VIGILIA DE LOS JÓVENES - CONGRESO DE FAMILIA

15 de Noviembre de 2008

Mis queridos jóvenes:

Era necesario que me dirigiera a vosotros dentro del Congreso diocesano de la Familia. Vosotros sois familia. Constituís una parte importantísima y especialmente significativa en vuestros hogares. Sois la alegría o la preocupación principal de vuestros padres. Sois la promesa de los futuros hogares. Es muy importante, pues, que tengáis un espacio de reflexión y de participación activa en estas jornadas eclesiales.

Vivís unos años en que vuestra mente está llena de interrogantes y de proyectos a veces difíciles de comunicar. Toda la vida, en sus más diversos aspectos, bulle simultaneamente en vuestro espíritu. Por ello se producen, con frecuencia, duros choques entre lo que emerge de vuestro interior y lo que os llega de afuera. Así ocurre, también ,algunas veces, en lo que se refiere a la vida familiar. Por una parte la valoráis notablemente y, por otra parte, gustarías crear otro modelo o estilo de familia que la vuestra actual.

Soñáis anhelando lo que no siempre es alcanzable; y sufrís porque os cuesta adaptaros a la realidad que percibís y que no os complace, porque, al menos aparentemente, se os impone por encima de vuestros gustos y criterios. A veces os da la impresión de que se os quiere enseñar a vivir una vida que difiere mucho de la que vosotros consideráis y anheláis como la vida propiamente vuestra.

Tenéis una mente sobremanera creativa. Pero no siempre veis claro y posible lo que se dibuja en vuestra imaginación. Por eso, con frecuencia, no sabéis muy bien lo que os pasa, y no acabáis de poder expresar con claridad lo que queréis. Muchas veces los perfiles de vuestros sueños y deseos se presentan un tanto difuminados, no bien definidos. Sin embargo, no por ello sería acertado ni justo afirmar que vuestra imaginación está radicalmente equivocada. Sin embargo, como nadie somos perfectos, es mi deseo que vuestros sueños no os lleven a la frustración, sino a incentivar vuestras ganas de vivir y vuestro amor a lo que desborda la inmediatez de lo material, y la pequeñez de lo instintivo y de lo egoístamente interesado.

Vuestros sueños y vuestra imaginación no son despreciables. Pero es necesario que los aprovechéis como un buen punto de partida para la reflexión serena, compartida, continuada y abierta siempre a los grandes proyectos de crecimiento personal, de renovación del mundo, en la fidelidad a Dios y en el servicio al prójimo. No excluyáis, en esta actitud de servicio, a quienes caminan a vuestro lado, aunque a veces no os caigan demasiado bien, o se opongan con autoridad a vuestros gustos y criterios. Estad atentos, porque esto puede ocurrir en vuestras relaciones familiares dentro del hogar.

¿Habéis caído en la cuenta de que los más cercanos a vosotros son los que
integran vuestra familia? Sin embargo, muchos jóvenes corren el peligro de convertir su familia en un espacio de recursos bien asegurados en beneficio propio.

Os llena el alma saber que os quieren. Y, si descubrís a quien os ama con gratuita generosidad, os sentís atraídos por esa persona, y hasta le seguís en gustos, formas de conducta y objetivos de vida. Yo debo recordaros, ahora, precisamente en este congreso sobre la familia y en este acto religioso, que el que más os quiere, es Dios. Él ha hecho posible, en los hombres y mujeres, y en vosotros jóvenes, el amor que embarga vuestra vida. Él ha hecho posible en la familia el amor que os tienen los padres y los hermanos. Corresponded a Dios. Seguid el camino que el Señor os indica para vuestro bien. Amad a vuestros padres dando a ese amor el color de la comprensión, de la ayuda y del respeto cada día. Ellos viven para vosotros; pero vosotros no tenéis derecho a utilizar su vida como si fuera un derecho al servicio de vuestras arbitrariedades.

El amor es el móvil principal de las persona, porque Dios es Amor, y nos ha creado a su imagen y semejanza. Sed, pues, agradecidos con los que os aman. Con ello no perdéis vuestra libertad, sino que la desarrolláis por el camino de la justa correspondencia (amor con amor se paga), y sin tener que abandonar el proyecto personal y propio que deseáis desarrollar durante vuestros años jóvenes vida.

No consintáis que el amor sea suplantado por el egoísmo, ni recortado por la pereza, ni confundido con los simples afectos, ni deformado por la presión del instinto ciego y pasajero.
Amad la vida que habéis recibido de Dios; y amad a Dios que os ha dado la vida. Amad la naturaleza en que vivís y, mostraos agradecidos a Dios que la ha puesto en vuestras manos; procurad que vuestro entorno sea un espacio digno para que en él vivan también a gusto los demás.

Amad a vuestros padres con el amor cada vez más genuino, limpio y maduro. Dios los ha elegido para transmitiros la vida; procurad, pues, que llegue a ellos ese estímulo de vida que vosotros podéis darles con vuestro cariño y con el desarrollo responsable de los talentos con que el Señor os ha enriquecido.

