HOMILÍA EN LA APERTURA DE CURSO DE LA CURIA DIOCESANA

MARTES, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2007
Badajoz, Catedral

1. San Pablo pide a sus feligreses que estén compactos en el amor mutuo.

La expresión tiene connotaciones muy significativas.

No basta con la unión. Les pide la piña: compactos.

Formar una piña, estar unidos formando un cuerpo compacto significa una unión sin fisuras.

Las fisuras, entre nosotros, son las sospechas, las desconfianzas, las inseguridades, las peñas o grupos.

Formar grupos al interior de una colectividad es razonable cuando se debe a simpatías, a coincidencias en lo secundario, etc.: área de trabajos, horarios, lugares de procedencia.

Pero formar grupos que se aíslen unos de otros, o que se ignoren. Sería lamentable, porque nuestra condición de Iglesia nos llama a la fraternidad, a la comunión y a cultivar todo lo que de esto se deduce: el afecto, la amistad, la camaradería, etc.

Esto es tan humano, tan sobrenatural al mismo tiempo, y tan beneficioso para todos, que, con frecuencia se oye hablar a sacerdotes y a seglares de la bondad y oportunidad de encuentros festivos entre los colaboradores parroquiales, para lograr un acercamiento humano y afectivo entre ellos.

Debo decir que no he percibido nada entre vosotros, miembros de la Curia diocesana, que me haga pensar en un problema de unión o de buen entendimiento.

Pero, al escuchar el mensaje de san Pablo en este día de comienzo oficial de curso, he pensado que la palabra de Dios nos convocaba a dar un paso más, o a una mayor exigencia en nuestra relación personal y en la colaboración que requieren nuestros respectivos trabajos.

Cuando no hay problemas, parece que faltan puntos concretos en los que fijar la atención al pretender un avance.

Pero es muy bueno que esto sea así, no solo por la bondad de la situación no problemática, sino porque el paso positivo no ha de pensarse para suprimir lo malo, sino para avanzar en lo bueno.
Este avance desde lo positivo hacia lo mejor es una ocasión de creatividad.

Siendo la Curia diocesana, el núcleo más cercano al Obispo, a quien el Concilio considera el fautor de la unidad, todos juntos deberemos procurar una forma tal de desarrollar nuestro trabajo, que sea un ejemplo de compenetración, de ayuda recíproca, de suplencia en lo necesario, y de apoyo que supla o disimule las posibles faltas.

Somos el rostro de la Archidiócesis.

Somos la referencia de lo que la jerarquía es para la gran familia de los miembros de esta gran familia que es la Iglesia particular.

Somos el paradigma del clima que debe dominar en todos los grupos de Iglesia que trabajan relacionados entre sí.

2. Pero hay una razón fuerte, además, que nos urge a cultivar y acrecentar nuestra unión compacta, sostenida con naturalidad y acrecentada con interés permanente desde la fe y la fraternidad que nos une desde la raíz de nuestro ser cristiano.

Se trata de que esta unidad es puerta para captar el misterio de Dios, que es la unidad en el amor.

Desde que hemos recibido el Bautismo, nuestra mirada, y las exigencias que han de brotar de esa mirada sobrenatural, no pueden quedarse en la atención a lo problemático, en dedicar esfuerzo a lo práctico, al “hacer”, al “conseguir” en la estrategia humana.

La visión y la tensión sobrenatural nos lanzan hacia lo que es verdaderamente importante y que, a los ojos humanos, ante la mirada terrena, puede pasar desapercibido, porque pertenece al área de lo fundamental al área de lo trascendental, al campo del ser cristiano y del progreso en el conocimiento del Misterio de Dios, como nos dice san Pablo.

Esta visión y esta tensión hacia lo profundo y hacia lo alto, hacia el Misterio y hacia la dimensión sobrenatural y trascendente, es lo que da riqueza a nuestra vida y le aporta una solera, una firmeza y un enfoque verdaderamente nuevo y definitivo.

