HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DEL JUEVES SANTO

Día 9 de Abril de 2009


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
Queridos hermanos todos seminaristas, religiosas y seglares:

1.- Al escuchar las palabras del libro del Éxodo, que nos recuerdan las acciones portentosas con las que Dios preparó la liberación del Pueblo de Israel, esclavo en Egipto, nos parece lógico el mandato del Señor a su pueblo: “Este mes será para vosotros el principal de los meses ; será para vosotros el primer mes del año” (Ex. 12, 1). La razón de este mandato es muy clara: en ese mes, por designio de Dios, habían muerto los primogénitos de hombres y animales egipcios, como última de las plagas de castigo a la dureza del Faraón contra la voluntad de Dios en favor de su Pueblo. A partir de ese momento, Israel encontró la libertad e inició la gran aventura de su peregrinación por el desierto.

Había terminado un largo período de esclavitud y menosprecio bajo la opresión de un pueblo extranjero e injusto. Comenzaba una etapa nueva en la historia del pueblo escogido, y una vida propia que tenía su horizonte feliz en la tierra prometida; tierra que manaba leche y miel (cf. Ex. 3, 17). Por eso Dios mandó que celebrasen su liberación reuniéndose en torno a la mesa de familia para comer un cordero inmaculado, de pie, en posición de partida, para disponerse a caminar. Recorrer el camino hacia la tierra de promisión era la correspondencia de los Israelitas al don divino de la liberación.

Todo cuanto tenemos es don de Dios. Pero todos los dones requieren de nuestra parte una libre aceptación y un compromiso personal de aprovecharlo. De otro modo, sería Dios para nosotros como un manipulador de sus criaturas; y, en esas condiciones para casi nada nos valdrían la inteligencia y la libertad; no podríamos ser imagen y semejanza de Dios. Sabemos muy bien que el Señor se ofrece y nos ofrece sus dones; no los impone.

2.- Este relato bíblico nos lleva a considerar nuestra liberación del pecado, cuya esclavitud es mayor y de más desgraciadas consecuencias que la esclavitud material, política o laboral.
Hemos sido redimidos por Cristo, “el primogénito de toda criatura” (Col. 1, 15) sacrificado en la cruz por designio de Dios Padre, como el Cordero que quita el pecado del mundo.

Esa liberación interior, que supera en importancia a la del pueblo Israelita, signo de la liberación del pecado, se celebra de un modo muy especial y solemne durante la Semana Santa, como si ocurriera ahora por primera vez,. Debemos saber que las acciones de Jesucristo ocurrieron de una vez para siempre y son irrepetibles. Cada vez que las celebramos sacramentalmente, actúan directamente en favor nuestro como si estuvieran ocurriendo en ese momento. Esto es debido a que la acción redentora de Cristo trasciende los espacios y los tiempos ya que, como obra de Dios, no tiene fronteras; participa de la infinitud de su actor principal, que es Dios obrando en su Iglesia y por su mediación. Por eso, la obra salvífica de Dios goza de una actualidad permanente hasta el fin de los tiempos. Así lo confesamos en la Vigila Pascual asintiendo a las palabras del Sacerdote cuando sella el Cirio Pascual con la señal de la cruz: “Cristo ayer y hoy, Principio y fin, alfa y omega, suyo es el tiempo y la eternidad”.

La convicción de que Cristo, el Cordero de Dios, está actuando para nosotros el sacrificio redentor, día a día, hace que toda celebración litúrgica tenga para nosotros una inmensa riqueza de contenido y de significado. Por la misma razón, la semana en que se recuerda y se celebra de un modo singular la gesta redentora de Cristo ha de ocupar un lugar principal en el curso del año cristiano. Así entendida la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección redentoras, podemos entender que también se dirige a nosotros el mandato de Dios. Con cierta lógica y verosimilitud, podríamos imaginar dicho mandato con estas palabras: .

3.- En verdad, esta consideración principal es la que merece la Semana Santa para los cristianos en su mayoría, gracias a Dios. Sin embargo debemos admitir, con dolor, pero con esperanza al mismo tiempo, que otros muchos de entre los bautizados no la valoran ni la celebran de este modo. Por el contrario, hay quienes cambian un desfile procesional por la celebración real de lo que en las imágenes son simple representación inanimada. Ambas cosas debería complementarse como expresión de una fe vivida desde la liturgia y desde la devoción popular. La liturgia es fuente de sentido de toda otra obra del cristiano. Y las devociones populares, también importantes en la Iglesia, deben ayudar a la preparación de las celebraciones litúrgicas, pero no suplirlas. Situadas en su lugar, las acciones propias de la piedad popular deberían apoyar la oportuna continuidad y aplicación de la Liturgia al alma del pueblo.