En vosotros, la ilusión y las ilusiones ocupan, con frecuencia, la escena entera de vuestra vida, y atraen toda vuestra capacidad de entusiasmo, llevándoos incluso a pensar que conseguir lo que os atrae y entusiasma va a ser tan rápido y fácil como atractivamente se os presenta en la imaginación y en la ilusión; y no es así. De hecho, ese entusiasmo animado por la imaginación se estrella, a veces, contra la dura piedra de las exigencias ineludibles que lleva consigo nuestro peregrinar sobre la tierra; sobre todo, si ese peregrinar apunta a la plenitud evangélica y tiene como directriz fundamental la vocación recibida de Dios. Por tanto, por más que todo ello os moleste, es necesario que incorporéis los valores fundamentales de esa realidad aparentemente hostil. Esa realidad ha de ser el crisol de vuestras ilusiones en unos casos, y el apoyo ineludible para llevarlas a feliz término en otras, aunque lleve nombres antipáticos, como son: esfuerzo, obediencia, paciencia, constancia, fe, voluntad sincera de conversión personal, humilde arrepentimiento de las faltas y defectos, acercamiento a Dios, oración, formación cristiana, etc.

Aceptar esa realidad es imprescindible para que vuestros proyectos de vida no sean vanos e inconsistentes. Porque si fueran así, constituirían la mayor causa de vuestras decepciones, de vuestros pesimismos, de vuestros fracasos, y del abandono o de la retirada ante el apasionante atractivo de los grandes horizontes de vida. No aceptar las exigencias que os hablo, puede llevar fácilmente a sufrir la contradicción que supone, por ejemplo, estar soñando con un amor que os arrebata, y tener, al mismo tiempo, verdadero miedo o graves prejuicios contra el matrimonio estable. No aceptar esas exigencias de que os hablo, limita la capacidad de crecimiento y de grandeza con que el Señor os quiere bendecir cuando os llama a entregaros a Él por la vocación al sacerdocio o a la Vida Consagrada. ¡Qué fácil y qué lamentable es dejarse llevar por simples impresiones, por sentimientos engañosos, y por presiones ambientales adversas a lo sagrado y, sobre todo, a la entrega plena al Señor! ¡Cuántos dan la espalda a Dios, agarrados a la pequeñez de lo que apetece, o paralizados por el miedo a lo que cuesta!

Hoy tenemos la ocasión de considerar el gesto elegante, generoso y valiente de quienes, en cualquier edad y también en la vuestra, dieron su vida entera al Señor hasta el martirio. Al fin y al cabo nuestra vida es de Dios porque de Él la recibimos.

Por otra parte, el ambiente de progresiva libertad, y las abundantes propuestas que os llegan desde el ambiente, con atractivo o sin él, pero con la presión de que lo normal, de que lo bueno es lo que “se hace”, lo que “todos hacen”, puede llevaros a desatender la verdad y a rechazar hasta la misma vocación sin tener la menor conciencia de estar equivocando vuestro camino y desorientando vuestra vida. Esta situación es más peligrosa porque ni siquiera os puede remorder la conciencia. Más todavía: arrastrados por esa corriente ambiental podéis llegar a sorprenderos cuando descubrís comportamientos profundamente religiosos, y la alegría de darse al Señor en cuerpo y alma. Sin embargo, cuando uno da la espalda a Dios, sufre la experiencia de estar siempre insatisfecho, de no encontrarle a la vida y a la juventud tan deseada todo el jugo que imaginaba y esperaba. Lo único que os queda entonces es seguir con lo que “se hace”, con lo que se presenta como “normal”, esperando que la satisfacción soñada y deseado podrá llegar alargando esas experiencias, o buscando otras más fuertes y atrevidas de lo mismo. De ahí que muchos jóvenes se priven del dulce bocado del bien, de la verdad y de la vocación divina, y sigan esclavizados bajo las realidades que les impiden volar tan alto como sus ilusiones.

Queridos jóvenes: no nos engañemos. Es lógico que deseéis un estilo de vida, una libertad y una forma de moveros por la vida, acordes con vuestros sueños. Pero admitid, sin entreteneros hasta llegar tarde, que todos necesitamos la ayuda y la orientación de otros; que Dios ha venido al mundo para eso, hasta el punto de afirmar: “sin mí no podéis hacer nada” (---). Admitid, queridos jóvenes, que Jesucristo, después de redimirnos y darnos su palabra, su ejemplo y su vida hasta la muerte en cruz por amor a nosotros, ha fundado la Iglesia. A través de ella, podemos oír su voz día a día; podemos tenerle cerca en la Sagrada Eucaristía; podemos alcanzar el perdón siempre que lo necesitamos; podemos pedir lo que en cada ocasión pueda hacernos falta para vivir la vida a tope, para acertar en las decisiones importantes, para perder el miedo y los prejuicios, y para conseguir que a los bellos sueños de una sana juventud se una la esperanza que no defrauda porque está fundada en la promesa de Dios nuestro Señor. Nuestro corazón está hecho para algo más grande que todo cuanto podamos encontrar en la tierra, en los proyectos humanos juveniles o adultos. Y este corazón, tan sensible y exigente, no descansará hasta que se encuentre con la verdad, con el bien y con la libertad que Dios nos ofrece, y para la que nos ha dado un guía excepcional que es Jesucristo. Él ha dicho de sí mismo: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no anda en tinieblas”.

