MISA EN LA FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DEL PILAR


Patrona del Benemérito cuerpo de la Guardia Civil

Exmos. Srs.
Miembros del Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil y familiares que les acompañáis,
Hermanas y hermanos todos:


            1.- Demos gracias a Dios porque nos ha concedido el gozo de celebrar esta fiesta tan entrañable. La Santísima Virgen del Pilar brilla con especial resplandor en vuestros Cuarteles y Escuelas. Es vuestra excelsa Patrona, y su Día es vuestro Día. Por ello os felicito muy cordialmente, y os ruego que hagáis llegar mis parabienes a los compañeros y compañeras que, por diversas circunstancias, no se han podido reunir en esta celebración.
           
            Que la Santísima Virgen María sea vuestra patrona lleva consigo una bendición, una llamada y un compromiso.
           
2.- La bendición está unida, de un modo especial en vuestro caso, al regalo que Dios nos hizo en la persona del Apóstol san Juan cuando, clavado en la cruz por amor a nosotros  pecadores, dijo a la Virgen: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y dirigiéndose a Juan, añadió: “Ahí tienes a tu madre”.

Hemos sido bendecidos con la protección maternal de la Santísima Virgen María que, como esposa del Espíritu Santo, es la medianera de todas las gracias. Su protección llega de un modo permanente y muy singular sobre vosotros que la tenéis como Patrona bajo la advocación del Pilar.

            3.- La llamada es muy lógica y sencilla: Si la Virgen es nuestra Madre y vuestra patrona, deberemos acudir a ella constantemente. Nuestra vida está íntimamente unida a María, como están unidas la vida de la madre y la del hijo. Como Madre es nuestra primera educadora. De ella debemos aprender las virtudes principales que han de forjar nuestra vida: El espíritu religioso; la fe incondicional en Dios nuestro Creador y redentor; la obediencia confiada a Jesucristo nuestro Señor; la solicitud ante las necesidades de nuestros hermanos; la humildad que abre a la cordialidad; el espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber; y la esperanza en la promesa de salvación.
           
            4.- El compromiso nos viene manifestado en el Santo Evangelio que acabamos de escuchar. La felicidad ocupa el primer lugar entre nuestros deseos. Lo que ocurre es que no siempre acertamos el camino para alcanzarla. Incluso llegamos a confundir la felicidad con la satisfacción de otros deseos cuya consistencia es pasajera. Este es el peligro que acecha a toda criatura humana, porque instintivamente nos sentimos atraídos por cantidad de anhelos que se nos presentan como portadores de una felicidad que no pueden ofrecernos. Por eso, la búsqueda de bienes aparentes o incluso de bienes reales que son legítimos, pero meramente terrenos, va acompañada generalmente de la decepción porque no nos dan lo que parecían prometer,  o de la insatisfacción que produce lo transitorio.

La verdadera felicidad está en lo que puede llenar nuestro corazón y permanecer siempre. Esa felicidad solo puede alcanzarse en el cielo como regalo de Dios que debemos pedir por intercesión de la Santísima Virgen María.

El otro aspecto de la felicidad, que ya podemos disfrutar en esta vida es la que va unida a la paz interior que es compañera del deber cumplido y consecuencia de la recta ordenación de nuestra vida según la voluntad del Señor.
           
Para conducirnos a esa felicidad, que todos podemos disfrutar porque Dios no hace acepción de personas y atiende a todos los que acuden a él, la santísima Virgen es el mejor modelo y el apoyo insuperable. El Evangelio nos lo cuenta así: Una mujer quiso enaltecer a la Virgen porque había dado a luz a un Hijo como Jesucristo, y pensaba que  habría alcanzado en ello la mayor felicidad. La sorpresa le llegó de labios de  Jesucristo cuando le respondió: “Más dichosos, más felices son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.

En verdad, esos son los que por encima de las alegrías pasajeras de esta vida y de los disgustos inevitables de nuestra condición humana, pueden alcanzar la paz interior, la tranquilidad de conciencia en esta vida, y la felicidad eterna en el cielo, que nadie puede destruir.

          5.- Demos gracias a Dios por  la protección maternal de la Santísima Virgen María, por las enseñanzas que de ella recibimos a la luz de sus virtudes y de su fidelidad al Señor porque siempre cumplió su palabra, y porque nos permite, con su intercesión, descubrir cada día lo que el Señor quiere de nosotros.

            Al cercarnos a la Eucaristía pidamos al Señor la gracia de mantener siempre la fe en su amor y en su promesa de salvación.


            QUE ASÍ SEA 

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