HOMILÍA EN LA MISA DEL JUEVES SANTO (2012)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y  diácono asistente,
Queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y demás fieles laicos:

1.- Las palabras de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura proclaman con gran fuerza el Misterio central de la Semana Santa. Misterio que es, por ello, la fuente y la cumbre de toda celebración litúrgica y, consiguientemente, de toda la vida cristiana. Es el sacrificio y sacramento de la Eucaristía. En él Jesucristo quiso permanecer siempre entre nosotros ofreciéndonos eficazmente la gracia de la redención que necesitamos y que esperamos. “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido (dice S. Pablo): que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ” (1 Cor. 11, 23).

La Eucaristía es el Misterio que nos beneficia (“será entregado por nosotros”) y, a la vez, nos compromete profundamente (“Haced esto en memoria mía”).

Hemos recibido el encargo del Señor de celebrar la sagrada Eucaristía creyendo firmemente en sus esperanzadoras palabras: “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Cor. 11, 26).

2.- Proclamar la muerte del Señor cuando participamos en la Eucaristía significa que, en ese acto,  hacemos una sincera profesión de fe ante el Señor, ante la Iglesia y ante el mundo aceptando que nuestra salvación definitiva es fruto de este admirable Misterio; y que dicha participación salvadora depende, también, del modo como vivamos la Eucaristía.  Así lo afirmó Jesucristo diciendo: “Si no comiereis de la carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn. 6,53), “el que come mi carne y bebe mi sangre habíta en mí y yo en él y yo le resucitaré en el último día” (Jn. 6, 54).

Proclamar la muerte del Señor participando en la  Eucaristía  significa, también, que manifestar ante el mundo que creemos verdaderamente en las palabras de Jesucristo consiste en valorar de tal modo la dignidad y la fuerza de este admirable Misterio  que estamos dispuestos a hacer todo lo posible por participar en la Eucaristía. En la Eucaristía Jesucristo se nos da  no sólo como el verdadero pan del cielo, sino también como el alimento de quienes peregrinamos hacia Dios manifestado en Jesucristo.

3.- Participar de la Eucaristía es nuestro mejor acto de amor a Dios en Jesucristo, y la más importante y digna obra de apostolado.  Por eso, los cristianos convencidos por la fe de que es así, han celebrado siempre la Eucaristía  unida a la memoria de la resurrección del Señor. En la resurrección culmina la obra de nuestra redención. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Pero Cristo ha resucitado…”(1 Corintios 15, 14).

Esta es la más importante llamada testimonial a la esperanza.

Esta es la razón por la que los cristianos consideraron el Domingo, que significa “Día del Señor, y que rememora la Pascua de resurrección, como el día en que no podían dejar de participar en el Misterio de la Eucaristía.

5.- El Domingo es el día en que los cristianos, desde el principio, hacían  profesión viva de fe en las palabras que pronunció Jesucristo ante sus discípulos en la última Cena al instituir la Eucaristía:  “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía” (1 Cor. 11, 24).

En la meditación de lo que estamos diciendo sobre la Eucaristía y sobre el Domingo, podemos entender la respuesta de los cristianos del norte de África, ante las autoridades cuando les prohibían celebrar la Eucaristía en el Día del Señor. Aún arriesgando su vida por ello, dijeron: “sin el Domingo no podemos vivir”. Qué lección tan clara y tan valiente para que hagamos un buen examen de conciencia sobre nuestra atención a la Eucaristía y a la celebración cristiana del Domingo. Aquellos arriesgaban su vida por celebrar la Eucaristía en el Día del Señor; y hoy son cada vez más los cristianos que no arriesgan ni siquiera un simple entretenimiento para ir a Misa cada Domingo. Otros, en lugar de poner en primer término la participación en la Eucaristía dominical prescinden de ella y se excusan quejándose de que no se celebra la santa Misa a la hora y en el lugar que les vendría mejor.

(Valga decir, de paso, que la multiplicación de las celebraciones eucarísticas en el Domingo para la cómoda participación de los fieles, puede hacer que la Eucaristía, fuente de unidad  de los cristianos y que construye la Comunidad eclesial, se convierta en un signo de dispersión. Esto es lo que ocurre cuando se multiplican las celebraciones para la comodidad de los pequeños grupos que asisten a cada ocasión. La asistencia a la santa Misa, sin un claro esfuerzo personal y sin respetar el lugar preferente que le corresponde en el Domingo, se queda más en un simple cumplimiento del precepto de la Iglesia, que en una adecuada participación en el Misterio de Jesucristo muerto y resucitado para nuestra salvación.

El Domingo es el día del Señor, porque en él Jesucristo resucitó de entre los muertos como había prometido. Es el día del triunfo de la redención. Es, por tanto, el día en que los cristianos debemos participar del Sacramento de la Eucaristía, en el cual Jesucristo perpetúa, a través de la historia, su sacrificio redentor y su resurrección gloriosa.

El apostolado en favor de la celebración cristiana del Domingo es imprescindible en nuestras familias y en nuestros ambientes. No podemos quedarnos tranquilos contemplando la ignorancia, o la indiferencia con que muchos prescinden habitualmente de la celebración cristiana del Día del Señor, y pierden su inmensa riqueza que da sentido a la vida y alienta la esperanza de salvación.

El Jueves Santo es un precioso regalo de Dios para gozar de su amor, para agradecerle su entrega redentora,  y para renovar el propósito de corresponderle generosamente uniéndonos a Jesucristo en el sacrificio y sacramento de la Eucaristía. Nada mejor podemos hacer si somos conscientes de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros en cada momento de  nuestra existencia. El salmo interleccional nos invita a ello formulando esa pregunta que bien podría ser nuestra: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”(Sal. 115). La respuesta que sigue en el salmo es la que corresponde a cada cristiano consciente: “Alzaré la copa de la salvación (que es el signo de la Eucaristía), invocando su nombre” (id.).

Elevemos hoy nuestra plegaria ante el Señor ofreciéndole nuestro propósito de procurar amarle sobre todas las cosas, de amar al prójimo como a nosotros mismos, y de buscar el necesario apoyo para ello en la Sagrada Eucaristía.  A ello nos anima el Señor con su ejemplo,  entregándose plenamente al Padre, y lavando los pies a sus discípulos, y diciéndonos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?...Si yo, el  Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn. 13, 14).

Esta es la más clara llamada a vivir hoy y siempre el espíritu de servicio a Dios y a los hermanos. Tengámoslo en cuenta, especialmente en este Jueves santo en que celebramos el día del amor fraterno. Que el Señor nos ayude a ser generosos con sinceridad de corazón.

QUE ASÍ SEA

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