Para otros, entre los que no faltan algunos cristianos poco formados, o un tanto laxos en su responsabilidad eclesial y en la vivencia misma de la fe, la Semana Santa se convierte simplemente en un tiempo de vacación y de ocio orientado paganamente, sin lugar para la celebración de los Misterios del Señor. Esta constatación debe despertar en nosotros el ánimo apostólico y el deber de orar por ellos. Nunca se justificaría en el cristiano quedarse en la simple constatación de los hechos, o en el triste lamento por lo que no debería ocurrir. Todo cristiano está llamado al apostolado con el prójimo.

4.- Los que gozamos del inmenso don de la fe y sentimos la responsabilidad de cultivarla y vivirla con la ayuda de Dios, nos encontramos aquí hoy con la solemne celebración de la Eucaristía. En ella conmemoramos la institución del sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo, que fue el momento cumbre de la última Cena, y el manjar principal y extraordinario que Jesús ofreció a sus apóstoles.

Para los cristianos conocedores de que, en el Sacramento de la Eucaristía, Jesús nos da como alimento su Cuerpo y su Sangre, integrantes y garantía de la Nueva y eterna Alianza, el Jueves Santo adquiere una especialísima importancia.

El espíritu verdaderamente consciente de lo que supone poder acercarse a la Eucaristía y participar del Cuerpo y Sangre de Cristo, no puede pasar por alto la enseñanza de manifestada anteriormente por el Señor a sus discípulos. En verdad son palabras que ciertamente les podían resultar duras si se escuchan sin fe: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo”(Jn. 6, 51). “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (Jn. 6, 56).

No extrañe, pues, que S. Pablo advierta de la responsabilidad del cristiano al acercarse a la mesa del Señor para comulgar su Cuerpo y Sangre en el sacramento de la Eucaristía. Dice S. Pablo: “Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Cor. 11, 27).

5.- Por más que admiremos la entrega de Jesucristo hasta la muerte de cruz, todavía sorprende más y nos vincula más a Él -aunque todo va unido en el mismo sacrificio- la magnitud del amor significado en la permanencia de Cristo, día a día con nosotros, en el santísimo Sacramento del Altar.

Además de dársenos como alimento espiritual, Jesús sacramentado nos espera en el Sagrario para ser nuestro confidente, nuestro consuelo, nuestro consejero y nuestra fortaleza en la debilidad.

Es muy importante, pues, que reflexionemos sobre la importancia de la Eucaristía que el Concilio Vaticano II nos presenta como “sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual, ” (SC. 47). Por eso, la Santa Madre Iglesia insiste en que todos los cristianos participemos de la Eucaristía, especialmente en la santa Misa del Domingo, día del Señor y día de la Iglesia.

En el Domingo se conmemora la redención de Cristo que culminó en su resurrección gloriosa.
El Domingo, por el triunfo de la redención de Cristo, es para los cristianos el primer día de la semana.

El Domingo significa el inicio de la nueva etapa de la humanidad redimida, inaugurada por Jesucristo, y que comienza con la redención.

El Domingo es el día de la Iglesia que el Señor fundó como el nuevo Pueblo de Dios, “reunido en virtud de la unidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (LG. 4), formando la gran familia de los hijos de Dios, y el Cuerpo místico del que el Señor es la Cabeza y cada cristiano un miembro vivo.

6.- La Eucaristía es la muestra máxima del amor de Dios a la humanidad, a quien prometió no dejar sola cuando dijo: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Por eso, en la celebración litúrgica del Jueves Santo la Santa Madre Iglesia proclama el evangelio en que Cristo, lavando los pies de sus discípulos, les manifiesta su amor y les manda que traten así a los demás: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1). Y después del lavatorio añade: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?...os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn. 13, 12. 15)

Lo que nacía del amor, debía realizarse mediante gestos de amor. El lavatorio de los pies, la permanencia en el Sacramento del Altar como compañía y alimento, su predicación cada vez que se proclama en la sagrada Liturgia la palabra de Dios, y tantos otros gestos más, constituyen una manifestación bien clara del motivo de nuestra redención, de la providencia de Dios, de la misericordia de Dios dispuesto siempre a perdonar, etc,; motivo que es el amor infinito de Dios a cada uno de nosotros.

7.- Con la conciencia viva de que somos amados por Dios de modo tan admirable y permanente, deberíamos exclamar como el salmista: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?...Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu nombre, Señor” (Sal. 115).

Queridos hermanos: el mejor sacrifico de alabanza con que agradecer a Dios todo el bien que nos ha hecho es, precisamente, unirnos al Sacrifico de alabanza que Cristo ofreció al Padre inmolándose por obediencia en la Cruz. Sacrificio que se actualiza para nosotros en la Eucaristía que estamos celebrando.

Que la unión con Cristo sea nuestra intención en esta tarde memorable. Y que, convencidos del valor del Domingo en el que se celebra el Triunfo del Señor por su resurrección gloriosa, participemos en la Eucaristía comulgando el Cuerpo del Señor debidamente preparados.

QUE ASÍ SEA

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