Esta visión y esta tensión hacia lo profundo y sobrenatural, es lo que nos permite mirar con verdadera paz interior tanto la vida como la muerte, es el trabajo y el descanso; esta forma de contemplar la vida, desde el Misterio de Dios, nos ayuda a procurar lo esencial y relativizar lo secundario, al mismo tiempo que nos capacita y nos estimula a poner tal empeño de perfección en lo que hacemos, que procuremos el cuidado de los detalles y de lo aparentemente inexistente, baldío o despreciable.

Sabemos que los pequeños gestos de afecto, de atención, de buen trato, de colaboración y ayuda son los que ganan el corazón de los compañeros. Así también el cuidado mimoso de nuestra forma de orar, pensar, trabajar, relacionarnos y apoyarnos unos a otros, va tejiendo el primor de la obra que el Señor nos ha encomendado, y va ganando el corazón de Dios.

3. ¡Qué diferencia tan grande se establece entre esta forma de actuar entre nosotros y respecto del Señor, se marca si tenemos en cuenta lo que la Palabra de Dios nos propone hoy!
Esta diferencia se señala de modo especial respecto de la forma en que actuaban los letrados ante Jesús.

- Ellos buscaban ocasiones de acosarlo.
- Nosotros debemos buscar ocasiones de ayudarnos mutuamente.

Ellos estaban al acecho para el mal. Nosotros debemos apurar la atención para el bien.

Ellos encontraban pegas a todo lo que hacía Jesús, y pretendían destruirlo.

Nosotros debemos captar el valor de lo que hacen los hermanos y de lo que obra el Señor en nosotros y sacarle todo el provecho desde la justa valoración y desde las aportaciones personales.

¡Qué mundo tan distinto construiríamos con estas actitudes y con el consiguiente comportamiento!

Cuando se habla de un mundo nuevo, pensamos en una sociedad regida por unos auténticos valores y ordenada según una ética fundamental que evite conflictos.

De algún modo, esto se va consiguiendo en sociedades muy promocionadas donde el respeto al bien común, a la intimidad de los otros y el esfuerzo en el trabajo, así como la colaboración honesta al erario público en contribuciones establecidas es verdaderamente llamativo. Se refleja en el orden externo, en el bienestar social, en el cuidado de las condiciones de vida.

Sin embargo, esos pueblos y esas sociedades no dan lugar a hombres y mujeres felices, más todavía, en algunos casos llegan a acrecentar las distancias de unos a otros incluso en el seno de la familia.

El motivo es muy sencillo: no se trata sólo de poner leyes y cumplir leyes que impidan el estorbo y la molestia de unos a otros. Es necesario cultivar el amor de unos a otros, de cuidar los detalles en la relación entre la personas. Se trata de abrirse al Misterio de Dios para saber encontrar el sentido, el valor y la felicidad al trabajo bien realizado. Se trata de cuidar los detalles que convierten en algo singular y especialmente personal la relación con los compañeros, la valoración de su trabajo, su situación personal e íntima o externa. Se trata de mirar desde Dios y procurar lo que Dios quiere.

¡Bonito programa éste al comenzar el curso en el seno de un equipo de trabajo eminentemente eclesial, en el que debe privar la visión sobrenatural y el amor cristiano!

4. Hemos invocado al Espíritu Santo en esta celebración. Cuanto hemos considerado en esta reflexión homilética es un don del Espíritu que debemos pedir, invocando, al mismo tiempo, la convicción y la fuerza, el tesón y la constancia, para llevarlo a cabo.

Pidamos, pues, al Espíritu Santo, el don de la sabiduría para llegar a percibir lo que a ojos humanos se nos escapa.

Pidámosle el don de fortaleza para no desistir en el empeño de alcanzar la perfección en el obrar
cotidiano.

Pidamos al Espíritu del Señor, el don de templanza para saber relativizar los embates del enemigo y mantener el temple con verdadero aplomo sobrenatural.

Que la Santísima Virgen María, madre y maestra de la unidad y de la fidelidad nos ayude en los buenos propósitos que ponemos en sus manos al comenzar este nuevo curso en la Curia de nuestra Archidiócesis.

Que así sea.

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