HOMILÍA EN EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Ciclo B (2012)


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,

queridos jóvenes que casi a recibir hoy el ministerio de Acólitos, como un paso importante hacia el Sacerdocio ministerial,

queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y fieles seglares que participáis en esta celebración eucarística:

1.- La Palabra de Dios nos recuerda hoy que hay un solo Dios verdadero, y que es el Señor de cielo y tierra, de la naturaleza inanimada y de los seres vivos, del hombre y de la mujer, de la vida y de la muerte, del tiempo y de la eternidad.

Pero esta presentación que Dios nos hace de sí mismo, nada tiene que ver con actitud alguna de presunción o de prepotencia. Por parte de Dios es impensable. Y por parte de quienes creemos en él, infinitamente sabio, poderoso y bueno, tampoco tendría sentido porque no hemos elegido a Dios y luego, para justificarnos le atribuimos estas cualidades. Al contrario: hemos creído en él porque, por la fe y por el testimonio de Jesucristo, lo hemos descubierto como es.

La presentación que Dios hace de sí mismo tampoco tiene que ver nada con la sospecha de que ejerza su poder para su propia satisfacción. Toda su grandeza y su poder están orientados al bien de todos y de todo. Por eso, al tiempo en que nos dice en el libro del Éxodo: “Yo soy el Señor, tu Dios” (Ex 20, 1), añade: “que te saqué de Egipto, de la esclavitud” (id.). En el Nuevo testamento Jesucristo nos manifestará con más detalle el amor infinito y universal de Dios, preocupado porque todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf.---).

Dios se nos manifiesta en su realidad más profunda y esencial. Él es amor y misericordia; él es nuestro libertador: yo te saqué de la esclavitud, nos dice hoy en el libro del Éxodo. (cf. Ex 20, 2).

2.- El poder de Dios es fuente de bien para sus criaturas y, especialmente, para el hombre, creado a su imagen y semejanza. El señorío que Dios nos manifiesta sobre todo lo creado es la lección que nos da para que recordemos nuestra identidad: somos imagen de Dios; por tanto debemos contribuir al bien de la humanidad y de la creación. Pensando en esto, habría que sacar conclusiones acerca de nuestro deber de procurar el bien para nuestros semejantes, y el respeto a la naturaleza.

Si hemos sido creados por Dios, y, en consecuencia, somos el objeto de su amor, Dios nos expresa su amor celoso como la más clara y necesaria orientación para que no nos apartemos de la fuente de vida, que es Él. Solo así tendremos vida y la podremos tener en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por eso nos dice hoy: “No tendrás otros dioses frente a mí” (Ex 20, 3).

Esta manifestación de amor celoso hacia nosotros es la expresión de que nuestra vida y salvación, nuestra verdadera libertad y la esperanza que alienta nuestra existencia, están solo en el Dios verdadero, uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él es la verdad; Él es la fuente de la vida; Él es el camino para que descubramos la verdad y alcancemos a conocer lo que da sentido a nuestra existencia, lo que nos salva integralmente.

3.- El Señor, preocupado por nosotros, como el Padre de familia estaba preocupado por la suerte de su hijo pródigo, nos quiere apercibir de las indicaciones que nos orientan para alcanzar la libertad y la plena salvación. Un Padre bueno jamás puede pretender otra cosa para sus hijos. Por eso nos entrega sus mandamientos.

Esos mandamientos, escuchados desde el convencimiento de que Dios es Padre amoroso y preocupado por nuestros pasos en el camino hacia la santidad, no deben sonarnos a preceptos que nos coaccionan o nos someten; ni a prescripciones que coartan nuestro desarrollo en la libertad. Por el contrario, los mandamientos del Señor han de ser entendidos en su auténtica verdad: son las señales del camino para que, en ningún momento, nos desviemos y nos perdamos.

Los mandamientos constituyen un precioso signo del paternal cuidado de Dios hacia nosotros. El Señor quiere que podamos gozar con Él y que participemos un día de su gloria eterna.

Los mandamientos son las indicaciones para que crezcamos en la semejanza a Dios quienes hemos sido creados a su imagen.

Los mandamientos son el camino hacia nuestra grandeza, que tiene sus raíces en nuestra condición de ser hijos adoptivos de Dios y herederos de la patria definitiva.

4.- Por todo ello, la santa Madre Iglesia nos invita a reconocer en el salmo interleccional que “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma” (Sal 18). El salmista describe la bondad y belleza de los mandamientos invitándonos a reconocer que “son más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila” (Sal 18). “Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón” (Sal 18).

Consiguientemente, los mandamientos son expresión del amor que Dios Padre nos tiene, y que nos manifestó enviándonos a su Hijo para que rompiera el abismo que nos separaba del Él a causa de nuestros pecados.

Los mandamientos, unidos a la cruz de Jesucristo, son los signos por excelencia de la bondad de Dios para con nosotros.

5.- Desde estas consideraciones podemos entender fácilmente que Jesucristo arremetiera contra quienes habían hecho de la casa de Dios un instrumento al servicio de sus propios intereses materiales. No pudo soportar semejante blasfemia. Los vendedores instalados en el templo eran la imagen elocuente y entristecedora de lo que significa utilizar las cosas de Dios para satisfacer las concupiscencias.

Debemos andar vigilantes porque nos invaden con mucha facilidad las tentaciones de utilizar lo que Dios nos ha regalado, para oponernos a su amor. Esto, que parece una contradicción, es precisamente la esencia del pecado.

6.- Hoy, con un profundo gozo en el Señor, acompañamos a estos jóvenes a los que voy a conceder el ministerio de Acólitos, dentro de su camino hacia el sacerdocio. La misión que les corresponderá en adelante es, precisamente, el servicio en el templo; y, en él, un ser vicio esmerado al Altar del Señor. En él se hace presente para nosotros el sacrificio redentor de Jesucristo. La dedicación de estos nuevos Acólitos tiene que ver, esencialmente, con el interés de Jesucristo por el respeto del templo y por la dedicación de los fieles a lo que en él se celebra. Van a ser jóvenes especialmente dedicados al Culto sagrado, en un grado inicial. Pero su ministerio actual debe orientarles hacia el ministerio propio del Sacerdote. La cercanía del Señor será ceremonialmente más próxima para ellos. Su deber está en procurar que esa cercanía sea un estímulo y un medio para acrecentar la intimidad personal con el Señor. Oraremos por ellos.

7.- En la Santa Cuaresma, estamos llamados a procurar el cambio de nuestros puntos de vista materiales y terrenos, y volver nuestra mirada hacia Dios. La Cuaresma nos invita a entrar en el templo con el respeto y unción que merece como lugar sagrado que es la casa de Dios con los hombres. El templo es el espacio elegido por el Señor para reunirnos con él y crecer en su conocimiento, en su aprecio y en su intimidad.

La Cuaresma nos invita a que entremos en nuestro interior y procuremos que esté libre de todo lo que pueda impedir que seamos digna morada de Dios. Desde el Bautismo estamos llamados y capacitados por el Espíritu Santo para ser templos vivos de Dios en nuestro cuerpo y en nuestra alma.

8.- Demos gracias a Dios porque nos ha manifestados su amor; porque nos ha regalado sus mandamientos como señales del camino hacia la vida; y porque desea habitar en nosotros convirtiéndonos en templos vivos de su divina majestad.

Pidámosle la gracia de la conversión para que correspondamos al Señor por todo el bien que nos ha hecho y nos hace, y por la herencia que nos prepara.

QUE ASÍ SEA