Mis queridos
hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
queridos
hermanos miembros de la Vida Consagrada y seglares todos:
1.- En el primer
domingo de Cuaresma, tiempo de conversión, la Santa Madre Iglesia nos pone ante
el origen del pecado que es la tentación diabólica. Nos Advierte también de
que, como Jesucristo, sin dejar de ser Dios es también verdadero hombre, sufrió
la tentación como todos nosotros. La Iglesia, al comenzar la Cuaresma nos
muestra, a la vez, la preciosa lección que nos da Jesucristo para que seamos
capaces de conocer bien la malicia de las tentaciones y para saber enfrentarnos
con ellas y vencerlas.
2.- Es oportuno
que recordemos la historia del pecado en la humanidad. Ello n os muestra las
constantes de la tentación y del pecado a lo largo de la historia.
El pecado de Adán
y Eva fue, en resumen, el mismo que hoy está caracterizando al hombre que vive
embaucado por la cultura laicista. El hombre sometido por la cultura dominante
no admite a nadie por encima de él. Y, si se le dice que Dios establece los
principios y normas para vivir sobre la tierra y para encontrar sentido a
cuanto acontece, el hombre intenta prescindir de él llevado por sus ansias de
estar por encima de todos y de todo. Las ambiciones de los hombres y mujeres
tienen su horizonte en la plena autonomía, en ser la referencia exclusiva de lo
que es bueno y de lo que es malo, en ser el único que pueda decidir sobre sus
acciones o establecer los criterios que deben regirlas. El hombre desea actuar
como si no hubiera sido creado por Dios.
Esta forma de
pensar no es nueva, porque al diablo no le interesa que el hombre tenga en
cuenta a Dios. Prefiere que le dé la espalda. Por eso, el diablo tentó a Adán y
Eva en su punto flaco, en su debilidad vivida por ellos como si fuera la raíz
de su fortaleza. Siempre la mentira o las vanas ilusiones en la raíz de la
tentación. El Diablo incitó a Adán y Eva a comer el fruto del árbol prohibido.
Les engañó con estas palabras: “Bien sabe
Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el
conocimiento del bien y del mal” (Gn 3, 5).
La divina
revelación se encarga de manifestarnos el gravísimo error de querer suplantar a
Dios. Por eso nos dice en el libro del Génesis: “Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que
estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron” (Gn 3,
7). La Palabra de Dios nos da a entender la gran mentira con que el Diablo les
había arrastrado al pecado. Al dejarse llevar por la tentación, Adán y Eva se
avergonzaron de sí mismos. Se dieron cuenta de que estaban desnudos. A partir
de ese momento, no se pudieron dar cuenta de que no podían ser la referencia del
bien y del mal, sino que, engañados por el diablo, se veían dominados por el
mal del que no podían salir airosos por sí mismos. Tuvieron que ocultarse hasta
de sí mismos.
3.- Junto a este
hecho, que estigmatizó a la humanidad entera porque todos nacemos con el pecado
original, la palabra de Dios nos presenta hoy las tentaciones de Jesucristo y
nos enseña cómo actuó el Señor ante ellas.
Jesucristo pone
siempre a Dios, su palabra y su voluntad por delante y por encima de todo. El
relato evangélico es muy claro y aleccionador.
4.- El diablo
pide a Jesús que cambie la naturaleza y la finalidad de las cosas que Dios les
dio al crearlas. Y tienta a Jesucristo aludiendo al poder propio de su
condición de Hijo de Dios. El diablo nos muestra cómo al hombre siempre se le
puede tentar provocando su amor propio en el momento oportuno. Sobre todo, si vive
entonces un momento de gran necesidad. De hecho, Jesucristo había ayunado
cuarenta días y cuarenta noches y, lógicamente sentía el hambre. En esas
circunstancias le dijo el diablo: “si
eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan” (Mt 4, 3).
Traducido al lenguaje popular podría transcribirse así: ¿No dices que eres Hijo
de Dios? Si eso es verdad, qué sentido tiene que estés pasando hambre. ¿No ha
puesto Dios la creación en tus manos? Pues utilízala convirtiendo estas piedras
en el alimento que, en justicia, necesitas.
Esta tentación
la sufre la humanidad desde siempre. Y ha llegado a convertirse en criterio de
nuestra cultura secularizada, hedonista, pragmática y materialista, en la que
el hombre se pone como centro de todo y como criterio absoluto de
discernimiento y de toda razón. Porque el hombree se cree así, va cambiando su
relación con lo creado sin respetar la identidad que la creación ha recibido de
Dios creador, sino según el provecho propio que le piden los instintos o los
intereses no siempre reconocidos. Con ese criterio el cuerpo deja de ser templo
del Espíritu Santo e instrumento para el propio desarrollo y santificación, y
pasa a ser puro instrumento de placer, en cualquiera de sus aspectos y
dimensiones, y criterio para la utilización de todo y de todos y de todo lo que
cae bajo su dominio.
La respuesta de
Jesucristo al diablo es muy clara: recuerda a la mente retorcida de Satanás, que
la referencia original y definitiva de todo es Dios. Y, como el diablo disfraza
su tentación incluso con interpretaciones erróneas pero aparentemente válidas
de la palabra de Dios, le dice: “Está
escrito, no solo de pan vive el hombre” (Mt 4, 4).
5.- La segunda
tentación pretende cambiar el sentido y la función del espíritu humano, creado
por Dios para conducir al hombre por el camino de la Verdad y del bien. El
espíritu, la conciencia, la inteligencia del hombre es don de Dios para crecer
en fidelidad a Dios sin doblar la rodilla ante nadie fuera del Señor. Para un verdadero
discípulo de Jesucristo es impensable doblar la rodilla ante nadie: ante el
dinero, ante el poder, ante la fama, ante el brillo social. Y el diablo se
atrevió a pedir a Jesucristo que se arrodillara ante él; a cambio, le
concedería todos los reinos del mundo. ¡Cuántos doblan la rodilla ante la
mentira y ante la corrupción para satisfacer sus deseos!
Además de tener
en cuenta que toda tentación diabólica está construida sobre la mentira, hay
que escuchar la respuesta de Jesús: “Al
Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 8).
6.- Finalmente
el diablo le tienta en el punto débil de los hombres fuertes: la temeridad, el
riesgo, el atrevimiento confiando en sus propios recursos y en la trampa. Por
eso fracasan, pronto o tarde y quedan sumidos en su propia imprudencia. Dice el
diablo a Jesús: “si eres Hijo de Dios,
tírate de aquí abajo, porque está escrito: encargará a los ángeles que cuiden
de ti” (Mt 4, 9-10). La respuesta de Jesús, una vez más, es lección
definitiva para la vida humana y sobrenatural: “está mandado, no tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4, 12). No podemos
poner a Dios a nuestro servicio. No podemos utilizar la oración para lograr
irresponsablemente lo que no hemos podemos alcanzar por no haber dedicado todo
nuestro esfuerzo. No podemos convertir la fe y la relación con Dios en una
especie de magia religiosa para conseguir nuestro interés a cambio de ritos,
como si Dios respaldara la superstición.
7.- La oración
con que hemos comenzado la santa Misa ha sido una súplica al Señor para que nos
ayude a avanzar en la inteligencia, en el conocimiento del misterio de Cristo,
de su enseñanza, de su obra en nosotros y en favor nuestro. Pidámosle que nos
ayude siempre a no confundir nuestras equivocadas ocurrencias con la palabra de
Dios.
QUE ASÍ SEA
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