ENVIO MISIONERO DE LEONARDO

30 de Septiembre de 2007
Catedral de Badajoz


Mis queridos sacerdotes concelebrantes,

querido Leonardo, que recibes hoy el encargo pastoral de colaborar con una diócesis hermana del Perú,

queridos familiares y amigos de Leonardo que le acompañáis en este bello momento,
queridos hermanos y hermanas todos:

En este Domingo, la palabra de Dios nos invita a compartir con los más necesitados todos los bienes de que nos ha dotado el Señor. Y nos advierte, al mismo tiempo, de las graves consecuencias que puede reportar el egoísmo en este menester esencialmente caritativo. Muy claramente lo expone el texto del Santo Evangelio que acabamos de escuchar, contándonos la suerte que corrieron, después de morir, el rico epulón y el pobre Lázaro .

El bien más preciado que hemos recibido en esta vida es el conocimiento de Dios nuestro Señor y la fe en su bondad y misericordia. Por estos bienes nos han venido otros de graciosa repercusión para nuestro presente y para el futuro, como son la redención, la promesa de la vida eterna, y la esperanza que anima nuestro peregrinar por este mundo.

Ciertamente somos afortunados, porque el rostro de Dios nos ha iluminado, y su resplandor nos ha permitido descubrir el sentido de la vida y de la muerte; de las alegrías y de las penas; del trabajo y del descanso; de la prosperidad y de la necesidad; de la soledad y de la amable compañía; del fervor en los momentos de intensa fe, y de la aridez espiritual cuando parece que la fe se apaga; de la paz interior cuando el Señor nos bendice con el sentimiento de su presencia, y de la zozobra ante la tentación que nos invade; del sentido del misterio que nos gana, y de la atrayente belleza de los seres creados para cuyo dominio nos ha constituido el Señor. Quienes hemos conocido al Señor, hemos conocido la grandeza de la vida y la alegría de sabernos herederos de la gloria.

Todo esto no podemos guardárnoslo como propiedad exclusiva, sino que debemos compartirlo como el bien más preciado que todos necesitan, consciente o inconscientemente. Todos hemos sido creados por Dios, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él, según nos recuerda S. Agustín.

Saber que compartimos con todos los hombres y mujeres del mundo esta condición de criaturas divinas , creadas por Dios a su imagen y semejanza, y ser conscientes de que muchísimos no lo saben y, por tanto, no lo disfrutan, y hasta lo niegan y combaten, ha de inquietar nuestro ánimo con la preocupación de que, cuanto antes, pueda llegar a todos la Buena Noticia de la Salvación. Y, como la santa Madre Iglesia es consciente de que muchísimas personas aún sufren esta necesidad, tendremos que hacernos eco de su mensaje y de su vocación misionera, volcando nuestras fuerzas con ilusión en la tarea de dar gratis lo que gratis hemos recibido.

Por dicho motivo, es una prioridad en esta Archidiócesis el envío de misioneros, aun cuando las exigencias de los fieles cristianos reclamen más atención a nuestras parroquias al constatar la reducción de fuerzas, especialmente por el descenso del número de sacerdotes.

Pero esta prioridad evangélica requiere de nosotros un gran esfuerzo simultáneo. Requiere la educación de los feligreses para que aprendan a vencer exageradas comodidades. Con frecuencia y con la energía de quien reclama sorprendentemente supuestos e inexistentes derechos fundamentales, me llegan peticiones para que envíe a determinados pueblos más sacerdotes y, así, puedan gozar de mayores servicios: En realidad, estas buenas gentes piensan en sus costumbres tradicionales fundamentadas en la abundancia de vocaciones sacerdotales. Pero no llegan a entender que el aumento del número de Misas para la propia comodidad, por ejemplo, no justifica el entretenimiento de más sacerdotes en nuestras parroquias cuando hay una severa carestía de ministros sagrados en tierras de misión.

