, se explican las conocidas palabras de S. Pablo: “el amor es paciente y bondadoso...no es grosero ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal...Todo lo disculpa...todo lo espera, todo lo aguanta” (1 Cor. 13, 4-7).

Nadie puede alcanzar y mantener, pues, el amor imprescindible en la vida del matrimonio y de la familia, sin acercarse a Jesucristo y aprender de Él. Los medios para ese aprendizaje son la escucha de la palabra de Dios, la oración, y la participación en los Sacramentos. Es ahí donde el Señor nos concede el don de su amor y la ayuda necesaria para cultivarlo y mantenerlo en las relaciones personales dentro del Matrimonio y en el seno de la familia.

Es una realidad, que debe preocuparnos y lanzarnos a una seria labor apostólica, la constatación del fracaso de tantos matrimonios realizados sacramentalmente. Esta constatación ha de comprometernos a impulsar una seria formación cristiana, sistemática y adecuada para los jóvenes, de modo que lleguen a entender el sentido de la unión matrimonial, y alcancen la madurez cristiana suficiente como para poner a Dios por testigo y garante de su unión, porque eso es lo que ocurre en el sacramento del matrimonio.

El amor es y debe ser en el seno de la familia fuente de vida, norma de conducta, luz para la comprensión mutua, estímulo para el perdón, puerta siempre abierta a la confianza en la bondad que hay en los otros; y ventana por la que entre en la familia el aire fresco, siempre renovador y saludable, de la esperanza cristiana que nunca defrauda.

8.-. La familia es la primera escuela de las virtudes sociales y cristianas y, por tanto, la escuela del más sano humanismo. De la salud de la familia depende la salud de la sociedad y el verdadero progreso de la humanidad. No en vano Cristo quiso nacer y vivir en una familia. Y aquel hogar de Nazaret ha quedado como el modelo incuestionable para los hogares fundados en la fe de Jesucristo el Señor. Si queremos un mundo nuevo, procuremos renovar las familias.

Pidamos a la Santísima Virgen María, columna de la Sagrada Familia, que nos alcance del Señor la gracia de entender, valorar, cultivar, defender y extender apostólicamente, la dignidad y consiguiente importancia de la familia cristiana.


QUE ASÍ SEA

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