No se trata, pues, de que abandonéis vuestros proyectos e ilusiones juveniles. No se trata de que, sin más, amoldéis vuestra forma de actuar a la de los mayores; ni siquiera durante el tiempo en que estáis sujetos a su autoridad paterna, escolar o social. Se trata de que, antes de lanzaros a lo que se os ocurre, a lo que os atrae, a lo que os ilusiona, a lo que todos acuden, etc. os preguntéis si acaso todo ello corresponde al estilo de vida que verdaderamente llena, satisface y ayuda a vuestro desarrollo integral. En el fondo, esa es la vida que deseáis aun sin saberlo. Es necesario, pues, que analicéis si lo que os atrae, lo que os gustaría, lo que ocupa vuestra ilusión y cuya distancia os hace sufrir, es acorde o no con el proyecto de Dios para vosotros; si todo ello goza de la garantía de la verdad y del bien que deben presidir todo acto humano, adulto o juvenil, para que no sea motivo de frustraciones, de fracasos, de innecesarios desánimos, de insatisfacciones que dejan el alma vacía y triste.

El Señor sale a vuestro encuentro y al encuentro de todos, muchas veces. Hoy es una de esas ocasiones.

En esos momentos, cuando vosotros y nosotros nos encontramos decididamente empeñados en acertar a elegir y a llevar a cabo lo mejor para nuestra vida y para la renovación del mundo en todos los ámbitos, es muy importante que nos pongamos delante del Señor y le preguntemos acerca de nosotros, de nuestra vida, de nuestro futuro, de nuestros disgustos, de nuestros sueños, de nuestros fracasos y de nuestras ilusiones y esperanzas. El Señor se encarnó para enseñarnos a ser hombres y mujeres, para enseñarnos a ser jóvenes y adultos, para enseñarnos a saborear las ilusiones y para aprender a asumir el sacrificio que impone la realidad de la vida y la práctica del bien.

Si en estas circunstancias nos ponemos humilde y confiadamente delante de Dios; si le presentamos nuestra vida en ebullición; si le contamos nuestras cuitas y decepciones; si le manifestamos nuestras ganas de vivir; si le decimos en verdad que deseamos encauzar la vida por el camino que nos ha señalado con su vocación específica sobre cada uno, llegará a nosotros, con fuerza y claridad, esa expresión de consuelo y cercanía de Dios: “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os ayudaré, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”.

Hacedme caso. Es absolutamente imposible que si Dios nos ha creado, si nos ha hecho hijos suyos por el Bautismo, si nos busca constantemente por diversos medios y caminos, si sale a nuestro encuentro de forma insospechada y sorprendente, aunque a veces no nos demos cuenta, no podemos quedarnos en la duda de si Dios se interesa o no por nuestra vida, por vuestra vida joven, o que para seguirle tenemos que dejar el estilo propio de la juventud de nuestro tiempo. Es imposible que no resulten compatibles el ser joven y el ser cristiano a la vez. Yo os digo más: debemos entender, por el contrario, que es imposible ser auténticamente jóvenes, sin recurrir al Señor, sin hacer de su llamada el centro de nuestra vida.

Aceptar, buscar y recibir estos apoyos y ayudas que nos llegan a través de otros en la Iglesia y en la familia principalmente, no significa de ninguna manera que debamos estar dependiendo siempre de otros, como si no tuviéramos que desarrollar nuestra libertad, nuestra capacidad de decisión y nuestra personalidad. Lo que quiere decir es que entendemos que Dios nos ha creado sociables y nos ha hecho hermanos, siendo él nuestro Padre. No podemos, puyes, prescindir de la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia y también la familia, descrita por el Concilio como un a modo de Iglesia doméstica.

S. Pablo, cuyo año jubilar estamos celebrando, nos da muestras hoy de lo que ocurre a los que siguen al Señor. Dice por propia experiencia: “Unos nos ensalzan y otros nos denigran; unos nos calumnian y otros nos halagan. Se nos considera impostores aunque decimos la verdad; quieren ignorarnos, ... nos tiene por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo” (2 Cor. 4, 8-10).

Esa es la experiencia que probablemente compartís también vosotros en medio de la oscuridad del mundo. Pero no os rindáis. El Señor también nos ha dicho: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”. Ahí tenéis el testimonio de los mártires cuyo testimonio vamos a escuchar. “Dichoso el que con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Sal. 118, 1-2). Así de dichosos son los que entregaron su vida cruentamente antes que rechazar al Señor. Esos son los mártires.

QUE VOSOTROS ALCANCÉIS, TAMBIÉN, ESA DICHA.

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