HOMILÍA EN LA APERTURA DE CURSO DE LOS CENTROS EDUCATIVOS DE LA ARCHIDIÓCESIS


Mis queridos sacerdotes concelebrantes, queridos profesores, alumnos y demás fieles participantes:

1.- Demos gracias a  Dios que nos permite iniciar un nuevo curso ordenado a la educación cristiana integral. En este tiempo, la programación del Seminario, del Centro de estudios teológicos, del Instituto superior de Ciencias Religiosas y de las Escuelas de formación básica y de preparación de Agentes de pastoral, irá ofreciendo los elementos correspondientes a la necesaria formación teológica. A la vez, y como  condición imprescindible e inseparable, cada Centro procurará a su estilo poner al alcance de los respectivos alumnos las orientaciones y, en su caso, las acciones y actividades oportunas para que la formación científica y teológica sea complementada con un acercamiento personal de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo y que se acerca a nosotros en la Iglesia.

2.- Todo este cometido de principalísima importancia es una gracia de Dios. Como tal, ha de suscitar en todos una sincera gratitud que deberá manifestarse en un serio compromiso. Educadores, profesores y alumnos tendrán que plantearse cuáles han de ser las actitudes y las acciones fundamentales a procurar en el desempeño de su misión y, especialmente ahora, durante el curso.

3.- Corren tiempos en que, entre otras deficiencias educativas, constatamos la carencia de una educación integral de las persona desde los niveles iniciales hasta la terminación de los estudios. La separación o desproporción entre los saberes científicos y técnicos respecto de la formación integral de la personalidad va dejando un lamentable vacío de humanismo. Ello, no solo desequilibra peligrosamente a cada persona, sino que vicia con graves errores la misma vida social. Si a esto añadimos la tendencia cada vez más pronunciada a prescindir de la trascendencia, considerándola como un error, o pretendiendo reducirla a la privacidad inoperante, asistimos a la mutilación mental, cultural y ambiental del hombre mismo. Con ello se destruye la esencia misma de la educación; porque deja de servir a la realidad y a las necesidades profundas de la persona, y pone a los individuos y a los grupos, más o menos disimuladamente, al servicio de intereses ideológicos, económicos, o políticos de corto alcance.

4.- Esta mutilación está provocando cada día nuevas y mayores dificultades para el desarrollo de la vida cristiana en nuestros ambientes. Sin embargo, considerando con lógica esta situación, llegamos a concluir que, por ello mismo, se hace más necesaria la evangelización y más urgente una esmerada educación cristiana; sobre todo en quienes ostentan la responsabilidad educativa en la familia, en la catequesis, en la predicación, en la escuela y en los ámbitos de relación social de niños, jóvenes y adultos. Dicha empresa está pidiendo personas de mente clara y de espíritu fuerte que no sucumban a la mediocridad y a la indefinición bajo la excusa de evitar supuestos radicalismos. Dios no se impone; se ofrece, decía el Papa Juan Pablo II. Pero se ofrece con tanta claridad como respeto. No cabe duda de que la presencia en la Iglesia de ciertas actitudes conniventes con miedos y con graves imprecisiones en la predicación y enseñanza de la palabra de Dios y de la doctrina de la Iglesia, ha provocado no pocas desorientaciones e incluso innecesarias y perjudiciales  confrontaciones entre cristianos. En ellas se han apoyado, muchas veces, voluntades contrarias a la expansión del Reino de Dios.

5.- Todo ello ha de ser motivo de reflexión personal, de diálogo profundo, de compromiso valiente y de esfuerzo personal continuado. Este es el ejemplo que nos propone hoy la memoria de S. Francisco de Asís. Él tuvo que enfrentarse a una situación lamentable en el interior de la Iglesia y en sus distintos estamentos. Entendió este estado de cosas no como un motivo para desconfiar de la Iglesia y adocenarse en una hipócrita acomodación social. Por el contrario, entendió que el Señor le llamaba a un mayor y más genuino compromiso con el Evangelio, y a una acción valiente a favor de la verdad de Dios. Verdad que entendió como la única que permite al hombre descubrir la verdad acerca de sí mismo, de los demás y del mundo.

6.- San Francisco de Asís entendió que conocer la verdad de Dios, la verdad acerca de sí mismo y la verdad del mundo en sus distintos ámbitos, es un don de Dios. Un don que permite ver las personas y las cosas desde una perspectiva positiva y esperanzadora. Los seres animados e inanimados se convierten entonces en permanente memoria de la Verdad absoluta, de la verdad de Dios.

El Santo Evangelio nos  invita hoy a penetrar en el misterio de la verdad de Dios, de la sabiduría que la fe nos permite alcanzar, insistiendo en que es un don del Altísimo, un obsequio del amor infinito, un regalo que Dios reserva para la gente sencilla.

7.- Demos gracias al Señor porque, a pesar de nuestras torpezas y pecados, nos ha bendecido con el don de la fe. Por ella tenemos acceso a la verdad de Dios; y, desde Él, podemos acceder a la verdad de nosotros mismos y de cuanto existe, hasta poderlo convertir todo en el único medio salvación propia y de verdadero servicio a Dios y a los hermanos.

8.- Pidamos al Espíritu Santo, bajo cuya luz y fuerza comenzamos el nuevo Curso, que nos conceda la sencillez de espíritu y la firme responsabilidad para cumplir con nuestro deber de buscar y proclamar la verdad con sencillez, con claridad y por encima de las adversidades ambientales y de las dificultades personales debidas a nuestra compleja debilidad.

Pongámonos en los brazos maternales de la Santísima Virgen María, madre y ejemplo de sencillez y tesón en la búsqueda y en la defensa testimonial de la Verdad.

            QUE ASÍ SEA

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