Homilía en la Clausura del curso en la Curia

27 de Junio de 2008


2 Reyes 25, 1-12 (Marchó Judá la desierto)
Sal 136 (Que se me pegue la lengua al paladar)
Mt. 8, 1-4 (si quieres, puedes limpiarme)
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Queridos hermanos colaboradores en los quehaceres episcopales, sacerdotales, religiosos y seglares:

Siempre será extraño para algunos o muchos, descubrir el profundo y esencial sentido pastoral de la Curia Arzobispal.

A simple vista parece concentrar los elementos jurídicos, económicos, burocráticos y organizativos del ministerio eclesial. Ante semejante concepción de la Curia, es muy fácil que haya prejuicios desconsiderados hacia estas dimensiones imprescindibles a la vida y acción de la Iglesia desde su misma fundación por Jesucristo que, a su vez, entró en la historia mediante la encarnación. Desde ese momento, y de acuerdo con las circunstancias y necesidades que se le presentaron, fue incorporando a su propio ministerio los elementos materiales y estructurales oportunos. La dimensión histórica de la Iglesia y, por tanto, humana y terrena, al tiempo que espiritual y divina, es de fundación divina. Esta dimensión se convierte en un signo elocuente de la condición Cristológica de la Iglesia, como continuadora de la presencia y acción de Jesucristo a favor de la humanidad.

Desde estas consideraciones podemos concluir que las diferentes ocupaciones, secciones y servicios de la Curia diocesana, ofrecen al mundo y en concreto a nuestra sociedad la dimensión mas humana de la Iglesia, la faceta más humana y encarnada en el mundo en que peregrina.

Claro está que sin la dimensión litúrgica, sin toda la riqueza de la piedad popular, de la experiencia mística y contemplativa que tanto dignifica y expresa la dimensión espiritual y divina, la imagen de la Iglesia quedaría seriamente desfigurada. Efecto injusto y negativo que también crecería si dejáramos de considerar cuanto se refiere a la acción caritativa y social a favor de la justicia y de la atención a los más necesitados.

Pero habrá que decir también que la Curia, como he apuntado al iniciar esta homilía, esta integrada por quienes colaboran de modo mas directo y permanente con el Arzobispo, para que pueda ejercer su misión pastoral de modo integral e integrada en todos los campos que le incumplen.
Por eso, junto a las responsabilidades jurídicas, económicas, burocráticas y organizativas, forman parte muy importante de la Curia Arzobispal los Vicarios episcopales que son como la extensión y presencia significativa y operativa del conjunto del ministerio episcopal, más cerca de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos de un territorio determinado con jurisdicción delegada.

Por eso, junto a todo lo referido, son miembros de la Curia, también, los delegados de sector pastoral, cuyo cometido es ayudar al Obispo a que pueda cumplir con su ministerio pastoral sugiriendo, sensibilizando y ofreciendo orientaciones y otros elementos auxiliares para que la catequesis, el cuidado de la pastoral vocacional, la atención a los sacerdotes, a la educación católica, a los más necesitados, a la piedad de las gentes, a la participación litúrgica, etc. sean una realidad competente al servicio del Pueblo de Dios.

Hechas estas consideraciones, debo invitaros a unirnos en una misma acción de gracias por diversos motivos:

Primero: Porque el Señor os ha confiado ser apoyo imprescindible del Obispo, y porque me ha concedido en vosotros un apoyo absolutamente necesario.
Con vuestra colaboración, los sacerdotes que presiden en la caridad las diversas comunidades, o que como Capellanes y Consiliarios hacen también que la acción pastoral del Obispo llegue a todos los lugares y sectores de la Archidiócesis, puedan ejercer de modo competente y debidamente asistido, su ministerio propio como colaboradores directos del Orden Episcopal.

Segundo: Debemos dar gracias al Señor porque hemos cumplido otro periodo anual en el cumplimiento de nuestro deber. Ello no habría sido posible sin la ayuda del Señor. Por eso debemos expresarle, con alegría, nuestra gratitud.

Tercero: Nuestra acción de gracias ha de brotar del convencimiento de que, con todo lo que cada uno haya podido hacer, se han allanado montes y se han rellenado valles haciendo viable el camino por el que el Señor ha querido acercarse a sus elegidos. Somos instrumentos de lo que el Señor quiere valerse para acercarse a los hermanos.

Aquí radica nuestra mayor dignidad, compartida esencialmente, con todos los bautizados, y significada en nuestras peculiaridades personales y ministeriales.

Si creemos todo cuanto hemos reflexionado, y si aceptamos los motivos de gratitud a Dios que acabo de enumerar, no podemos menos que compartir, hoy de un modo especial, el gozo de haber sido elegidos por el Señor, y preparados con cualidades necesarias para cumplir la misión que el nos encomienda en cada momento de nuestra vida, a través de su Iglesia.

Por eso debemos hacer nuestras las palabras del Salmo interleccional: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”

Todo ello no da por supuesto el nivel de bondad que el Señor tiene derecho a esperar de nosotros en el cumplimiento de la misión recibida. Nuestras deficiencias quedan patentes a la propia conciencia y, a veces, incluso ante quienes comparten el trabajo con nosotros. Pero esto no debe desanimarnos. Nuestra confianza en el Señor ha de ser más fuerte que la conciencia de nuestras limitaciones porque la misericordia de Dios es infinitamente mayor que todas nuestras pequeñeces e infidelidades. Pero, como el Señor no impondría su gracia, debemos pedírsela con humildad e insistencia con las palabras del leproso: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mt. 8, 1-4).

Que la oración de gratitud y la suplica de ayudar se unan en una plegaria común, y que suba ante la presencia del Padre celestial por mediación de la stma. Virgen, a la que invocamos con especial devoción con el titulo de santa Maria de Guadalupe, patrona de Extremadura.

Que así sea.

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