La promoción del laicado, el ejercicio de los ministerios laicales, la creciente corresponsabilidad eclesial y el desarrollo de la conciencia cristiana y de la comunión entre los hermanos, deberán llevarnos a revisar nuestra vida y nuestras estructuras parroquiales hasta lograr que la comunicación cristiana de bienes personales y materiales eviten diferencias, innecesarias y excesivas, entre las comunidades eclesiales; de modo que no se dé en unas la penuria y, en otras, la abundancia injustificada.

Es necesario que, junto con la generosa limosna, que significa nuestra aportación material en beneficio de la evangelización, acudamos también a la oración, pidiendo al Señor que envíe operarios a su mies, que haga fértiles las tierras en donde los sacerdotes y seglares, que parten de nuestras diócesis, van sembrando la semilla de la salvación. Es necesario que esta responsabilidad sea asumida por el mayor número posible de fieles cristianos, tanto para ayudar en las parroquias de origen, como para abrir unos frentes misioneros que expandan el Reino de Dios sobre la tierra. Es un mandamiento del Señor que la luz del evangelio resplandezca en el mundo entero, gocen todos de la dulzura del amor de Dios, y que la esperanza de salvación sea el motivo por excelencia por el que cada día sean más las almas agradecidas al Señor.

A nosotros van dirigidos hoy los consejos que S. Pablo da a Timoteo. Practicar la justicia nos remite a compartir lo que tenemos; cultivar la fe nos lleva a valorar los dones de Dios y compartirlos; actuar con delicadeza respecto de los hermanos supone la exigencia de darles lo mejor y dárselo sin demoras innecesarias; y vivir el amor supone hacer todos esto desde la conciencia de que estamos unidos en la filiación del mismo Padre Dios que nos ha dado la vida y nos ha vinculado con lazos más fuertes que los de la sangre.

Para llevar a cabo estos consejos, es muy importante guardar el mandamiento de Dios sin mancha ni reproche, como también nos dice S. Pablo hoy. Y este mandamiento se resume en el amor a Dios y al prójimo. Por eso, la reflexión sobre el deber de compartir nos pone ante nosotros mismos en actitud de revisión y de conversión. Mientras no purifiquemos nuestra alma de sutiles egoísmos, no acabaremos de ser generosos con los hermanos ni complacientes con la Iglesia que nos pide un esmerado ejercicio de comunión y corresponsabilidad misionera.

Pidamos al Señor que abra lo ojos a los ciegos, de modo que todos veamos con claridad dónde están las principales necesidades de los hermanos en la Iglesia y en el mundo; y para que lleguemos a valorar nuestros recursos con la plena disposición a compartirlos con prontitud y generosidad.

Querido Leonardo: parte con gozo, como Abraham, hacia la tierra que el Señor te prepara. Disponte a trabajar con optimismo sabiendo que la caridad pastoral y el celo apostólico son los mejores avales de nuestro crecimiento cristiano. Tu ayuda amorosa a los demás en el Nombre del Señor será la fuente de las ayudas que tú puedas necesitar como sacerdote y como compañero de tus compañeros en la nueva misión que se te encomienda. Vas a ser, en las tierras lejanas, un signo vivo de la comunión eclesial que trasciende fronteras, razas, pueblos y naciones, reuniendo a los hijos de Dios dispersos, hasta formar una sola familia como uno solo debe ser el rebaño que Cristo prometió e hizo posible con su oración al Padre.

Al partir hacia el Perú, lleva en tu rostro y en tu reconocida afabilidad el rostro familiar de esta Iglesia de Mérida-Badajoz, que desea vivir intensamente la fraternidad con las Iglesias de allende los mares y, especialmente, con aquellas en las que sirven nuestros hermanos sacerdotes, miembros del presbiterio de esta Iglesia particular.

Que la Santísima Virgen María, bajo el Título de Santa María de Guadalupe, que preside como patrona las comunidades cristianas de Extremadura, y a cuyos pies fueron bautizados los primeros fieles de Latinoamérica, te alcance la gracia de la sabiduría, del tesón pastoral, de la paciencia evangélica y de la incansable generosidad.


QUE ASÍ SEA

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