HOMILÍA EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA, 2013
Queridos
hermanos sacerdotes,
Miembros de la
Vida Consagrada y seglares todos:
1.- Con esta
celebración iniciamos el tiempo de Cuaresma. Los quehaceres propios de los
cristianos en los tiempos litúrgicos son un signo de lo que debemos hacer a lo
largo de nuestro peregrinar sobre la tierra. La vida del cristiano es un camino;
y en cada uno de los pasos que vamos dando deberíamos acercarnos más a Dios.
2.- Acercarse a
Dios significa avanzar en su conocimiento, crecer en la admiración de su
grandeza, de su magnanimidad y del amor que Dios tiene a cada uno de nosotros.
Acercarse a Dios significa progresar en el reconocimiento de lo que Dios ha
hecho y hace por nosotros. Acercarse a Dios significa procurar que Dios vaya
realizando en nosotros su plan de salvación gratuita y definitiva. Por eso,
acercarse a Dios, requiere que confiemos en su providencia y acudamos a Él
ofreciéndole cuanto somos y tenemos, ya que de Él lo hemos recibido, y pidiéndole
cuanto necesitamos. Hablando en lenguaje humano podemos decir que Dios está
preocupado por nuestra plenitud y salvación más que nosotros mismos. Confiando
en él, buscando su cercanía y creyendo que todo lo podemos si es de su agrado, correspondemos
a su amor y nos abrirnos a la salvación que Él nos ofrece. Acercarse a Dios es
tomar y reafirmar cada día la decisión de ser con Él y para Él, puesto que,
como dice san Pablo, “en Él somos, nos
movemos y existimos” (Hch 17, 28). Acercarse a Dios es, pues, en
definitiva, entender nuestra existencia y nuestro futuro como un regalo
misericordioso de Dios, y corresponderle con gratitud alabándole y proclamando
por doquier su existencia, su amor y su presencia junto a nosotros para
guiarnos por el buen camino.
3.- En cada
tiempo litúrgico, la Iglesia nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Dios
contemplándole en uno de sus misterios fundamentales manifestados en
Jesucristo. Solo el conocimiento de Dios, tal como n os lo revela Jesucristo,
puede movernos a la admiración de su bondad y de su amor. Y solo desde el
descubrimiento de su amor puede brotar en nosotros la voluntad de acercarnos
cada vez más a Él y de seguirle correspondiendo a su amor con nuestro amor.
4.- En el tiempo
de Adviento nos preparábamos para el encuentro Dios, manifestado en Jesucristo
recién nacido de la Santísima Virgen María, presentado al mundo en su tierna
debilidad, y necesitado del amor y del cuidado de su madre. En ello nos
mostraba su misteriosa cercanía a nosotros porque, siendo Dios y, por tanto,
infinito, se hizo en todo semejante al hombre menos en el pecado, sometiéndose
a los condicionantes de vida propios de la naturaleza humana.
5.- En el tiempo
de Cuaresma la Iglesia nos invita a prepararnos para el encuentro con el
misterio de Dios manifestado en Jesucristo que se entregó libremente a la
pasión y a la muerte cruenta en la Cruz para salvarnos de la muerte eterna y
conducirnos a la felicidad sin fin junto a Él en los cielos.
Prepararnos para
el encuentro con Cristo que sufre y que muere, por nosotros, supone que vayamos
entendiendo en qué consiste el amor de Dios redentor. Este amor queda expresado
en la Sagrada Escritura con estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el
que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3, 16).
6.- El amor de
Dios es un verdadero misterio de bondad. Con su manifestación nos enseña que es
voluntad complaciente de Dios dar su vida para salvar a sus criaturas del mal
del pecado; mal que hemos contraído precisamente por ir contra él, por
oponernos a sus planes de amor. La magnitud de ese amor de Dios al hombre no se
puede entender desde categorías humanas. Así nos lo explica la divina
revelación diciendo: “Por un hombre justo, quizá alguien diera su vida. Para
que conozcáis el amor que Dios os tiene, sabed que Él ha dado su vida por
vosotros, pecadores”.
7.- La Cuaresma
que hoy comienza, debe ser un tiempo especialmente dedicado a meditar en el
amor de Dios que entrega su vida en Jesucristo, precisamente para que nosotros
vivamos. El que es todo verdad, bondad, amor, sabiduría y perfección se entrega
a la pasión y a la muerte cruel y vergonzante para que sus traidores, que somos
todos los pecadores, podamos participar de la gracia y de la felicidad que son
propias de Dios: del Dios ofendido.
¡Tremenda
paradoja y profundo misterio el del amor de Dios!
8.- Es tan
grande este misterio que resulta más fácil acostumbrarse a él, a base de oírlo
repetidas veces, que caer en la cuenta de su significado y procurar vivirlo con
espíritu de humildad, de adoración y de amor, y procurar corresponder a Dios
con nuestro amor y con una vida coherente con la fe que profesamos.
Por eso en el
tiempo de Cuaresma debemos dedicar un tiempo especial a nuestra formación
cristiana y a la reflexión sobre la palabra de Dios para penetrar un poco más
en el significado conmovedor del misterio de nuestra redención.
Junto a todo
ello, y como lógica consecuencia, debemos sentirnos comprometidos libre y
decididamente a corresponder al Señor aprovechando la gracia que Él nos ofrece
durante la Cuaresma. Por tanto, la Cuaresma ha de ser tiempo de reflexión, de
examen de conciencia, de conversión y de reconciliación.
El tiempo de
Cuaresma ha de ser vivido como un tiempo de gracia para volvernos a Dios en un
mundo que pretende vivir como si Dios no existiera.
9.- Por eso, la
santa Madre Iglesia nos advierte con esta celebración que no somos nada sin
Dios, porque nuestra vida pierde sentido si no es vivida según su voluntad; que
nuestros recursos de crecimiento y desarrollo son nulos sin Él; y que, por
tanto, sin Él somos ceniza y en ceniza terminaríamos irremediablemente. Ese es
el mensaje de la liturgia en este acto penitencial con el que, comienza la
Cuaresma y se nos dice:: “Convertíos y
creed en el Evangelio”. “Hombre, acuérdate de que eres polvo y en polvo te has
de convertir”.
10.- Lejos de
todo pesimismo por considerar nuestra miseria si vivimos sin Dios, la Cuaresma
debe llevarnos al optimismo y a la esperanza sabiendo que a quien pone lo que
está de su parte, Dios no le niega su gracia. Del miedo a la miseria de vivir
sin Dios, debemos pasar a la alegría de saber y experimentar que con él y en él
todo lo podemos.
Pidamos a la
Santísima Virgen María, que nos alcance de su Hijo la gracia de conocerle,
adorarle, quererle, seguirle y acercarnos cada vez más a Él en esta Cuaresma.
QUE ASÍ SEA
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